Opinión

Cuando la sangre hierve

El partido Argentina - Países Bajos dejó varias opiniones sobre la actitud de los fútbolistas antes, durante y después del juego. En esta nota, Carlos Domingues analiza las responsabilidades de los equipos y la influencia del espectador sobre los jugadores

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No comulgo con aquellos que critican que un deportista sienta presión. Muchos suelen descargar ese tipo de responsabilidades a quienes tienen que llevar la comida a la casa, a quienes tienen que trabajar duro para responder con el día a día.

Lo cierto es que lo que dejó el Argentina – Países Bajos sirve para analizar, y mucho, sobre las realidades del deporte; o del fútbol, para ser más específicos.

Las declaraciones altisonantes en la previa del encuentro por cuartos de final del Mundial había caldeado el ambiente.

¿Por qué debería estar mal? Cada quien expresaba lo que realmente siente, lo que en su corazón palpita.

¿Por qué siempre se debe ser políticamente correcto? Nadie ofendió a nadie. Cada quien opinó lo que cree es cierto.

Luego, en el campo, las actuaciones personales, que no corresponden al juego, fueron resultado de esa dialéctica que antecedió al juego. Una tensión perenne que, pensaron los neerlandeses, podía desequilibrar al joven cuadro de Scaloni.

Hay maneras de buscar sacar ventaja y considero que Van Gaal fue por esos pagos, válido en toda lid mientras no se le falte el respeto al contrario.

Y ahí está la diatriba: ¿hubo falta de respeto? La llama se encendió y los futbolistas entraron calientes. Provocaciones iban y venían, se decían de todo. Para mí, resulta muy fácil criticar lo que pasa dentro de un campo de juego desde una silla, una tribuna, un mueble, una mesa. Lo que ahí dentro pasa obedece a una cantidad de elementos que solo en el campo se puede entender.

Argentina tiene una presión extrema, como ninguna otra selección en este Mundial. Las expectativas que levantaron con un récord descomunal de partidos sin perder, la Copa América ganada a Brasil en el Maracaná y el buen juego, se azuzó con las ganas de ver a un futbolista como Lionel Messi ser campeón del mundo. Futbolistas, aficionados, argentinos, no argentinos: es muchísima la gente en el orbe que quiere que el astro sea campeón del mundo para que sus ojos se llenen con el privilegio de haber visto al mejor futbolista de la historia, porque según solo le falta un título de Copa del Mundo para serlo.

Entonces criticamos actuaciones cuando él le dice “bobo” a un rival en la entrevista final. La presión por demás excesiva que tiene cada futbolista argentino, que también, como los hinchas, quiere que Messi sea campeón del mundo, hace que su desempeño se produzca en un clima extremo, difícil de controlar. ¿Que son profesionales y deberían lidiar con eso? Ni que fueran robots y no les corriera sangre por las venas.

No critico que se celebren goles en la cara. Critico que sea tan extrema la presión por un lograr algo. El fútbol mueve muchísimo dinero e intereses. El mundo pone sus ojos en cada partido de Catar, pero no puede dejar de ser un deporte, una distracción. Estamos estableciendo límites muchas veces inalcanzables y pareciera que las prioridades nacionales pasan por el fútbol y no por otros aspectos relevantes.

Argentina, que no vive buenos tiempos, quiere una alegría, pero más que quererla, parece exigirla. Entonces Scaloni estalla en lágrimas cuando uno de sus futbolistas marca un gol porque ha tratado de bajar los decibeles en una presión extrema.

No se puede criticar lo que pasa en el campo cuando es consecuencia de lo que, como opinadores, generamos. El fútbol debe divertir, no angustiar.

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