Opinión

Argentina: a 65 años de la “Revolución Libertadora”

Juan Domingo Perón mostró desde el inicio de su gobierno (1946) una tendencia a la hegemonía política, en abierta contradicción con el ideal democrático. Aunque el movimiento surgido el 16 de julio de 1955 intentó revertir al peronismo, tuvo el efecto contrario por la intolerancia del gobierno que encabezó el general Pedro Aramburu

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El coronel Juan Domingo Perón irrumpe en la política argentina a raíz del golpe de Estado de junio de 1943, que derrocó al presidente Ramón Castillo. El general Pedro Pablo Ramírez (1943-1944), primer líder del levantamiento, declaró que la labor de los militares atendía al objetivo de “renovar el espíritu nacional y la conciencia patria –que ha sido ahogada– infundiéndole una nueva vida”. Los militares que protagonizaron la Revolución de Junio mostraban profundas divisiones, lo que se tradujo en una gestión marcada por la inestabilidad y por varios cambios de gobierno.

El supuesto carácter autoritario de los gobiernos surgidos a partir de 1943, se manifestó con la intensificación de medidas represivas contra los grupos de izquierda y sindicatos. Los partidos políticos fueron declarados fuera de la ley. Se intervino las universidades, se inició una campaña moralizadora en los espectáculos y costumbres y se decretó la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Se disuelve el parlamento y las autoridades provinciales libremente elegidas quedan reemplazadas por otras, directamente designadas por los militares.

Día de la dignidad

Perón emergería como el líder indiscutible de un movimiento popular de masas, constituido cuando presidió la Secretaria del Trabajo y Prevención, cargo que había asumido el 2 de diciembre de 1943.

Tras disputas y disconformidades con militares conservadores que participaron en el golpe de 1943, Perón, el 9 de Octubre de 1945, renunciaría al Ejercito, afirmando: “Dejo, pues, el honroso y sagrado uniforme que me entregó la Patria para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudorosa que elabora en el trabajo la grandeza del país”.

Al día siguiente, pronuncia su discurso de despedida de la Secretaria de Trabajo y Prevención, “despojado de toda investidura”. En esa ocasión expresaría: “Esta obra social, que solo los trabajadores aprecian en su verdadero valor, debe ser también defendida por ellos en todos los terrenos”. Perón se apartó discursivamente del gobierno del que había formado parte, definiendo su labor como producto de la lucha de los trabajadores.

El 17 de octubre de 1945 ocurrió una movilización en la que clase trabajadora irrumpió la política de la época, considerándola un nuevo actor social bajo la consigna “¡Queremos a Perón!”. Este se encontraba retenido por militares adversarios en el gobierno. Despectivamente, se identificó al movimiento como “aluvión zoológico”. Posteriormente, pasó a denominarse “Día de la Dignidad”.

Interpretaciones

El peronismo es producto de un momento de transición en el que las masas, provenientes principalmente del éxodo rural, se incorporan a la vida política. Pero lo hacen desde una situación de “anomia”, en estado de disponibilidad y permeables a la oferta de un liderazgo carismático. Entonces, las clases trabajadoras logran entrar, por fin, en la arena política. Pero al mismo tiempo son cooptadas y pierden su autonomía al endosársela a Perón.

En camino a la Presidencia

El 17 de octubre puede verse como el primer acto de la campaña de Perón para las elecciones que se celebrarían el 24 de febrero de 1946, en las cuales es elegido presidente. Fue atenuando su perfil militar y comenzó a presentarse como un líder político.

Se autodefinía como el presidente de “todos los argentinos”. También, con gran insistencia, proclama el «Gobierno de los trabajadores». Destaca que su mandato tiene un fundamento obrero, siendo la primera vez en la República que tiene esta característica. Se cumple el mandato de las masas trabajadoras, que lo habían elegido para llevar adelante un gobierno que asegurara la justicia social dentro de la sociedad argentina. Sostiene no tener otro partido político que no sean los sindicatos obreros y afirma ser “un compañero más de los trabajadores de mi Patria» (9/10/46).

La deriva autoritaria

Existe consenso en cuanto a que Perón derivó hacia un estilo cada vez más autoritario y menos tolerante con la oposición y los medios de comunicación de la época. Nunca se mostró atento a las reglas ni a los mecanismos de lo que tildaba como “democracia liberal”, insuficiente con respecto a la “democracia social” que propugnaba.

La democracia liberal resultaba insuficiente en un momento en el que “la gran tarea” consistía en la inclusión de las masas en la vida política. Concluía: “La democracia liberal, flexible en sus instituciones para retrocesos y discreteos políticos y económicos, no era igualmente flexible para los problemas sociales”.

