Historia

Lecciones del periodismo en dictadura

El periodismo siempre ha sido una amenaza para quienes detentan el poder. Aquí, un cuarteto de periodistas avezados relatan cómo sobrevivieron a la dictadura de Pérez Jiménez y a la persecución contra el comunismo que vino después. Pese a todo, consideran que lo que ahora viven los medios es más grave que lo sucedido hace más de 60 años

Composición fotográfica: Gabriela Policarpio
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Omar Pérez, alias “El compañerito”, hace gala de la tozudez de su memoria a sus 92 años. Se empeña en recordar nombres y apellidos, y ofrece detalles de los hechos como si los estuviera reviviendo. Llegó a Caracas en 1945, procedente de Duaca, estado Lara. Vino a la ciudad a estudiar en el Liceo Aplicación para graduarse como bachiller en Ciencias y luego estudiar Medicina, pero más pudo el periodismo. Comenzó en el diario Últimas Noticias (ÚN) como reportero policial y el 18 de octubre de ese mismo año tuvo una de sus primeras asignaciones. “Hay unos tiros en el Cuartel San Carlos. Ve para allá a ver qué pasa”. Lo que pasaba era el Golpe de Estado que derrocó a Isaías Medina Angarita.

Pérez se encontró inexperto y asustado frente a un tiroteo. Lloró, fue resguardado por Francisco Edmundo Pérez, “El Gordo” Pérez, “la estrella de la fotografía de El Nacional”, y hasta consiguió una escueta declaración del Ministro de la Defensa  –entonces ministro de Guerra– Delfín Becerra: “La situación está tranquila”.

A las 6 de la mañana del día siguiente, la conjura había rendido frutos. “En Caracas había un gentío caminando, pegando gritos, celebraban a Acción Democrática”. El país se transformó. Los medios informaron de la caída del Presidente de la República y del triunfo de la Revolución de Octubre. “Fue un golpe militar y Betancourt lo transformó en un movimiento civil. Los militares no eran políticos, sino defensores de la soberanía, no como ahora”, dice Pérez.

Pero las libertades duraron poco. Luego de la asonada, se instituyó la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt. En 1946 «El compañerito» se convierte en reportero del diario El País, un medio fundado por Betancourt y Valmore Rodríguez dos años antes. Allí “escribían los dirigentes de izquierda que no eran comunistas». En 1947 es elegido Rómulo Gallegos como Presidente, en la primera votación directa, secreta y universal de los venezolanos; y es derrocado nueve meses después. El ejército se sublevó y asumió el poder una junta militar encabezada por Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez.

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“El golpe fue en noviembre del 48, ya en febrero del año siguiente el medio estaba cerrado”. El periodista es enfático al comparar: “Cuando Rómulo Betancourt había absoluta libertad de prensa y antes, cuando Medina Angarita, también”.

Cuando clausuran El País, Pérez se va a Maracaibo y comienza a trabajar en Panorama –que también fue clausurado, pero pudo ser reabierto por un capital extranjero–. Conoce allá a Miguel Silvio Sanz, uno de los esbirros de la Seguridad Nacional: “No era el sanguinario en que se transformó cuando llegó a Caracas. Nosotros lo conocimos como Oficial de Investigación Policial y nunca me imaginé que era ese tipo cruel y horrible que se hizo la mano derecha de Pedro Estrada”.

La primera vez que José Luis Mendoza estuvo preso era un muchacho; apenas tenía 20 años. Hoy tiene 90, pero recuerda los detalles con precisión de reloj suizo. Era un miércoles y él estaba en su programa Tribuna unitaria, que se emitía por Radio Cabimas de cinco a seis de la tarde. “La Guardia Nacional llegó y me llevó preso. Era 24 de noviembre de 1948 y Rómulo Gallegos tenía 9 meses y 12 días como Presidente. Fui preso porque cuando hay un golpe de Estado siempre a los primeros que buscan silenciar es a los medios”.

Al sacarlo de la emisora, los guardias lo llevaron a su comando. Allí pasó tres días antes de que lo dejaran en libertad. Rememora que con él había unos 200 detenidos que solo estaban detrás de los barrotes por ser sindicalistas o militar en algún partido político. No hubo maltratos, además del mal rato. Mendoza continuó entonces con su actividad como corresponsal de El Nacional en el Zulia y de una agencia llamada Prensa Venezolana. También escribía en Tribuna Popular, el diario del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Su activismo lo llevó a ser miembro del Sindicato de Radio y Televisión. Era comunista, sindicalista y periodista; tenía todas las barajitas para serle incómodo a la dictadura de la Junta Militar. Con la gran huelga petrolera que comenzó el 3 de mayo de 1950, hubo represión, desaparición de todos los partidos políticos y sindicatos, persecución a sindicalistas y adecos. Mendoza fue a parar a Punto Fijo, en su natal estado Falcón.

