Arte

José Vívenes: el iconoclasta de taller

Obseso de los cuadernos y los apuntes, el incisivo expresionista monaguense ha venido a estrujar corazones con su propuesta Basta de falsos héroes en la Sala Mendoza, serie que desciende de una obra anterior y que echa mano de símbolos rotos, espadas derretidas, uniformes de disfraz y discursos afónicos

Autorretrato José Vívenes
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El Paseo Los Próceres, bien mirado ahora que Caracas cumplió 449 años de fundada, luce desde arriba como un tablero maximalista de ajedrez sobre cuyos mármoles descansan, qué pena, unas figuras que el imaginario asumió heroicas pero que han trocado caricaturas, marionetas de piedra. La estrategia del discurso y sus tácticas de la tecla, el panfleto, la sobre transmisión, el sentimiento, la seducción. Ya lo decía Aldous Huxley en Un mundo feliz (1932): “Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social”. ¿Pero qué pasa cuando tras casi dos décadas de adoctrinamiento se disparan unas lanzas coloradas —vaya símil del pincel— que arremeten contra el pellejo ocular de una masa hambrienta, calcinada en las colas, azotada dentro de sus propias casas, a la sazón de un grito silencioso, pictórico, sacrílego? Porque a pesar de que José Rafael Vívenes (Maturín, 1977) lance el velo de que son más reflexiones que denuncias, en cada óleo y cada collage de Basta de falsos héroes estallan las granadas del reproche.

Azuzado con un largo cuestionario no del todo publicado a continuación, el graduado en 2004 en el Instituto Armando Reverón y merecedor en 2015 de la Mención de Honor en la edición #12+1 del Premio Eugenio Mendoza confesará: “Lo que pretendo representar no se escapa de nuestra Venezuela de hoy, que vive la peor crisis gracias a la herencia de la mala política y gestiones de gobiernos corruptos. Con esto no pretendo sumergirme solo en el mundo del proselitismo político, también quiero abrir espacios para reflexionar y criticar hechos artísticos que, en cierto modo, no se redimensionan sino que más bien se copian y se anclan en una permanencia que se repite; a lo que el salvaje que habita en cada uno muta ante tales situaciones y son estas mutaciones visuales las que busco en la memoria de la sociedad y del mundo plástico visual”.

Lo remata con su sonrisa oriental: franca, pícara, profunda. Y tanto rizos inmóviles como piel caribe enmarcan el gesto, que es legítimo, inabarcable, como si el mestizaje no fuesen capas superpuestas de información genética sino un secreto personal, personalísimo. Sin calcado. Ante lo que valdrá citar a la gran curadora Lorena González a propósito del estilo Vívenes: “Retrato del retrato, imagen de la imagen, gesto del gesto, su trabajo actual plantea un traslado”. Y rematará Beatriz Gil, galerista: “Las pinturas de Vívenes atrapan y maravillan al espectador, transformando una obra ya vista en un relato propio”. Por lo que valdrá preguntarle al entrevistado si es que se le hace difícil renunciar a las referencias. “Son parte del proceso de investigación; negarlas es debilitar el análisis y las reflexiones visuales”.  Entonces, al maquillar esos rostros, ¿sufren el proceso del disfraz para, como pintor, apropiarte de ellos? “Los transgredo llevándolos al escenario donde la investigación tiene interés que habiten. Los llevo a los extremos de su gesto. Todos poseemos una máscara que no es una metáfora, es una personalidad, y al llevarlos al plano pictórico los despojo de esa hipocresía y busco darle un poco de realidad. En cierto modo los desmaquillo”, espeta quien ha participado en numerosas exposiciones colectivas, salones y bienales nacionales e internacionales en los que ha recibido importantes premios y distinciones —resalta el Premio Braulio Salazar en el 66 Salón Arturo Michelena, 2012.

