Venezuela

El estado de simulación militar

Hace poco me decía que todo lo que alguna vez pudimos entender de las estrategias de la revolución ya no funciona.

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Qué cosa, ¿no? Chávez, que era militar de pura cepa, de puro folclorismo, siempre jugó a otras simulaciones. Las simulaciones de Chávez, disculpa si te molesta, tenían apariencia civil: ambulatorios, misiones, areperas socialistas, mercados, amor azul… Nada de eso realmente existió como dicen que existió, pero todo eso estaba allí, simulado en los medios y en el discurso, «para el pueblo», emancipado e inmensamente feliz.

Por supuesto, y no se me malinterprete: todo era militar y olía a mil leguas a uniforme militar después de la lluvia y a pleno sol de mediodía. Simón Bolívar en primera línea de los olores.

Lo que quiero decir es que Chávez nunca perdió de vista la apariencia de lo civil. Y esto no es defenderlo, es hablar de su astucia, de su inmensa inteligencia para el engaño.

Hace poco me decía que todo lo que alguna vez pudimos entender de las estrategias de la revolución ya no funciona.

Esto que ahora tenemos uno no sabe cómo explicarlo, cómo pensarlo, cómo enfrentarlo. Hemos perdido todos los parámetros de algo que en algún momento creímos que empezábamos a entender…

Y de pronto ya no.

¿Cómo se explica el caos?

¿Cómo se sale de él?

Todo se confunde en esta inestabilidad, en este cataclismo de emergencias.

¿Dónde ha quedado la simulación del amor chavista, por ejemplo?

Se ha distorsionado, creo yo, hacia otras formas más perversas de simulación.

De una simulación que poco a poco ha ido dejando de ser civil.

El civil al mando es el menos civil de los que nos han gobernado.

Chávez, en ese sentido y con toda astucia, fue un militar que se disfrazaba de civil. Maduro pareciera no ser un civil que se disfraza de militar, sino más bien un civil que anhela ponerse las botas militares. Su simulacro es el deseo, y una orden venida de los que más saben de asuntos totalitaristas por los lados de la pequeña isla que sabemos.

Los simulacros del poder son cada vez son menos civiles, cada vez menos amorosas. Hasta la claustrofobia se estrechan los espacios donde se simulaba la felicidad, y todo se vuelve más y más caótico en lo real y más militar en la simulación.

La simulación militar, así como la simulación de la guerra.

Chávez trajo la retórica del enemigo, el verbo bélico, el discurso de la batalla, del enfrentamiento, de la lucha, pero, quizás porque no le hizo falta en el momento histórico, no llegó a esto: a la grandilocuente, camorrera, socarrona, peligrosa y erectísima operación Independencia II 2016.

¿Ante qué cosa estamos?

¿Ante una simulación?

Sí, quizás ante una simulación, una amenaza, una exhibición de fuerzas, de rolos grandes que están allí para darte libertad y felicidad frente a la intervención extranjera, al sabotaje y el antipatriotismo.

¡Pero cuidado! Lee bien las letras pequeñas antes de enlistarte en las primeras filas del amor militar: te daremos la libertad después de la guerra. Mientras tanto, hay que hacer caso, obedecer. La libertad vendrá después.

La simulación de la guerra, la simulación de una libertad amenazada: excusas perfectas para meterte en el redil.

Lo que la simulación te dice es lo que debes pensar.

Pero atención: la realidad cada vez pesa más.

Mientras más evidente es la crisis, mientras menos la gente se cree la otra simulación mal montada (la de guerra mediático-económica), la simulación militar se vuelve cada vez más monstruosa y pesada.

Con peso de realidad.

Y es que la simulación ya no puede con lo real, lo real la sobrepasa.

De allí entonces que la simulación debe ser cada día más grandiosa, más bulliciosa, más violenta y tan real que pareciera que en algún momento terminará convirtiéndose en la realidad misma.

Perdieron la simulación en la gente, ahora tienen que amenazar a esa gente con nuevas simulaciones: una tal como Independencia II 2016.

Pero, ¿de qué gente hablo?

De la que ellos llamaban «pueblo».

Pero resulta que con los días el pueblo va quedando cada vez más lejos, en otra parte, casi allá donde las formas platónica.

Aquellos que están en la calle, muriendo de hambre, muriendo por la delincuencia, desesperados porque el dinero ya no les alcanza para nada, ya no son pueblo, sino «el enemigo».

Qué triste que para un gobierno la mayoría sea el enemigo.

Habrá que simular entonces a un pueblo, a un pueblo eternamente «cívico-militar» que sólo existe en la narrativa del simulacro. Eso es lo que están haciendo, y da miedo (porque al final una bala es una bala y un gorila es un gorila), pero igual no les está quedando como que muy bien.

No sé, ya la gente en las colas no consigue comida, pero sí me parece que se ha ido tomando sus pastillita roja, que no roja rojita.

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