Íconos

La pasión del Zapatazo

Después de caricaturizar a Venezuela por medio siglo, los trazos de Pedro León Zapata son inextinguibles. A cuatro años de su muerte los Zapatazos ilustrados meses atrás siguen publicándose diariamente sin que su aguda crítica pierda vigencia. El 27 de febrero de 1929 nació este autodidacta de las artes plásticas que desglosó su creatividad destacándose como caricaturista, pintor, escritor y humorista

Fotografías: Fabiola Ferrero
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La historia se sigue escribiendo sin la presencia de quienes ayudaron a construirla. Fascinación y fantasía convergen al cruzar el umbral de la residencia Zapata Comerlati. Es como adentrarse en un museo. No hay clasificación para las obras, pero sobra el arte en cada espacio. Esculturas, cerámicas y pinturas se encuentran por doquier. Hay que ser sigiloso para andar por el apartamento y no tropezar con alguna pieza, aunque ni siquiera esa precaución garantiza la victoria. Más de una creación se ha reducido a trozos después del roce de alguno de los ocho gatos que residen en el hogar.

No hay duda de que allí habitó un amante de la cultura. El penthouse donde vivió Pedro León Zapata durante 31 años fue su templo artístico. Su taller estaba en el segundo piso, pero el resto del apartamento fue una extensión de su ingenio. Las puertas de un closet a mitad de pasillo le sirvieron de lienzo para emular la pintura Gabrielle d’Estrées y su hermana, donde a la prometida del rey de Francia Enrique IV le tocan un pezón. En otras tres puertas quedaron inconclusos los protagonistas del Jardín del Edén. Adán, Eva y la serpiente se plasmaron en dibujo, pero no todos cobraron vida a color.

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Hay otros personajes que sí saludan diariamente. Teresa de la Parra, José María Vargas y hasta Simón Bolívar son compañeros taciturnos en el tráfico caraqueño gracias a Pedro León Zapata. Los conductores de Venezuela es un mural que pausa el pensamiento. La mirada escarba con curiosidad los 1.500 metros cuadrados de cerámica que componen la obra. El muro de contención que separa la autopista Francisco Fajardo del límite norte de la Ciudad Universitaria se revistió del pintor en 1999, pero su trayectoria artística data de medio siglo atrás.

En primaria, Pedro León hacía los dibujos de sus compañeros. Cuando tenía 14 años quedó huérfano de madre —ya había perdido a su padre siendo un niño— y ese vacío lo hizo redireccionar su futuro. Su gusto por la pintura estaba bien definido, así que no culminó el bachillerato en el Liceo San José de Los Teques. En 1945 ingresó en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, pero tampoco finalizó sus estudios formalmente. En 1947 fue partícipe en la fundación del Taller La Barraca de Maripérez y ese mismo año partió a México, donde vivió hasta la caída del régimen perezjimenista.

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Zapata era escéptico, pero cabe darle el beneficio de la duda a la existencia del destino. Su segundo matrimonio parece haber sido capricho de unos titiriteros que jugaron con él y con Mara Comerlati. Ella, 23 años más joven que él, conocía su obra desde que tenía 13 años de edad cuando se publicó el primer Zapatazo en El Nacional en 1965, donde se mantuvo perpetuamente hasta su fallecimiento. Ya lo admiraba cuando a principios de los años 70, mientras cursaba Comunicación Social, el caricaturista fue invitado a una clase por el profesor Germán Carías Cisco para que sus estudiantes lo entrevistaran.

Tres años más tarde coincidieron de nuevo en una cena. Sus reencuentros reincidían pero nada pasaba. Cuando Mara tenía 25 años de edad ya era reportera de El Nacional para la sección de Arte. Cubriendo esa fuente no pudo evitar una entrevista con él, quien diseñaba el vestuario para una obra del Ateneo de Caracas. Allí tuvieron la oportunidad de conversar y luego cada vez que el también escritor iba al periódico, se tomaba unos minutos para visitarla. Reuniones reiteradas en exposiciones culturales llevaron a que sus afinidades encontraran el mismo camino, el cual se prolongó por más de tres décadas.

