De una vez por todas: Luis Herrera no comía torontos
¿Qué comía Luis Herrera Campíns? El pabellón criollo, la torta de plátanos, la arepa pelada, queso de mano, mojo trujillano, granos de todos los tipos y en todas las preparaciones especialmente en contundentes sopas, hervido de gallina, hallaca llanera, pisillo de chigüire y el palo a pique estaban entre sus bocados predilectos
La buena sazón y excelente comida venezolana, con platos del recetario familiar que siempre se prepararon en La Herrereña, era motivo suficiente para que el presidente Luis Herrera Campíns no tuviera restaurantes favoritos. En la tradición culinaria de La Herrereña, su residencia familiar, se unían platos del Llano portugueseño y de los Andes trujillanos. Luis Herrera nació en Acarigua, y doña Betty, su esposa, en Trujillo.
El presidente Herrera Campíns(1979-1984) disfrutaba al máximo de la comida criolla, le gustaba la de todos los rincones del país. Sin lugar a dudas que su paladar revelaba su venezolanidad. El pabellón criollo, la torta de plátanos, la arepa pelada, queso de mano, mojo trujillano, granos de todos los tipos y en todas las preparaciones especialmente en contundentes sopas, hervido de gallina, hallaca llanera, pisillo de chigüire y el palo a pique estaban entre sus bocados predilectos.
En la sección de postres nunca le faltaba algún dulce en almíbar como el de duraznos y el de leche cortada, quesillo de piña, paledonias, torta de pan y el ponche caliente, algunas de estas recetas eran elaboradas por el mismo Luis Herrera, otra faceta poco conocida de este hombre que se dedicó a la política. Su debilidad eran los cambures fritos, tipo titiaros, bañados en almíbar de papelón.
Juan Luis Herrera Urdaneta accedió amablemente a responder nuestra investigación sobre los gustos presidenciales, previa conversación con la Primera Dama, doña Betty Urdaneta de Herrera Campíns y sus hermanos Luis Fernando, María Luisa, José Gregorio y María Beatriz.
La unión familiar siempre ha privado en el hogar de los Herrera Urdaneta. Así como los gustos se mantuvieron intactos durante la permanencia en la residencia presidencial La Casona, sus relaciones y hábitos no variaron. La familia siguió el mismo ritmo de preferencias por la gastronomía criolla, donde no había sofisticaciones y la mesa se servía con los platos de diario de cualquier familia, a excepción, claro está, de las fiestas oficiales y banquetes de Estado programados para agasajar a algún visitante extranjero o ilustres personajes.
Luis Herrera Campíns, una vez que salió electo Presidente de la República, reunió a su esposa e hijos y les dijo que salían de la quinta La Herrereña y volverían a ella después de 5 años, el paso por La Casona sería uno de los pasajes más importantes de su vida y de toda la familia, pero que no debían cambiar en su manera de ser y de actuar.
Esa sabia observación del Primer Mandatario se cumplió a pie de la letra. Todos en la familia tenían plena conciencia del privilegio y la responsabilidad que significaba vivir en la residencia presidencial, pero sabían que era algo pasajero, solo serían cinco años, el período de gobierno establecido en la Constitución. Mientras estuvieron en esa posición, los hijos continuaron con su vida normal de estudios, trabajo y mantuvieron las mismas amistades, pero a la vez apoyaban en lo que pudieran a sus padres en la difícil tarea de dirigir al país.
El regreso a La Herrereña no causó ningún trauma, la vida continuó igual, pero con la interesante experiencia de haber sido una familia presidencial, posición que los colocó en un punto importante de la historia, de un país auténticamente democrático con alternabilidad política.
El doctor Herrera Campíns, de vez en cuando, se daba un gusto en lugares como La Estancia, Casa Cortés, Il Vecchio Mulino o el Da Guido, acompañado de la familia o en ocasiones con amigos del entorno político.
Tenía una oficina en el conocido edificio Disconti, de Padre Sierra a Muñoz, por lo que con cierta frecuencia almorzaba en el restaurante Rex, ubicado en la planta baja, cónclave de políticos, parlamentarios y los sempiternos personajes que pululan alrededor del poder.
