Crónica

El último partido de Miguel Castillo

Era un muchacho de fe y amante de los deportes. No había nadie que conociera a Miguel Castillo que inmediatamente no lo quisiera. Rebelde e irreverente decidió estar al frente de las manifestaciones. Así lo hizo hasta que un proyectil lo sacó de las canchas

Fotografía de portada: Andrea Hernández| Fotografías en el texto: Cristian Hernández y Andrea Hernández
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Cada vez que Miguel Castillo Bracho salía a marchar se apertrechaba solo con su fe. “A mí la Vallita me lleva a la casa”, respondía a su mamá y a su hermana cada vez que le pedían que se cuidara. No cargaba nada más que un morral y una bandera de Venezuela. De resto, era puro ímpetu e irreverencia.
El día de su velorio, Luisa Castillo, su hermana, llevaba una pulsera en la muñeca. Un hilo rojo, con un azabache y la figura de la Virgen del Valle. Perteneció a Miguel. Su mamá Carmen Elena Bracho cargaba un collar con la advocación mariana que tenía su hijo cuando lo asesinaron el 10 de mayo en una protesta en Las Mercedes. Y su novia Alessandra Artal también tenía en su pecho un cuerito con la imagen de la reina del cielo: “Esta medalla me la regaló él”. A Carmen Elena no le salían las palabras. Solo atinó a decir que se las habían quitado todas. Alessandra, en cambio, habla de su fervor: “Por él soy devota de la Virgen del Valle. Aprendí que los enemigos te los creas tú. Él amaba a todo el mundo y todo el mundo lo amaba a él. Me enseñó también que uno no tiene amigos, sino hermanos”.
Todos sus hermanos lo acompañaron el 11 de mayo. Los del Colegio San Ignacio de Loyola —donde estudió en sus primeros años—, los del Colegio Promesas Patrias —donde egresó de bachiller—, los de la Universidad Santa María (USM) —que lo formó como comunicador social—, los de Bello Monte —en donde se crio— y los de cada uno de los equipos de béisbol, softbol y fútbol a los que perteneció. No cabía nadie más en la Capilla 1 del Cementerio del Este. Su recuerdo saca sonrisas. “El negro”, como le decían, era la personificación de la alegría. “Miguel tenía un corazón más grande que su cuerpo. Era único, especial, solidario. Para lo que fuera estaba allí”, lo recuerda Luisa.
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Estuvo para Simón García, a quien salvó del acoso de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) cinco minutos antes de morir. “Él me ayudó a salir. Él me rescató. Le di las gracias y le dije ‘cuídate’. Seguí de largo y a los cinco minutos tuve que devolverme porque me dijeron que lo habían matado”, declaró a El Estímulo. Su amiga Brunella Elizondo resume su valentía: “Siempre protestó. No puedes frenar a un torbellino, a un ser tan activo. Si nadie quería hacer algo, él iba y lo hacía. No se quedaba callado ante las injusticias”. Brunella fue compañera de clases y de fiestas. Utiliza las palabras justo, humano, natural y espontáneo para describir al negro.
José Miguel Tagliafico, su tío, habla de Miguelito: “Era muy, muy inquieto, extrovertido. Su única exigencia era vivir en libertad, democracia, y muere por eso. Pasa a ser un héroe de la patria”.
Amor de hermanos
Miguel era el menor de los tres hijos concebidos por el matrimonio de Carmen Elena Bracho y Luis Castillo. Se decidió a estudiar Comunicación Social para imitar a su hermano, Juan Francisco. “El mayor era su ídolo. Todo lo que Juan hacía, él lo quería repetir”, dice Luisa, la del medio. Lo único en lo que no quería imitarlo era en irse del país. Aunque la idea pasó por su mente, con la ida de su héroe, no fue más que un pensamiento al aire. “No necesitaba de mucho, ni pedía nada. Siempre estaba feliz. Ahora este muchacho es de toda Venezuela. Trascendió nuestra familia al morir luchando, y creer en la libertad”, afirma Lourdes Bracho, su tía materna.

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La luz que emitía Miguel se apagó incluso antes de llegar a la Policlínica Las Mercedes. Lo mató un proyectil que entró por su brazo derecho y se alojó en el intercostal izquierdo, según informó el ministro de Interior, Justicia y Paz, Néstor Reverol. El impacto causó daños que produjeron la muerte inmediata. Rondaban las tres de la tarde. A esa hora, ladraron insistentemente sus mascotas. Dos biggles, uno llamado Nemo y el otro llamado Po. Lo cuenta su hermana Luisa Castillo. Ella era quien mejor lo conocía, su confidente y la encargada del regaño ocasional: “Él era mi bebé”. Sus placeres eran sencillos. Del periodismo amaba la producción y la fuente deportiva. Se graduó el 25 de enero de este año. Durante todos sus estudios en la USM gozó de una beca por sus destrezas para el béisbol.
Pasión deportiva
Tenía una quemadura en la mano derecha por tomar una bomba lacrimógena en una de las manifestaciones de la semana pasada, pero como Miguel era una tromba eso no lo detuvo. Al parecer, nada lo hacía. En los partidos con los Cabañeros, su equipo de softbol, siempre terminaba golpeado. En la final que disputaron el 21 de enero de 2017 una pelota que cayó de foul le dio directo en la cabeza y pese al impacto él quería seguir jugando. A consecuencia del porrazo vomitó y aun así no quería salir del partido. Cabañeros ganó el campeonato, llevan dos temporadas seguidas ganando. “El negro”, uno de sus miembros fundadores, vio cada trofeo. Jugaba como receptor, y hacía lo que fuera por defender su camiseta. “Era una estrella. Tenía mucha habilidad para el deporte. Era competitivo. Siempre quería ganar y eso nos lo transmitía a todos”, afirma Omar Bautista, parte del equipo.
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El béisbol era otro de sus amores. Con el Shihan de El Hatillo era shortstop y pitcher. “Era distinto un dugout con él, que sin él, por su simpatía y echadera de broma”, dice José Guevara, compañero en esa divisa. La acción en el terreno también era diferente cuando “El negro” aparecía. Su entrenador, Vladimir Landa, asevera que a veces hacía locuras que solo a él se le ocurrían: era capaz de hacer swing al tener la cuenta en tres bolas y sin strikes —el librito del béisbol dice que no hay que abanicar por si el lanzador se equivoca y lanza la cuarta mala—, o de robarse una base desoyendo al manager.
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Ningún deporte se le negaba. Era capaz también de hacer goles de larga distancia. En el fútbol era portero. Con la misma capacidad que tenía de parar el balón, podía salir corriendo, chutar y marcar un punto para su equipo. Fermín Bolívar, compañero en el balompié, cuenta que “él se retaba a sí mismo. Siempre alegre, optimista y humilde. Donde estuviera era bien recibido”.
En su último turno al bate, Miguel Castillo Bracho dio un home run con las bases llenas para ganar el partido. Cabañeros clasificó a la semifinal de su liga que se disputaría este fin de semana. Ya no van a jugar. Hay un ausente. Miguel no estará para ver caer el out 27.]]>

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