-Hola mi amor, a la orden, ¿en qué te puedo ayudar?
-Gracias, solo estoy viendo.
-Ok mami.
-Disculpa, ¿qué precio tiene esto?
-600 mil, mi cielo.
-Ok, gracias.
-De nada, mi vida.
¿Te ha pasado que llegas a comprar (o ver) en un negocio y la persona que te atiende te habla más bonito que la persona que te gusta? Te dice ‘‘princesa’’, ‘‘mi amor’’, ‘‘mi linda’’, ‘‘mi sol’’, ‘‘mi luna’’, ‘‘mis estrellas’’ (o por ahí va la cosa). Los empleados de las tiendas utilizan tantos apelativos que sientes que en cualquier momento alguno te pedirá matrimonio y hasta vas a terminar diciendo que sí, mi reina.
¿Y eso qué significa? ¿Una manera de ser cortés? Digamos que sí… pero solo en Venezuela porque, tal como las expresiones de una lengua, la cortesía también es algo convencional.
¿Y es que te imaginas que consigas trabajo en Gucci, Chanel, Louis Vuitton, Armani, Versace, Fendi o en el Valentino de París y al atender a alguien le digas ‘‘Salut, mon amour!’’? Posiblemente te boten, te lleven a la cárcel un tiempo y, al salir, termines cuidando a Philippe (¿saben? El tetrapléjico de la película francesa ‘‘Intocables’’ cuyo enfermero tenía más antecedentes penales que los sobrinos de ustedes saben quién) porque para los franceses la forma cortés de tratamiento se reduce a: monsieur, madame y mademoiselle.
Los franceses respetan muchísimo la forma ‘‘usted’’ para dirigirse a alguien mayor o que simplemente no conocen. Los venezolanos, en cambio, mezclan chicha con limonada y, en el caso de los andinos, el ‘‘usted’’ lo usan cuando hay más acercamiento (aunque la norma indique lo contrario) y los marabinos vosean hasta a la madre Teresa de Calcuta ¡y la llaman ‘‘prima’’!
Una de las normas de cortesía siempre será el saludo. Los saludos existen en todas las culturas, tienen un carácter universal, pero no siempre se saluda igual. En Venezuela, si eres mujer, puedes saludar con beso y abrazo a todo el mundo. Los hombres se estrechan la mano, nada de besitos. En Arabia Saudita, si eres hombre, estrechas tu mano derecha, pones la izquierda sobre el hombro del otro y le das un beso en cada mejilla. A las mujeres solo se les da un estreche de manos aunque se prefiere evitar el contacto físico.
En casi toda Europa los besitos son dobles (uno en cada mejilla) o hasta triples (una mejilla recibirá dos besos), aunque en Rusia se dan hasta seis besos (sin importar si eres o no PUTin, je, je, je). En China el saludo más común es inclinando ligeramente la cabecita (disculpen el CHINAzo, ¡ja!). En Malasia usan ambas manos y las aprietan fuerte. En India juntan las manos alrededor del pecho y dicen ‘‘Namasté’’ y, a veces, le tocan los pies a la persona con mayor rango social. En las islas Tinquia del Pacífico las mujeres y los hombres unen, frotan la nariz y aspiran el aire… Normal.
Y así, en cada cultura la manera de ser respetuosos es completamente distinta. Pero ser cortés no solo es saludar, agradecer, pedir permiso, decir ‘‘por favor’’ y despedirse. No, en cada uno de los enunciados que emitimos buscamos la manera de ser corteses y educados porque somos seres sociales: vivimos en sociedad y debemos aprender a convivir buscando la manera de respetar al otro cumpliendo una especie de contrato social.
Adornamos el discurso como si fuera un arbolito de navidad porque, así como las empanadas, los enunciados que emitimos también tienen un relleno que, en este caso, no es carne mechada, sino palabras. A estas palabras las llamamos ‘‘estrategias discursivas’’. El discurso está lleno de ellas puesto que hablar no significa solo codificar y decodificar información. Cuando hablamos tenemos una intención comunicativa; es decir, el discurso que emitimos tiene una finalidad y dependiendo de esa intención armamos lo que queremos comunicar.
Aunque a veces somos maleducados e hirientes de forma adrede, lo habitual es que como seres sociales queramos encajar y pertenecer brindando respeto al otro. ¿Y cómo se hace eso? Depende de la cultura. En general, se embellecen las palabras mediante ciertas estrategias alrededor del discurso que intensifican y atenúan los enunciados producidos dándoles fuerza argumentativa (no confundir con la labia, porfis).
Por eso, cuando queremos decirle a alguien que nos pague el dinero que nos debe, en lugar de decirle ‘‘Págame, cabrón’’, le preguntamos ‘‘¿Me puedes transferir hoy?’’. Y eso no quiere decir que le estamos preguntando si tiene la capacidad de hacerlo, se trata más bien de una manera cortés de cobrarle al pajúo que nos debe plata. La atenuación es una manera de ser cortés; es un recurso discursivo que, en la conversación, hace que se mitigue lo que se expresa para mantener el equilibrio, la cortesía y la cooperación con el interlocutor.