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“Yo me críe en un ambiente muy sereno de gente trabajadora. Él era igual de sereno. No le gustaban las fiestas donde hubiera música y no se pudiera conversar. No bailaba. Se iba rapidito. Yo también era así. Teníamos muchas cosas en común, la manera de ver la vida y los valores compartidos. Yo por ser hija de viejos y él siendo bastante mayor que yo. Yo no sacrifiqué nada al empatarme con él. Encontré en él la prolongación de la vida que ya llevaba”, afirma Comerlati con voz plácida.

Contestatario democrático

El nombre de Pedro León Zapata resuena entre los caricaturistas más contestatarios de Venezuela. Tanto, que le valió una refrenda en cadena nacional por el expresidente Hugo Chávez, quien espetó “¿Cuánto te pagan, Zapata?” reaccionando a una ilustración que criticaba el militarismo de su gobierno. Esa actitud inconformista también era la estampa de su personalidad, “pero era muy democrático en la casa. No era impositivo ni autoritario. Tomaba en cuenta las opiniones. Esa cuestión contra el autoritarismo la practicaba desde casa”, manifiesta su esposa Mara.

La crítica analítica e irreverente ha sido siempre requisito primordial de la caricatura. Las páginas de El Relámpago ilustraron a un cocodrilo, depredador temible, para simbolizar el apetito voraz del Banco Nacional de Venezuela en 1844.

La predominancia de este género surgió con la revista Fantoches, fundada en 1923 por Leoncio Martínez. El humorista firmaba como “Leo” y, aunque se publicó hasta 1941, desde entonces el fin ha sido el mismo: adversar las gestiones gubernamentales del Presidente de turno. En 1923 el blanco era Juan Vicente Gómez y pese a que Zapata no fue testigo de ese régimen, el apodado “Benemérito” le parecía un personaje particular para esbozar. Incluso un libro le dedicó bajo el nombre de Los Gómez de Zapata.

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Su apellido se convirtió en insignia porque su formación de pintor influía en la estética de sus ilustraciones. “Él le dio una jerarquía a la caricatura que no tenía anteriormente. Una jerarquía desde el punto de vista plástico. Las impregnaba de cultura y le enseñó a la gente a apreciar  eso. A veces uno le podía decir que las personas no entenderían alguna referencia porque el común de la gente no sabía eso y él decía ‘¡Ah bueno, allá ellos!’. No le importaba porque él decía que si no sabían, era un buen pretexto para averiguarlo. No subestimaba a la gente. Consideraba que había que darles lo mejor posible. Él buscaba elevarlos”. Su altivez le hizo merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 1967; dos Premios Municipales en 1974 y 1978; y el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1980. Su esposa agrega que “él no vivía para los reconocimientos. Los recibía y agradecía, pero él no vivía para eso. A él lo que le encantaba era gozar. Amaba lo que hacía. Era algo muy determinante en él y fue lo que a través de diferentes vicisitudes de su vida lo ayudó, lo mantuvo firme y seguro para seguir adelante”.

En 1975 Zapata fue condecorado por el entonces presidente Carlos Andrés Pérez. De aquél momento llegó a contar que el mandatario le dijo “quién iba a pensar, Pedro León, que yo te iba a condecorar” y él le respondió, con tono solemne, “el desprestigio es mutuo”.

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Pedro León Zapata era un tachirense de corazón caraqueño que no concebía vivir en un lugar donde no pudiese contemplar El Ávila. Edificios vecinos al suyo —en la urbanización La Florida— nublaron su vista de la montaña, pero algo lograba vislumbrar desde su ventana. Pasear por la Avenida Boyacá (Cota Mil) recorriendo la base del pulmón de Caracas era una sencillez que lo inmutaba.