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Pero también los traviste. El tutú. El uniforme untuoso. El rostro que flota. El busto floreado de zumbidos. La patria zoomorfa. El semidiós que miente. Los señala con un dedo mientras les mete otro en la llaga. Algún día, más tarde que temprano, el tablero de los precursores e ilustres, El Sistema de Nacionalidad que inauguró Pérez Jiménez, devendrá cuadrilátero y entonces aquellos cíclopes travertinos cobrarán vida, hablarán lenguas extranjeras, ajustarán cuentas con el presente y luego, solo luego, bajarán tranquilos al sepulcro.

¿Cómo definirías tu proceso desde el 2006 cuando sucedió tu primera individual?

—En ese momento, de mucho nervio; que sigue presente llevándome a sostener la libertad creadora y de obsesión como principio de taller.

¿Es el taller un “espacio cognitivo” o ese término es un lindo y presumido aforismo?

—Ya es pretencioso ser artista y presumido querer ver el mundo diferente; en cambio el taller es un espacio de reflexión que no debe poseer límites ni plásticos sino comunicaciones por agregar y documentar para el fortalecimiento de las ideas que buscan ser materializadas. Es un término que engloba y resume. Es un aforismo abierto y transparente.

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Alejandro Oropeza se preguntaba en el texto de la colectiva Relaciones paralelas, en que participaste, si acaso es difícil hoy día encontrar un humanista. ¿Eres un pintor humanista?

—Formo parte de una sociedad que se transgrede, veja y mutila bajo las acciones del miedo, el atropello, pérdidas de valores y discursos con verbos, pronombres y sustantivos cargados de odio, mentiras y resentimiento; por lo que ser humanista hoy es muy complejo y en algunos casos una mentira porque somos una sociedad cada vez más enferma y llena de sobrevivientes. Soy una persona más que siente curiosidad por las acciones y pensamientos humanos, esos que me llevan a buscar elementos compositivos plásticos en lugares deshumanizados, en testimonios, en sitios web… Será la cotidianidad la que muestre más elementos para comunicar y reflexionar el género venezolano del siglo XXI, que es devorado por sí mismo. No me definiría ni adjetivaría como humanista sino como un comunicador visual, que suena pretencioso pero la curiosidad me lleva a documentar e investigar para fortalecer cada propuesta.

Imagen figurativa, vastos dominios de la subjetividad, vitalidad expresionista, trazo vigoroso. ¿Qué más hay en una obra de Vívenes?

—Memoria, recuerdo y transgresión.

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¿Por cuáles emociones se pasea tu espíritu y tu cuerpo cuando pintas la figura humana?

—Trato de no hacer nada cuando los ánimos no están en los niveles de sobriedad emocional, porque defiendo el arte como un espacio de reflexión que busca sostener comunicación y no terapia. Hay que dejar de establecer esas relaciones que caracterizan el arte como un espacio terapéutico. Es tiempo de colocarla en el espacio merecido que es la investigación, comunicación y reflexión. Con estas emociones es con las que me enfrento a cualquier soporte plástico.

¿Por qué Susana Benko, en el texto curatorial de Expresionismos, tu reciente colectiva en el Centro de Artes Integradas, dice que ahora la gestualidad de tu figuración, “…las veladuras, los ocultamientos de rostros o exacerbación de sus rasgos fisionómicos aluden directamente a la representación del drama venezolano, víctima del populismo y su falta de identidad”?

—Dejó de ser una vanguardia o movimiento artístico del siglo XX para formar parte de una cotidianidad que nunca estuvo alejada del espacio social. El expresionismo solo se llevó al área artística pensando que allí permanecería. Esto no cambió: la cortina siempre estuvo abierta, llevada a una realidad artística paralela. La actualidad nos permite estar más cerca de la devoración humana porque la contemplación pasó al plano de ser protagonista, público y narrador, y desde ese escenario es donde he empezado a realizar propuestas que buscan contener en su forma pictórica una crónica visual.

