Política

Lula, Venezuela y la oportunidad perdida

A lo largo de 2024 tuvimos no uno sino varios Luiz Inácio Lula da Silva. Desde uno irónico, para decirle a María Corina Machado que dejara de llorar por su inhabilitación, pasando por otro que emplazó sin éxito a Nicolás Maduro a que mostrara las actas electorales, cerrando el año pasado con un mensaje lapidario: la resolución de la crisis era exclusivamente de los venezolanos

Lula
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El tres veces presidente de Brasil es de nuevo noticia en relación con Venezuela. Tras reunirse con el presidente Donald Trump en el marco de una cumbre en el sudeste asiático, Luiz Inácio Lula da Silva se ofreció a mediar entre Caracas y Washington a propósito del despliegue naval y militar en el Caribe y la ola de ataques a embarcaciones, según la Casa Blanca dedicadas al narcotráfico.

La oferta mediadora de Brasilia, que no obtuvo respuesta estadounidense de inmediato, se produjo en medio de los anuncios velados, directos y figurados de eventuales ataques terrestres dentro de territorio venezolano por parte de Estados Unidos.

El Lula da Silva que se ofrece a mediar en este octubre de 2025 sirve de excusa para revisar las posiciones de esta figura icónica de la izquierda latinoamericana y brasileña, quien cumplió 80 años el pasado lunes y que anunció su intención de buscar un cuarto mandato presidencial en las elecciones previstas para octubre de 2026.

«No quiero nada mejor ni peor para Venezuela, quiero que sean unas elecciones como en Brasil, que participe todo el que quiera. Quien pierde llora, quien gana ríe y la democracia sigue”, esta cita de marzo de 2024 fue la primera expresión pública durante el año pasado, período en el cual Lula se manifestó en diversas ocasiones y con distintos tonos.

Vistas en retrospectiva eran estas palabras adecuadas para aquel momento cuando el foco de discusión giraba en torno a la inhabilitación de María Corina Machado. Con decisiones administrativas del TSJ y CNE, la ampliamente votada precandidata en las primarias de octubre de 2022 no podía ser candidata presidencial en 2024, en una franca violación de la ley ya que sobre ella no pesa ninguna condena firma por actos de corrupción u otros delitos causales de una inhabilitación política.

“Fui impedido de concurrir a las elecciones de 2018. En lugar de quedarme llorando, yo designé a un candidato sustituto, que disputó las elecciones”, ironizó Lula da Silva, también en marzo, tras el llamado que hizo Machado a varios países, incluido Brasil, para que hiciesen gestiones diplomáticas para levantar la inhabilitación espuria que aún pesa sobre ella.

En aquel momento era un Lula que se entretenía en comparar a Venezuela y Brasil. La decisión del CNE de impedir la inscripción de Corina Yoris, una estrategia de Machado que justamente seguía el consejo del brasileño, le llevó a calificar esa decisión de «grave», y demandó “elecciones inclusivas” en Venezuela.

Un Lula, otro Lula

En el mes de julio, previo a las elecciones, Lula pasó a una ofensiva crítica sobre Nicolás Maduro, algo inédito, ya que en general el octogenario líder izquierdista como muchos de su acera ideológica optaron por guardar silencio ante la deriva autoritaria que no apareció en Venezuela en 2024, sino que provenía de 2015 cuando el gobierno de Maduro se negó a aceptar el resultado adverso que le arrebató la mayoría en la Asamblea Nacional y pasó a desmantelar al poder legislativo.

«Le he dicho a Maduro que la única oportunidad para que Venezuela regrese a la normalidad es tener un proceso electoral ampliamente respetado», admitía tácitamente, con esta declaración, que en Venezuela no existía una normalidad democrática como cándidamente había sostenido meses atrás. Era julio antes de las elecciones.

«Me asustaron los comentarios de Maduro de que Venezuela podría enfrentar un derramamiento de sangre si pierde. […] Maduro necesita aprender que cuando ganas, te quedas; cuando pierdes, te vas. Te vas y te preparas para disputar otra elección», aquel comentario también antes del 28J, por parte de Lula da Silva terminó por colocarlo en una dimensión crítica hacia el chavismo.

«Fue un proceso normal y tranquilo. […] Es normal que haya una pelea. ¿Cómo se resuelve la disputa? Presentando las actas. Si hay dudas sobre las actas, la oposición debe presentar un recurso y esperar la decisión, que tendremos que acatar». Esta fue la primera reacción del presidente de Brasil a las elecciones del 28 de julio de 2024.

Lula da Silva convalidaba inicialmente las elecciones como «normales», pero junto a esto exige la publicación de actas para resolver las disputas.

«No acepto la victoria de Nicolás Maduro ni la de la oposición. […] La situación política se está deteriorando en Venezuela», sostuvo Lula. Desde Caracas, su amigo de largas luchas políticas y enviado especial a Venezuela, Celso Amorín, terminó por admitir que nadie en Miraflores o la Cancillería le agarraba el teléfono. Los canales de comunicación entre Caracas y Brasilia sencillamente eran inexistentes en medio de la agudización en vista de la cruda represión posterior al 28J.

«Maduro tiene seis meses de mandato. Si tiene sentido común, incluso podría convocar unas nuevas elecciones, creando un comité electoral con miembros de la oposición y observadores del mundo entero», esta propuesta de Lula, en agosto de 2024, comienza a perfilarse como la salida brasileña a la crisis política e institucional que vive Venezuela.

Lula da Silva, sin embargo, evitó denunciar la represión política posterior a las elecciones, pese a que Brasil siguió con su embajada operativa en Caracas y desde allí se enviaron informes a Brasilia sobre el devenir post electoral.

«Es necesario reanudar una conversación con Venezuela para que vuelva a la normalidad democrática”, esto lo dijo en septiembre y en otra declaración fue más directo: «El comportamiento de Maduro es decepcionante. Creo que Maduro, como presidente, debería probar quién fue el elegido del pueblo venezolano, pero él no lo hace«. Era septiembre de 2024.

«La mediación puede tener altos y bajos y esperamos que pueda llegar a un punto positivo; el foco central es convencer a Maduro de que debe respetar la voluntad popular». Esto lo dijo Lula hace exactamente un año cuando parecía que Brasil y Colombia, y en menor medida México, se involucrarían para presionar al gobierno venezolano y encontrar una salida.

Pasó el tiempo, y aquella iniciativa fue infructuosa. Maduro estaba dispuesto a negociar todo, pero sólo con dos condiciones: él no entregaría el poder y, en segundo lugar, el chavismo no se sentaría en una mesa de diálogo con María Corina Machado o una delegación de la líder opositora. Sencillamente aquello llevó el proceso a un punto muerto.

Lula sí tomo acciones, como evitar la adhesión de Venezuela a los BRICS, en octubre de 2024, cuando también dijo que «no reconozco a Nicolás Maduro como presidente legítimo de Venezuela». Pero fueron esporádicas y sin orquestar acciones efectivas de presión con otros países.

Un mes de después, estando ya en noviembre de 2024, Lula, sencillamente, tiró la toalla y sacó a su país de los esfuerzos por devolver “a la normalidad” a Venezuela: «Maduro es un problema de Venezuela, no de Brasil”. Y remató para no dejar dudas de que Brasil se desentendía de la crisis venezolana: “Maduro que se preocupe del pueblo venezolano, el pueblo venezolano que se preocupe de Maduro”.

Allí se selló la oportunidad de Brasil de mediar en Venezuela. Lula da Silva la dejó ir.

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