Cultura

Sagas, memes y mujeres: una década de cultura pop

Diez años de cambios culturales, de percepciones y de sensibilidades. Las pantallas, de cine y más allá del séptimo arte, condensan las narrativas de una generación y los cambios de varias industrias. Las de menos tamaño, móviles y portátiles, dan vida a nuevas formas de comunicación y de interacción de una sociedad hipertecnificada

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Harry Potter, convertido en un adulto, contempla junto a sus inseparables amigos cómo el tren de Hogwarts lleva a su hijo por primera vez a la escuela. Es la última escena de la película que cierra la saga que llevó al cine la historia favorita de una generación y también un hito de la cultura pop. Con Harry adulto —a pesar de su deficiente caracterización y las críticas que recibió la escena— la segunda década del milenio comenzaba con una mirada hacia el futuro. En el cine, las grandes franquicias infantiles parecían terminar y comenzar una nueva forma de ver el futuro. Y también, de asumir su considerable importancia.

Harry Potter en la cultura pop

En otra escena de antología, un trompo de metal da vueltas sin detenerse sobre una mesa de madera. El director Christopher Nolan ha logrado mantener al público en vilo hasta ese último momento del argumento, en el que Dominick Cobb (Leonardo DiCaprio) se reúne con su familia. ¿O no? ¿Se trata de otro truco de las capas de memoria y sueños que maneja con tanta habilidad el personaje? ¿Finalmente Copp cayó en su propia trampa? El trompo sigue rodando y cuando, por último, parece a punto de perder el ritmo, la escena funde a negro para dejar la incógnita para la historia del séptimo arte. Nolan acaba de hacer historia en el cine y dejar muy claro que en los siguientes diez años se recordará esa única imagen como un símbolo de que el cine de adulto está en pleno crecimiento.

Esta última década ha sido de acelerados cambios: en una época hipertecnificada y comunicada, la evolución en ocasiones imprevisible de todos los lenguajes y formas de comprender el futuro y también, la forma en que nos relacionamos con la cultura, la sociedad y la ciencia se convirtió en la única constante. La segunda década del milenio trajo consigo no sólo una rápida maduración sobre la forma de contar historias —en todos los ámbitos y espacios— sino también la definitiva transformación en cómo la cultura pop se relaciona con sus símbolos e iconos.

Desde la llegada del meme como ese lenguaje modular, mutable y espontáneo que cambió la forma de comunicarse de toda una generación, el cine de superhéroes, el auge del trap y todo tipo de nuevas modalidades de música electrónica, el libro objeto y las insólitas narraciones que mezclan con habilidad géneros para mirar el mundo desde la distopia y la utopía, estos diez años redefinieron a la cultura pop no sólo como reflejo de la época en que vivimos, sino de sus múltiples variaciones, interpretaciones y miradas de la realidad.

Para la segunda década del milenio, el género del terror fue un aviso, un espectro solitario

Silencio, se rueda en pantalla digital

Quizás una de las grandes evoluciones de la década que culmina en pocos días fue el auge de las plataformas streaming, que no sólo transformaron por completo la forma de consumo de productos televisivos y después cinematográficos, sino también los hábitos de consumo del suscriptor.

Netflix, que comenzó siendo una empresa pequeña de alquiler de video, se convirtió con el transcurrir del tiempo no sólo en un gigante de las plataformas de suscripción streaming sino, además, en una competencia directa con la forma y estructura cinematográfica hollywoodense. Desde sus intentos de crear material original (de calidad variable y más cercanos a la experimentación) hasta su primer gran triunfo al llevar a Cannes una película de su factoría, Netflix reformuló la noción sobre el cine como una pieza comercial.

La película Okja de Bong Joon-ho rompió el cerco tradicional del festival y se exhibió en sus pantallas, para asombro y molestia de buena parte del público. Y aunque después el festival contraatacó para prohibir circunstancias semejantes, Netflix acababa de dar un paso histórico hacia una dirección por completo nueva, que terminó de cristalizarse con la estatuilla a mejor película extranjera para Roma de Alfonso Cuarón —producida por completo por Netflix— y la que se considera una de las grandes cintas de los últimos años: The Irishman de Martin Scorsese, multinominada en los Globos de Oro y SAG Awars a entregarse el año siguiente.

