Opinión

Del ruido y la furia (en torno a la ciudad «alegre»)

Shakespeare en reguetón

Publicidad

En Macbeth, Shakespeare va a decir, en boca del propio barón de Glamis, es decir, del mismísimo Macbeth, que la vida es una fábula contada por un idiota, llena de ruido y de furia que nada significa.

Y sí, afuera hay ruido, mucho ruido y mucha furia. Y digo afuera, porque hablo desde adentro, hablo incluso desde el estudio de mi casa, donde escribo, donde se necesita cierto silencio para pensar y escribir. Pero también aquello que escribí en mi casa, ahora se los digo yo acá a ustedes, en este espacio público, en este afuera que es la lectura.

Hace poco asistí a una actividad de una alcaldía con motivo al día del niño. Se agradece el evento, el ánimo de tomar las calles, de sacar a las familias de sus casas. Pero una vez terminada la empresa, ya en la plaza donde habíamos desembocado, el reguetón estalló sobre la tarima. A todo volumen.

De entrada, allí nadie podía hablar. Y luego, empezó a hacer calor. El ruido, porque el reguetón es ruido, da calor. El ruido, en su versión más abyecta, pierde a la gente, la desespera, la desorienta. El ruido, incluso, vuelve a la gente agresiva.

El ruido está en todas partes del país. Está en la playa, cuando llega en su carro uno de los tantos chéveres que nos abundan y pone a todo volumen su música, sacada de la maletera de su nave tuneada con cornetas más que tuneadas. Uno, que es iluso, ve entonces frustradas sus intenciones de leer en paz y tranquilidad frente al mar. Pero, ¿quién puede leer con Wisin y Yandel haciéndote ruido en cada poro de tu piel?

La Ley contra el ruido
El ruido, todo es ruido. En nuestra ciudad, volviendo a Caracas, la gente padece de una delirante epilepsia hacia las cornetas. Por cualquier cosa tocamos corneta. En cierta página web argentina , leí que la multa por tocar bocina es absurda. Se nota que quien escribió eso es un enloquecido del ruido o no vive en Caracas. Además cita la ley a modo de burla como si la ley estuviera absolutamente equivocada. Dicha ley dice que está penalizado «usar la bocina o señales acústicas; salvo en caso de peligro o en zona rural».

En otra página peruana , leo sobre una magnífica iniciativa de la municipalidad de Lima: la campaña «Lima contra el ruido». Entre las acciones en pro del beneficio de los ciudadanos se encuentra el multar a la gente por tocar indebidamente el «claxon». Así dice el reglamento de tránsito: «El conductor sólo debe utilizar la bocina del vehículo que conduce para evitar situaciones peligrosas y no para llamar la atención de forma innecesaria. El conductor no debe causar molestias o inconvenientes a otras personas con el ruido de la bocina o del motor con aceleraciones repetidas». La Ley Penal del Ambiente señala en el Título I de las Disposiciones Generales, artículo 1º, que «la conducta de directores de discotecas, eventos públicos, conductores de vehículos de transporte colectivo (autobuses, camionetas y taxis) que produzcan sonidos que perturben o amenacen la salud pública puede y deben ser sancionados por la Ley». Esto también, claro está, debería ir para los particulares.
No soy conocedor profundo de estas leyes. Me alegra sí que existan leyes que penalicen el ruido. Pero, ¿qué hacemos con las leyes en este país? Pues se usan a discreción, para hacerle tomar la cicuta de la injusticia a los inconvenientes o a los chivos expiatorios. No obstante, más allá de las leyes, creo que debemos empezar a actuar por nosotros mismos. Debemos empezar a cuidarnos del ruido.

Las legiones del ruido
El ruido es un acto violento, se usa para torturar a la gente y en las guerras. Los romanos usaban el ruido para alterar al enemigo, para ponerlo nervioso y subyugarlo. Tenían una legión que se especializaba en tocar trompetas y tambores con ese fin. Sí, el ruido era una maravilla para los romanos, que aunque los admiro profundamente, eran, sin duda, los invasores Se sabe, por ejemplo que la Guardia Nacional, mientras reprimía manifestaciones en 2014, ponía canciones de Alí Primera o el Alma Llanera.

Volviendo al punto anterior, ¿qué tiene en la cabeza esa gente que llega a las urbanizaciones tocando corneta con el fin de que bajen los amigos o los familiares? ¿Por qué tocan corneta en una calle tranquila? ¿No tienen celular? ¿No pueden bajarse a tocar el intercomunicador o el timbre? ¿Qué les pasa?
¿Por qué —y disculpen que retome las cosas que ya dije—, por qué en un evento del día del niño tenemos que poner reguetón a todo volumen? ¿Y por qué, me digo yo, ya totalmente asombrado, algunos padres empiezan a bailar reguetón frente a sus hijos, invitándolos a que bailen ese ruido? ¿Por qué en las fiestas de cumpleaños ponen reguetón? Por cierto, una vez estaba en un McDonalds y tenían puesto reguetón. Pero no era solamente el horror del reguetón, sino que, a todo volumen, el cantante le decía a una mami que le iba a dar duro, que le iba a restregar el bojote en las nalgas y que la iba a hacer gozar.