Perón creía, o al menos eso expresaba en su discurso, en una democracia directa, que iba más allá de los clásicos contrapesos institucionales de la democracia liberal. Postulaba un vínculo entre el líder y su pueblo sin mayor mediación. Bajo esta conceptualización, trató de acaparar el máximo espacio institucional posible y de eliminar cualquier contrapoder que pudiera hacerle frente.

Lo hizo, en el interior de su propia coalición electoral, cuando, poco tiempo después de ser elegido presidente, ordenó la fusión de las siglas de los partidos en uno nuevo, unificado, que terminaría conociéndose como Partido Peronista.

El control de las instituciones

Con el parlamento bajo su control absoluto, Perón enfiló hacia la Corte Suprema Argentina de la época. Esta instancia se había mostrado como uno de los núcleos opositores más resistentes durante los últimos meses del gobierno militar saliente, en 1946. En abril de 1947, la totalidad del Senado votó a favor de la destitución de los magistrados, sustituidos por figuras afines al nuevo gobierno.

En 1949, valiéndose de la amplia mayoría con la que contaba en ambas cámaras, el peronismo promovió una reforma constitucional, además de propiciar un conjunto de avances sociales. Ello le allanó el camino para la reelección presidencial, hecho que por primera vez se registraba en la historia del siglo XX argentino.

La nueva constitución incluía más poderes para el Ejecutivo. Entre estos, la aplicación del veto parcial. Establecía el voto directo para su elección –con lo que se eliminaba el paso intermedio del colegio electoral– y ampliaba el mandato de los legisladores a seis años. El Congreso le concedió a Perón el grado de general.

Reelección

Para los comicios de 1951, Perón fue el candidato del oficialismo. En esta ocasión, se evidenció el uso parcial y sesgado de los mecanismos electorales. Finalmente, Perón consiguió la mayoría absoluta en las presidenciales de noviembre de 1951, con 62,5 % de los votos.

La victoria se cimentó, principalmente, en un período de extraordinaria bonanza económica, por la demanda de productos agrícolas argentinos en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. De ello se benefició, en la práctica, toda la sociedad, debido a la acción redistributiva diseñada por el justicialismo. Se considera que Perón recibió un país próspero y que al salir del gobierno (1955) dejó una economía quebrada.

Hegemonía ideológica

El nuevo congreso, de absoluta mayoría justicialista, respaldó que la “doctrina peronista” en la práctica se convirtiera en doctrina nacional. Un nuevo intento de equiparar los conceptos de partido y nación. La consagración del peronismo como único movimiento nacional eliminó todo vestigio de pluralismo en la vida política: las otras expresiones partidarias quedan relegadas a una existencia semiclandestina. La afiliación al partido oficial pasó a ser requisito para el desempeño de cargos en la administración. Las imágenes de Perón y Evita se multiplicaron en los libros de lectura de la escuela primaria y en los sitios más diversos del espacio público.

El progresivo intervencionismo del gobierno en las áreas educativa y asistencial sería visto por la Iglesia como una intromisión en lo que consideraban un espacio de exclusiva incumbencia. Eso fue carcomiendo lentamente la relación entre ambos. Perón empezó a criticar directamente la acción de varios sacerdotes como abiertamente antiperonista y a retirar ciertos privilegios a la Iglesia, como la enseñanza religiosa en los colegios o la aprobación de la ley del divorcio.

El bombardeo de la Plaza de Mayo

El 16 de junio de 1955, la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo argentino, fue blanco de ataques de la Fuerza Aérea y de aviones de la Marina, en un intento por derrocar a Perón. Para ese momento, Argentina vivía un ambiente de agitación social protagonizado por sectores conservadores y el gobierno peronista, que había iniciado una dura disputa con la Iglesia católica.

Perón llamó a un acto en respaldo al gobierno para ese día. Pasarían aviones de la Fuerza Aérea como parte del evento. Alertado por el servicio de inteligencia de que el palacio de gobierno podría ser bombardeado, abandonó la Casa Rosada y se trasladó al Ministerio de Defensa.

En tierra, tropas rebeldes iniciaron la toma de la sede de gobierno y buscaron sellar el golpe de Estado. Pero el Ejército, leal a Perón, montó rápidamente armamento antiaéreo y fuerzas de infantería se sumaron a la defensa del Palacio. Los sindicatos también reaccionaron y dispusieron grupos armados para la defensa del gobierno.

Cuando las tropas sublevadas intentan acercarse al centro cívico, son duramente repelidas y tuvieron que retroceder. Se inició una batalla calle por calle. La derrota en tierra fue clave para cargar el balance en favor de Perón. El bombardeo de la Casa Rosada y dl centro cívico de Buenos Aires dejó entre 150 y 370 muertos, y casi mil heridos.