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Por supuesto, el fenómeno Netflix no hace más que replicarse y hacerse más amplio: Disney Plus llegó en noviembre del año pasado con la promesa de ampliar su Universo cinematográfico desde su catálogo y además conectar las mitologías que pertenecen a la casa a través de diversos proyectos que unen la producción para la pantalla chica con la que se verá en cine. Al mismo tiempo, Apple Plus TV, HBO Max y CBS All Access, forman parte de la férrea competencia que busca no sólo destronar a Netflix de sitial de honor como el gran fenómeno pop que revolucionó la televisión sino sus alcances e implicaciones.

Es un cambio que también se aprecia en el fenómeno pop de las productoras pequeñas, con alto rendimiento y que llegaron para cambiar para siempre la forma en que Hollywood asume el cine. A24, Annapurna y Blumhouse no sólo se disputan el raro privilegio de llevar a la pantalla gran cine que de otra forma jamás vería la luz —y triunfar en el trayecto— sino además, cambiar la meca del cine tal y como lo conocemos.

Los memes son quizás el elemento de la cultura pop más importante de la década

Y los cambios son notorios: A24 tiene su sede en Nueva York y se dio el lujo de llevar a las grandes audiencias la historia de un hombre afroamericano gay y pobre que encuentra la redención en el amor. Barry Jenkins levantó la estatuilla a la mejor película en 2016 por Moonligth y demostró que las nuevas productoras estaban sacudiendo a la industria desde sus cimientos. Por su parte, Annapurna hace un fuerte acento en lo autoral y permite que directores como Wes Anderson y Spike Jonze puedan seguir creando, bajo sus reglas y sus propios límites. ¿Y qué decir de Blumhouse, que creó el nuevo rostro del terror?

Escudo, capa, malla: el secreto del éxito

Tony Stark, temblando, aturdido, con los ojos muy abiertos, mira a Thanos (Josh Brolin), el titán loco, que acaba de chasquear los dedos y está convencido de haber cometido un segundo genocidio contra el Universo conocido. Pero Iron Man, en su brillante armadura roja y dorada, aún tiene algo que decir. “Soy inevitable”, dice Thanos, aún aturdido y sin entender cómo es que, en esta ocasión, no ha podido llevar a cabo el más siniestro de sus planes. “Y yo soy Iron Man”, responde Tony (Robert Downey Jr). El personaje está a punto de morir, a su alrededor el campo de batalla es silencio puro, pero el momento se transforma no sólo en un hito del cine sino quizás, en uno de los más emocionantes de la cultura pop reciente.

Y también es un final. Luego de veintidós películas, el Universo cinematográfico Marvel logró lo que parecía imposible: cerrar un arco argumental monumental con una película apoteósica, emotiva, excesiva y definitiva, en la que no sólo envió al retiro a sus héroes más emblemáticos, sino que también abrió la puerta para una nueva etapa del estudio. Después de todo, Marvel es el símbolo de la reinvención. Avengers: Endgame (2019) resultó no sólo una catarsis sino una forma de recordar el poder de las franquicias y las nuevas mitologías modernas en la cultura pop.

Avengers en la cultura pop

Algo que, por cierto, Disney ha sabido manejar en más de una manera durante la década. Luego de comprar LucasFilm, la casa del Ratón Mickey decidió que era el momento de explotar su activo más importante: el mundo de Star Wars regresó a la pantalla grande atado de manera inevitable a la nostalgia, pero con todo el entusiasmo y el vigor de las anteriores entregas. Star Wars: Episode VII The Force Awakens (J.J Abrams, 2015) contó de nuevo el mito legendario de la Space Opera más querida del cine a toda una nueva generación y con los cambios necesarios, para calzar en la nueva sensibilidad moderna. Nuestro héroe es una chica sin nombre, que descubre el poder de La Fuerza casi por accidente y el villano, un adolescente confuso cuyo poder supera su experiencia.

