No era un día cualquiera y eso se sintió en Caracas. La cotidianidad de la ciudad se cortó. Las colas se hicieron tímidas y el transporte público desapareció. Fue un jueves con aire de domingo, salvo por la expectación y la presencia nada disimulada de los temidos colectivos, cuyo tono amenazante marcó la pauta en algunos lugares.
Catia estaba tomada, y los mismos funcionarios de la Policía Nacional lo reconocieron:
“Yo trabajo para el Gobierno, yo no sé para quién trabajan ellos. Ahorita llegaron y mandaron a bajar las santamarías (puertas plegables) de los negocios que estaban abiertos”, dijo un agente policial
Los comercios funcionando eran pocos. Hasta la economía informal de la parroquia Sucre se fue de baja. Solo uno que otro vendedor de hortalizas ocupó las aceras.
En el Centro Comercial La Laguna de Catia la gran ausente era la fila que cada día suele darle la vuelta a la manzana. Las colas las monopolizaron solo las panaderías y los pequeños abastos.
Pan y queso buscaba la gente. María Contreras se enfiló en una panadería a las 6:30 am. Para ella, en ese momento todo estaba normal, “no se sabe dentro de un rato”, afirmó. De esa cola se iba a otra, porque para ella la prioridad no eran las marchas, ni de gobierno ni de oposición: debía buscar comida para sus dos hijos, que no tenían nada para desayunar.
En la calle Colombia, las santamarías cerradas contrastaban con las puertas de la otra acera, esta sí controlada por los colectivos, que se negaban a permitir que los periodistas hicieran su trabajo.
“Dale gracias a Dios que nosotros llegamos”, dijo un policía a un reportero gráfico ante la intimidación del grupo. “Aquí las colas por comida son todos los días, sin saber si llega, o si la Guardia, la Policía o los colectivos te venderán los números. Lo que sí pasa es que hoy hay menos gente que nunca”, subrayó Alfredo Silva, un vecino.
Frente al comando de la PNB, en Gato Negro, un grupo de presuntos policías aguardaba junto a las motos. Unos vestidos de negro, otros con capucha y otros completamente vestidos de blanco. En la avenida Baralt se repitió la presencia de los motorizados, ataviados con chaqueta negra y radio al cinto; pero donde se mostraron con menos pudor fue en la Candelaria.
Grupos de más de 20 motorizados recorrían la avenida Urdaneta, enchaquetados y con el rostro completamente cubierto con máscaras grises. Iban y venían hasta que se apostaron en la Plaza Candelaria, junto a otro grupo identificado con franelas rojas y banderas del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
A Zulay Antúnez la obligaron a ir a trabajar, de lo contrario habría preferido quedarse en casa. Debía llegar a Chacao, pero no había autobús ni Metro que la llevara. Esperó por más de 20 minutos hasta que un grupo de motorizados encapuchados se adueñó de la parada. “Todos tenían parrillero atrás. Me imagino que eran de los fulanos colectivos”.
Vía libre, pero sin transporte
El Metro de Caracas incumplió la palabra empeñada el 29 de agosto, cuando en un tuit garantizaba “la prestación del servicio en su horario habitual de 5:30am a 11:00pm”. En la mañana del 1S antes de las 7:00 am todavía afirmaban en su cuenta de Twitter (@metro_caracas) que el sistema se encontraba 100% operativo en todas sus líneas y estaciones. Pero los usuarios se encargaron de desmentirlos y más tarde la empresa pública reconoció que las estaciones Chacaíto, Chacao, Altamira, Miranda y Bello Monte estaban cerradas.
Las unidades de transporte que cubren las avenidas Urdaneta, Libertador y Francisco de Miranda tampoco prestaron servicio con normalidad.
Esnaira Cartaya, de 70 años de edad, tuvo que salir caminando de La Pastora porque esperaron una camionetica por más de una hora y nunca llegó. Con bastón en mano alcanzó la avenida Fuerzas Armadas, dispuesta a montarse en cualquier carrito que la llevara hasta uno de los puntos de concentración.
Pero las únicas unidades que se veían con cierta regularidad eran las que salían de Catia con rumbo a Chacaíto. En las avenidas Sucre, Urdaneta y Andrés Bello no había mayor afluencia de vehículos. Las aceras las tomaron quienes a toda costa buscaban llegar a la actividad.
La marcha comenzó desde la avenida Urdaneta y se replicó en la Andrés Bello. La mayoría de los caminantes iban vestidos de blanco, con gorra tricolor y gritando consignas a favor del referéndum revocatorio. Incluso, cuando pasaron frente al colectivo apostado en la Candelaria, cuyos miembros observaron impávidos el andar de la gente. Por La Florida y El Bosque también hubo caminantes.
Desde la Vicepresidencia, en cada institución del Estado había trabajadores vestidos de rojo concentrados afuera. Los de blanco por una acera y los de rojo por la otra. En la avenida Libertador, frente a PDVSA La Campiña, un cordón policial era lo único que separaba ambas manifestaciones, y los habitantes de los edificios de la Misión Vivienda en esa avenida se quedaron viendo los toros desde la barrera.
Mercados abiertos
Los mercados municipales de Quinta Crespo y Guicaipuro sí levantaron sus santamarías; pero a las 10:30 am Jenny Viera solo había vendido un par de pilas en el de Quinta Crespo:
“Parece un 1º de enero. Hoy lo que hay son puros bachaqueros (revendedores en el mercado negro). Hay muchos negocios cerrados adentro y poco movimiento de carros. Pensé en no venir porque me daba miedo, pero el mercado tiene que abrir”.
Era tan poca la afluencia en los grandes establecimientos, que Ofelia Rivero estaba contenta porque había podido comprar, sin hacer cola, en el Unicasa de la Candelaria jabón y pasta de dientes. En Guicaipuro eran pocos los negocios abiertos, y menos los compradores. Los comercios cerrados se vieron a lo largo de toda la Andrés Bello, con la excepción de las agencias bancarias que sí estaban prestando servicio.
La Redoma de Petare es un mundo aparte y eso ayer también se demostró. Carros, motos, vendedores informales y compradores seguían con su rutina ajenos a la concentración que ocurría a una estación de Metro de distancia. Eran pocos pero ahí estaban con la bulla de siempre y dispuestos a trabajar todo el día. Los establecimientos formales sí fueron más precavidos y muchos no abrieron. En Petare, Carlos Rincón se quejó porque ahí tampoco pasaba transporte para El Llanito. Fue a la concentración y luego salió a comprar hortalizas.
El que no marchó solo aguardaba la hora de irse “rapidito” para su casa. Decían: “Caracas está tranquila y esperemos que se quede así”.