Entrevista

Isadora de Zubillaga, la embajada de la prudencia

El presidente de la Asamblea Nacional Juan Guaidó la nombró embajadora en Francia, que lo reconoce como mandatario encargado de Venezuela. Caso inédito en la diplomacia: Nicolás Maduro también ostenta una delegación que, en París, empolla ilegitimidad y engaño. Rivalidades aparte, ella es el cerebro, junto a otros, de la andadura que adopta la oposición venezolana en materia internacional. Su objetivo no es otro sino el derrumbamiento del totalitarismo chavista

PORTADA: GABRIELA MEDINA
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Ha sido figura pública desde que, en 2006, se alistara en las huestes de Voluntad Popular. Su nombre, no obstante, siempre a la zaga de personajes más controversiales que se queman en el candelero mediático, pasa desapercibido. Otros muchos la han eclipsado, bien porque gusta de la discreción, la arcana compostura que la caracteriza, bien porque no ha detentado cargo de poder hasta ahora. Sus maniobras son de otras índoles, muchos más reservadas, tras bambalinas, “o estratégicas”, como ella asegura. No maquilla su proselitismo ni tampoco reniega de su fidelidad a Leopoldo López, quien la fichó como directora del despacho internacional de la Alcaldía de Chacao, cuando aún este gobernaba el municipio, antes de la inhabilitación y el presidio que lo proscribieron de los cargos de mando. Es cofundadora del partido de la tolda naranja, cuyo devenir, a veces accidentado, a veces a trompicones, promete cambios. Hoy, más que nunca, aviva ilusiones con la presidencia interina de Juan Guaidó. Fue él, y no otro, en el ejercicio de sus competencias, quien la designó en febrero de 2019 como embajadora de Venezuela en Francia.

Sin más preámbulos, la luz que la ilumina, la presentación formal que resuelve el anonimato de una carrera escarchada con no pocos éxitos —por su gestión como defensora de los derechos humanos es también ganadora del premio premio Sájarov 2017—. Ella es Isadora Suárez de Zubillaga, la especialista en ciencias económicas graduada en la Universidad de Boston que, en sigilo y sin aspavientos de arrogancia, teje una bien pensada urdimbre de alianzas extranjeras con el fin de derrocar a la dictadura de Nicolás Maduro.

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“Ella sabe más de lo que dice”, sisea un conocido que prefiere no identificarse. Hace alarde de una moderación diplomática rayana en evasión. Su discurso, por momentos predecible, no chirría con el que campea la oposición mientras discurre una gesta como la de David contra Goliat. Corea sin tartamudeos el estribillo que, el 23 de enero de 2019, compusiera Guaidó tras ungirse, por apego a la ley y a la letra, líder de la “Unidad Democrática”: “cese la de usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”.

A pesar de sucumbir a la simple enunciación, defiende los postulados del Plan País: las verdades, las obviedades y los problemas que no hallan asidero ni solución. Por ejemplo: “Capítulo I. La Venezuela que viene. Recuperar al Estado y ponerlo al servicio de la gente. Empoderar a los venezolanos a fin de liberar sus fuerzas creativas y productivas”. ¿Pero cómo? “Aquí no hay nada improvisado. Tenemos años trabajando en el Plan. Es verdad que, en un principio, puede quedar como un cuento ya conocido. Hemos repetido hasta la saciedad las mismas fórmulas porque estamos seguros de que esa es la manera de rescatar lo perdido. También es la forma de hacerle entender a todo el mundo que estamos preparados para tomar las riendas. Hay profesionales muy capacitados diseñando los programas que se van a implementar. En una primera fase, por ejemplo, solventar los apagones del sector eléctrico, la distribución de agua potable, ayuda humanitaria y salud”, suscribe sin pecar de intemperancia.

Zubillaga sabe que el cáncer del chavismo ha devastado geografías humanas, que no pueden esperar más. Que se despeñan por la escarpadura del crimen y de la impunidad. Que se sumen, sin aparente contención, en la mendicidad, en la hambruna y en la enfermedad, entre otras calamidades, en tanto Nicolás Maduro se aferra a la silla de Miraflores. Pero se persuade de que la crisis institucional en Caracas está en su fase terminal. Confía en la ciudadanía, en la Asamblea Nacional (AN) y en la planificación que rumió junto a Carlos Vecchio, Julio Borges, Freddy Guevara y el diputado Francisco Sucre. Esa que logró que más de 50 países reconocieran no solo la investidura ejecutiva de Juan Guaidó, sino también su talante demócrata y moral. La que se arroga el triunfo de las sanciones aplicadas a chavistas por los Estados Unidos y la Unión Europea y la que celebra los pronunciamientos en detracción a la tiranía de autoridades como Luis Almagro, Mike Pompeo, Donald Trump y el Grupo de Lima.

