Política

Armando Armas: los anillos del poder parlamentario y Tolkien

Las facetas de un político son tan múltiples como los sentimientos y votos que los colocan en los escenarios de poder. A Armado Armas también le gusta el poder, sin demagogias, eso jura. Su lucha es contra una dictadura, así llama al régimen de Nicolás Maduro. Una crónica desde Anzoátegui adentro

Fotografía de portada: Equipo de comunicaciones Armando Armas | Fotografías dentro del texto:Equipo de comunicaciones Armando Armas y Enza García Arreaza
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En Twitter lo han llamado “niño bobo” y en Instagram recibe el afecto de mujeres que se ofrecen en matrimonio, cosa que confiesa no importunarle, todo lo contrario: reconoce ―con una risa diáfana y pueril― que le agrada ser deseado. Armando Armas (1981), diputado a la Asamblea Nacional (AN) por el Estado Anzoátegui y fundador del partido Voluntad Popular, puede infligir una primera impresión de sifrino snobista recién llegado al embate parlamentario, nacido en una casa privilegiada de Lechería. Claro, resulta apetitoso confrontar una figura desde la prosperidad de un prejuicio, sobre todo si uno es proclive a sospechar de los funcionarios públicos. Pero un individuo es una multitud de resquicios, y quizás esto sea el primer síntoma democrático en el panorama.

“Parezco arrogante y soberbio”, señaló casi a la defensiva, en el amplio salón de la casa familiar”. Y continuó: “Sí, tengo algo de eso, aunque no es lo que define mi personalidad”. Pero, ¿cómo sabe un funcionario público que sigue siendo él mismo en medio de la multitud, cuando tanta gente espera que cumpla un cometido? “Vengo de un hogar bastante sólido. Sufrir la pérdida de mi padre cuando yo tenía siete años nos obligó a redefinirnos y a consolidarnos como familia. Y eso me ha dado garantías y refugio para enfrentar un mundo tan inestable como el de la política. El que es servidor público de vocación entiende que esto no tiene horario, es un apostolado cívico de vida. Pero yo sigo siendo yo, me reconozco a mí mismo. Desde pequeño supe que quería esto para mí. Cuando sientes que tu vida, tu satisfacción y tu identidad están íntimamente vinculados con el bien que puedas hacer en la sociedad, no te pierdes”.

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¿Qué es un político? ¿Un depredador que acumula poder o un servidor público?

―Las dos cosas.

¿A ti te gusta el poder?

―Sin duda alguna.

¿Qué es el poder?

―El poder, como yo lo entiendo, es la capacidad de que otros hagan lo que uno quiere, para construir el tipo de sociedad en el que deseamos vivir.

Entonces, ¿quieres el anillo único? ― La pregunta venía a cuento porque el diputado Armas es lector devoto de El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien y desde allí también se ha familiarizado con la existencia del totalitarismo.

―No, no quiero el anillo único ―dijo después de meditarlo un poco―. Quiero la trascendencia, dejar este mundo mejor que como lo encontramos. Poder tener hijos aquí y decirles que hicimos algo grande. La política es una caja de resonancia para hacer el bien. Con una ONG puedes llegarle a cierto número de personas, pero desde la política puedes impactar a un número mayor. En El fin del poder, Moisés Naim dice que básicamente el poder es la capacidad que tenemos para que otros hagan o se abstenga de hacer algo. Entonces, ¿para qué es? ¿Cómo se usa? Estoy convencido que debe usarse para dibujar el tipo de sociedad en el que anhelamos vivir.