Trazos interrumpidos

Antes de que el amanecer aclarara la mañana, ya Pedro León Zapata estaba despierto esperando el diario El Nacional. Un repartidor llevaba, y aún lleva, el ejemplar cada madrugada. A las 6 de la mañana cuando se despertaba su esposa Mara, él ya tenía resuelta la caricatura para el periódico. Esta rutina se mantuvo hasta mayo de 2008 cuando tuvo una cirugía a corazón abierto que complicó su salud. Paulatinamente se deterioró su movilidad y capacidad visual. Eso supuso una dificultad para llevar el pan a la mesa, pues eran sus manos, las que plasmaban los Zapatazos, el ingreso fijo para mantener el hogar. Esa barrera debió dejarla atrás y puso a trabajar su ingenio, el verdadero autor de sus obras. Su analítica forma de pensar no solo debió compartirla con Mara, sino que debió cederle la batuta en la ejecución gráfica de sus ideas.

Él siempre sacó los planteamientos de la primera plana, así que Mara se encargaba de leérsela completa para que pudiera armar el rompecabezas. “Primero me dictaba las frases con su voz cuando todavía era bastante inteligible. Eso fue los primeros dos o tres años, pero después esa capacidad se fue deteriorando también. Al final me tenía que dictar letra por letra y cuando ya ni siquiera la letra era comprensible nos comunicábamos por señas. Por ejemplo, si él quería decir una “g”, señalaba a la gata y yo sabía que era “g” de “gato”. Igual con la “p” de “perro”, “t” de “televisión”. Entonces yo buscaba en las caricaturas viejas una que se asemejara al mensaje. La mayoría de los dibujos eran en blanco y negro, pero como el periódico publicaba en color yo se lo agregaba. Y con Photoshop borraba el texto original y copiaba la frase que él me había dictado”, relata para explicar el proceso de elaboración.

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La ilustración del día de su muerte, el 6 de febrero de 2015, bien podría ser publicada un día corriente del año en curso sin perder vigencia. “Lo que pasa es que aquí no tiene la calidad de vida la calidad debida” versaba. Una larga lista de colegas como Rayma, Edo, Weil y Bozzone se encarga ahora de darle actualidad gráfica a la situación país. A Zapata, su ausencia no lo preocupaba. Decía que el humor nunca había estado tan bien representado, que fuera tan abundante y de buena calidad como en este momento, a pesar de toda la crisis.

Su presencia es un boceto

La presencia de Zapata es perenne pese a la redistribución de los muebles en su apartamento. Son tantas las pinturas, dibujos y esculturas hechas por él que la casa parece un museo. Obsequios de la ceramista Aida Gruebler y del escultor y dibujante Cornelis Zitman se cuelan en la decoración. Jesús Soto y Rafaela Baroni no están ausentes. Uno espera que de pronto el silencioso Zapata aparezca y tome uno de los libros dispuestos en vitrinas, mesas, bibliotecas y se siente a leerlo en su poltrona, pero es solo una ilusión del tiempo que se mantiene congelado. “Ya ha pasado un año, pero para mí y sus hijos es un tiempo muy corto. Todavía no sabemos qué vamos a hacer con sus cosas. Tenemos la mejor intención de conservar y difundir su trabajo. Que mantenga, conserve y tenga el lugar que se merece en la cultura del país, en el periodismo. Desearíamos que eso esté a la disposición del público, que pudiera ser objeto de estudio”, expresa Comerlati sobre su partida.

Sería mentira decir que los trazos de Zapata no retratarán más a un país. Sus ideas se mantienen a pesar de la disparidad del calendario. Y aun cuando sus dibujos ya no sean más que una referencia al periodismo gráfico venezolano, ese penthouse de La Florida albergará la obra plástica de quien inmortalizó en lozas multicolores a los conductores históricos de una nación.

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