Esta fue la década de las bodas reales —a la de William le siguió la de Harry, con la exactriz norteamericana Meghan Markle— y esa otra realeza, la encumbrada por las redes sociales

La combinación se convirtió en un éxito y Star Wars impactó de nuevo la cultura popular con toda su fuerza: desde esa pequeña joya del cine bélico como lo es Rogue One: A Star Wars Story (Gareth Edwards, 2016) hasta la serie The Mandalorian.

Y también fue Disney el responsable del regreso de muchos de los clásicos infantiles que toda una generación atesora, esta vez reinventados para nuevas audiencias y con tecnología de punta. Desde el éxito inesperado de La Bella y la Bestia (2017) de Bill Condon, hasta el Aladdin (2019) de Guy Ritchie con un risueño Will Smith, los remakes fueron otros de los grandes momentos de la cultura pop.

La obsesión por lo que ocurre

La princesa camina hacia el balcón de la mano de un príncipe tímido. Ella lleva un primoroso vestido blanco y él, un traje militar de chaqueta roja y chatarreras. La boda del Principe William con Kate Middleton se convirtió en motivo de obsesión mundial, pero también, el símbolo de una idea muy vieja: la pasión colectiva por sus personajes y protagonistas, por los iconos de pies de barro que construye la cultura y, a la vez, derrumba con enorme facilidad.

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Esta fue la década de las bodas reales —a la de William le siguió la de Harry, con la exactriz norteamericana Meghan Markle— y esa otra realeza, la encumbrada por las redes sociales. Kim Kardashian y su familia se convirtieron en los grandes rostros de un tipo de riqueza vulgar y opulenta que deslumbró a buena parte de la atención mundial y la convirtieron en iconos del fenómeno de los influencers y grandes personajes salidos directamente de la gran conversación virtual. De pronto, las pantallas de los teléfonos celulares se convirtieron no sólo en una manera de mirar la vida de otro, sino de soñar con experiencias opulentas y esperanzas irrealizables.

Como iconos pop, tanto la nueva monarquía Europa —convertidos en jóvenes cada vez más accesibles, que llevan a sus bebés en brazos y discuten sobre el cambio climático— como los rostros norteamericanos más famosos, crearon un nuevo tipo de fama. Uno tan exagerado, extraordinario y colectivo que por sí solo se convirtió en otro momento pop que marcó una década especialmente prolífica en evolución social.

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Porque, seamos claros, ¿qué está ocurriendo mientras las pantallas de los teléfonos inteligentes se convierten en algo más que pequeños espacios privados? La ventana hacia el mundo hipertecnificado, informado, con todo al alcance de un toque de dedos sobre el cristal, es una metáfora de la acelerada manera como se comunica nuestra época. Las grandes estrellas dictan la moda, modulan el lenguaje político, representan a las grandes mayorías. Pero también, una nueva forma de expresar ideas, de construir miradas hacia el futuro y la concepción sobre la comunicación.

Un hombre japones sonríe con una mueca torcida desde un dibujo en blanco y negro. Un muñeco de felpa se pregunta en voz alta, ¿cómo lo supo? El astrofísico Neil deGrasse Tyson encoge los hombros para decir “Ay sí, ay sí”. Una niña sonríe de manera tímida mientras una casa se quema a su espalda. Un gato con gesto malhumorado mira con fijeza desde una imagen con aire nostálgico. De pronto, todos los grandes mensajes se traducen en imágenes, el humor se convierte en icono y el diálogo verbal cambia para siempre.

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Los memes son quizás el elemento de la cultura pop más importante de la década, convertidos no sólo en una forma de expresión por derecho propio, sino también en un recorrido de profundo interés por cómo lo colectivo se comunica, se mira a sí mismo. El meme, que es inseparable de las redes sociales, es una manifestación enorme y fascinante sobre la mirada al futuro, la identidad social y sus consecuencias.