El silencio ruidoso y la pobreza del lenguaje
El ruido no deja pensar, no da paso al silencio meditativo. Y atención, digo el silencio meditativo, porque hay silencios que son ruidosos. El silencio de la ignorancia, el silencio de la culpa, el silencio cómplice de los que no nos dan respuestas. El silencio de Twitter y Facebook, que está lleno de palabras que hacen mucho ruido por dentro.

Yo suelo quedar aturdido con el ruido silencioso de Twitter. Cuánto palabra gastada, cuánto guirigay, cuánto decir para no decir nada, cuánta pobreza del lenguaje. Ya Cadenas, en 1985, se preocupaba por esa inopia. Su magnífico libro, En torno al lenguaje, guarda las palabras de tales desvelos: «De una manera general se puede decir que el venezolano de hoy conoce muy poco su propia lengua. No tiene conciencia del instrumento que utiliza para expresarse. En su lenguaje, admitámoslo sin muchas vueltas, se advierta una pobreza alarmante».

Para Cadenas, ese deterioro tiene graves consecuencias para el venezolano. «El desconocimiento de su lengua lo limita como ser humano en todo sentido. Lo traba; le impide pensar, dado que sin lenguaje esta función se torna imposible: lo priva de la herencia cultural de la humanidad».

Cuando alguien utiliza mal su lengua, cuando la gente no piensa, ¿qué sale de sus bocas? Ruido, no más que ruido. ¡Y cómo grita la gente en Twitter y en Facebook! Estamos llenando de ruido nuestra sociedad. Y entiendo, estamos sobrecargados, estamos sobrepasados, todo esto lo entiendo. Pero también hay otras cosas.

Hacer lo bueno, hablar de lo bueno
Las redes sociales son un espacio público, sin duda, y como tal, un espacio de participación. Hanna Arendt, inspirada en la vida pública de la antigüedad griega, entendía la política como participación en ese espacio. Es cierto, pero Arendt también veía con preocupación la intervención de la vida privada en el ámbito público (o esto lo llamaba, por cierto, «lo social»). De alguna manera, las redes sociales obedecen a esas dos naturalezas, a la pública y a la privada. No dejan de ser una especie de fantasmagoría de lo real que busca hablar de la realidad. Pero, como todo discurso, sus representaciones son factibles de ficción. Y para la literatura, tales ficciones están bien, pero para la realidad tales ficciones pueden convertirse en mentiras.

En vista de completar su dimensión pública, el ciudadano digital debe también abrir su participación hacia la ciudadanía del afuera, de las calles, con el fin de quebrar lo virtual-particular y participar así en una política ciudadana adecuada o mejor, completa.

En este caso, el que nos ocupa, hablamos de una participación que busca formar ciudad con palabras que no hagan ruido, con silencios que no hagan ruido. Y aprovecho para encajar acá que el ruido también puede ser una forma de rebeldía, cómo no. El derecho a la manifestación, la protesta, la disidencia democrática es una forma de ruido que es necesaria, claro que sí. No obstante, prefiero ver ese ruido como una gran voz tronadora, como una gran voz que se alza contra los abusos del poder y que actúa con la agresividad necesaria de aquel que lucha por la democracia en medio del empuje atroz de los arbitrarios. Para Claude Lefort el poder es un espacio vacío donde es necesaria una participación que siempre ha de generar conflicto. Los proyectos totalitarios tratan de llenar ese vacío con una ideología que elimine el conflicto y haga que todos, absolutamente todos, piensen igual. Como contraparte, y siguiendo el camino de Arendt, debe generarse una participación en el ámbito público que constantemente genere pluralidad. Dentro de esa pluralidad del ámbito político o público, cada quien corre con su responsabilidad, y cada quien participa con su proyecto. Pero no creo que debamos limitarnos a la política entendida dentro de un campo restrictivo. Pienso, por ejemplo, en todos aquellos hombres y mujeres que durante la Segunda Guerra Mundial siguieron pensando, escribiendo y trabajando en arte o en filosofía. Walter Benjamin escribió en 1936 La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. El caso de Benjamin incluso es más significativo aún, pues Benjamin intentó suicidarse en varias ocasiones por causa de la guerra, y finalmente terminó quitándose la vida en 1940 en Portbou. Había sido apresado por la policía española y, bajo ninguna circunstancia, estaba dispuesto a volver a Francia y caer en manos de la Gestapo. De modo que, aquel gran maestro alemán —y judío— prefirió aplicarse una dosis mortal de morfina.

