En su variante no ritual y más pudorosa, el deporte tradicional de Japón también se practica en el país, con combatientes que pueden pesar hasta 190 kilos. “No son obesos mórbidos, sino atletas”, asegura el máximo directivo nacional del arte marcial
Todos sabemos que en Venezuela tenemos un Sumito. El pasado fin de semana, algunos nos enteramos de que también hay sumo. Sí, como en Japón, aunque los rikishi criollos no usan moñitos ni andan con las nalgas peladas. Junto con el desaparecido concurso Bailando con los Gorditos (Venevisión), se trata de una de las pocas actividades en que individuos con un sobrepeso notable pueden ser las estrellas, en una sociedad obsesionada por los chocolaticos en el abdomen y el Thigh Gap que les invisibiliza.
Sin embargo, técnica mata tamaño. Al menos eso ocurrió en el II Campeonato Nacional de Sumo, que se celebró el sábado de Halloween en el Parque Naciones Unidas de Caracas. Los adultos varones (sí, también hubo peleas de mujeres) compitieron en tres categorías de peso: sumotoris de menos de 85 kilos; de menos de 115 kilos; y la división reina de los superpesados (115 kilos de adelante). En el combate que más puso en alerta a las autoridades de Funvisis, el aragüeño Juan Carlos Castro, de 29 años y 190 kilos, derribó al carismático yokozuna Duglexer González, alias “King Musampa” (que dirige una especie de heya o cuadra de sumo en Caracas), no muy atrás en cuanto a tonelaje y cubierto de tatuajes, entre ellos uno en el brazo izquierdo en homenaje a Hugo Chávez.
Sin embargo, también hay una categoría libre, en la que se enfrentan sumotoris de todos los pesos, como en el boxeo de Nintendo, y allí se impuso Wlater Rivas, un instructor de gimnasio barquisimetano ágil, musculoso y atlético de “apenas” 98 kilos. En la competencia por estados, ya al final de la tarde, Rivas ratificó su dominio al derrotar en la final a Castro y sus 190 kilos, casi el doble. Para ello recurrió a una estrategia de sorpresa: sujetarle una pierna y hacerle perder el equilibrio.
“Soy el más pequeño y el menos pesado, pero lo que te da resultados es el entrenamiento, la habilidad y la fuerza. La base del sumo es una buena salida. La gente se inclina por los gordos. ¡Qué ganen los gordos!, gritan. Pero ese mito se ha ido perdiendo poco a poco”, indicó un exultante Wlater Rivas luego de alzarse con tres medallas de oro.
Violencia concentrada
No soy muy aficionado de los deportes de combate y sus complicados puntajes, pero el sumo me enamoró por su simplicidad. La pelea, en general, dura solo segundos. No hay puntos. Se gana de dos maneras: sacando al contrincante fuera de un círculo de 4,55 metros de diámetro (dohyo) o haciéndole impactar con el suelo cualquier parte del cuerpo que no sea el pie (también quedas descalificado si se te desenrolla el característico taparrabo de lona o mawashi y cae al suelo: en Japón, en el año 2000, se dio el caso de un profesional llamado Asanokiri que perdió luego de quedar completamente desnudo en transmisión nacional de televisión).
Están prohibidos los golpes de puño, los estrangulamientos, las patadas por encima de las rodillas, los jalones de pelo o los apretones de testículo, pero no las bofetadas.
El único país donde existe sumo profesional es Japón. La variante aficionada que se practica fuera de ese país es más pudorosa y no incluye rituales religiosos shintoístas como el uso de sal purificadora. La IFS (Federación Internacional de Sumo) aspira a que forme parte del programa de los Juegos Olímpicos Tokio 2020.
“En Venezuela empezamos en 2012, luego de que algunos entrenadores asistieron a cursos en países como Brasil, una potencia donde se hace sumo desde hace más de 70 años. Entre juveniles, adultos y mujeres, tenemos ya alrededor de 100 sumotoris. Nuestros principales logros han sido las medallas de bronce de la aragüeña María Cedeño, una atleta de 120 kilos, en los Juegos Mundiales de Combate San Petersburgo 2013 y los Juegos Mundiales (para deportes no olímpicos) de Cali 2013”, detalla Luis González, presidente de la Federación Venezolana de Sumo, que en 2016 enviará delegaciones al mundial de sumo de Mongolia (julio) y al sudamericano de sumo de Buenos Aires (septiembre).