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“El éxito de esta campaña internacional se debe a que ha sido para Venezuela y no para satisfacer intereses particulares. También porque el mensaje es claro: rescatar los derechos humanos. Su violación trasciende partidos y filosofías. Hemos puesto al trasluz, las atrocidades del régimen y cómo ha pisoteado leyes y principios constitucionales. El carácter de nuestra lucha es tan pacífica, que el mundo entero lo sabe. Se trata de una oposición no violenta contra un monstruo que maneja las armas, que controla a la policía y a la guardia y a los colectivos, que sojuzga a la disidencia con intimidación, cárcel, persecución y tortura”, repasa el rosario de desgracias quien, antes de la embajada gala, consagraba sus pulsos en la defensa de los derechos de los presos políticos. Estuvo en el equipo multidisciplinario que, en 2011, ganó en la Corte Interamericana de Derechos Humanos de San José de Costa Rica el caso de Leopoldo López.

La reacción, la convergencia de denuncias y clamores de voces cuyos influjos arropan a buena parte de la región —Iván Duque, Jair Bolsonaro, Mauricio Macri y Sebastián Piñera, por nombrar apenas un puñado— son consecuencias de concomitancias que agrían entusiasmos y afectan las economías de América. Entre ellas, corrupción y contrabando, narcotráfico, paramilitares como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y, por supuesto, los miles y miles de venezolanos que franquean fronteras para huir de la escabechina, el luto y las ruinas que ha impuesto en veinte años el socialismo rojito. “El gran factor que rebosa el vaso es la migración masiva. Este deslave ha hecho que los países vecinos padezcan los males del chavismo. Se están desbordando con un drama que no era suyo. No tienen las posibilidades ni las capacidades de absorber la magnitud del drama. ¿Cómo integrar en sus respectivos sistemas a la gran avalancha de personas en condiciones terribles de miseria, escolaridad, desnutrición?”, se angustia la embajadora y saca la cuenta de una cifra que se hincha cada día.

De acuerdo a cálculos recientes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) más de 3 millones 400 mil venezolanos han abandonado sus hogares. A pesar de la morriña y el adiós que atenazan el pecho, a pesar de la fascinación y la extrañeza que conjuran los paisajes ajenos, a pesar del gentilicio que remarca la alteridad, la diáspora criolla se vigoriza e infla con una única esperanza: el retorno en libertad —aunque suponga inestabilidad para los anfitriones que la hospedan—. “Es que el éxodo se convirtió en un tema de seguridad regional. Y yo diría mundial, pese a que me gusta mantener nuestra coyuntura y su impacto negativo en la zona de influencia. Porque cuando se acomode, la región será la principal beneficiada. Una buena economía en Venezuela, fuerte y recuperada, va a incidir positivamente en ella”, da muestra de un optimismo cartesiano que, sin embargo, naufraga cuando lee o escucha las arengas acre de Diosdado Cabello ―el cacique del PSUV la acusó en 2014 de malversación de fondos y lavado de dinero, razón de su exilio en España―. Cae hacia atrás como Condorito por la contumacia de Maduro: insistir en que la causa de tanta penuria y sed y oscuridad es la “guerra económica de Donald Trump”, manipulación con tufillo cubano. “El régimen necesita precipitar esta situación. Le conviene el caos. Se beneficia con el gran número de desplazados. No le interesa el desplome de producto interno bruto (PIB), tampoco la no producción de petróleo con tal de mantenerse en el poder. La inseguridad ciudadana es política de estado”.

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Para frenar la depredación que no se justifica sino en el sadismo y en la perversidad, para reducir la sevicia dirigida a un pueblo que no desmaya —marcha tras marcha, cabildo tras cabildo— en su propósito emancipador, naciones, como Estados Unidos y Canadá, han deliberado y han decidido imponer las famosas sanciones a jefes y siervos del chavismo. Métodos que la propaganda oficial adultera con el mentís de que son castigos para el pueblo y no para particulares que han incurrido en dolo, estafa, enriquecimiento ilícito, entre otros delitos.

Para Cuba, China y Rusia lejos de aplacar la vorágine y la polarización dentro de la República Bolivariana las agravan y volatizan. Humo que ciega como el de los cañones de las pistolas y bombas lacrimógenas. Estos mecanismos de limitación e impedimento, sin embargo, han surtido efecto para restañar flujos de divisas y fugas de capitales. Pero no han detenido injusticias ni abusos. No han empujado a los capataces del gabinete de Nicolás Maduro, ministros y alto mando militar, a saltar la talanquera de la deserción.

“Pero eso no significa que no sean de gran valor. Entiendo que muchos desconfíen. Son años de opresión, pero estas sanciones, como la confiscación y congelamiento de bienes y cuentas a funcionarios, el ingreso a listas negras como la del Departamento del Tesoro, cancelación de pasaportes y abrogación de visados, prohibición de transportar crudo a Cuba, entre otras muchas, desestabilizan a la cúpula. Ella se sabe arrinconada, está desesperada, sin plata y con menos capacidad de acción”, desovilla los argumentos que la alivian, acaso porque sabe que las conexiones y pactos que ella ha ayudado a imbricar apuran reacciones inevitables. Y abren la hendidura por donde se filtran la desconfianza, la traición, la confabulación y el golpe acomodaticio que a punto estuvieron de asestar el 30 de abril Maikel Moreno y Vladimir Padrino López, presidente del Tribunal Supremo y ministro de la Defensa, respectivamente.

