Así como las playas del oeste de México y las de las islas del Caribe, las del sur de Florida también padecen la invasión de esta alga llamada «sargazo», que se extiende en una capa densa a lo largo de la orilla hasta donde alcanza la vista.
El agua, normalmente cristalina, parece de río barroso y el olor del alga podrida satura el aire.
Rodeada de este panorama, la mexicana María Guadalupe Vázquez, de 70 años, está echada junto a su familia en una silla de playa en Miami Beach, al sur de Florida.
«Nos vinimos desde aquel lado buscando dónde está más limpiecito», dice, frustrada, señalando el horizonte. «Pero no, todo está igual».
En un esfuerzo por atacar el problema, las autoridades de Miami comenzaron este viernes a limpiar las playas con camiones y cargadores frontales.
Pero esto es apenas un remiendo.
«El principal problema es el río Amazonas. El segundo, el calentamiento global. Mientras más caliente esté el agua, más se reproduce», dice a la AFP Steve Leatherman, experto en medio ambiente de la Universidad Internacional de Florida (FIU).
¿Por qué ocurre todo esto?
Según los científicos, hacia 2011 aumentó la agricultura en la región brasileña del río Amazonas. Esto derivó en un mayor uso de fertilizantes, porque, para sembrar más, los cultivadores que deforestan la selva obtienen a cambio un suelo muy pobre de barro rojo.
Estos fertilizantes son arrastrados por las lluvias al río Amazonas y terminan vertiéndose en el océano Atlántico, donde fertilizan exageradamente a las algas. El resultado es que «hay 20, 30, 50 veces más, 100 veces más sargazo del que hubo nunca antes», dice Leatherman.
«Creemos que esto será la nueva norma y habrá que buscar soluciones», advierte el experto, también conocido como «Dr. Beach» (doctor Playa), mientras camina tristemente entre las algas que invaden Miami Beach.
El sargazo es un fenómeno natural. Es todo un ecosistema del que se alimentan peces, cangrejos y aves. Cuando Cristóbal Colón vio la extensión que ocupa esta alga, al oeste de las Bahamas en el Atlántico Norte, su densidad le hizo creer que era una isla.
«Lo que ocurre en el océano Atlántico está bien. Pero esto ahora es un desastre económico y medioambiental», dice Leatherman.
– El Gran Cinturón de Sargazo del Atlántico –
Las lanchas de pescadores no consiguen arrancar. La playa es desagradable para los bañistas. Los peces fallecen porque las algas absorben el oxígeno. Las tortugas no pueden anidar. Si lo logran, sus crías no alcanzan el mar. Y, cuando muere y cae al fondo del mar, el sargazo asfixia los corales.
Esto sin contar los daños económicos que produce a la pesca y el turismo, que aún no han sido cuantificados.
En las Islas Vírgenes británicas el sargazo tiene dos metros de espesor. Punta Cana, una playa legendariamente turquesa en República Dominicana, está marrón. Barbados declaró emergencia nacional. México recurrió a su Marina Armada para remover el alga e intentar recuperar la belleza de Cancún.
«No sé lo que está pasando, pero no es algo lindo de ver, ¿sabes? Somos turistas», dijo Sed Walker, un videasta de 48 años que visitaba Miami Beach con su esposa Tia desde Los Ángeles.
Un estudio de la Universidad del Sur de Florida (USF) publicado en julio por la revista Science dice que probablemente este problema, que comenzó en 2011 con picos de hipertrofia en 2015 y 2018, ha llegado para quedarse.
Imágenes satelitales infrarrojas muestran cómo el sargazo se forma en la boca del río Amazonas. A partir de allí se extiende a lo ancho del Atlántico, desde África hasta el Caribe y el Golfo de México.
Los investigadores lo bautizaron «El Gran Cinturón de Sargazo del Atlántico (GCSA)». En 2015 y 2018, se extendió más de 8.850 Km. En junio del último año, su biomasa alcanzó más 20 millones de toneladas.
El estudio responsabiliza por el exceso de sargazo a las descargas de fertilizantes en el Amazonas y a los nutrientes naturales de la costa africana.
«La pregunta es si hemos llegado al punto donde el GCSA y su varamiento en las playas se han vuelto la nueva norma», dice el principal autor del estudio, Chuanmin Hu, profesor de oceanografía óptica de la USF.
«Bajo el continuo enriquecimiento de nutrientes debido a la deforestación y el uso de fertilizantes (…), la respuesta probablemente es positiva», escribe Hu.