Investigación

David Ramírez y Ángela Medina hasta que la muerte los separó

He aquí una historia de amor que también es de sangre y prisión. Son dos los protagonistas: David Ramírez y su ex: la modelo Ángela Medina. Una pelea entre amantes terminó en el asesinato que, desde Barquisimeto, soliviantó los ánimos de la opinión pública nacional en agosto de 2014. Las pesquisas señalan a Ramírez como victimario, al punto que este 19 de enero Ministerio Público lo acusó de homicidio calificado por motivos fútiles e innobles con alevosía en grado de autor

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Desde su niñez, David Ramírez planeaba viajes en firmamentos brillantes. En sus sueños no sólo se pasearía entre estrellas sino que también se haría de una. Tomaría los micrófonos para gorjear rimas y cumplir su meta: entonarse cantante de alta coloratura. No en balde fue miembro del pegajoso grupo merenguero Los Ilegales. Y pese a que ya hacía sus pinitos en los escenarios, un tren de fans escoltaba sus requiebros de ídolo desconocido y se bañaba con débiles aplausos en el empinado derrotero de música pop, esperaba dar, por qué no, el gran salto. Uno que, como en los puestos de la lista de los más escuchados en Billboard, lo encumbrara entre radios, disqueras y mortales. Su nombre conquistaría, no obstante, los titulares de los noticieros y periódicos por un hecho que nada tenía que ver con notas ni canciones. Su sueño, ora de una rueda de prensa nacional, ora de aclamaciones y vítores o abucheos, se cristalizaría. Eso sí, pero de una forma que, ni en su peor pesadilla, jamás avistó. Otras serían las cámaras y tarimas que lo mostrarían: la del estrado en los tribunales de justicias y la del banquillo de los acusados. Ahora manosea, y acaso desdeña, sus quince minutos por la faceta más oscura de la fama. Él es hombre que, desde la ciudad musical de Barquisimeto, tierra de cadencias y cantares, cuna de historias crepusculares —y un crepúsculo rojo lo mancha— se dio a conocer al mundo, que lo escarnece, desde el 6 de agosto de 2014, como el presunto asesino de su novia: Ángela Medina. Desde entonces hasta hoy da la cara a una querella penal que le achaca, de acuerdo al expediente número KP01-P-2014-014879, del Tribunal Penal de Primera Instancia Estadales y Municipales en Funciones de Control de Barquisimeto, los cargos de homicidio intencional calificado por motivos fútiles y mediante alevosía en grado de autor.

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Era mayo de 2014 cuando un Eros cibernético, de esos que mariposean y lanzan arrobos en internet, flechó a David y a Ángela en Instagram. Por los ímpetus de las hormonas, por la incorporeidad de los besos proyectados, se encontraron para jurarse amor eterno. Él: caraqueño de pura cepa, compositor oriundo de Catia que apenas rasguñaba los 21 años, y ella: una larense de 22 que espigaba su ambición de pasarelas —modelo quería ser. Había participado en el concurso Chica HTV— en tanto se rizaba las pestañas, entre otros afeites, en los salones del 8vo semestre de derecho en la Universidad Yacambú. Los afectos tejieron un nido de arrumacos en el que ambos exudarían aluviones de frenesí y desmesura. En sus sábanas la razón y la sabia espera se proscribían para darle paso al fuego y al deseo. No esperaron ni un equinoccio para consumar lo que tanto los abrasaba: vivir su romance. Cerquita en un solo lecho. Las distancias se desdibujarían lo mismo que los coqueteos de red social: David, más temprano que tarde, se mudaría a Barquisimeto donde Ángela lo recibiría con los brazos y vientre abiertos: “quiero que tengas claro que si llegas a estar embarazada pase lo que pase siempre voy a estar ahí, no dudes en buscarme, le dije eso porque ella y yo estábamos en busca de un bebé (…) la abracé fuerte, la besé”, reza una carta que David colearía en los diarios el 23 de septiembre 2014, más de un mes después de su encarcelamiento como sospechoso de un crimen.

