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Panamax el destino de un país de emprendedores improvisados

En el extinto diario El Mundo Economía y Negocios, el escritor y dramaturgo Ibsen Martínez, afilado columnista y crítico de la actualidad, solía desgranar en ocasionales artículos su visión de la economía venezolana. Tejía conexiones entre nombres y lecciones de autores clásicos y contemporáneos y la personas de a pie. Gente como esos emprendedores que proliferan en esta economía varias veces quebrada por los afanes dominadores de una banda de incapaces que se apoderó de los recursos de este "fallido petroestado, disfuncional populista, de la cuenca caribeña".

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Mucho de estas pasiones por la economía y sus vericuetos están ahora presentes en el guión de Panamax, -la nueva obra  con nombre de guía internacional de buques marítimos- del autor de varias piezas de colección del teatro contemporáneo venezolano y de varias exitosas telenovelas que han quedado en el ADN de esta sociedad en trance.

La pieza, estrenada este jueves en el Teatro Chacao de Caracas, bajo la dirección de Carlota Vivas y con la actuación de Rafael Romero, Nattalie Cortez,  Ana Melo y Omaira Abinadé en los roles principales, tiene mucho también de la impronta folletinesca del escritor que marcó un récord en la pantalla chica venezolana con la novela de más larga duración: la ineludible «Por Estas Calles», que hace dos décadas contó una historia real que se repite hoy pero con otros nombres para los mismos personajes.

Es acaso esta misma sapiencia popular del venezolano común (y sus estrelladas) el hilo conductor de una historia sobre personajes a la deriva de este drama económico social en el que se convirtió la Venezuela del chavismo, del rebusque, de la violencia criminal, el tesón emprendedor, del trabajo duro, de los negocios fallidos, del tráfico de influencias “con la gente indicada” y de las pretensiones de querer encontrar en otras fronteras lo que aquí no hemos sabido defender.

«Así estarán de jodidos los venezolanos, que ven en Panamá un destino promisorio”, dice una de las protagonistas, mientras se maquilla, en la introducción de la puesta en escena.

Panamá, “ese no lugar atravesado por un brazo de mar artificial”, ha sido desde que América existe para el mundo un polo de atracción a quienes buscan la riqueza fácil, los atajos ante las dificultades, El Dorado. También es un sueño de consumo y un espejismo para quienes quieren abrir un hiato a este callejón en el que nos han metido unos militares satinados de supuesta heroicidad y compasión por los pobres, mientras se llenan los bolsillos y las cuentas “off shore” en nombre de la patria.

Los tacones de “Dora la Emprendedora” uno de los personajes novelescos de Ibsen, el caribeño, están en las tablas de Panamax en la carne de Gisela Suárez, (Nattalie Cortez) la perseverante cocinera de almuerzos servidos en vianditas que atravesó siete semestres de economía en la UCV y entiende de manuales de gerencia, ventajas comparativas y costos de oportunidad.

“Guerrera no es más que otro nombre que se le da a una sobreviviente pelabolas”, admite esta mujer aspiracional, cuya próxima jugada estratégica para salir de abajo es lograr venderle 750 almuerzos diarios a una de las infernales cárceles venezolanas.

Guillermo Arocha (Rafael Romero)  es una especie de economista con un CV que ríete de los ‘Iesa Boys’; dirige un periódico de economía y finanzas (“¿En este país? ¡Francamente!” ) y se deja llevar por los sopores hormonales represados desde los años 80 con su amiga Gisela, a quien reencuentra vendiendo almuerzos en la maleta de su carro por el Cubo Negro.

Este «ángel de colchón» para incubadoras de negocios, se anota en la aventura de apoyar a una hábil y viva negociante en tiempos de bachaqueros y escasez.

La distancia que hay entre San José de la California y Mariches -en los barrancos de la Gran Caracas- queda clara, como la brecha que hay entre ser empresario innovador y simple buhonero en el rebusque.

El triángulo en esta “satírica metáfora” lo completa Melissa Lobo (Ana Melo) otra emprendedora, pero mucho más refinada, que también quiere resolverse con la culinaria, pero escribiendo un libro y llevando un programa de TV por cable desde Panamá, llamado “40 dientes de ajo”.

Los buenos gobiernos en la economía, son como el ajo en la comida, se deben dejar notar por su ausencia, cita la culta gastrónoma que también encuentra su destino en el istmo de los sueños,  y de pesadillas de algunos, como del propio Guillermo Arocha.

Una puesta en escena que, no por casualidad, recuerda la estética de las obras del Nuevo Grupo, de los tiempos de José Ignacio Cabrujas y del Taller del Actor, de Enrique Porte, nos mete de cabeza en las historias contadas en forma de «sketchs» cortos de TV y ensambladas como si fueran capítulos de toda una novela que transcurre en hora y media, con sus dos núcleos definidos y mezclados por la trama.

Carlota Vivas, discípula de Cabrujas y de Porte, productora audiovisual, de espectáculos y eventos, nos trae de regreso con este cuidado montaje una parte del esplendor del teatro venezolano de los años 80, y 90.

Es una muestra de aquél que teatro también terminó sucumbiendo a un país arrastrado por circunstancias e improvisaciones, como esa de creer que un mesías sentado a las prisas en un puesto puede salvarnos, o acaso peor, de creer que agarrando las maletas a las volandas para cambiarse de país y mudarse a un espejismo puede ser la solución a este monstruo que hemos creado.

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