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"El día que me quieras": la vigencia del país de Cabrujas

La pieza, que escribió y estrenó José Ignacio Cabrujas a finales de los años setenta, volvió a la cartelera caraqueña. Su texto, político y revelador, cae en los oídos como un golpe absoluto de vigencia. Sus actores, los nuevos y los de siempre, cuentan lo que ello implica en este país de crisis, éxodo y violencia

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Texto: María Angelina Castillo @macborgo / Fotos: María Angelina Castillo

Son las doce del día. Un reloj suena y es la única excitación del lugar, escribió José Ignacio Cabrujas. La sala y el patio están llenos de cerámica, matas y muebles delicados. Todo perfectamente ordenado; todo perfectamente aburrido.

Ella está sentada en el sofá. El hombre está detrás de ella. Le habla de tierras que ninguno conoce, de personajes que se desdibujan en una Venezuela atrasada, inmóvil en los brazos de una larga dictadura. María Luisa Ancízar y Pío Miranda conversan. “Camaradas, ¿cómo se llena un vacío?”, pregunta él y comienza una de las obras más conocidas de Cabrujas, que completa una suerte de tríptico junto con Profundo y Acto cultural, en la que el país y sus equivocaciones, la frustración y su levedad, son temas centrales.

El día que me quieras la estrenó El Nuevo Grupo en el Teatro Alberto de Paz y Mateos a finales de enero de 1979, con el mismo autor entre los actores en escena. Desde entonces han sido innumerables los remontajes, incluso en el extranjero: a Madrid y Barcelona llegó la historia que reunió a aquellos personajes tan venezolanos y a aquel extranjero idealizado para quien estaban dispuestas todas las flores de la ciudad, ese que no sudaba.

La pieza vuelve una vez más a la cartelera (incluidos lunes y martes de Carnaval) del Trasnocho Cultural. Producida por el Grupo Actoral 80, y respetando la dirección de Juan Carlos Gené, este montaje estrena actores (Sócrates Serrano como Carlos Gardel), repite a otros (Héctor Manrique sigue siendo Pío) y también los cambia de roles (Martha Estrada pasó de ser Matilde a interpretar a María Luisa Ancízar). Cada uno de ellos cuenta cómo ha sido el proceso de abordar los personajes de este texto tan político, de una vigencia que asusta, en orden de aparición.

 ACTO I

“¿Y Stalin?”. “En mí no influye el país a la hora de construir a María Luisa, porque ella está en otro ambiente –dice Martha Estrada–. Ella más bien es una mujer enamorada, romántica. Cree en lo que dice su amor. Mi mayor dificultad es que antes de mí estuvieron dos grandes actrices en el papel. Y tenía sus actuaciones tan frescas en la memoria que cuando leía el texto escuchaba sus voces. Nunca me había pasado eso. Entonces la fui descubriendo, yo soy en eso muy intuitiva. Fue un problema que todo el mundo me aconsejara. Eso me perturbó y mandé un poco todo eso al carrizo. Hasta a Héctor. Y comencé a armar a María Luisa como yo siempre pensé que era. Y la elevé. Porque ella es tan suave, tan que no pisa. Está en otro mundo, podría ser. Ella es también una mujer tímida; no es la explosión de Matilde, ni la fuerza de Elvira. Y creo que Pío no la trata muy bien; él la disminuye a veces. Y entonces se encuentra a Gardel, que es todo lo contrario, y le llama la atención. Me gusta ese conflicto emocional que puede tener el personaje”.

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“Y me provoca gritar: ¡Qué mal viven! ¡Qué mierda de vida viven, por no vivir medio metro más allá!” Entonces Pío Miranda le contesta a la mujer con quien tiene diez años de amores y a la que nunca ha tocado. A esa que le promete marxismos inaccesibles. “Yo para él uso dos palabras: fracaso y mentira”, sentencia Héctor Manrique. El actor ha interpretado este personaje desde 2005 y afirma que no ha cambiado mucho su manera de escenificarlo, solamente varía en la relación con los actores, las nuevas dinámicas que surgen en esa interacción.

“Pero sí siento que el público lo mira de una forma distinta. Cuando hicimos el espectáculo por primera vez no teníamos esta situación tan caótica. Pero ahora, cuando hablo con los espectadores, siento que lo ven como un responsable claro de las cosas que pasan. Y no es así, primero porque es un personaje; y segundo porque se habla de un momento distinto de la historia: la pieza está ubicada en 1935”.

Para elaborar a Pío Manrique se inspiró en un tío suyo que era comunista. De él tomó, por ejemplo, su forma de caminar, la manera como usaba los pantalones: “Fue una persona sumamente honesta y murió siendo una persona sencilla, humilde”.

“Yo no juzgo a los personajes –continúa–, los justifico en escena. Y lo que es lo amo profundamente”.

“Todas esas cosas pasando. Y yo en la Oficina de Correos”. Lo primero que dice María Cristina Lozada es “Elvia, la abandonada”, haciendo alusión a uno de los parlamentos de la obra. “Ella está hecha al dedo, a la letra, a la palabra de José Ignacio Cabrujas, que es un ser totalmente atemporal. Es increíble como él escribió al papel de Pío; siempre lo sentí como mea culpa, porque fue un crédulo imbécil, como él mismo decía. Igual que Teodoro Petkoff. Todos esos cerebros brillantes pasaron por su época de imbecilidad. Yo también y lo acepto. Pero Elvia tiene una particularidad: ella es el centro. Ella exige. Le pregunta a Pío que dónde está esa Internacional, porque ella solo ve la explotación del hombre por el hombre. Todos los personajes tienen una inquietud política. Y lo más vital para mí de El día que me quieras es que se trata de un lenguaje tan difícil, pero la gente lo entiende y lo asume”.

