De Interés

La era del miedo

No es la era de ansiedad que describió W.H. Auden. No es la travesía turbulenta, la búsqueda de identidad y sustancia en una época de cambio y transición. Es miedo puro y duro. Es el cañón frio de una Smith&Wesson 9MM sobre tu frente, justo antes de abrir la puerta de tu casa.

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Es el pulso cardíaco, las pupilas dilatadas, la sudoración extraña que siempre te acompaña al salir del rancho en la madrugada, el escalofrío que te toma en la escalinata cuando te cruzas con alguno de los malandros del barrio antes de llegar a la parada. Es el temor de que agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional entren arbitrariamente en tu hogar y se lleven entre insultos y violencia a tu pareja.

Pero es también el temor a un repentino tiroteo en un café de un apacible barrio de Paris, en una discoteca, el terror frente el zigzag de un autobús en las calles de Niza, el miedo a un inesperado estallido de una bomba humana en la estación de tren, en el aeropuerto, el temblor bajo las ráfagas de una metralleta AK47 en alguna playa del norte de África. Es, como en los tiempos de Hobbes, el miedo a la muerte súbita. Es el terror como dominante de la cultura, la inseguridad como condición de vida.

Los siglos de tránsito a la modernidad estuvieron también caracterizados por el miedo. Nunca antes había sido tan intenso el terror a Satanás, el temor a la brujería, a la llegada del Anticristo y el Juicio Final.

El historiador francés Jean Delumeau en su magnífica obra, El miedo en Occidente, describe las peripecias de la aprehensión al daño desde la estremecedora experiencia de la Peste Negra de 1348 hasta las Guerras de Religión marcadas por aterradores sucesos como la sangrienta Masacre de San Bartolomé.

Todo el esfuerzo civilizatorio de los siglos posteriores, sin embargo, llevó a una mayor sensación de seguridad. En lugar del Homo homini lupus –el hombre es el lobo del hombre-, la locución latina que describía la sombra y los horrores de los que somos capaces los seres humanos, el desarrollo de las instituciones, del Estado y la separación de poderes, hizo posible, poco a poco, un mundo más a tono con la convivencia civilizada que con los instintos arcaicos destructivos.

Hubo tiempos de esperanza. La Venezuela del siglo XX fue uno de los más depurados ejemplos de las posibilidades de una vida de seguridad y progreso material en armonía y convivencia pacífica.

Hay muchos tipos de miedo, naturales, sobrenaturales, culturales. Pero si algo caracteriza el mundo contemporáneo es la intolerancia y el miedo al Otro, la aprehensión y el recelo frente a quien piensa diferente, frente quien es distinto. Los fundamentalismos religiosos y políticos reivindican el derecho a eliminar al otro por el mero hecho de ser desigual.

Erosionan los lazos morales de las sociedades que, por caminos espinosos, terminan consumidas por la anomia y la violencia primitiva. El miedo es una emoción defensiva que produce una reacción de alerta del organismo, pero también conduce a la parálisis. Se me hace que los horrores contemporáneos han propiciado tiempos de estancamiento y tullimiento.

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