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Lo no dicho

Con la llegada de la dictadura militar, se instauraron las juntas de censura. No se concebía una noticia que incomodara ni al alto mando, ni al más sencillo de los jefes civiles. Si había un choque y un involucrado era un guardia nacional la nota era censurada, si había un escándalo del que participaba la esposa de un funcionario tampoco salía. Nada que aludiera al régimen podía publicarse.

Cada nota, escrita a máquina, tenía que tener tres copias. Una para el jefe de información del medio, otra para el taller –en donde se montaba el periódico–, y la tercera para la censura que, además, debía ser la original. Si se prohibía que circulara esa información se tachaba con dos cruces y el jefe de información debía bajar a los talleres para que bajaran la noticia que ya estaba encajada en la página. Era época de linotipia y planchas. “A veces no había más nada con que llenar y ese espacio se quedaba en blanco. Eso molestaba muchísimo a la dictadura. Así que los periódicos debían buscar con desespero cómo llenar ese hueco y metían en un problemón al pobre tipo del taller”, recuerda Pérez. Hasta los juegos de pelota podían ser censurados.

Enumera Pérez a los censores que conoció: Arístides Parra, que era un poeta, Erwin Burguera “que luego fue diputado en el Congreso. Un tipo muy simpático. Cuando cayó Pérez Jiménez el primer carro que incendiaron fue el suyo”, y Vitelio Reyes con su famoso lápiz rojo. “Él era quien mandaba. Fue muy conocido por la cantidad de arbitrariedades que cometió, y era un escritor. Parece mentira”.

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La muerte de Delgado Chalbaud fue un caso emblemático en la redacción de El Nacional. El reportero policial estaba de vuelta en Caracas y trabajaba para el medio fundado por Henrique Otero Vizcarrondo. Los periodistas fueron a la Quinta Maritza en Las Mercedes –donde lo asesinaron–, al Congreso –“que era espurio pero fuimos”–, a la Seguridad Nacional y reconstruyeron el crimen ocurrido el 13 de noviembre de 1950, después de que el teniente coronel fuese secuestrado. “Yo era el reportero nocturno y tuve que llevar el material a la censura, que quedaba en el tercer piso de la Gobernación del Distrito Federal, frente a la plaza Bolívar. Desde El Nacional hasta allí eran apenas cuatro cuadras y yo me tardé como cuatro horas en llegar por los tiros. Temí que me mataran y yo lo que llevaba era una pila de papeles”.

Tanto esfuerzo no valió de mucho. Al día siguiente, a las 6:00 am se presentó en la sede del diario el Gobernador de Caracas y el Director del Aseo Urbano con tres camiones: “Incautaron toda la edición, porque Germán Carías entrevistó a Pérez Jiménez, por entonces ministro de la Defensa del régimen, y argumentó que ‘no le habían solicitado autorización para publicarla’, atribuyéndole esa responsabilidad a la dirección del periódico. En un régimen tiránico las cosas funcionan así y eso era una tiranía”. Otero Vizcarrondo logró rescatar tres ejemplares de la purga, y solo se le leyeron los periódicos que vendieron los pregoneros que llegaron antes que el Gobernador.

Información «benigna»

José Luis Mendoza seguía en Punto Fijo, aunque no precisamente enconchado: “Alguien nos delató, y caímos presas 12 personas. Duramos dos años en la cárcel por el delito de ser activistas políticos”. En 1956, a los 28 años, Mendoza era Secretario General del PCV en la Península de Paraguaná.

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El 17 de diciembre de 1956 Pérez Jiménez emite un decreto de amnistía, con la condición de que quienes quisieran salir en libertad debían abandonar el estado Falcón: “Yo me negué y nos dejaron presos a mí y a un dirigente adeco llamado Mario López Mussett”. Se quedaron detenidos hasta marzo de 1957, cuando la presión nacional e internacional sobre el general era más fuerte. Al salir, Mendoza regresó a la emisora Ondas del Caribe como locutor, pero no emitía ningún mensaje subversivo o crítico, sino que incursionó en la música y la poesía, y hasta conducía un programa de concursos. “Todo era totalmente aséptico. No se podía hacer otra cosa porque la censura no lo permitía”. Así como había una Junta de Censura para los impresos había supervisores de radio y televisión en cada ciudad de Venezuela.