Perón es derrocado

El 16 de septiembre de 1955 estalla una rebelión de varias unidades del Ejército, la Marina y Fuerza Aérea en Córdoba, Corrientes, Bahía Blanca y en la Base Naval de Río Santiago, cercana a ciudad de La Plata. Desde Córdoba, el general Eduardo Lonardi dirige la sublevación y el día 19 logra entablar conversaciones con los mandos que se mantenían leales a Perón, para presionar la renuncia del presidente.

Al mediodía, la Radio del Estado anuncia que Perón renunciaba a su cargo y varias unidades se pliegan a los sublevados en la provincia de Buenos Aires. El hasta ese momento presidente salió del país y se refugió en Paraguay.

Lonardi, asumió la Presidencia el 23 de septiembre. Dos días después, Estados Unidos y Gran Bretaña reconocieron al nuevo gobierno. Prometió encarar una etapa de en la cual “no habrían ni vencedores ni vencidos”. Clausuró el Senado, removió la totalidad del Poder Judicial y designó la Junta Consultiva Nacional. En esta instancia participó la mayoría de los partidos políticos, dejando expresamente fuera al peronismo y al Partido comunista.

La Junta Consultiva Nacional gobernó 52 días. A Lonardi lo sucedió en noviembre el general Pedro Eugenio Aramburu, quien le imprimió al régimen un fuerte sesgo antiperonista. Señalaría que los integrantes del gobierno de transición no podían postularse a cargos comiciales y garantizaría el restablecimiento de las condiciones éticas, jurídicas y políticas que, consideraba, permitirían al pueblo elegir pacífica y libremente su futuro gobierno constitucional.

La “desperonización”

El programa antiperonista buscó convencer a los peronistas y simpatizantes de que habían sido víctimas del engaño de un líder corrupto e inmoral. Podría definirse como el proyecto de eliminación del peronismo como identidad política. Implicó técnicas diversas, desde exonerar a quienes habían sido funcionarios, hasta intervenir sindicatos e investigar las supuestas irregularidades del gobierno depuesto.

El Partido Peronista fue proscrito. La Fundación Eva Perón fue disuelta y sus bienes fueron liquidados. Los restos de “Evita”, que se encontraban en la Central General de Trabajadores (CGT), fueron retirados y transferidos a un lugar desconocido por años. Quedó prohibido el uso de los símbolos peronistas. Se declaró ilegales a la CGT y a la mayoría de los sindicatos. Se detuvo a dirigentes políticos y gremiales y se anuló la Constitución de 1949. Hubo fusilamientos durante una revuelta militar-civil, lo que hizo que el peronismo lo llamara “revolución fusiladora”.

Depuración castrense

Se abrieron juicios por «traición a la Patria» contra Perón y figuras de su gobierno. Un tribunal militar lo separó de sus rangos castrenses. Aramburu inició la depuración de las fuerzas armadas para excluir los elementos peronistas.

El nuevo gobierno promovió una de persecución preventiva del comunismo. Confirió un rango estratégico al espionaje ideológico. El resultado fue la militarización de las agencias de seguridad e inteligencia, que tomaron como tarea monitorear la conflictividad interna y hacer espionaje sobre actividades vinculadas con el comunismo y las acciones de la “resistencia peronista”. La Prensa, periódico clausurado durante el gobierno de Perón, volvió a manos de sus propietarios y fueron clausuradas las publicaciones que simpatizaban con el líder.

La visión de Rómulo Betancourt

El fundador de Acción Democrática, Rómulo Betancourt, quien se encontraba en el exilio desde el derrocamiento del gobierno de Rómulo Gallegos en noviembre de 1948, identificaba al peronismo por inspirador y haber prestado determinación a Marcos Pérez Jiménez para la instauración de su régimen dictatorial.

Calificaba al peronismo y al nuevo gobierno militar venezolano como “cruzados” del neofascismo castrense. Esta corriente mantenía la tesis del “destino manifiesto de los ejércitos”, que postulaba la exclusión de los civiles de la política. “La religión de las espadas había encontrado su profeta en el megalómano rioplatense”, afirmó Betancourt.

Con relación a la “Revolución Libertadora”, consideraba que algunos grupos castrenses “intuyen” -y otros comprenden a cabalidad- una suerte de “dilema inexorable” en el que sectores realmente profesionales de las fuerzas armadas insurgen “codo a codo” con el pueblo, contra las dictaduras militares. Añade que inexorablemente llegaría el momento en que “la marea revolucionaria popular” arrasaría no solo con “el podrido andamiaje” de esa dictadura, sino también con los ejércitos que la sostienen o aúpan.

En esa tarea, serían las propias Fuerzas Armadas las que terminaron de abatirlos, en defensa del patrimonio moral y material de la nación y del propio prestigio de la institución castrense.

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