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Pero algunos no terminan de convencerse. Instalados en la lucha de clases, para algunos partidarios del oficialismo, personajes como Armas representan el disco rayado de los privilegiados detentando el poder. E incluso dentro de las filas opositoras hay ciudadanos que se resisten a identificarse con la dirigencia correspondiente. “Es normal la resistencia al cambio ―explicó, mientras el teléfono repicaba incesantemente en silencio―. Incluso si estás en el peor escenario, siempre habrá resistencia y temor. Aquí tuvimos diecisiete años de un sistema destinado a la opresión y al control, que se servía del discurso de los pobres para legitimarse y generar una lucha de clases. Ese fue el discurso del gobierno de los pobres y yo no creo en ese tipo de gobierno, creo en un sistema para superar la pobreza. Una vez en Pozuelos, durante una asamblea, se me paró alguien con ganas de sabotear: ‘Mira, ¿de dónde eres tú que quieres ser diputado? Sifrino’. Y lo corté: ‘Uno no decide dónde nace, pero sí decide por quién lucha’. Yo decidí luchar por un país donde todos tengamos derechos, para superar la pobreza en paz y en democracia”.

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Quedaba claro en este punto de la conversación el talante épico del diputado Armas, asimismo apasionado por el hip-hop y por la música que Howard Shore compuso para la adaptación de El señor de los anillos. La segunda primera impresión que deja es que se trata de un hombre transparente —con las dificultades que eso admite—, un seísmo enmarcado en un gerundio. “Esto es una lucha épica. Viendo el cuadro en perspectiva, aquí hay una lucha trascendental, del bien contra el mal, de la libertad contra la opresión, de la luz contra la oscuridad. ¿Que hay elementos buenos y malos en bando y bando? Bueno, sí. Pero sin duda hay una filosofía muy poderosa de un lado que debería amalgamarnos a los venezolanos de buena voluntad, por eso tengo esperanzas cuando voy al parlamento, porque hago un ejercicio de tolerancia y porque sigo creyendo en la gente”.

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¿Tienes tiempo libre?

―No tengo mucho tiempo libre. Pero no lo extraño, qué loco, ¿no? No es que sea fanático de mi trabajo, pero como una vez escuché por ahí, uno tiene que encontrar algo que le guste tanto como para hacerlo sin cobrar, y entonces cobrar por eso, ja-ja.

¿Venezuela se merece esto? ¿Chávez llegó al poder para que pagáramos las consecuencias de lo que somos?

¿Nos merecíamos esto? No, nadie se merece este tipo de sufrimiento. ¿Era necesario para la evolución sociopolítica y sociocultural del venezolano pasar por esto? Quizás. Una cosa es merecer algo y otra es que la realidad lo requiera, entendiendo que los grandes cambios de la historia se han dado luego de procesos traumáticos, eso es un hecho. Porque el proceso traumático genera aprendizaje. Quizás estoy siendo demasiado diáfano o políticamente incorrecto, pero lo que sí es cierto es que necesitábamos tomar conciencia. Ahora, ¿esta es la mejor manera de aprender? Bueno, a nadie le gusta esta violencia, que la gente se muera por escasez de medicamentos o que se pase hambre, claro que no, pero la realidad lo impuso. Queda de nuestra parte aprender la lección. Mira, el chavismo es una exacerbación de los vicios del pasado, como el clientelismo, la corrupción, y el militarismo, que es la subordinación al poder militar del poder civil, no solamente desde el punto de vista político sino de políticas públicas: desde 1958 hasta 1998 el presupuesto nacional para la educación era mayor que el presupuesto del gasto militar y eso se revirtió desde la llegada de Chávez hasta hoy.