“Con su voz de barco que se aleja y horizonte que se quiebra”. Es la primera vez que Angélica Arteaga interpreta a la más pequeña de las Ancízar: la alegría de un hogar con 27 años de edad. “Mi inspiración es la gente joven. Les doy clase a 20 alumnos en el Actoral 80 y me conecto con esa realidad tan amarga. Matilde vive un poco alejada del mundo, lo que le permite tener ilusiones. Ella se refugia en las películas y canciones de Gardel para alejarse de lo que vive, de la dictadura. Yo la imagino sin muchos amigos, como le pasa a mucha gente ahorita; por eso se construye esa realidad paralela para sobrevivir espiritualmente, porque si no uno se vuelve como loco. Se refugia también en su familia; algo con lo que me relaciono porque a mí tampoco me quedan aquí casi amigos”, cuenta la actriz y directora.

Entonces se pregunta: “¿Matilde es en la obra el futuro de los Ancízar? Y qué futuro es ahora, en el año 2017, no lo sé. Probablemente en esa época no se consideraba alternativa irse del país. Creo que ella no lo hubiera considerado. Tampoco casarse, como en este momento: ninguna joven de esa edad piensa en boda; sino en sobrevivir, en su realización, su felicidad”.

“Y era como si me devolviera el nombre envuelto en cultura”. “Si bien Cabrujas siempre hurga en sus obras en lo que somos y cómo somos como país, en el caso de Plácido Ancízar él refleja muy bien eso que en muchas ocasiones nos caracteriza: la facilidad que tenemos para dejarnos encantar por cualquier ideología”, comienza a explicar Juan Vicente Pérez.

Para él, el único varón de la familia representa a ese ser que se deja hechizar. “Creemos que todo lo que brilla es oro, que todo lo que nos dicen es cierto, que afuera es donde está lo mejor. La experiencia y los años, la actualidad, nos han demostrado que no es así. Pero al parecer no todos se dan cuenta de eso. Y a medida que pasa el tiempo, la vigencia que cobran estos personajes es absoluta. Yo no digo que lo que hace el personaje está bien o mal. La misión de un artista es llamar a la reflexión y que cada espectador saque su conclusión”.

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“¡Carlos! ¡Llegamos! ¡Acá es!”. “Definitivamente cada remontaje obliga a una revisión e introspección distinta. Porque el actor puede ser el mismo, igual el texto y la obra, pero vivimos en otro momento. El país es distinto. A lo mejor hoy los Pío Miranda están en el poder. Y a nosotros nos afecta como actores que el texto sea tan actual. Cada personaje dice algo que refieres a tu entorno, tu yo interno, y Lepera no escapa a eso”, señala Juan Carlos Ogando.

“Él es ese personaje que compensa a Gardel, que le da humanismo, lo baja de ese pedestal de ídolo, de dios. Y hoy más que nunca es el cable a tierra con lo que ocurre en el país. Para mí Lepera, a pesar de lo poco que habla, ve lo que dicen los demás, ve eso en lo que creen, y dice: ‘qué rara es la gente de acá’. Y al final, cuando ve a Gardel llorando, él también se conmueve de lo que les sucede”.

“Buenas tardes. Me llamo Gardel”.

 ACTO II

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Sócrates Serrano tenía dos grandes referentes al momento de asumir a Carlos Gardel: Jean Carlo Simancas, el galán de los setenta que volvió al personaje varias veces; e Iván Tamayo, quien estrenó la propuesta de Gené de principios de siglo. Y tuvo que lidiar con eso.

“Al principio mis compañeros me decían muchas cosas. Que Jean Carlo no se paraba así. Que Iván agarraba el mantel de esta manera. Y yo escuchaba todo. Pero lograron abrumarme. Quise tomar mi propio camino. En diciembre nos tomamos una pausa y decidí trabajar el personaje por mi cuenta: a través del cuerpo. Le pedí al actor Daniel Rodríguez que me ayudara en lo corporal y nos metimos en la rutina desde el pilates. Fue el punto de partida. Y desde esa estructura pude encontrar el centro y el equilibrio del cuerpo en el espacio. Fue revelador, me dio esa seguridad que necesitaba”.

Entonces comenzó a proponer. “Descubrí a mi Gardel desde el desplazamiento en el escenario y explorando textos. Me vino una verdad: él sabe que le queda poco tiempo. Sentí que iba a la casa de los Ancízar porque sabía que no iba a poder llegar a Buenos Aires a despedirse y de alguna manera este fue el adiós para él. Porque estas personas se parecen a sus orígenes: Elvira es como la madre, María Luisa es como Ana, una de las novias con la que más duró. A Pío lo relaciono mucho con mi papá, que era un hombre de izquierda. Por eso cuando ese personaje se derrumba a mí me duele, y esto se lo presto a Gardel. Él es sensible a lo que le sucede a esta familia, a su dolor, su tristeza por esa Venezuela en dictadura. Por eso su despedida es tan nostálgica”.

Serrano cree que es justamente esa conexión desde lo humano lo que los nivela a todos: “Creo que lo que estamos viviendo en este momento, toda esta inflación de poder, de violencia, de mentiras, de arrebato de los espacios públicos, este abuso exaltado del liderazgo, todo se nivela cuando las personas se tocan emocionalmente en su lado más sencillo. Cuando nos conectamos desde lo afectivo, desde nuestra necesidad de amar, de ser reconocidos, de dar y recibir afecto, ahí somos todos iguales. Este Gardel va por ahí”.

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