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"Portrait of a Lady on Fire": El poder del fuego en el arte que nace

“Portrait of a Lady on Fire” cuenta una historia de amor lésbico en la Bretaña del siglo XVIII. El film de Céline Sciamma enaltece la idea del dolor emocional con la percepción de lo femenino como una pared infranqueable que aplasta y aísla al individuo

Portrait of a Lady
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La vida de las mujeres en el arte siempre ha sido un gran misterio y también una búsqueda de identidad que debe luchar y presionar contra la pared de silencio que impone la historia. En el año 2019, la editorial británica Fitzcarraldo reeditó L’événement (“Happening”) de Annie Ernaux, un recorrido heroico de una escritora poco conocida a través de los grandes momentos femeninos.

No se trata de un libro sencillo o que se lea con facilidad. En realidad, es una memoria compleja, en ocasiones abrumadora pero siempre muy vívida de sucesos en apariencia comunes que construyen algo más poderoso: la conciencia sobre la permanencia, la belleza y el tiempo en cualquier forma de arte.

Ernaux hace algo más: plantea la cuestión sobre el poder artístico de la mujer, una reflexión que suele ir aparejada sobre el talento, la visibilidad y el tono de lo femenino en el mundo artístico.

El trabajo de la escritora, de hecho, es una metaficción obsesiva sobre su propia vida: cada uno de sus cinco libros habla sobre circunstancias poderosas y dolorosas, a través del filtro del arte. Desde sus aventuras extramaritales, la muerte de su madre y la sospecha de sufrir cáncer de seno, Ernaux elabora un argumento sustancioso sobre lo que hace que una mujer desee contar su historia o narrar las historias ajenas. Lo resume en una única palabra “emancipación”.

Esa única confesión impresionó a la directora francesa Céline Sciamma, quien admitió que el libro L’événement no solo inspiró su película “Portrait of a Lady on Fire” (2019), sino que dotó al argumento de cierto aire de poder misterioso que Ernaux describe con exquisito pulso y Fallaci refuerza.

La película de Sciamma cuenta una historia de amor lésbico ambientada en un punto remoto de Bretaña durante el siglo XVIII. Una de las escenas más incómodas, extraordinarias y dolorosas de la película, es una reinvención obvia del derecho sobre el cuerpo y la capacidad del arte para expresar el poder femenino. En ella, tres mujeres se sientan juntas en una cama, de cara al fuego en medio de lo que parece ser un vendaval que golpea las ventanas y los póstigos y hace que la sensación de aislamiento —que la directora transmite a través de juegos de luces y sombras— sea más evidente que nunca.

La carga de transgredir

Para Sciamma es de considerable importancia enlazar la idea del dolor emocional con la percepción de lo femenino como una pared infranqueable que aplasta y aísla al individuo. De allí que su narración tenga un acento insistente en la posibilidad de asumir la carga de lo que supone ser mujer en una época de restricciones y además, una que está transgrediendo las finas y dolorosas líneas de lo que se encuentra sujeto al género.

La imagen que la directora crea para sustentar un discurso semejante es arrolladora: Héloïse (Adèle Haenel), hija díscola y que está a punto de contraer matrimonio con un desconocido, está sentada junto Marianne (Noémie Merlant), una artista contratada para pintar el rostro de Héloïse en beneficio de la curiosidad del futuro prometido que aun no le conoce. Pero el retrato —la intimidad del arte— les ha convertido en amantes. Y la escena lo pone en relieve con un delicadisímo rayo de luz que las une a ambas.

La tercera mujer es Sophie (Luàna Bajrami), la más joven de las sirvientas de las casa y que acaba de practicarse un aborto, un procedimiento misterioso al que se sometió a manos del herbolario local.

Las tres guardan silencio, las tres miran al fuego, hasta que Marianne rompe la tensión, enfurecida y abrumada por algo que sale fuera del cuadro pero es que es fácil de analizar a través de una línea consistente. ¿Quién comprende el dolor de un romance destinado a la tragedia de origen y el sufrimiento de una mujer que fue violentada por un abortista? Nadie, parece decir Marianne, con el rostro tenso, la boca convertida en una línea tensa. Nadie.

Entonces la pintora hace algo asombroso: le pide a Sophie que se tienda de la misma manera en que se le practicó el aborto. Lo hace con voz seca, dura. Un tono neutro que parece sugerir que en ese pequeño espacio desaparecieron las reglas y convenciones que deben soportar por el mero hecho de ser mujeres. “Vamos a pintar”, dice y toma el pincel. El sonido del viento se hace más poderoso, más firme. Y Sciamma logra no solo que una tensión de extraordinaria belleza una a los tres personajes sino enviar un mensaje directo: el arte libera, el cuerpo es solo una condición y la trascendencia, una búsqueda de independencia.