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En los fervores de la opinión pública circula un descontento: la Asamblea Nacional (AN) no está haciendo nada. Incluso en la orilla mesurada más de uno confiesa algún escozor frente al destino del instrumento parlamentario. ¿Está amenazada la victoria del 6D? ¿Volvimos a fracasar? Armando ventiló su diagnóstico: “La Asamblea Nacional no parece amenazada. ¡Está amenazada! Obviamente, por el presidente de la república, lo cual es normal en sistemas dictatoriales. Y aquí hay una consciencia de ello, la gente lo sabe, lo que pasa es que claro, los dictadores no es que se levantan un día, se cepillan los dientes y luego van a una rueda de prensa para anunciar ‘Buenos días, hoy estamos en una dictadura’. Pero eso se anuncia con hechos. El decreto 2.323 es la pretensión de darle viso jurídico a la dictadura en Venezuela, anunciando además que la AN, un poder público electo democráticamente con la mayor legitimidad posible, es una amenaza de desestabilización para el país. Eso contraviene el artículo 339 de la Ley Orgánica de los de Estados de Excepción, cuando dice que ningún funcionamiento de los poderes públicos dejará de actuar por ningún tipo de decreto, además un decreto de carácter sublegal, donde se aprecia que los dictámenes del ejecutivo pretenden estar por encima de la ley y de la constitución. En tal sentido, yo tengo mi conciencia en paz. Durante mi campaña le hablé claro a la gente: si ustedes creen que llegando a la Asamblea Nacional vamos a resolver los problemas de un día para otro, se equivocan. Porque no estamos en un sistema democrático, esto es una dictadura posmoderna. Pero no podemos dejar de participar. ¿Qué rol cumple entonces la Asamblea? Es la representación legítima del país que queremos ser nuevo liderazgo emergente. Por tanto, es un espacio de resistencia”.

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¿Qué sucede cuando voceros oficiales cuestionan las preferencias sexuales de los dirigentes opositores? ¿Debería importarnos lo que hacen nuestros políticos en la alcoba?

―Esas son discusiones que ni siquiera deberían ir al espacio público, eso pertenece a la esfera privada de cada uno. Allí algunos voceros del gobierno incurren en una contradicción, porque ellos dicen que son más izquierdistas que los izquierdistas y cuando hacen comentarios de ese tipo lo que manifiestan es que son unos grandes estafadores ideológicos. Aquí en diecisiete años lo que hemos visto es una estafa a la esperanza de un pueblo que quiso un cambio. Dicen que creen en el pluralismo y la diversidad pero a las primeras de cambio cuando pueden hacer un comentario para agredir personalmente a la oposición aluden al tema sexual. Una cosa que es risible.

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¿No resulta tan populista como la misma Misión Vivienda otorgar esos títulos de propiedad?

―Esa medida no es populista. Nosotros creemos en la propiedad privada como un derecho fundamental. Esas casas se construyeron con el dinero de todos los venezolanos y no le pertenecen al gobierno, así que lo más lógico es que la gente tenga su título de propiedad.

Los héroes en la vida de Armando son su madre, por encima de todo; su padre, de quien heredó el nombre y el oficio; Leopoldo López, a quien admira por sus ideales. Habló de sus películas favoritas ―que van de Taita Boves hasta Star Wars―, del chocolate, de que sabe bailar pero no demasiado. “Todos los políticos tienen algo de megalomanía ―denunció como quien está a punto de regocijarse en una revelación―. Pocos te lo van a aceptar, pero eso es así. Imagínate lo que siente que tantas personas voten por uno. Eso insufla el ego, pero tienes que asumirlo con mucha responsabilidad y humildad. Es como cuando Galadriel y Aragorn rechazan el anillo, no hay mayor acto de humildad que ese, y para ello es necesario tener gente a tu lado que te lo recuerde”.

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¿Qué ha logrado tu comisión?

―A la Comisión de Seguridad y Defensa le conciernen temas muy álgidos. Esta comisión no se instalaba desde hacía tiempo, obviamente a las dictadores no les interesa ningún elemento de control. Hemos ido a la frontera, Amazonas es un territorio en reclamación como lo puede ser el Esequibo. Eligieron un gobernador al que le quitaron la policía y el presupuesto; es un estado militar, hay guerrilleros que controlan asentamientos mineros, los “pata e’ gomas” del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que tienen a nuestros indígenas trabajando en situación de esclavitud, extrayendo oro y diamantes, en convivencia con algunos militares corruptos. Lo hemos constatado personalmente. Además, dirijo la Subcomisión de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, ahora estamos elaborando un informe sobre las violaciones a los derechos humanos dentro de las Fuerzas Armadas, como el caso de unos cadetes de la Escuela Militar en Fuerte Tiuna que fueron hospitalizados en el Hospital Carlos Arvelo, porque hubo un accidente en el uso de bombas lacrimógenas durante un ejercicio, y ya han fallecido tres; además han querido ocultarlo.

