Venezuela

¡Se acabó el “negrito la é”!

Mi cédula rodó por el piso con el título de este artículo. No sé si los niños de ahora juegan “negrito la é”, pero para quienes no lo jugaron, les cuento cómo se juega: hay un “negrito”, quien es el que cuenta pegado de la pared.

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Detrás de él, a cierta distancia, viene el grupo, que tiene chance de acercarse cada vez que el “negrito”, de cara a la pared, cuenta “¡un, dos, tres, negrito la é!”. Cuando el “negrito” se voltea, ellos deben quedarse tiesos, porque el que se mueve debe volver a empezar. Por supuesto, el poder del “negrito” es absolutamente discrecional, porque con decir que alguien se movió, éste sin chistar tiene que volver atrás. Gana quien llegue a la pared.

Estos diecisiete años han sido así. Hemos tenido a un “negrito” déspota, intolerante, que no dejaba que nadie se le acercara. A todos apabullaba con su inmenso poder. Y a un grupo haciendo todo lo posible por llegar. Vencido una y otra vez. Trampeado las veces que ganó. Pero que finalmente llegó a la pared.

¿Y ahora qué?…

Mi bisabuelo, que fue ministro del General Gómez, decía que la política era una rueda. Que los que están hoy arriba, mañana estarán abajo y viceversa. Una verdad del tamaño de una catedral. Lo peor es que nadie cuando está arriba piensa que alguna vez estará abajo. Que lo diga Diosdado Cabello, uno de los políticos más arrogantes que jamás haya habido en Venezuela. Ésa es la lección número uno. Los adecos la aprendieron hace setenta años y en eso, como decía aquella publicidad, la experiencia hace la diferencia. Con un sistema de votación diseñado para ganar “como sea”, al chavismo se le volteó la tortilla. Si la elección hubiera sido como en tiempos de la vituperada “cuarta república”, hubieran obtenido 40% de los diputados, una cifra nada despreciablee.

Ésa es la lección número uno. Los adecos la aprendieron hace setenta años y en eso, como decía aquella publicidad, la experiencia hace la diferencia. Con un sistema de votación diseñado para ganar “como sea”, al chavismo se le volteó la tortilla. Si la elección hubiera sido como en tiempos de la vituperada “cuarta república”, hubieran obtenido 40% de los diputados, una cifra nada despreciable.

Supongo que para lavarse la cara de alguna manera ante sus votantes, tratar de reconstruir lo destruido y ganar los militantes perdidos, los jerarcas del chavismo buscarán echarle la culpa a alguien. Y no digo que buscarán un “chivo expiatorio”, porque los chivos expiatorios no tienen la culpa de lo que se les acusa y yo estoy pensando en Nicolás Maduro.

Maduro es muy culpable, y aunque no es el único culpable, pedirán su cabeza. Por arrogante, por terco y porque sencillamente, le quedó enorme la presidencia de la república. Sería bueno que se quedara callado por un rato, porque resulta obvio que cada vez que abrió la boca en los últimos meses, lo que logró fue perder votantes.

Y es verdad, resulta injusto culpar a Maduro de todo, cuando el gran culpable de su fracaso fue Hugo Chávez, pero como está muerto, no es mucho lo que se puede hacer. Y a los chavistas no les conviene enlodar a su ídolo, a quienes usarán como los argentinos han usado a Perón. Por eso creo que sacrificarán a Maduro.

Hay otro factor importante a considerar y ése es la actuación de los militares. Institucionales, apegados a la Constitución y las Leyes, muy diferente a lo que nos tenían acostumbrados. Ya me había parecido que en el discurso del cierre de campaña de José Vicente Rangel –quien no da puntada sin dedal- había algo extraño porque mencionó en dos ocasiones a Padrino López. ¿También se están acomodando los militares a la nueva mayoría del país?…

La otrora asamblea roja hoy es azul. Yo jamás pensé, ni en mis sueños más optimistas, que lograríamos esa hazaña. Creí que ganaríamos, pero pensé en una mayoría simple y anticipé que el gobierno establecería asambleas de comunas, o que pasaría al Tribunal Supremo todo lo que no se decidiera en Asamblea.

Pero la realidad es otra. Los chicos superpoderosos ahora tienen que rendir cuentas. Apegarse a la ley. Dejarse de chanchullos y marramuncias.

El país no es un juego de “negrito la é”. Ya jugamos y estamos pagando las consecuencias, todos sin excepción. La nueva Asamblea Nacional debe llegar a poner orden en el caos, exigir rendición de cuentas y enderezar entuertos. Conciliar, tender puentes, hermanar. Marcar una ruta nueva. Enseñarnos a transitar la democracia otra vez.

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