Los trazos de Marianne

Todo el argumento de “Portrait of a Lady on Fire” se sostiene sobre la mirada: lo que se mira y a quien se mira, la luz que ilumina u oculta, la belleza que se anuda a percepciones más profundas sobre la disertación formal sobre la mujer como parte de un hecho histórico.

Los dibujos de Marianne —detallados, a menudo inusuales pero sobre todo, elaborados a partir de la particular mirada de la artista— abren la película y también enlazan una percepción sobre lo absurdo de esa no existencia femenina. Héloïse apenas aparece más allá de los dibujos, pero a la vez lo es todo. La historia —que se cuenta a través de dos líneas temporales— asume la existencia como un acto voluntario en el que el amor y el deseo se extrapolan para sostener la noción sobre la vida como algo más que una percepción del bien y del mal.

Sciamma conduce con cuidado al ojo de la cámara, convertido para la ocasión en un testigo de la conexión erótica entre las mujeres y la convicción de que ese placer y deseo carnal es también una manifestación de la capacidad física de crear.

Pero obviamente “Portrait of a Lady” no se atiene a las líneas habituales de films semejantes, que idealizan a la mujer como musa o quizás, inspiración tangencial del amor idealizado. En el argumento del film la devoción, la lujuria y la construcción del hecho creativo están más allá del género, de la especulación sobre las restricciones de la mujer en medio de una época limitada y limitante, pero también en la manera en que reflexiona sobre la posibilidad del poder.

Sciamma no necesita mostrar a los hombres para narrar de forma sutil el peso del patriarcado sobre sus personajes. Tampoco cae en la tentación de elaborar un discurso en el que deba justificar, rechazar o señalar la existencia de la influencia de lo masculino sobre la idealización de la mujer. Héloïse se casará con un desconocido solo porque su hermana saltó desde los riscos que rodean su casa para evitar hacerlo. “Portrait of a Lady on Fire” muestra el hecho como algo que ha ocurrido tantas veces que no resulta sorprendente a pesar de su crueldad.

Cuando su madre le hace traer del convento en que está confinada para asegurarse de que, finalmente, el ventajoso matrimonio le permitirá a la familia sobrevivir, la línea de la narración deja entrever el pasado y el futuro. Sobre Héloïse pesa la condición de “salvar” a la familia y también la de ser moneda de cambio en medio de una transacción en la que no tiene voz ni voto. No se queja ni tampoco expresa mayor inquietud al respecto, sino que acepta lo que ocurrirá con la connotación simple de lo inevitable.

En contraste, Marianne es poderosa: heredará el estudio de su padre, será pintora, es políglota. Pero entre ambas mujeres (la víctima de una línea inevitable de exigencias) y la que lucha contra el mandato histórico, existe un vínculo, una versión de considerable importancia sobre la posibilidad de la identidad.

Conquistar la belleza

“Portrait of a Lady on Fire” sostiene un cuidado discurso sobre el artista, el sujeto que se beneficia sobre los placeres del arte y la condición de lo artístico como puente para la sublimación de la capacidad personal.

Tanto la pintora como la modelo sufren y sostienen la misma mirada sobre la oscuridad interior y la pérdida de lo que las define como individuos, en el afán del mundo a su alrededor por exigir un comportamiento basado en los límites. Pero ambas encuentran las grietas para mirarse una a la otra, para escalar hacia la belleza, para lograr asumir el poder del arte como vehículo de un tipo de comunicación más antigua y primitiva.

La película de Sciamma se concentra en los poderes de los silencios y las miradas, lo cual permite que la película tenga cierto aire contemplativo y sobre todo, una sensación extraña y dolorosa acerca de la naturaleza del amor, transmutado en un vínculo vital.

Se ha insistido en que toda la obra de la directora es feminista y lo es. No obstante, en realidad también puede interpretarse como una justificada alegoría sobre la libertad, el poder de la creación y sobre todo, los entresijos del deseo humano como una forma de construcción de una nueva visión de la conciencia.

O después de todo, como diría Sciamma en una de sus cortas y siempre sustanciosas entrevistas: “Un pequeño dolor espiritual que llega a invadir la carne y brindar sentido a ese existencialismo esencial del que no podemos escapar”.

Una declaración de principios sin duda. O algo tan profundo como una necesidad de reivindicación.

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