No hubieron pasado cuatro meses de idilio, cuando el 5 de agosto los sinsabores de la convivencia asestaban las primeras cachetadas. “Yo sigo por Instagram a una amiga llamada Layla (…) vive en Bucaramanga (…) tenía tiempo sin saber de ella, vi que le dio a una foto mía ‘me gusta’, no pasaron ni 10 minutos cuando Ángela me escribió que era mejor dejar las cosas hasta ahí”, cuenta David en su extensa misiva de 63 folios escritos con su puño y letra desde la Cárcel de Urinaba, su nueva residencia desde que, el 7 de agosto, recibiera una privativa de libertad. Los celos, la paranoia y los fantasmas del pasado amañaron su perversa jugarreta. “Yo la amaba, me puse a llorar, le conté que la había llamado el tipo que le regaló su primer carro que se llama Miguel Ángel que me había enterado que ella era prepago”, vuelve el autor pero esta vez con la infidencia o traicipon también imprudencia, de atribuir, después de muerta, compulsiones sexuales, aunque rotas, dizque alquiladas. De paso, suelta la perla de un antiguo flâneur, también tocayo sin aureola ni alas, que la pretendía: “Tengo entendido que el tal Miguel Ángel era el dueño del hotel Tiffany (…) la puso a participar en un video de Don Omar, que la llevó a viajar fuera del país”, cierra su apartado. Ese mismo día, a las 10 p.m, otros serían los calores: los que cambian las caricias en increpaciones y los abrazos en odios y despedidas. La pelea de amantes terminaría en sollozos y sangre. Ángela y David se perderían en los pasadizos de un laberinto decepción. Son dos las versiones. De acuerdo al acta de acusación, MP- 347201-2014, fecha 11 de agosto, para la ley y justicia la verdadera, presentada por los fiscales Mercy Ramos Espín, Sergio Fernandes y Ramón Salazar, así transcurrieron los acontecimientos: “Entre Ángela y David surgieron muchas desavenencias (…) ya para el mes de agosto de 2014, específicamente el día 05, Ángela venía observando una inclinación de David Ramírez hacia su mismo sexo y de ello tuvo conocimiento su amiga Lorena (…) había descubierto hechos en la actitud de David que lo indicaban (…) homosexual (…)ese día estaba dispuesta a recogerles sus pertenencias para que se fuera de su casa, visto que no toleraba el comportamiento de su novio (…) llega Ángela a bordo de su vehículo Chevrolet Cruze (…) se va hacia su habitación con David, presumiblemente a proceder lo que tenía en mente: culminar la relación sentimental, para que este se fuera de su casa, de esa conservación (…) se genera una discusión que culmina con la muerte de Ángela, pues David de manera violenta, utilizando su fuerza física como hombre la golpea y empleando una funda alrededor de su cuello, logra asfixiarla causándole la muerte…”.

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David, sin embargo, confinado tras las rejas que arrestan sus anhelos de libertad, impugna el acta. Con voz firme y estentórea, la misma que afinaba antes de recitales y funciones, asevera que la discusión nunca hubo concluido en trifulca sangrienta. También niega su homosexualidad. Según él, la pareja no se quejó más que por el riego de un corto llanto y un suspiro a medio soplar. A las 10 p.m “ella se sienta y yo le agarro la mano y le digo: ¿de verdad tú quieres que me vaya? Ella se queda pensativa y me dice: sí David. Vete un tiempo para Caracas que igual seguimos en contacto (…) se le aguaron los ojos y a mí también, en eso le dije: vamos a hacer algo yo me voy mañana, pero vamos a estar tranquilos vamos a dormir juntos y a pasarla bien…”. Pero esa noche, ni ninguna otra, volverían a hacer el amor. Ángela se endomingaría con sus bluyines marca C’esttoi, blusa blanca y cartera rosada para desafiar su terrible destino: en un descampado oscuro, a la vera de la carretera Central Río Turbio, por donde cascabeleara La Pelona con todo sus atuendos de luto, ella, la muchacha que se imaginó desfilando sus voluptuosidades, la que ataviada de raso o crepé se extravió en maquillajes de portadas Vogue o Ronda, exhalaría un último aliento. Su otrora cara linda se difuminaría por una máscara de rasgaduras, escoriaciones y quemaduras. El protocolo de autopsia, 9700-152-812-14, firmado por el médico anatomopatólogo, César Gómez, revela que tenía “hematomas en ambas rodillas, ahumamiento (sic) de la región inguinal derecho y genitales externos y fracturas de anillos traqueales longitudinal de la tráquea”. Causa de muerte: “asfixia mecánica por estrangulamiento”.