Propuestas pictóricas para esta explosión colectiva que inician y siguen su proceso de investigación sobre los discursos emitidos por emisores que cargan de palabras controladoras de proselitismo para la emancipación social; discursos que arrojan confusión y desasosiego a la sobrevivencia por el resentimiento, lo que trae como resultado esta convulsionante sociedad venezolana medieval en pleno siglo XXI.

¿Hay denuncia en eso del prócer desmitificado que planteas para tu reciente propuesta Basta de falsos héroes en la Sala Mendoza?

—No una denuncia directamente pero sí unas reflexiones en que las metáforas visuales transgreden formas de representación proselitistas. Son discursos plásticos que buscan darle otra opinión, negando tantas insolencias políticas desde unos discursos escuetos sobre algún mortal que trató o realizó cierta hazaña en el pasado y con esto buscó, sí, su desmitificación y rechazo ante tanta adulancia.

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¿Habrá una sacralización de los símbolos patrios en esa misma exposición?

—Se deconstruyen porque desde esos mismos discursos adulantes, cargados de resentimientos, movieron, modificaron, transformaron, implantaron personajes y nombres cargados de falsas promesas, constituyendo un gran vacío de poder, división social y pérdida de identidad. La modificación del significado dio como resultado un significante social que nos está maltratando en cualquier estrato.

Confesabas en tu taller: “La postmodernidad es un show. ¿Cómo es que ahora retornamos a la contemporaneidad si aún no hemos terminado de masticar lo postmoderno?”. ¿Qué le aplaudirías a la postmodernidad y qué celebras de la modernidad?

—Por la emisión de tantos discursos jalados por los pelos, se nos ha forzado a mirar un arte venezolano sin importar la herramienta usada sobre las propuestas artísticas desde lo foráneo, llevando a la confusión. Ante todo estos términos que van y vienen he preferido no anclarme en ningún término que no sea el generado por el taller y sobre la línea de investigación.

No aplaudo mucho y no celebro tanto: la actualidad es un claro ejemplo de la herencia y la confusión que han dejado estos terribles términos en una Venezuela que pasó —de forma voraz— de ser un país agrario a un país petrolero, incidiendo en cualquier área  lo pretencioso; apoderándose, aplastando las buenas ideas. Los resultados aún los tenemos en vigencia: un solo tipo de arte para vernos y unas políticas para controlarnos. Si se dejan de lado estos términos y vemos en retrospectiva, la historia podría ser otra y el show no formaría parte de la actualidad.

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¿Qué pasa en el arte hoy?

—Que se está escapando de los discursos hegemónicos para abrir puertas al entendimiento plural, acabando con tantas emisiones confusas. El arte de pintar, el arte de pensar, el arte de crear, el arte de las herramientas tecnológicas juegan con elementos artísticos cada vez más fortalecidos desde los espacios creativos, siendo el taller el lugar que está permitiendo tales logros; claro, con la convicción del creador.

¿Cuál será el futuro del arte? ¿Seguirá la producción para las elites; se agudizará lo masificado; los chinos ganarán terreno como los nuevos Médicis; la línea se superpondrá al color; aparecerán cuadros flotantes como los de Los Supersónicos?

—El arte siempre ha tenido público para cualquier género representado, y lo tendrá sin importar con qué se materialice la idea y cuál sea el soporte artístico usado; por cuanto el esnobismo muere y las modas se repiten, adaptándose al tiempo que las retoma. En Venezuela, en cierto modo, ya desaparece la institucionalidad pública, ahogándose sobre su misma inclusión excluyente. Instituciones culturales desaparecidas tras las cuales queda el escenario privado que trata de hacer su trabajo de la mejor manera, y al que se le escapa de las manos por momentos debido a la magnitud del cometido. Lo realizado, la obra, carente de espacios expositivos, anidará con el tiempo en la memoria; o en espacios web y redes sociales que ya están asumiendo el papel de espacios museográficos, de promoción y difusión. Un arte de navegación será el futuro, o acaso es la actualidad.

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