Picasso, lo sabemos, desarrolló su trabajo en los albores de la Primera Guerra Mundial, durante y luego de ella, y también en la Segunda Guerra, y después de ésta. Ya saben, Picasso trabajó mucho.

¿Qué quiero decir entonces? Que, bajo las peores circunstancias, no podemos dejar de hacer lo bueno y hablar de lo bueno. Aún bajo las peores circunstancias, debemos trabajar por mitigar el ruido, por forjas palabras, por crear espacios de silencio y de diálogo. Diálogo yo no sé si con aquellos que nos pisan la cabeza y la dignidad todos los días, pero sí diálogo entre nosotros, los que creemos en la importancia de la lengua y del arte. Y si no diálogo, palabras que valgan la pena, por lo menos. Palabras que hablen bien. Palabras que importen y que no estén llenas de resentimiento, odio, impotencia y desprecio. Palabras que se preocupen por dejar belleza para el futuro. ¿Imaginan ustedes que Benjamin, a pesar de su depresión, no se hubiese preocupado por hacer crítica literaria, artística y filosófica? ¿Imaginan ustedes si Picasso, pensando que el caos se lo tragaba todo, no hubiese pintado?, ¿porque para qué, si todo es una mierda?

Dante y el ruido culo del diablo
Llevamos mucho ruido por dentro, y la ciudad ya tiene ruido suficiente como para nosotros seguir aportándole ruido. Ese ruido por dentro es realmente infernal. En la Divina comedia, Dante nos lo muestra. Cuando los poetas (Dante y Virgilio) llegan a la quinta fosa del octavo círculo, un demonio portentoso aparece y ordena a otros diez demonios escoltar a los visitantes. Estos demonios se muestran poco dados al servicio, pero entonces el demonio jefe, al ver la negativa, los asusta con un terrible ruido. Así dice el verso: «Ed elli avea del cul fatto trombetta». La frase puede traducirse de la siguiente manera: «Y el jefe de su culo hizo trompeta». Cabe destacar que «cul» no es culo, sino grupa, anca, nalga. Ciertamente, el demonio es una especie de animal, y sin duda, «cul» también puede ser culo.

Así que ahí lo tenemos, el demonio deja salir el ruido que lleva por dentro convertido en una corneta poderosa que en el Infierno se usa para atemorizar hasta a los mismos demonios.

Cuando hacemos ruido nosotros, hacemos en cierto modo lo mismo: botamos toda nuestra porquería. Nuestra boca puede ser un culo, nuestras redes sociales, pueden ser un culo. Sería bueno, de vez en cuando, usar la boca, la cabeza y las buenas ideas, y no solamente el culo del demonio.
Es difícil sí, dejar de hacer ruido. Pero uno intenta —intenta— no ser ese idiota que cuenta un cuento lleno de ruido y de furia. Así andamos por estos tiempos, dándole a la ciudad, al país entero, ruido y furia. ¡Qué cosas, ¿no?! O hacemos ruido porque llevamos mucha furia por dentro, o hacemos ruido porque nos creemos muy alegres, muy chéveres.

Una adenda y un poco de Sabina
No puedo dejar tampoco a un lado, el ruido de esa otra neo-lengua que nos invade. La lengua de algunos «emprendedores» que escriben libros que hablan en mal español de Miami sobre ciertas «artes» como la de comprar personas, la del personal-branding, la del emprendimiento, la del coaching neuro-espiritual y de cosas por el estilo. Eso también hace ruido, mucho ruido, porque en libros venden miles de ejemplares y en dólares dictan muchas conferencias.

En fin, cierro con algunas estrofas saltadas de Joaquín Sabina que nos dicen lo suyo, muy bien dicho, del ruido:

Se borraron las pisadas,
se apagaron los latidos,
y con tanto ruido
no se oyó el ruido del mar.

Ruido mentiroso,
ruido entrometido,
ruido escandaloso,
silencioso ruido.

Ruido como sables,
ruido enloquecido,
ruido intolerable,
ruido incomprendido.

———

Conduciendo.com. «Las cinco multas más insólitas de la Ley de Tránsito»: http://www.conduciendo.com/las-cinco-multas-mas-insolitas-de-la-ley-de-transito-4166-argentina
Todosautos.com. «Claxon de auto: ¿En qué situaciones se puede utilizar este dispositivo?»:
http://www.todoautos.com.pe/portal/sat/205-reglamento-transito/6383-uso-claxon-auto
Rafael Cadenas. En torno al lenguaje. (Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1985), 15.
Ibíd., 19.
Dante Alighieri. Divina comedia. (Buenos Aires: Latium, 1922), 124.

Publicidad
Publicidad