Opinión

Con el morral lleno de miedo

Escribo esto a las pocas horas del asesinato del adolescente Kluiver Roa en el Táchira. Veo las fotos. El muchacho está tirado en el piso, boca abajo, tiene el morral puesto. Vuelvo a ver las fotos, veo lo que no quiero ver, lo que me resisto a creer. Allí están sus sesos. Son sus sesos, y fue asesinado, sin duda. No se golpeó él mismo contra una pared en un ataque de odio contra el régimen. Él no se mató a él mismo, y disculpen el giro de lenguaje, pero esto podría ser uno de los tantos maravillosos argumentos de quienes todo lo argumentan con absurdos y falacias.

Publicidad
Foto: AFP | George Castellanos

¿Pero usted sabe qué? Pues lo que usted sabe y lo que yo sé, es que nada se sabe. Ya nada podemos saber a ciencia cierta. Todo es cortina, humo, todo es un juego de espejos. Y es que yo no sé qué autoridad de seguridad ciudadana del Táchira, de apellido, por cierto, Cabeza, dijo que un fuerte golpe, una contusión en la cabeza fue lo que recibió el muchacho.

¿Un fuerte golpe en la cabeza? ¿Una contusión? ¿En serio?
También podrían decir que fue un tiro, pero que fue un francotirador de la CIA.
Eso también vale, ¿no?
Aunque yo, claro, sigo sin saber.
No obstante, le voy a decir otra cosa que sí sé: tengo miedo.
Y otra cosa que también sé: yo soy yo.
Yo soy yo y mi dolor.
Yo soy yo y mi tristeza.
Yo soy yo y mi cabeza (todavía sin tiro).
Yo soy yo, y no Capriles, y no Leopoldo, y no María Corina, y no Ledezma.

Yo soy yo, coño, y no Chávez, y no Maduro, y no Cabello, y no Izarra, y no Jorge Rodríguez, ni el pobre loco delirante de La Hojilla.
Yo soy yo y mi libertad mía de mi cabeza. Y esta libertad mía, señores, me pone a trabajar todos los días por mí país. Esta libertad mía de mi cabeza sabe que está también unida a los demás (con sus demás libertades), y que aquel que mienta una libertad para todos, lo que en realidad quiere es una esclavitud para todos.

Yo no vine a este mundo a tomar partido por un grupo de carajos poco confiables que pretenden decirme qué es la realidad, cuál es mi realidad. Yo soy yo en mi relación con los demás. Nadie me dice cómo debo relacionarme con otros, con aquella persona que aprecio y que me lee y que me admira pero que no piensa políticamente como yo. ¿Por qué carajos alguien por encima de nosotros me va a decir que no puedo estimar y respetar a esta persona y que esta persona no me puede estimar y respetar?

Yo soy yo, y mi creencia de que los pobres merecen un mejor destino, más oportunidades, mejores trabajos. Pero no por eso me voy a poner de parte del delirio, de los orates, de la ambición de poder que se esconde detrás de cierto discurso humanitario populista.
Yo soy yo y no me estoy llenando los bolsillos de dólares ni tengo prebendas en ninguna alcaldía ni en ningún ministerio.

Yo soy Fedosy Santaella, un triste profesor universitario, licenciado en Letras, que cree que escribir sirve de algo, que cree que enseñar sirve de algo, y que cada día tiene más miedo.

Yo soy yo y mis hijos. Yo soy y el abrazo que le quiero dar a mi chamo de nueve años sin que él se entere de que tengo miedo, de que no lo quiero soltar, de que no quiero que crezca y que salga a protestar. Te quiero siempre a mi lado, vivo a mi lado, no salgas, no te me vayas.

Miedo, no puedo tener otra cosa que miedo. Lo que se quiere es que tengamos miedo. Pero no un miedo que nace porque alguien levanta polvo a la distancia, haciendo ruidos amenazantes de fondo. No, acá hemos llegado al miedo de verdad. Miedo con asesinato al lado. Miedo con impunidad al lado. Miedo de protestar, porque la protesta ahora es criminal.

Por cierto, ¿protestaba Kluiver? No se sabe. En la niebla del miedo nada se sabe. Pero si no protestaba, pues peor.
No puedo sacarme esta imagen: ese muchacho con su morral, ese muchacho de escuela con su morral ahora cargado de miedo.

Publicidad
Publicidad