El Estímulo

El laberinto de Cristiano Ronaldo

Magnífico jugador de fútbol, el portugués se retuerce ante lo que parece ser el único objetivo que hasta ahora se le resiste: ganar un torneo con su selección.

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(Reuters)

De los gladiadores romanos a los futbolistas modernos hay pocas diferencias. Cambia la disciplina, cambian las consecuencias de la derrota, y cambia, sin duda alguna, la trascendencia. En aquellos tiempos del imperio no existía la tecnología que engrandeciera las hazañas de los ídolos eternos, esa que nos permite ser observadores cualificados en Venezuela, por ejemplo, de todo aquello que sucede en Francia. El desenlace sí que es el mismo: el triunfador se transforma en referencia, y con el paso de las batallas va construyendo su leyenda, su sitio en la inmortalidad.

El negocio del fútbol es la mayor fabrica de dioses de carne y hueso de estos tiempos. Desde que la televisión se acercó a esta disciplina, el juego dejó de ser espacio para la diversión, la educación y la exposición de valores humanos, convirtiéndose así en espectáculo puro y duro. De lo que hacen 22 tipos en una cancha viven millones de personas, muchos de ellos sin vacilar en que lo que producen esos gladiadores modernos no es más que lo que les nace, todo lo contrario a lo que predican estos generadores de opinión, versión actual de los bufones de toda la vida.

«El deporte es, hoy, en el mundo, un gigante atrofiado e hipertrofiado a la vez. Tan corrupto como el hombre, cosa muy natural tratándose de un quehacer de hombres; mucho más natural cuando su conducción -desde todos los ángulos- pasó a ser un monopolio de hombres comunes, frecuentemente mediocres. En contraposición con alguna época en la que esa conducción estuvo a cargo de hombres incomunes, acaso  de `inadaptados sociales’, si afinamos sin sentido peyorativo el alcance de la expresión. Desde que el deporte quedó totalmente en manos de los `adaptados’ (a épocas y distorsiones), su anatomía es la de aquella contradictoria coexistencia de la atrofia y la hipertrofia en un mismo, gigantesco cuerpo«. Dante Panzeri

Esta actualidad no es nueva ni nos debe sorprender, a menos que la ingenuidad o la idiotez nos dominen. De ella se valieron Alfredo Di Estéfano, Pelé, Johan Cruyff(+), Franz Beckenbauer, Diego Maradona, Michel Platini, Zinedine Zidane, Lionel Messi y Cristiano (sólo por nombrar a los que protagonizan las discusiones de siempre) para mantener vivas sus hazañas y tapar un poco sus miserias. Ya se sabe, los ídolos son intocables y ay de quienes se atrevan a recordar su humanidad.

Y allí radica el verdadero enemigo de ese extraordinario futbolista que es Cristiano Ronaldo. Ninguno de sus pares, esos que mencioné anteriormente, tuvieron que luchar tan encarnecidamente contra un colega para ser reconocido como el número uno, y eso lo enfada, lo descoloca y le genera desequilibrios emocionales que luego ventila ante los ojos del mundo, en vivo y directo, o gracias a que hoy en día cualquiera que tenga un teléfono móvil puede hacer de Quentin Tarantino, así sea por unos segundos.

«Existe la idea de que la gente es libre, de que hace sus elecciones libremente. Todo el mundo cree tener una conciencia libre, mientras yo mantengo con tristeza y modestia que los hombres son fenómenos naturales observables. Tal vez no sea más deprimente que Balzac. Balzac plantea que la gente actúa conforme a su entorno social, que es un condicionante fuerte. Él cree que los hombres son seres condicionados, no libres«. Michel Houellebecq

Le decía que el fútbol es negocio y es espectáculo. A ello han contribuido los medios de comunicación, los mismos que le compraron a Diego Armando Maradona la mentira de que «el gol de siglo», aquella anotación frente a los ingleses en el mundial de México 86, fue obra exclusiva de su genialidad, y que quienes lo acompañaron podían haber sido sustituidos por muñecos sin vida, porque todo fue obra del Diegote.

El fútbol es un juego, un juego colectivo y una actividad compleja. No es posible tan si quiera disfrutarlo sin aceptar lo que produce la interrelación con nuestros compañeros y con el rival. Para que el gol de Maradona pudiese ser, el 10 necesitó de los movimientos y la solidaridad de aquellos que le fueron limpiando el camino hasta que semejante barbaridad se convirtiera en la mayor jugada de los mundiales. Pero a Cristiano, como a todos los hijos de estos tiempos, se les vendió el pescado podrido de que aquello fue Diego y nadie más.

Por ello anda el luso tan frustrado. No logra conciliar que su grandeza y sus objetivos quizá necesiten de socios más calificados para intentar que su amada selección invada el Olimpo. Olvida que las mejores versiones de Portugal no lo tuvieron como único faro sino que estuvo rodeado de talento y experiencia, virtudes personalizadas en magníficos escuderos como Luis Figo, Deco, Rui Costa, Nuno Gomes y Pedro Pauleta, todos conducidos por Luiz Felipe Scolari.

No hay dudas de que al portugués lo traiciona su personalidad, o mejor dicho, eso que muchos señalan como libertad de acción, pero permítame agregar otro condicionante: más daño le ha hecho su entorno, comandado por Jorge Mendes, su agente, uno de esos vividores que nada aportan a este deporte y que lo desangran gracias a la complicidad de periodistas sin alma ni gusto por el juego. Ese contexto en el que se mueve el portugués le empuja a creer que nadie está a su nivel, y que sus compañeros de equipo son deudores suyos, oficinistas con la misión de engrandecerlo, olvidando que en un deporte colectivo -cosa que Mendes y sus secuaces no comprenderán jamás-  el individuo condiciona al grupo y el grupo condiciona al individuo. No puede ni podrá por sí solo.

Quizá haya llegado el momento de escuchar las voces cualificadas que le sugieren que para brillar aún más, debe adoptar movimientos de centro delantero y así liberar a sus compañeros, como en el segundo tiempo contra Hungría, en el que marcó los dos goles para que su Portugal calificara como tercero a los octavos de final de la Eurocopa.

Con el camino despejado gracias al sorteo y el azar, el 7 está ante su prueba de fuego: ser para el grupo o ser para los alcahuetes. Menuda encrucijada.

«Si agredes al mundo con suficiente violencia, él te acabará escupiendo su cochino dinero; pero nunca, nunca te devuelve la alegría«. Michel Houellebecq

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