La mañana siguiente, 6 de agosto, Lara se encendería y entristecería por una muerte atroz. Al instante, el Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (CICPC) volteó hacia David Ramírez, quien desde las 7 a.m ya extrañaba el galope de su amazona. Sumido en la ausencia, le mandó un mensaje de texto a su suegra, la señora Lidia Valles, preguntado si había dormido con su hija. Porque con él, en su cama, no. Ya estaban sembrados  la zozobra, la intriga, el veneno. Se sucedieron decenas de pequeñas hazañas turbias: David tomó el carro de su novia para buscarla, telefoneó a unos amigos y hasta a la entrañable, la compinche de su hembra: Lorena Willneidis Liscano. Juntos pararon a la morgue del Hospital Central de Lara porque Lorena había recibido, no se sabe cómo y por qué, una llamada de un policía de apellido Guédez: “me dijo que encontraron el cuerpo de Ángela (…) y necesitaban los familiares para su identificación”, reza el acta de entrevista de Liscano.

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Al salir de la morgue, las autoridades comenzaban los sondeos que, a destajo y hasta hoy, incriminan a David como posible autor material y a Yoalbert González, Mauricio Villegas y Víctor Marín —los dos primeros son panas y el tercero productor musical de Ramírez— cómplices. Los medios de comunicación, como banderas al aire, sacudían sus suposiciones e inferencias. La conmoción en Venezuela —picado por el recuerdo de Mónica Spear— no se hizo esperar. “Que si David Ramírez mató a su novia porque descubrió su homosexualidad”, “El último tweet de Ángela Medina fue dedicado a su agresor”, “El novio asesinó a la modelo por celos…”. En tanto los corrillos de la farándula se alzaban y los carbones de la duda atizaban más el chisme, en un dos por tres, el CICPC develaba, en una rueda de presa, que dejó a más de uno patidifuso y con los ojos claros sin vista, el resultado de sus labores. Traidor, David Ramírez cantaba su culpa: “yo no quería hacerle daño, pero nos encontrábamos discutiendo por cuanto ella me quería dejar ya que teníamos problemas y en ese momento de desesperación agarré la funda de la almohada y se la coloqué alrededor del cuello, de pronto ella no forcejeó más y nos caímos (…) yo agarré una franela mía y limpié el piso, luego metí en una bolsa la funda y la franela y las boté adyacente al Banco Mercantil en la Av. Lara luego yo no encontraba qué hacer y llamé a mi amigo…”, consagra su declaración dicha al inspector José Escalante. Dos días después, se armaría el lío en el rellano de la audiencia de presentación. David Emiliano, por un puñado de cruces, por los sudores que lo perlaban, se asumía mártir de la ley: “Buenas tarde yo me declaro inocente lo único que puedo decir es que es mi firme (sic) y lo hice bajo amenazas, torturas, golpes, y mis amigos son totalmente inocentes…”. Jura en sus treces que su confesión no fue sino chimbo ardid por la tunda que lo ahogaba. “Se me acercan como 12 a 15 funcionarios del CICPC a maldecirme y a decirme asesino (…) Uno de ellos me dijo, pana di la verdad, yo respondí; yo ya dije la verdad, él me dijo pero bueno di que fuiste tú (…) ahí me agarraron y me pusieron de rodillas, me pegaron por el estómago dejándome sin aire, me golpearon la cabeza, el cuello, las costillas, me acostaron boca abajo, me pegaron con los pies y me los entirraron (sic), se me montaron 2 o 3 personas encima, (…) me pusieron una bolsa en la cara asfixiándome (…) y ahí apenas me la quitaron me eché la culpa diciendo sí… sí… fui yo…”, narra David en epístola los padecimientos que, supuestamente, le infligieron después que lo aprehendieran como sospechoso.

Aunque borrascoso, el caso pareciera estar resuelto. No obstante, ni Ministerio Público puede descifrar o contar, hora por hora, dónde estuvieron los implicados en el homicidio luego de que Ángela arribara a su casa en Santa Rosa a las 9 p.m. La acusación sólo suscribe que David, luego de empuñar su odio cegador, llamó por su celular a sus camaradas Yoalbert, Mauricio y Víctor para buscar las manos fraternas y encubridoras que lo ayudaran a resolver el problemita: desaparecer un cuerpo sin vida. Llegaron en el auto de Mauricio, un Mazda azul, placas AB353CP, “para sacar el cadáver de Ángela y subirlo al vehículo Mazda, conjuntamente con ellos, pero a bordo del vehículo propiedad de Ángela los sigue David, siendo aproximadamente la 1:12 horas de la madrugada, (…) trasbordaban a Ángela del Mazda al Cruze, tomando (…) Cabudare- Barquisimeto (…) tomando la derecha para llegar a la autopista Lara- Yaracuy…”, exponen los fiscales, como en un trabalenguas el tejemaneje automotriz. Tampoco es muy difícil plantear luego de esta lectura: ¿qué verdugo, por muy inexperto que sea, se le ocurre la idea de pasar de una carroza fúnebre a otra, en plena vía al aire libre, un muerto?

