Reino Unido: una pequeña petaca
HARTWELL, Reino Unido – Es una pequeña petaca de latón dorado del tamaño de dos paquetes de cigarrillos y fue regalada a los soldados británicos durante la Primera Guerra Mundial. Desde hace más de un siglo, la familia de Melanie Henwood la guarda como un tesoro.
«Fue mi madre la que me dio esta caja, hace años», explica a la AFP esta elegante inglesa de 60 años que vive en Hartwell, un pueblecito del centro de Inglaterra.
«Me dijo ‘te gusta, así que deberías cuidarla en memoria de tu bisabuelo’ y desde entonces siempre ha estado entre mis tesoros».
La cigarrera le fue regalada a su bisabuelo, Enoch Davis, como a los demás soldados británicos que combatieron en la Primera Guerra Mundial, en las Navidades de 1914 por iniciativa de la princesa María, hija del rey Jorge V de Inglaterra.
El regalo se financió con donaciones públicas.
«Fueron las primera Navidades, la guerra empezó en agosto de 1914. Solían decir que se habría terminado para Navidad, nadie esperaba que durase cuatro años, pero cuando se hizo evidente hacia dónde se encaminaban las cosas esta era la prueba de que los amigos en casa no los olvidaban», explica.
La caja, con el perfil de la princesa María grabado junto a los nombre de los países donde combatían las tropas inglesas, contenía cigarrillos, un lápiz y una tarjeta con un mensaje de la propia princesa: «Los mejores deseos para un año nuevo victorioso».
Un siglo después, los cigarrillos ya no están pero el resto sigue intacto.
«Cuando la abres hay todavía un ligero aroma, creo que todavía se huele el tabaco. La abro todas las Navidades e imagino a mi abuelo haciendo lo mismo hace muchos años. Es una conexión real con las generaciones precedentes», afirma la sexagenaria.
«Me emociona mucho, encuentro profundamente conmovedor pensar en la historia que encierra».
Melanie piensa ahora en transmitir este pequeño objeto a la próxima generación y quiere aprovechar las conmemoraciones del centenario del armisticio de 1918 par hablar de ello con su sobrino y su sobrina, ambos treintañeros.
Alemania: un brazo ausente
HAMBURGO, Alemania – De niño, el alemán Joachim Mohr recuerda que adoraba a su abuelo Maximilian. Estaba al mismo tiempo «fascinado y asustado» por su miembro izquierdo amputado, producto de la explosión de una granada cerca de Verdún durante la Gran Guerra.
«Mi abuelo era un hombre alto, poco locuaz pero cordial y con sentido del humor», cuenta Joachim Mohr mostrando una foto de su antepasado que luce el uniforme, con la mirada seria y al mismo tiempo algo temerosa.
Con apenas 20 años, ese hijo de campesinos pobres del sur de Alemania se fue a la guerra a Francia en 1916. Herido en Verdún, le cortaron el brazo a la altura del codo. No pudo volver a utilizarlo y colgó para siempre de su hombro como un tubo.
«Cuando éramos niños, yo tenía 5 o 6 años, recuerdo que se divertía moviéndolo como una marioneta», cuenta con una sonrisa el escritor y periodista de 56 años.
«Nos daba risa, por supuesto, pero también sabíamos que si ese brazo estaba destruido era por la guerra, sin podernos imaginar demasiado lo que pudo haber sido», agrega.
Después de su muerte en 1978, cuando Joachim tenía casi 16 años, supo que su abuelo había dejado unos cuadernos describiendo todo el horror de lo que había vivido en el frente.
Aunque no daba muchos detalles, a menudo hablaba de su miedo a los ataques con gas, «porque había visto a compañeros morir asfixiados a su lado, a pesar de las máscaras que llevaban».
Minusválido y sin educación, Maximilian tuvo que trabajar como portero a cambio de un mísero sueldo con el cual mantuvo a cinco hijos.
Hoy este antepasado sencillo y profundamente pacifista «sigue presente» en la familia, asegura Joachim. «Mi hija de 11 años me pregunta por este bisabuelo que ve en fotos».
«Me impresionó mucho», cuenta. Aunque la vida fue dura con él, «nunca se dejó desanimar».
Rusia: un icono y un trozo de bandera
SAN PETERSBURGO, Rusia – Un icono religioso y un trozo de bandera. La familia de Olga Joroshilova logró conservar estas dos reliquias de la Primera Guerra Mundial a pesar del oprobio, e incluso del riesgo para quienes guardaran objetos de la época zarista durante la Revolución rusa y los tiempos de la URSS.
En las paredes de su apartamento en el centro de San Petersburgo, la filóloga e historiadora de 38 años cuelga los pocos recuerdos de la Gran Guerra al lado de los retratos de sus ancestros que lucharon en el conflicto, como su tío abuelo Leonid Punin, que dirigía una unidad de élite en la que también se encontraba su abuelo.