Y ya que hablamos de Twitter, es imposible no celebrar esa otra gran transformación que la década trajo consigo: cuando se creyó que la red social de microblogging estaba muerta y a punto de desaparecer, se reinventó para crearse una nueva identidad. Los hilos le devolvieron el lustre perdido y, también, la manera más real de comprenderse como parte de una conversación interminable. Desde novelas hasta largas explicaciones pedagógicas, los hilos son la nueva gran escuela de una generación obsesionada por lo inmediato.

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Hermosa, fuerte y armada hasta los dientes

Cuando Katniss Everdeen (interpretada por Jennifer Lawrence) miró a la pantalla escondida en el árbol y saludó con tres dedos de la mano en señal de resistencia, no sólo le demostró al terrible Capitolio que jamás podría aplastar su voluntad, sino que abrió la puerta a las grandes heroínas del cine de esta década. Desde la campesina convertida en símbolo de rebelión de la trilogía de los Juegos del Hambre (Francis Lawrence y Gary Ross, 2012–2015) a la Imperator Furiosa de Charlize Theron en Max Mad Fury Road (2105) de George Miller, el cine se pobló de heroínas extraordinarias que no necesitaban un compañero para demostrar su poder.

La Black Widow de Scarlett Johansson, la Capitana Marvel de Bri Larson y la Wonder Woman de Gal Gadot le dieron un nuevo rostro a la fortaleza femenina en medio de una época marcada por el debate sobre el papel de las mujeres en los medios de la comunicación.

Y el momento no pudo ser más oportuno: en 2017, las acusaciones contra el productor Harvey Weinstein desataron el movimiento feminista más grande de la década, que bajo la simple combinación de palabras #MeToo visibilizó el acoso sexual, el abuso y la violencia de género a un nivel por completo nuevo en la cultura pop. No sólo se trató de un momento cultural de considerable importancia, sino también la reivindicación de las víctimas y el nacimiento de un nuevo tipo de corriente que celebra no sólo la lucha de la mujer por su identidad y peso en la sociedad, sino la forma en que esa expresión individual se manifiesta.

Fue Disney el responsable del regreso de muchos de los clásicos infantiles que toda una generación atesora, esta vez reinventados con tecnología de punta

Y la revolución en redes y testimonios, también llevó a una nueva dimensión de minorías y a la representividad bajo el foco de la atención pública. Conocimos a Caitlyn Jenner, se debatió el tema de la transexualidad en redes sociales y el tabú sobre la orientación sexual se convirtió en debate público. Si las poderosas mujeres de la pantalla asombraron y cautivaron, las historias de amor de la comunidad LGBT llegaron a las grandes audiencias.

En 2015, la magnífica Cate Blanchett deslumbró junto a una tímida y exquisita Rooney Mara en Carol de Todd Haynes, para convertirse en una de las primeras parejas de amantes que el mainstream celebró como parte de la cultura popular. Unos años después, un jovencísimo Timothée Chalamet rompió los tabúes y encarnó junto con Armie Hammer una de las grandes historias de amor de la pantalla grande, Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017).

La nueva era de la palabra

Cuando en 1984, Margaret Atwood escribió la novela El cuento de la criada no imaginaba que casi treinta años después se convertiría en un símbolo de subversión femenina y que, además, escribiría su continuación. Los Testamentos no sólo fue la continuación a la gran novela distópica de la década de los ochenta, sino un suceso en sí mismo por recordar la extraordinaria visión de Atwood sobre el futuro, el poder y sus consecuencias.

Y lo hizo, cuando era más necesario: mientras Trump llegaba a la Casa Blanca y la temperatura política cambiaba en el país, la literatura lo hizo también. De pronto, el romance juvenil y los placeres culpables que poblaron y dominaron la década anterior —desde la saga Crepúsculo de Stephenie Meyer hasta su versión erótica, la trilogía 50 sombras de Grey de E. L. James— la literatura de la cultura pop se hizo más compacta, dura y tenebrosa.

Con Expiación, Ian McEwan comenzó el tránsito de su análisis sobre el poder, el dolor y el desarraigo, de la misma forma en que lo hizo Verano de J. M. Coetzee, el gran suceso literario pop de la década y con el que el escritor cierra su serie autobiográfica. Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin trajo a la vida el fenómeno de los cuentistas y El mundo deslumbrante de Siri Husvedt el de las grandes narradoras y ensayistas.