Manuel Felipe Sierra recuerda que no había información política más allá de la que suministrara el gobierno. La prensa se enfocaba entonces en información internacional, deportiva y cultural. Cuenta que en los programas radiales se dedicaban a hablar de efemérides, cumpleaños o problemas comunitarios; y cuando comenzaron a aparecer las noticias no las producía el medio, sino eran enviadas por las compañías petroleras a través de servicios informativos, como ocurrió después con la televisión y los noticieros de Bolívar Films y Tiuna Films. El Observador Creole que apareció en 1953 lo patrocinaba la Creole Petroleum Corporation. “Desde enero del 53 –después del fraude en las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente de 1952– hasta enero del 58 la censura fue total”.

La tortura como amenaza

La gran espada de Damocles que pendía sobre todos los ciudadanos era la Seguridad Nacional. Cuando asesinaron al presidente de Panamá José Antonio Remón Cantera, el organismo de inteligencia policial venezolano colaboró en las investigaciones. El Nacional tenía como corresponsal en el aeropuerto a Carlos Lezama y escribió una nota en la que contaba cuál de sus funcionarios encabezaba la investigación. “El tipo era el bachiller Castro, un hombre de extrema crueldad, torturador, infame, perverso. Él siempre tenía puesto un anillo grande, cuando cayó Pérez Jiménez y lo metieron preso resultó que en el anillo tenía cianuro y se mató. Esa era la calidad de asesinos del régimen. La nota llegó a la censura y Pedro Estrada amenazó a Lezama:‘si esa nota sale publicada mañana, tú no amaneces vivo’”. La noticia no apareció.

La oficina de la Seguridad Nacional se encontraba en El Paraíso. A los reporteros policiales los dejaban entrar cuando iban a buscar información de algún suceso –que no siempre le facilitaban los policías–. “Un día llegué como a las diez de la mañana y venía bajando por las escaleras, con los anteojos destrozados y la cara destrozada Eduardo Gallegos Mancera, un médico comunista eminente, que asistía a la comunidad de El Valle y no le cobraba un centavo a nadie. Un hombre sumamente decente y honorable y lo estaban torturando para que dijera en dónde estaba Gustavo Machado. Eduardo repetía como una letanía ‘un comunista no es traidor’. Qué cosa tan horrenda”, relata Pérez. Detrás de Gallegos Mancera iba bajando un funcionario de la Seguridad Nacional que apodaban Torrecito, el mismo que vigilaba a Miguel Otero Silva.

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Entre 1956 y 1957 Miguel Ángel Capriles Ayala, dueño de ÚN, fue convocado 10 veces a la Seguridad Nacional y 16 veces al despacho del ministro Vallenilla Lanz, recordó Eleazar Díaz Rangel en su discurso ante la Asamblea Nacional por el 44 aniversario del 23 de enero de 1958. El director del tabloide también señaló la edición de El Nacional del 22 de abril de 1950, cuando en las páginas deportivas del impreso se mencionó a la manteca Los tres cochinitos –como en chanza se les llamaba a Pérez Jiménes, Delgado Chalbaud y Llovera Páez– y como castigo el periódico no circuló hasta el 3 de mayo. “El 10 de julio de 1953, como represalia por algunos artículos no publicados, oigan bien, no difundidos pero retenidos en la Junta de Censura, fue salvajemente golpeado por supuestos desconocidos el columnista de El Universal José González González”, afirmó Díaz Rangel.

«El compañerito» también estuvo preso. En 1952 el ministro de Relaciones Interiores llamó a El Nacional con los nombres de cinco periodistas que no podían seguir trabajando en el medio por ser “agitadores, adecos o comunistas”. Lo único que consiguió Otero Vizcarrondo fue enviar a Pérez como corresponsal a Barcelona. El gobernador del estado se llamaba José Enrique Machado y por cualquier información que escribiera que se refiriera a los problemas de la zona mandaban a arrestar al periodista. “En El Nacional pasaban cosas insólitas. Pablo Neruda publicaba poemas inéditos y hasta eso la censura mandaba a quitar”.

