Duque llegó a la Presidencia hace un año impulsado por la figura del expresidente Álvaro Uribe (2002-2010) que tenía en ese momento un pico de popularidad tras pasar desde 2013 a la oposición.
El hoy mandatario tuvo que cabalgar la ola de ilusiones que la travesía del desierto del uribismo había generado.
Sin embargo, en opinión del profesor de Ciencia Política de la Universidad del Rosario, Óscar Palma, ha pesado en su primer año de Gobierno «una especie de vacío en lo estratégico», puesto que «las campañas y los presidentes anteriores tuvieron un gran lema y una claridad de cuál era la gran estrategia de su Gobierno».
«En el Gobierno de Duque ha faltado un poco eso, puede ser una estrategia puramente de comunicación», considera.
Arrastrado por ello, en mayo pasado su popularidad bajó al 29 % según una encuesta de Gallup Poll, una cifra recuperada en parte este julio, según un sondeo de Invamer que le otorga un 37 % de imagen favorable entre los colombianos, si bien también en notorio descenso con respecto a sus datos de febrero.
En opinión de Palma, «muchos de los temas que se venían trabajando en el Gobierno anterior», el de Juan Manuel Santos, «se siguen tratando en este momento», pero cree que «parece haber una ausencia de una directriz, de una gran línea que nos hable de qué es lo que quiere este Gobierno, de cuál es la prioridad estratégica».
«El Gobierno de Santos tenía muy clara la bandera de la paz, el de Uribe tenía clara la bandera de la seguridad, el de (Andrés) Pastrana tenía la bandera de la negociación y eso le daba un norte a las personas sobre a dónde iba el país», explica.
Entre los éxitos que puede contar Duque en este tiempo está sin duda el freno al crecimiento de los sembradíos de coca, con un aumento disparado desde 2014.
De acuerdo con la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (UNODC), en 2018 las hectáreas con coca eran 169.000 frente a las 171.000 de 2017, una cifra que no solo muestra un descenso en los primeros cinco meses de Gobierno de Duque -de momento no hay datos posteriores- y un freno a su crecimiento, sino que sirve para mejorar las relaciones con EE.UU., del que Colombia es el principal socio en la región.
Con el imprevisible Donald Trump en la Casa Blanca, las relaciones entre los dos socios han pasado altibajos por cuenta del crecimiento de los cultivos ilícitos y con el nuevo dato de sembradíos de coca, publicado el pasado 2 de agosto, estas vuelven a encauzarse.
Otro punto en el que Duque ha mostrado liderazgo es el de la crisis venezolana que, con el éxodo constante de ciudadanos a Colombia, se ha convertido en un asunto de la agenda interna.
El canciller Carlos Holmes Trujillo ha recorrido buena parte del mundo explicando la situación y captando apoyos, mientras que la solidaridad de Colombia con los venezolanos que cruzan las fronteras no ha parado.
Por otra parte, en la gestión económica ha mantenido el rumbo de su antecesor y ha seguido un crecimiento sostenido que el BBVA prevé sea del 3 % al cerrar el año.
Sin embargo, la sensación en el bolsillo de los colombianos no se percibe puesto que la inflación de agosto de 2018 a julio de 2019 fue del 3,79 %, 67 décimas más que en el mismo periodo anterior.
Además, en este tiempo el peso colombiano ha sufrido una fuerte devaluación con respecto al dólar que le llevó a ser cambiado a 3.461,07 este lunes, un mínimo histórico.
Eso supone un riesgo muy alto, según los expertos, para una economía que depende en buena medida de las importaciones.
La otra gran incertidumbre es la que se cierne sobre la implementación de la paz, la gran bandera de su antecesor.
Muchos temían que con el uribismo de nuevo en el poder el Gobierno Duque «hiciera trizas» la paz, tal y como había anunciado un destacado miembro de su partido, pero en cambio ha quedado en una especie de congelador con un conflicto que parece iniciar un nuevo ciclo sin tanta carga política como criminal.
En el limbo se encuentran igualmente los diálogos de paz con el ELN, paralizados tras un brutal atentado de esa guerrilla en Bogotá en que murieron 22 cadetes de Policía, pero no suspendidos definitivamente.
Tal vez el mayor lunar de su Gobierno está en el asesinato de los llamados «líderes sociales», punta del iceberg de la violencia del conflicto.
Aunque todavía no hay cifras consolidadas para los últimos 12 meses, un estudio de la ONG Instituto de Estudios sobre Paz y Desarrollo y el movimiento político Marcha Patriótica sostiene que ya son más de 700 líderes y 135 exguerrilleros de las FARC los asesinados desde 2016.
En estos ámbitos son en los que más se ha dispersado un Gobierno que, en opinión de Palma, parece tener muchos objetivos pero dispersos: «Es un poco de seguridad, un poco de implementación de la paz, no hay una gran narrativa de para dónde vamos y ese vacío se siente».
«Los colombianos sienten que el Gobierno no necesariamente va para algún lado y puede que estén aplicando políticas en diferentes frentes que son necesarias pero falta ese direccionamiento estratégico de entender cuál es la gran bandera», asegura.
Todo eso deriva en «una especie de vacío de liderazgo nacional» que se percibe «en los grandes debates nacionales», concluye Palma.