«Cuando la unidad se disolvió tras la revolución bolchevique en 1917, sus miembros se repartieron la bandera, y mi abuelo recibió la parte central», cuenta Olga.
La mujer también conserva otra reliquia familiar: un icono ortodoxo que su tía le regaló a su tío abuelo justo antes de morir.
«Quería que el icono lo preservara, pero lo mataron en 1916. Su hermano, mi abuelo, tuvo sin embargo una larga vida y no sufrió la represión de la época estalinista», cuenta.
Olga descubrió esos recuerdos por casualidad mientras rebuscaba en viejos documentos y periódicos conservados en el piso de la familia, que no solía hablar de los acontecimientos previos a la Revolución Rusa.
«Siempre me ha apasionado la historia y, cuando me enteré de que mi abuelo había participado en la Primera Guerra Mundial, empecé a pedirle detalles a mi padre, que nunca había hablado de la historia familiar», explica la filóloga.
El conflicto llevó a la Rusia zarista a la Revolución, allanando el camino para la llegada al poder de los comunistas, tras una sangrienta guerra civil.
Austria: un grabado del referéndum
VIENA, Austria – En Carintia, un estado meridional de Austria, vecino de Eslovenia, la Primera Guerra Mundial recuerda inevitablemente el cambio de fronteras que se produjo tras el armisticio de 1918 y transformó la vida de los habitantes.
Cuando Carmen Kuster, de 42 años, rememora su infancia en Gallizien, a unos 15 kilómetros de la frontera actual, piensa en una imagen: la de un grabado «colgado en todas las escuelas primarias y los institutos», que representaba el voto mediante el cual la región tuvo que elegir a qué país quería pertenecer.
El conflicto provocó el desmantelamiento del Imperio austrohúngaro, que unía bajo la bandera de los Habsburgo una gran parte de Europa Central y de los Balcanes. Nacieron entonces nuevos Estados, cuyas fronteras había que trazar.
«Hubo que decidir si el lugar donde yo nací tenía que seguir formando parte de Austria o unirse al nuevo reino de los serbios, croatas y eslovenos», que se convirtió luego en Yugoslavia, resume Carmen Kuster. En una región con habitantes de lengua alemana y eslovena, la cuestión suscitó debates acalorados.
«Mi bisabuelo era partidario de permanecer en el seno de Austria, militó por ello», explica Kuster.
El referéndum se celebró finalmente el 10 de octubre de 1920 en el sur de Carintia. En el grabado que muestra Carmen Kuster, una familia vestida con traje tradicional deposita su papeleta en una urna sobre la que descansa un escudo de armas de la provincia. El 59% de los electores votaron a favor de permanecer en Austria.
«El 10 de octubre sigue siendo un día feriado en Carintia, es una gran fiesta. La víspera, por la noche, se encienden hogueras en todas las montañas para celebrar el evento».
Vietnam: una foto en blanco y negro
HANÓI (Vietnam) – Una foto en blanco y negro del tamaño de un sello, que se ha vuelto amarillenta con el paso del tiempo. Eso es lo que queda de Dang Van Con, un joven vietnamita enviado a Francia al inicio de la Primera Guerra Mundial para combatir a los alemanes junto con miles de reclutas de Indochina.
Su familia destruyó los libros, las cartas, los uniformes y las fotos del soldado, a excepción de esa instantánea tomada durante la boda de un primo en 1953.
En el Vietnam poscolonial posterior al año 1954, dirigido por Ho Chi Minh, cualquier vínculo con los colonos franceses que acababan de ser derrotados era un motivo de pena de muerte.
«Tuvimos que quemar todas las pruebas de nuestra relación con los franceses», recuerda uno de los nietos de Dang Van Con, Cao Van Dzan, que ahora tiene 75 años.
Cerca de 10.000 vietnamitas fueron reclutados para combatir con los soldados franceses durante la Gran Guerra. Casi la mitad de ellos luchó en el frente, los demás trabajaron en fábricas o construyendo carreteras y vías de ferrocarril.
La mayoría de ellos eran pobres y sin estudios. Pero Dang Van Con, que procedía de una familia de clase media, era una excepción. De hecho, a su regreso de la guerra, la dinastía de los Nguyen, que reinó en Vietnam entre 1802 y 1945, le concedió un título honorífico, que contribuyó a mejorar el estatus de su familia. Pero, después de 1954, esa distinción le granjeó el desprecio de sus vecinos.
Su familia siguió manteniendo alianzas peligrosas, a ojos de los comunistas que ganaron la guerra de Vietnam en 1975. Durante ese conflicto, uno de los sobrinos del soldado luchó para el régimen de Ngô Đình Diệm, apoyado por Estados Unidos.
Dzan lamenta la destrucción de los recuerdos familiares, pero se alegra de que el camino marcado por su abuelo permitiera a sus descendientes estudiar y trabajar en el extranjero. «Su viaje a Francia hizo que sus hijos y nietos tuvieran un modo de vida civilizado», asegura.