Adquirir harinas, arroz, café o azúcar, pañales y hasta crema dental supone un calvario de horas para familias que intentan alargar su presupuesto con la compra de productos subsidiados, conocidos como «regulados», y hacerle el quite a revendedores que fijan precios que en ocasiones triplican el oficial.
«Esto es duro», dijo a Efe Maribel, una profesora de primaria y madre de dos hijos que cada viernes se desplaza en la madrugada desde Petare, barriada considerada la favela más grande de América Latina, hasta Los Palos Grandes, en el acomodado este caraqueño.
En esta zona los ávidos compradores aguardan desde la madrugada e incluso desde la noche anterior a las afueras de supermercados y farmacias para abastecerse, pudo comprobar Efe.
La venta de productos subsidiados se ha organizado para cada día según el último dígito de la cédula del comprador, un sistema absolutamente impensable para un país boyante en otras épocas.
Y como antídoto para este mecanismo, los venezolanos, alegres y conversadores por naturaleza, intercambian números de teléfono y entablan amistades fugaces con los compradores de alrededor para estar en contacto y organizar la visita a varios comercios ese día.
«Están vendiendo leche allá arriba», comentó Jenny, otra de las mujeres que intercambiaba mensajes vía celular con una amiga que le guardaba «un puesto» para su próxima fila.
«Los de la farmacia pudieron comprar jabón para platos, toallas sanitarias, crema dental y hasta pañales», respondió por otro lado una mujer.
En las filas abundan amas de casa, padres de familia y personas de la tercera edad, aunque en voz baja -y con cierto temor- hablan de los temidos «bachaqueros» o revendedores que se infiltran en las colas para abastecer su mercado paralelo, en el que ofrecen productos subsidiados a precios exorbitantes y sin largas esperas.
«Espero llevarme arroz y harina pan (usada para preparar las reconocidas arepas venezolanas), porque la semana pasada me tocó solo jabón», comentó ansiosa Arly, una estudiante y madre un niño de 12 años.
Al igual que ella, las decenas de personas que aguardan en el lugar desconocían qué comprarán, pues la oferta en cada establecimiento depende «de lo que traiga el camión» que cada mañana llega con diversos artículos, los cuales son vendidos en cuestión en horas.
Para organizar a los compradores, cada comercio ha desarrollado mecánicas que incluyen escribir un número en la muñeca de las personas para garantizar su acceso consecutivo o la entrega de un ticket numerado, la recogida por parte de efectivos policiales de las cédulas de identidad o la presentación del documento en la entrada.
«Estamos en un país que ha sido considerado entre los más ricos del mundo, precisamente porque nos encontramos sentados sobre una de las reservas más importantes de petróleo», reclamó recientemente la directora de Amnistía Internacional para las Américas, Erika Guevara-Rosas, durante su visita a Caracas.
Consideró una «vergüenza que hoy día la población venezolana tenga que enfrentar estos dramas», y lamentó que el gobierno, a pesar de haber decretado un estado de emergencia económica que reconoce la crisis y el deterioro del poder adquisitivo de los ciudadanos, no pida ayuda a través de los mecanismos de cooperación internacional.
Ajenos a estas disquisiciones, los venezolanos día a día repiten el drama de las largas esperas para comprar, una situación que empieza a caldear el ánimo en las calles cada vez más tensas por el desabastecimiento.