¿Contempla Isadora Zubillaga la sonora posibilidad de la intervención extranjera? ¿Qué opinión le merece la aplicación del artículo 187 numeral 11 de la Constitución? Amiga del disimulo, lo mismo que Juan Guaidó, quien a pesar de sus vacilaciones el 16 de mayo aseveró la existencia de una reunión con el Comando Sur de los Estados Unidos, se escabulle del interrogante con primor de marisabidilla. La embajadora vuelve a sus miramientos y remarca las afirmaciones de su pregón. “La presión está surtiendo efecto, no siempre es visible y debemos insistir sobre todo en Europa. Muy pronto veremos resultados”.

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Entonces, como articuladora de la ofensiva internacional, ¿cuáles son las particularidades, lo más puro, la quintaesencia de la estrategia? “Va dirigida hacia dos direcciones. La primera es regional. Hago énfasis particular en el Grupo de Lima. La línea va a ser más hemisférica, porque será desde la Organización de Estados Americanos (OEA). La segunda va más allá del Atlántico. Que Europa se haya convertido en una fuerza de solidaridad no es poca cosa. El consenso del continente no es nada fácil. A veces la gente lo desestima, pero yo le respondo que es muy importante que se haya obtenido la anuencia de 28 países, que están dispuestos a sancionar a personas que hayan infringido normas o cometido infracciones individualmente. Están de acuerdo en parar la venta de equipos de represión y armamento a Venezuela. Están abiertos a encausar una vía exploratoria para resolver el problema de manera pacífica, negociada”, sostiene mientras unas negociaciones con un grupo de contacto en Noruega acucian rechazo popular.

“Por último, resalto la agilización de nuestro caso en la Haya. Algunos gobiernos se han avenido a la propuesta planteada por otros: iniciar la investigación en Fiscalía. Entre ellas, Francia y Alemania. Y me detengo un segundo en este punto. Tradicionalmente la política europea hacia Latinoamérica la conducía España, por los vínculos históricos. Pero hemos visto una solidaridad y acompañamiento enormes desde Francia, Alemania y Reino Unido… las grandes potencias”, explica didáctica. Siempre pausada, así consiguió tender puentes desde la Alcaldía de Chacao hasta Curitiba, Medellín, Bogotá y Guayaquil, cuando trabajaba en un proyecto titulado “Diplomacia de las ciudades”.

Mientras en Venezuela cada hora alumbra cambios, noticias aciagas, y acontecimientos inesperados, Isadora Zubillaga observa a distancia. Analiza y hace lo que debe: propalar su mensaje de solidaridad y justicia para un pueblo que no aguanta más tormentos. Hace mutis ante las actuaciones de la familia López Mendoza —que para algunos contrarios fecundan suspicacias y entuertos—. Entrenada en las lides del silencio, no comenta los ardides o las socaliñas con las que Leopoldo López consiguió no solo el indulto y la liberación, sino también los tejemanejes que él mismito presumió en sus declaraciones después del 30 de abril. ¿Estuvo más que involucrado en las negociaciones frustradas con la Casa Blanca? Una elipsis. Para evitar que un enjambre de dudas zumbe dentro de su boca, no menciona nada acerca de la postulación de Leopoldo López Gil, como candidato del Partido Popular al parlamento europeo.

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Nunca habla a la virulé, organizada, se reúne con Emmanuel Macron y Theresa May y con quien sea necesario. En su agenda o teléfono móvil atesora los contactos de Enrique Krauze, Sergio Ramírez y Mario Vargas Llosas. Son cercanos a su bureau José María Aznar, Felipe González y Yorgos Papandréu. Por el presidente de la Internacional Socialista siente una especial admiración, un embeleso casi frenesí. Él ha bendecido a Voluntad Popular y, por añadidura, a ella misma. Para nadie es un secreto que su partido no apostata del credo socialdemócrata y laborista.

¿Isadora Zubillaga enarbola las banderas del libre mercado, de la descentralización del poder, del individualismo entendido como condición ontológica de la doctrina liberal, en fin, de las ideas del capitalismo de Smith, de Popper o de von Hayek? “Yo creo en valores como la libertad, la democracia y la solidaridad. Creo en medidas sociales progresistas que puedan sustentar un estado de bienestar. Yo lo llamo la política del sentido común y de la honestidad”, responde sin empaparse. No profesa ideologías. Mas no puede olvidar que el inicio de la catástrofe, de la desolación y del hundimiento ético e institucional del Venezuela tiene un nombre y apellido ideológico. Se llama: socialismo del siglo XXI.

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