El tamaño sí importa
Nalgas aparte, uno de los muchos aspectos polémicos del sumo es el de la obesidad mórbida: el tamaño importa, digan lo que digan. Si pesas igual que Godzilla, es muy difícil expulsarte del dohyo, incluso para rivales muy técnicos como Takanoyama, un peso liviano de origen checo cuyas proezas abundan en Youtube.
En Japón, los rikishi (profesionales) viven confinados en una especie de establos de engordamiento, donde hacen todo lo contrario de lo que recomiendan los nutricionistas: pasar largas horas sin comer y luego meterse atracones de Chankonabe, un potaje que incluye pollo, pescado, carne, tofu y vegetales, junto con raciones masivas de arroz y cerveza (según cierto concepto oriental de belleza, muchas mujeres les consideran auténticos sex symbols). Las estadísticas indican que tienen una expectativa de vida de entre 60 y 65 años, bastante inferior a la del japonés promedio, y que muchos desarrollan diabetes, cirrosis hepática y enfermedades coronarias.
“Yo soy sano 100 por ciento. No sufro ninguna enfermedad ni discapacidad”, asegura Juan Carlos Castro, el luchador aragüeño de 190 kilos. “Llevamos una dieta normal, balanceada. No nos podemos comparar con Japón. La vida de ellos es sumo desde que se levantan hasta que se acuestan. Comen siete veces al día, porque también entrenan mucho. En cambio uno trabaja, estudia y tiene familia”, contextualizó el también entrenador y practicante de judo, lucha sambo y lucha grecorromana.
“Nunca había hecho ningún arte marcial, esta es la primera. Mi hermanito menor empezó a competir en categoría juvenil y me dijo: ¡vértiale, métete en la de adultos! Y yo contesté: ¡Vamos a echarle! ¿Quién dijo miedo?”, relata entusiasmado Andrés Arturo Vélez, un vidriero zuliano de 128 kilos que compitió el sábado en Caracas. “Importa la fuerza, más que todo en las piernas. Tenemos una alimentación sana, no es como dicen por ahí que comemos para que uno esté gordo. Mientras más balanceado, mejor: sin tanta grasa, mucho arroz, carne, pollo, ensalada, lo que pueda uno comer sanamente. No he tenido problemas de escasez porque conseguimos todo así sea pagando más caro, y siempre hay alimento en casa”, agregó el fornido maracucho de 23 años.
“Los luchadores de sumo no son obesos mórbidos, son atletas”, les defiende el directivo venezolano Luis González. “Se ha comprobado que tienen el colesterol bueno elevado y una capacidad cardiovascular igual o superior que la de cualquier otro deportista. Saltan y su arrancada es como la de un corredor de 100 metros planos. El peso importa porque en el sumo profesional de Japón no hay categorías de kilos. Es un deporte de fuerza y técnica, pero predomina la fuerza”, sopesa el directivo.
Yosuke Sasaki, agregado cultural de la Embajada de Japón, se asomó unos minutos en el campeonato venezolano de sumo: “Estoy muy impresionado por la difusión en Venezuela de este deporte tradicional de mi país. Cada vez hay más aceptación aquí. Me gusta mucho el sumo, en Japón es un acontecimiento que allá todos ven en la televisión. No solo es una lucha en la que hay una victoria y una derrota. En el sumo se respeta al perdedor. Es un deporte que forma gente”.
La capital del país debería presentar recintos de lujo para la preparación óptima de sus atletas. Pero la realidad es otra: espacios sin mantenimiento, una pista poco amable con los músculos de sus atletas y piscinas que deben cerrar por falta de cloro reciben al deportista local. El Instituto Nacional de Deportes asegura que está tomando medidas al respecto; los afectados solo creen en los hechos.