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Tiempo oscuro

“Las horas más oscuras están por venir”, repitió durante esta conversación. Armando fue a su almuerzo y yo al mío; un par de horas después volvimos a encontrarnos. Llegamos al barrio Colombia de Guanta y en el automóvil recitó un poema de Ismael Cerna que lo emocionó al punto de no querer bajarse hasta terminar de leerlo. Al diputado lo esperaba una asamblea de ciudadanos, a fin de repasar los temas de la resistencia democrática: presencia en la calle exigiendo el revocatorio, denunciar irregularidades en el sistema oficial, hacer visible el halo mortífero en manos de la escasez y la delincuencia. Se consumó el lugar común: besos y bendiciones cortesía de las señoras del barrio, apretones de mano y promesas, niñitos que posaban para la foto besando al orador.

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“Armando” es el gerundio de un verbo, demuestra una acción pero no está definido por el tiempo: anoté mentalmente que eso era metáfora de algo, aunque todavía ignoro de qué. Alguien se acercó y dijo que los diputados de la oposición no estaban resolviendo nada, que en el fondo a nadie le importa nada. Una dama entrada en años y en carnes con una franela que portaba los ojos del Comandante Eterno me pidió que no tomara fotos. La pobreza era intoxicante y aun así la risa tuvo escenario. La gente hizo cola para estrechar la mano de Armando, el gerundio rampante, entre selfies y alabanzas; luego le mandaron un vaso de agua que se tomó en un trago largo.

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El discurso abordó tópicos tales como la fe, la lucha entre el bien y el mal, la valía de cambiar de opinión y de bando político como garante de la democracia, la importancia de erradicar la pobreza y sumar intenciones. “A la gente no hay que subestimarla, uno puede hablarle con metáforas. Los asesores te dicen que, dependiendo del estrato, debes manejar un discurso y hablarle a la gente de sus problemas. Pero yo no creo en eso, a la gente, sea quien sea, hay que hablarle de valores como la democracia y la libertad, la idea es inspirarlos”, explicó ante mi suspicacia. Después de la asamblea visitamos una residencia en otro sector de Guanta donde familiares y amigos entonaban los rezos en memoria de una jovencita de quince años, fallecida recientemente debido a un cáncer que no pudo ser tratado: no había quimioterapia.

La madre de la criatura, Nelly de Rodríguez, mostró una entereza admirable mientras relataba los hechos que arrancaron de su lado al fruto de su vientre. El diputado, notablemente inquieto y conmovido, se ofreció a visibilizar el caso y a continuar, desde la Asamblea Nacional, las denuncias en torno al deleznable estado del Hospital Universitario Luis Razetti, ya famoso gracias al New York Times. Y aquí es donde empieza el cénit de la jornada: Armando ya no parecía el mismo cuando abordó el carro. A las nueve de la noche, después del sollozo de una madre que acaba de perderlo todo, la realidad resulta demasiado espesa, despojada de poses y libretos: mientras rodábamos, cayó en su foso: un llanto contenido y a la vez indiscreto convertía el camino de vuelta a nuestras casas en una situación cuando menos singular. ¿Está llorando de verdad o lo hace porque estoy aquí y quizás escribiré sobre esto? ¿Los políticos lloran por nosotros? ¿Se despiertan angustiados sumando muertes en ese tablero demencial e infinito que gobierna nuestras vidas? ¿Les importamos? Queda por delante este período parlamentario para vigilar el desempeño de Armando Armas y sacar conclusiones.

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