La imputación consigue como sustento criminalístico, las declaraciones de Lidia Valles y Lorena Liscano, únicas en deslizar —fotos, conversación o efebo partido— las alegres afectaciones o alegres gustos hacia varones de Ramírez. Confirman, asimismo, los problemas maritales de los tórtolos. Los acusadores también se basan en el hallazgo de una tarjeta de débito, emitida por Banesco, a nombre de Ángela, en la casa de Yoalbert lo mismo que una ficha de un autolavado de nombre Fliper 2, registro 7213, con la descripción del carro de Medina: placas AB939IV. Por último, destacan la prueba de luminol practicada en el cuarto de la occisa para detectar sangre. Sin embargo, la defensa, encabezada por el abogado Miguel Piñango, refuta la credibilidad de cada una de esas evidencias. Por orden: rechazan los señalamientos hechos por Fiscalía que le dan a la disputa penal un tinte homofóbico —lo que trasluce a su vez parcialidad y discriminación. En cuanto a la tarjeta de débito y a la ficha del autolavado, los defensores alegan que hubo vicios de nulidad absoluta por infracción del derecho al debido proceso. “Fue vulnerado desde la etapa preparatoria o de investigación y no fue controlado por el juez competente, lo que se tradujo en violación de formas sustanciales que causaron indefensión”, discurre la defensa. ¿Por qué? Porque Ministerio Público negó gran parte de las diligencias de pesquisas solicitadas por los representantes de Ramírez. Entre ellas: la experticia del bolso rosado. Su respuesta: “…sería inoficioso debido al tiempo transcurrido toda vez que tal evidencia ya ha sido manipulada y por ende contaminada”. Y chito. También negó: las entrevistas a la Marilu Salazar y Shary Rodríguez, madre Ramírez y conocedora de los antecedes personales de Ángela Medina, respectivamente; la relación de llamadas y mensajes de textos de Marilu Salazar, David Ramírez y Ángela Medina a fin de fijar cómo y hasta qué horas hubo conversaciones entre ellos; barrido del cuarto de la difunta para establecer si el examen de sangre, que fue realizado nueve días después de la desgracia, es contundente como para establecer tipo y cantidad. Pero, la conclusión del mismo, señala: “Basándonos en los parámetros de positividad de los ensayos de orientación (…) de naturaleza hemática (Ensayo Luminol y Ortotolidina) puedo afirmar con un alto grado de probabilidad que la superficie del piso de la habitación (…) de Ángela Meliana Medina (…) al igual que en el extremo superior izquierdo, de la cabecera de la cama, estuvieron en contacto con material de naturaleza hemática. No siendo posible realizar método de certeza por lo exiguo y diluido del material existente”. Sanseacabó.

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En tanto las partes aguardan por la audiencia preliminar pospuesta en diferentes oportunidades una fila de dudas pica la suspicacia y eclipsa el éxito de las averiguaciones. Tirios y troyanos de este thriller de horror se atrincheran en la incertidumbre. Y David, en las celdas 4 del módulo 5 que lo separan y destierran de su mundo de cantos, no deja de escuchar una sinfonía de interrogantes que lo aturde: ¿Por qué la policía se comunicó primero con Lorena Willneidis y no con un familiar de la difunta? ¿Por qué no han encontrado las armas homicidas, franela y fundas mediante, si tenían incluso las señas del escondite? ¿Por qué el acta de acusación no responde con certeza en qué carro fue trasladada Ángela en supina mortandad? ¿Por qué no se establece la hora del fallecimiento en el informe forense, cosa que esclarecería y derrumbaría elucubraciones? Si la estudiante fue asesinada en su cuarto y la autopsia no indica heridas abiertas ¿Cómo hay sangre en sus aposentos y de quién es? ¿Por qué el CICPC, a sabiendas de que la víctima tenía dos teléfonos celulares, un Iphone 5 y un Blackberry, no estudió los dos equipos sino el primero? Y, por supuesto, herido en su ego de macho en celo, se pregunta una y otra vez: ¿Quién es el mentado Miguel Ángel y qué tipo de relación lo unía con su amada incluso luego de que su madre, Lidia Valles, reconociera, tal como publicara el diario El Impulso el 18 de octubre, que fueron novios? Por ahora no hay más música ni acordes ni guitarras. Por ahora solo fantasmas y silencio. Para él, amanecerá y verá…

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