Netflix se convirtió con el transcurrir del tiempo no sólo en un gigante de las plataformas de suscripción, sino en competencia directa con la forma y estructura hollywoodense

De pronto, el libro se convirtió —otra vez— en un manifiesto, la búsqueda de las grandes declaraciones de intenciones en medio de la ficción y las ideas más duras de digerir.

Sustos y monstruos

Un globo rojo, el hombre que huye y los horrores a plena luz del día. Un niño se acerca a una alcantarilla en medio de una tormenta: Georgie Denbrough está a punto de morir y el director Andrés Muschietti de crear la gran escena de terror de la década. Cuando el payaso de rostro blanco abre la boca, no sólo asesinará a su primera víctima, sino que abrirá la temporada de los horrores -y el renacimiento- de un nuevo tipo de cine de terror.

La cultura pop se pobló durante esta década de grandes momentos protagonizados por películas de terror atípicas: el hombre común cazado en medio de los horrores cotidianos de Jordan Peele en Get Out, la niña que flota hacia la oscuridad en The Witch de Roberts Eggers y, también, Toni Collette decapitándose a sí misma en Hereditary de Ari Aster, crean una sola visión del miedo. Un tipo de aproximación a lo terrorífico que sostiene un nuevo lenguaje sobre el miedo en la década que acaba.

Los horrores son algo más que monstruos venidos de la oscuridad. En el Derry imaginado por King y llevado a la pantalla por Muschietti, el payaso es el menor de los problemas en un pueblo tétrico y depravado. En medio del bosque de Nueva Inglaterra, una mujer intenta estrangular a su hija y un muchacho traumatizado asesina a su hermana para luego, tenderse en la cama a esperar que la familia descubra el horror. Para la segunda década del milenio, el género del terror fue un aviso, un espectro solitario. Una advertencia de lo que se esconde en la oscuridad de nuestra mente.

Una furia color limón

Beyoncé camina por la calle con un traje color amarillo, más bella, estatuaria y poderosa que nunca. A su espalda, se produce un estallido y de pronto su magnífico álbum Lemonade (2016) cobra vida, no sólo como la expresión ritual, inquietante y de terrible belleza de lo que se supone es una crisis existencial de la diva de la década y de la cultura pop. Es su álbum y la colección de vídeos que le acompañan un recorrido poderoso y sincero sobre el dolor, la furia y el poder femenino y quizás, una pieza de arte por derecho propio.

Pero en la década que acaba, hubo una variedad de asombrosos descubrimientos entre acordes y partituras. En 2016, Bob Dylan se convirtió en el sorprendente ganador del premio Nobel de Literatura, y en 2018 Kendrick Lamar obtuvo el Premio Pulitzer por su albúm DAMN, calificado según el veredicto como “una colección virtuosa de canciones unificadas por su autenticidad vernácula y dinamismo rítmico que ofrece anécdotas que tratan la complejidad de la vida afroamericana moderna”.

La segunda década del milenio trajo consigo no sólo una rápida maduración sobre la forma de contar historias

Durante estos diez años, Miley Cyrus y Taylor Swift se hicieron mujeres sobre el escenario y sacudieron el mercado discográfico con una madurez artística que deslumbró y transformó al pop tradicional en algo más peligroso. Madonna envejeció frente a las cámaras y demostró que, a pesar de los prejuicios, todavía había lugar para su furia experimental. Rosalía asombró al mundo con su extraña combinación de flamenco y acordes modernos. Y el rap y trap dejaron de ser géneros minoritarios para hacerse una voz generacional de considerable poder.

2019 termina como un recorrido por toda una nueva mirada hacia el arte y la tecnología, la combinación entre ambas cosas y la búsqueda de una nueva frontera en medio de ese gran territorio que llamamos cultura pop. La evolución continúa, así como la capacidad de nuestra cultura para sorprenderse por sus propios hallazgos y el valor de sus triunfos. Una forma de crear, cada vez más poderosa y visceral.

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