El cine gastronómico se ha convertido en un género. Está hilado por joyas inolvidables: La gran comilona, dirigida por Marco Ferreri (1973); El festín de Babette, de Gabriel Axel (1987); El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante, de Peter Greenaway (1989); Tomates verdes fritos, de Jon Avnet (1991); Vatel, de Roland Joffré (2001); Un toque de canela de Tassos Boulmetis (2003).
Ahora se asoma a la gran pantalla Un viaje de diez metros, de Lasse Hallström, el mismo director de Chocolat (2000), protagonizada por Juliette Binoche. Visto está que el director gusta de las grandes actrices y las pequeñas historias emparentadas. En su más reciente comedia romántica, Hellen Mirren, sin dejar de ser una reina, se asoma a un contrapunteo entre las coquinarias francesa e hindú. Valga resaltar que los productores son un trío burbujeante: Steven Spielberg, Oprah Winfrey y Juliet Blake.
La historia es de cocción lenta y una sinfonía de aromas (122 minutos basados en el Best Seller de Richard C. Morais): una familia hindú abandona el lar natal y termina en la pintoresca aldea de Saint-Antonin-Noble-Val, al sur de Francia. Allí hay un único restaurante, Le Saule Pleureur, con una estrella Michelin, regentado por la férrea chef Madame Mallory. Justo enfrente nace Maison Mumbai, cuyos fogones comanda Hassan Kadam, cocinero de gran intuición y sensibilidad. Ambos comedores emprenden una guerra de la que salen ganando las especies, la tradición, la memoria, la pasión y una cocina de fusión a cuatro manos. La cinta aprovecha para caerle a sutiles mordiscos a la intolerancia, los nacionalismos, la cocina molecular, la fama, la necesidad de ir a una reputada escuela de cocina e incluso a las anheladas estrellas.
Lo maravilloso de las películas gastronómicas es que, buenas, regulares o malas; nos gusten o no; están llenas de sensualidad, apetitos e imágenes sugerentes. Un viaje de diez metros no es excepción ni decepción.
Trailer:
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