Venezuela

De la belleza como forma de resistencia

Que no se detenga el amor por la belleza, que no se detenga la gente que está haciendo bellezas en todos los ámbitos. La fealdad borra, vuelve todo opaco.

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Creo que no nos debemos dejar derrotar por la desidia, por la emergencia, por las apreciaciones libertarias facilonas que desembocan en bravuconadas. Si bien nos encontramos en el peor momento de la historia nacional, creo que no podemos dejarnos llevar.

No soy optimista, no soy bobo, resisto.

Y lo digo de una vez por todas, y me arriesgo —como siempre— a que me salten con puñales y ojos desorbitados. Pero lo diré: no podemos dejarnos vencer por la fealdad.

Que no nos gane lo feo, que no caigamos de rodillas frente a la desidia, al hartazgo y a la ira. Que la fealdad, por favor, no se apodere de nosotros.

La fealdad nos quiere también feos, oscuros, opacos. Nos quiere derrotados.

Traer la belleza, cuidarla, procurarla, es una forma de resistencia.

Pienso en la Alegoría del Buen y del Mal gobierno de los hermanos Pietro y Ambrogio Lorenzetti. El Palacio Comunal de Siena acoge este magnífico escenario del espíritu cívico del siglo XIV que muestra los resultados de un gobierno corrupto contrapuesto a las imágenes de un gobierno virtuoso.

Si bien ambos frescos están cargados de imágenes alegóricas, lo que me interesa señalar en este caso es el estado que se aprecia sobre la ciudad en ambos gobiernos. La del mal gobierno es una ciudad en decadencia, de roturas, de derrumbes, de descomposiciones. Al tirano que preside la escena no le interesa la belleza ni el buen vivir, que puede entenderse también como el vivir libre. Rodeado de aduladores, sentado enorme en su trono, pareciera decir: «Que todo sea feo, que nadie se sienta orgulloso de su ciudad, de su aspecto ni de su físico, de nada».

Y cuando digo tirano, tirano puede ser cualquiera.

Por supuesto, la alegoría del buen gobierno está dada por otras imágenes, opuestas, diferentes. En el buen gobierno la ciudad se integra al paisaje y la gente vive allí en feliz orden. Los ciudadanos del buen gobierno trabajan en una ciudad que es hermosa, y decir que trabajan no es gratuito: los ciudadanos del buen gobierno son libres y trabajan en libertad, y en su trabajo se preocupan por la ciudad y hacen de su ciudad (de su país) un lugar hermoso. Son ciudadanos preocupados por proyectarse en el ámbito público y aprecian la belleza.

La pulcritud, la decencia, el decoro, la estética, el arte, la literatura, el juego, el buen vestir, el buen ver; todo eso, y más, importa para el buen vivir. Cuando la fealdad nos quita todo esto, ¿qué ocurre? Ocurre que somos menos libres. Pareciera que, últimamente, nos encanta complacer a la fealdad, como si nuestro desánimo, como nuestra ira, fuese aliada de lo oscuro.

Quentin Skinner nos habla del ethos competitivo de la Florencia del humanismo cívico y señala, dentro de las ideas de excelencia, el ánimo entusiasta que existía entre los ciudadanos por realizar las mejores contribuciones a su ciudad. Todavía hoy recordamos a Florencia. Todavía hoy hablamos de ella como unas de las ciudades más hermosas del mundo. Sus antiguos habitantes trabajaron para que su belleza perdurara. Esto en la Venezuela de hoy se nos antoja tristemente imposible.

Con todo, yo resisto, y no dejo de pensar en las imágenes del buen gobierno de los Lorenzetti donde se exalta el buen vivir, el buen vivir cívico, la belleza, la libertad.

Cabe también señalar que las imágenes que corresponden al buen gobierno está muy bien conservadas, en cambio, las del mal gobierno se han ido descascarando con el tiempo, se han ido perdiendo, borrando, como si las compusiese una sustancia corrosiva que todo lo borra, un veneno que todo se lo lleva.

Que no se detenga el amor por la belleza, que no se detenga la gente que está haciendo bellezas en todos los ámbitos. La fealdad borra, vuelve todo opaco. La fealdad te hunde en la oscuridad y en el olvido, y se para frente a todos y nos empuja hacia el pasado. Esta profunda crisis nos empuja hacia el pasado. No hay cosa más fea que ésa. Pero los que no se detienen pretenden futuro, y si no futuro, por lo menos un mínimo avance, un mantenerse en pie, un acto de resistencia. Los que no se detienen anhelan la belleza de un país futuro. Nadie puede tener futuro en lo feo.

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