Bajo el auspicio de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad y con la participación de los colectivos La Araña Feminista y Grupo Maraña UCV (es importante no confundir una cosa con otra), el último jueves de febrero se efectuó el foro Desnudez, sexo y cultura en la Galería de Arte Nacional.
El objetivo de la conferencia en el sector cultural caraqueño de Bellas Artes fue denunciar la “privatización del cuerpo de la mujer en el marco de la sociedad patriarcal capitalista” (sic) y tuvo como punto climático la celebración de un performance de bodypainting con una modelo no intervenida en el quirófano y cuya única prenda de ropa NO consistía en un hilo dental, sino una pantaletica azul de un corte alto que ya nadie se pondría para posar en Urbe Bikini.
La palabra que más se repitió durante la tarde fue una que ha sido revisada, reimpulsada y relanzada desde que Aristóbulo Istúriz llegó a la vicepresidencia de la República: cosificación. Es decir, la reducción de atributos humanos a meros objetos de intercambio en el abyecto hipermercado del consumo capitalista. “Nosotros cometimos el error de cosificar las necesidades de nuestro pueblo. No basta el carro, la acera, la cloaca, si no nos metemos en el alma, en los tuétanos del pueblo”, se autocriticó Istúriz a comienzos de enero.
“La Coca Cola te dice: ‘Libérate mientras me consumes’, pero te reduce a un objeto”, reflexionó la panelista Lucía Belisario, integrante de La Araña Feminista, y que, con un llamativo tatuaje de un arcoíris que decía Die Before Surrender -muere antes de rendirte- en el escote, y uñas de los pies pintadas en escarcha de tono verde lima, no pudo evitar convertirse también en objeto del deseo por parte de algún sujeto malintencionado entre la veintena de pares de ojos presentes en la GAN.
“Asiáticas, negras, latinas, discapacitadas: el capitalismo representado por publicaciones como Playboy te incluye en la medida que seas útil. Te convierte en fetiche y es imposible que no seas cosificado. Como mujer me siento profundamente ofendida al ser subordinada a una mirada masculina”, agregó la arañera.
“El cuerpo de la mujer también ha sido ultrajado y estereotipado en el arte, como ocurrió en la obra de Pedro Centeno Vallenilla, que creó indígenas que se no se parecían a mujeres indígenas reales, sino a divinidades griegas. Las muñecas de Armando Reverón también eran estereotipos”, expuso Fernando Aranguren, uno de los curadores de la muestra Mujer y creación en el arte venezolano, que se exhibe en las instalaciones de la GAN.
Aranguren, hombre de barba pero no bigote, confesó haberse desnudado en vano durante la instalación masiva que realizó el fotógrafo estadounidense Spencer Tunick el 19 de marzo de 2006 en Caracas, el mismo domingo que se derrumbó el viaducto número 1 de la Caracas-La Guaira -aunque nunca se supo si ambos eventos estuvieron relacionados por alguna derivación de la teoría del caos: quizás el brinco de unos testículos en la avenida Bolívar provocó de manera indirecta un movimiento sísmico en el borde de la autopista-.
“Fui participante en la actividad de Tunnick pensando que tomaba parte de una rebelión para que los cuerpos se convirtieran en insurgencia, pero terminamos reducidos también a simple mercancía artística”, lamentó.
Aranguren propuso estrategias de liberación como el pornoterrorismo, un movimiento impulsado por artistas como la española Diana J. Torres, que pretende subvertir desde dentro los códigos mecanicistas de la pornografía. Lo que fue cuestionado por la arañera Lucía Belisario: “Hacer una contra-cosificación como respuesta a la cosificación no puede ser la respuesta, porque dentro de 20 años vamos a ver a unos machistas diciéndonos: ‘eso, mami, hazme tu pornoterrorismo en la cara’”. El contracosificador que nos contracosifique, buen contracosificador será.
Una de las derivaciones insospechadas del foro fue que, antes que las vallas de Polar Pilsen o la Catira Regional, el que llevó más ataques fue el canal de televisión que preside Winston Vallenilla: “¿Por qué carajo, como movimientos populares, permitimos que haya una programación machista en la pantalla del canal TVES? Tenemos que tener a nuestro enemigo claro. Lo de TVES es deplorable, considero que ese canal es mi enemigo y que nos demanda una acción contundente”, exclamó un estudiante de la UCV que participaba en el foro en representación del periódico universitario de tendencia izquierdista PolitiK. Belisario respondió que, aunque La Araña Feminista y otros colectivos similares se han pronunciado ante órganos del Estado contra los programas de TVES, hasta ahora no han obtenido respuesta.
Mientras se desarrollaba el acalorado debate acerca de la cosificación, la contra-cosificación, el caballo de Troya contrarrevolucionario en que se ha convertido TVES y el papel ornamental y segundón de las mujeres en los gabinetes del chavismo (“las ponemos de ministras de salud o de educación, pero no en las finanzas”, se escuchó en el foro), el artista plástico del grupo Maraña UCV acariciaba con su envidiable pincel el blanquísimo lienzo epidérmico de la preciosa modelo no intervenida por el bisturí, que subordinaba la mirada de los distraídos transeúntes que pasaban a aquella por el pasillo de entrada a la GAN.
El pintor corporal marañero aclaró que aquello no se trataba de un bodypainting (como se indicaba explícitamente como señuelo en el folleto que invitaba al foro), anglicismo que pudiera tener cierta connotación capitalista, sino de una performance, y pasó a explicar la policromía desplegada en el cuerpo de la chica semidesnuda, que representaba, según se reveló luego, las etiquetas del patriarcado dominante:
“El naranja y el amarillo en el pecho simbolizan el fuego, la mujer demoníaca y agresiva en la cama. El verde, la madre que amamanta. Los muslos morados, las piernas siempre abiertas. El rosa en los pies, para las que siempre andan en tacones: lindas, coquetas, serviles y dóciles. Y lo más importante, las nalgas rojas: la mujer que supuestamente siente placer al ser maltratada, el porno que viraliza la violencia”.
Nunca se aclaró si los que nos quedábamos allí por el simple morbo de ver a aquella chica, que parecía una esmeralda con flores de chupa chupa, nos convertíamos en cómplices de la cosificación.