Opinión

Esa terca normalidad

Hablar de normalidad no es sinónimo de bienestar o de que las cosas estén bien. Aún en medio de conflictos sociales o incluso bélicos la normalidad se impone. Porque hablar de lo normal es asociarlo con lo habitual o cotidiano, lo que se hace todos los días

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Esa terca normalidad
foto archivo |cortesia

En días pasados recibí unos cuantos comentarios negativos y se me cuestionó en redes sociales dado que compartí una noticia que hablaba de un “lunes normal” en Venezuela tras la tensión y expectativa que se vivió en el país durante el fin de semana del 15 y 16 de noviembre, cuando parecía inminente alguna acción de envergadura de EEUU dentro del territorio venezolano, e incluso en la propia dirección del chavismo se parecía estar en espera de que “algo” ocurriera.

Pero mientras ese “algo” no ha llegado, desde que en agosto comenzó a desplegarse la inusual y significativa presencia naval y militar de Estados Unidos en el sur del Mar Caribe, la vida para los venezolanos ha continuado en su normalidad. Y repetimos, normalidad no es sinónimo de bienestar o de necesidades satisfechas.

Lo normal, en el occidente venezolano, es estar sin luz varias veces a la semana. Lo normal en los barrios populares de gran parte del país es que sea un calvario conseguir el gas doméstico. Lo normal, y es lamentable, en estos últimos meses ha sido estar en silenciosa angustia por lo que vaya a ocurrir y además no poder hablarlo con vecinos o compañeros de trabajo o estudios por temor.

Parte de esa normalidad de Venezuela hoy es que la gente vive con temor de hablar con otros de política y menos aún pronunciar la palabra invasión. De eso no se habla, salvo puertas adentro en el hogar o con amigos muy cercanos y confiables. Y al ser algo cotidiano es parte de lo normal. No está bien, pero lo normal no es una categoría moral sino una interpretación social.

Estoy seguro de que mi buen amigo Rafael Uzcátegui, formado como sociólogo, estudió críticamente a Émile Durkheim, uno de los padres de la sociología moderna. A fines del siglo XIX este estudioso del comportamiento social sostuvo que a diferencia de la visión moral, lo «normal» no es necesariamente lo «bueno» o lo «ideal», sino un hecho social estadístico y funcional.

Que un lunes, en una Venezuela en medio de las dificultades diversas que se viven, lo mayoritario sea que los niños vayan a la escuela (y así está siendo, aún con las naves de EEUU en las inmediaciones de las costas venezolanas), eso es lo normal.

Sí, y también es parte de la normalidad que en la mayoría de escuelas públicas no haya agua, se vean clases dos días a la semana, no haya comedores y los maestros ganen una miseria. Pero aún así, lo mayoritario es que esas escuelas funcionen. Esa normalidad debería ser de otra manera, sin duda alguna.

No tengo elementos de análisis psico-social, pero sí he observado que aún en situaciones adversas o de calamidades, la naturaleza humana tiende a construir una cotidianidad.

En el caso venezolano vi los datos recientes de un sondeo en el cual en la mayoría de venezolanos sigue latiendo el deseo de un cambio, pero los venezolanos no han detenido su vida cotidiana en espera de que llegue ese cambio. La vida sigue, y cada día hay tareas y desafíos cotidianos.

La normalidad, de seguir con rutinas y actividades del día a día, o de tener una escapada a la playa (como sucedió para muchos ese fin de semana del 15 y 16 de noviembre), no es porque haya una orden gubernamental de que la vida normal siga o porque no se tenga interés a lo que sucede políticamente.

La normalidad es terca y sigue siendo un comportamiento social aún en situaciones críticas.

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