Con el enemigo

Aunque en apariencia el periodismo era incoloro e inodoro; en la práctica no tanto. Fabricio Ojeda era el periodista encargado de cubrir Miraflores para las páginas de El Nacional. Esas andanzas lo llevaron incluso a viajar hasta Perú con Pérez Jiménez. No obstante, cuando se creó la Junta Patriótica en 1957 asumió su Presidencia en diciembre de ese año.

“Algo le molestó a Pérez Jiménez porque un día Raúl Soulés Baldó, que era el Secretario de la Presidencia, llamó al periódico y pidió a otro periodista. Mandaron a Julian Montes de Oca y a los tres días volvieron a llamar porque no lo querían a él tampoco. Entonces Miguel Otero Silva le respondió ‘aquí tengo a un carajito, pero ya no te puedo mandar a más nadie’ y así fue como terminé yo metido en esa lavativa”, narra Omar Pérez.

Pérez era amigo de Ojeda. Él y su esposa compartían Carnavales y jolgorios, pero el primero nunca sospechó que su amigo encabezaba una revolución. Sin embargo, Pérez sí se involucró en la lucha final contra la dictadura. Varios periodistas entre los que se cuentan Arístides Bastidas, Héctor Malavé Mata y Francisco Salazar Martínez tuvieron a su cargo la difusión de panfletos impresos gracias a una imprenta que habían logrado preservar.

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“La oposición de la época tenía conciencia, honestidad y honradez. Eso fue lo que nos permitió lograr unidad. El pueblo se organizó, así fuese en la clandestinidad. Yo estuve preso en el mismo calabozo con el cura de Cabimas, que estaba allí por adeco y yo por comunista. Así empezaron a trabajar juntos los sindicatos, la iglesia, los empresarios, los partidos políticos y las agrupaciones culturales. Se formó el núcleo que hizo frente a la dictadura”, afirma Mendoza. El falconiano subraya que entonces el periodista no se autocensuraba: “Nosotros mandábamos la nota, si algo no salía que fuese decisión de la censura”.

¿En democracia?

En 1958 cae la dictadura de Pérez Jiménez y se restablecen los partidos, y aunque hubo un momento de eclosión política la prensa continuó bajo amenaza. Manuel Felipe Sierra comenzó en 1959 en el diario Clarín, un medio de izquierda. Rómulo Betancourt al asumir el gobierno le declaró la guerra a los comunistas y comenzó el acoso de la policía política, la Digepol que sustituyó a la Seguridad Nacional. “La persecución era implacable. No sabíamos si al llegar al taller la Digepol se había llevado todos los ejemplares. Las garantías estaban suspendidos. Los periodistas no nos quejábamos, sabíamos que estábamos desafiando al gobierno. El Clarín llegó a competir conÚN en circulación, pero al final cerró”, explica Sierra. “Y luego, con Leoni, comenzó una etapa siniestra”.

Durante ese período el periodista cubano José Suárez Núñez fue acusado de defender a los desaparecidos. Escribía en El Mundo, el periódico que Miguel Ángel Capriles fundó para celebrar el inicio de la democracia: “Todos los días había una lista de hasta 20 desaparecidos, yo no era comunista, pero una vez me abordó una mujer en el Ministerio Público y me dijo ‘yo no pido mucho, solo quiero encontrar a mi esposo y a mi hijo, creo que los han matado’. Así que empecé a publicar media página con todos los nombres. Salió por cuatro días. Al quinto, el desaparecido fui yo. La Digepol me fue a buscar, me retuvieron como 15 días y después fui deportado a Santo Domingo”.

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Sierra menciona el caso de Miguel Ángel Capriles Ayala, que siendo senador del Congreso, fue mandado a meter preso por Rafael Caldera, fue deportado y le quitaron parte de sus bienes. El mismo Sierra en más de una oportunidad fue acusado por vilipendio y debió responder ante los tribunales militares.

En democracia, Mendoza seguía siendo comunista. El presidente Jaime Lusinchi le llamaba “camarada” y Carlos Andrés Pérez le telefoneaba dos o tres veces por semana para preguntarle cosas del país cuando era Jefe de Información de El Nacional. Con Lusinchi, el periodista dirigió Venpres, la agencia estatal de noticias. “La profesión del periodista nunca va a ser tranquila, puede haber democracia y garantías pero uno duerme y amanece pensando en la noticia. Antes era más romántico. Ahora hay muchos intereses, y también hay periodistas presos; o periodistas que no están dispuestos a vivir esta situación y se van. Antes uno no huía, ejercía”.

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