Muchísimas veces lo que los venezolanos vemos como algo habitual en otras culturas es considerado algo descortés. Por ejemplo, en una conversación entre amigos estamos acostumbrados a hablar prácticamente todos al mismo tiempo ¡y nos entendemos! ¿Has intentado mantener una conversación con un maracucho sin que este te interrum… -¡Qué molleja, primo!- …pa? También los españoles y los holandeses suelen ser muy tolerantes cuando alguien los interrumpe y, tal como los venezolanos, los neoyorquinos ven cortés hablar al mismo tiempo que los demás participantes de la conversación ya que, para ellos, estas interrupciones muestran empatía y entusiasmo por los temas que se están tocando.
Pero en otros países el turno de habla debe ser respetado completamente sin importar si se trata de una conversación coloquial y entre panas. Interrumpir al que está hablando puede ser un gesto de muy mala educación porque se considera una amenaza al espacio de palabra. Por ejemplo, los diálogos de los kunas, pueblo indígena en Panamá, se representan como monólogos separados. Los participantes hablan sin ser interrumpidos; el otro espera estrictamente su turno.
La mirada también forma parte importante de la interacción. Cuando una persona con autoridad se dirige a un venezolano, este, como muestra de cortesía, le sostiene la mirada todo el tiempo. En culturas como la yoruba, el interlocutor no debe mirar a la cara a la persona de categoría social superior. Lo mismo sucede con el espacio personal. ¿Aquí en Venezuela no te ha pasado que vas a un cajero y sientes tan cerca la respiración del que está detrás de ti que puedes darte cuenta de cuántos cigarros se fuma al día y cuándo fue su última gripe? Es como si invadir el espacio personal del otro también formara parte de nuestra cultura como venezolanos.
Hay un espacio físico que debemos mantener con el otro, incluso, en los animales también existe una distribución espacial que debe respetarse. Además, esas coordenadas espaciotemporales también nos dan significado. Si vemos a dos personas con un espacio que abarca desde los 45 cm hasta los 120 cm, podemos suponer que se trata de dos panas que permiten el contacto físico, así sea poder darse un lepe. Si, en cambio, el espacio es un poco mayor, podemos deducir que la cuestión no es tan personal.
Ajá, y si vemos a dos personas que mantienen un espacio de menos de 20 centímetros, posiblemente se trata de una pareja amorosa y es preferible decirles muy sutilmente que se busquen un rancho. Pero esta convención desaparece en ciertos contextos a los que, coloquialmente, llamamos ‘‘cogeculo’’: conciertos, Black Friday, la cola de algún producto regulado. Este espacio, además, dependerá de la situación, la relación de las personas, sus personalidades y, por supuesto, también de la cultura; los japoneses, por ejemplo, evitan el contacto físico, hasta en una porno (‘‘¿Y quími sibis ti qui Li Guiiri is lijis?’’).
Ustedes se preguntarán por qué estoy hablando de cortesía, descortesía y fórmulas de tratamiento, ‘‘¿Nos está diciendo maleducados o qué?’’. Uy, es que eso de estar a la defensiva y esperar lo peor del otro es taaan venezolano y taaan acertado, pero no, solo es un consejo.
Llegar a otro país no es nada fácil, todo comienza desde cero: una nueva vida, un nuevo trabajo (o varios) y, si tienes suerte, un nuevo novio (más suerte tienes si ese novio tiene pasaporte europeo). El venezolano no puede perder su ‘‘esencia’’ (nunca he sabido a qué se refieren cuando dicen eso), no puede perder ni su cultura ni sus costumbres (como captar chinazos 24/7), pero al llegar a otro país, toca pertenecer, adaptarse a una nueva forma de vida y eso implica adoptar otra manera de ver el mundo porque ahora el venezolano forma parte de otro contrato social.
Si te vas a China, no puedes andar repartiendo besitos con la excusa de que ‘‘así somos los venezolanos’’ porque estás en China, no en Venezuela, mi amooor; si llegas a Japón, no cantes ningún chinazo porque recuerden que a los japoneses no les va a dar risa nada de eso, ellos lo tienen chiquito (el humor); si te toca trabajar como mesonera en un café en París, no le digas ‘‘mi vida’’ a nadie, a menos de que quieras perder la tuya (estoy exagerando, espero).
Los venezolanos somos muy chéveres por ser abiertos, espontáneos, serviciales y divertidos, pero eso no siempre será bien visto puesto que, aunque aquí en Venezuela podemos decir que somos corteses porque somos extrovertidos, en muchas culturas esa manera de ser puede ser considerada descortés y muy chocante.
¿Saben qué es muy cortés? Adaptarse a las costumbres de los países que nos reciben. Y decir ‘‘los venezolanos somos conocidos por ser coquetos y eso nos hace irresistibles’’ no siempre será verdad. Hay que buscar la manera de ser cortés donde uno se encuentre, recuerden que lo cortés no les quita lo caliente.