El Rex ofrecía cocina de corte internacional, algunos platos criollos y especiales, preparados con honestidad en los que se esmeraban para mantener a esa importante clientela fija, la cual consentían en sus gustos y tenían la capacidad para satisfacer algunas exigencias particulares.
Para los domingos familiares solicitaban pizzas y calzones a El Naturista, en La Castellana; paella al restaurante Gallegos, en la esquina El Muerto; arroz a la marinera o estilo flamenco en El Barquero.
El presidente Herrera Campíns, además de privilegiar la comida venezolana, le gustaba algunas preparaciones de las culinarias española, francesa e italiana.
“Cuando viajaba a Madrid, siempre incluía una visita al Sobrino de Botín en Arco de Cuchilleros, donde tomaba la sopa de ajo -comenta Juan Luis Herrera- En París le gustaba ir a la conocida brasserie Au Pied de Cochon para degustar la tradicional sopa de cebolla gratinada y en Roma al Alfredo, en la plaza Augusto Imperatore, donde se deleitaba con la tradicional pasta de la casa, la auténtica que solo tiene mantequilla y parmigiano reggiano en su preparación”.
El 4 de mayo era un día muy especial para él porque le gustaba celebrar su cumpleaños y siempre lo hacía en la isla de Margarita, donde tenía cientos de amigos, margariteños y de todo el país, que le preparaban un suculento sancocho de pescado con tostones, yuca, ensalada y demás vituallas, uno de sus platos predilectos.
En esta celebración de su cumpleaños cuando viajaba al estado Nueva Esparta no se alojaba en hoteles, ni cuando fue candidato ni siendo Primer Mandatario, pernoctaba en casa de sus amigos de la isla, demostración de su sencillez y naturalidad. Era el apego a esas tradiciones familiares y el afecto verdadero, tenía un alto sentido y respeto por el valor de la amistad.
En los viajes por carretera el doctor Herrera Campíns tenía paradas fijas para saborear cachapas y chicharrones en las ventas del Campo de Carabobo. Las arepas rellenas de cochino en La Encrucijada siempre estaban en la mira, por lo que era casi una obligación detenerse en algunos de los restaurantes de la zona.
En Acarigua, su ciudad natal, compraba pan dulce en la panadería Fatty y en Caracas lo adquiría en la de esquina de Cipreses.
“En La Herrereña no faltaban los envíos de sus amigos de todo el país de distintos productos de la gastronomía criolla -recuerda Juan Luis- entre los que se contaban quesos blancos, pisillo de chigüire, dulce de merey pasado y de icacos,huevos chimbos, entre otros. A veces preparábamos curries que le gustaban mucho porque le recordaban los domingos durante su estancia en Londres donde vivió exiliado”.
¿Y los torontos?
La gran anécdota fue la leyenda urbana que se creó sobre su ingesta de chocolate, y en particular de la golosina de Savoy llamada Toronto, situación que el doctor Herrera Campíns lo tomó con inteligente paciencia y hasta con gracia. Sus hijos María Luisa y Juan Luis refutan con énfasis esta idea fija en la opinión pública: “Él no comía chocolate”.
La familia supone que eso surgió porque el presidente Herrera siempre estaba pendiente de sus hijos y era muy detallista, les llevaba chucherías, entre ellas chocolates y torontos, pero el imaginario popular pensaba que como era gordo y le gustaba comer, esos torontos eran para su consumo, inclusive la gente decía que tenía los bolsillos llenos de torontos, lo que era totalmente falso.
Luis Herrera Campíns -comenta su hijo Juan Luis Herrera- no comía chocolate porque desde los 8 años de edad era alérgico, sin embargo, esta leyenda inocua ha sido casi imposible de extinguir. Esto hizo que algunos amigos y personas allegadas a veces pasaran vergüenza ante él cuando le ofrecían postres con chocolate y por supuesto cajas de Toronto.
Cuenta la diputada Elys Ojeda, amiga de la familia que, siendo presidente electo en esos días de euforia por el triunfo, mucha gente visitaba La Herrereña, la residencia privada. En una ocasión llegó un señor con un enorme saco lleno de centenares de torontos. Cuando el doctor Herrera Campíns vio la dimensión y cantidad de los redondos chocolates que cubren una tentadora avellana, lo que hizo fue reírse y en medio de las carcajadas, decía que como él no comía torontos, ese regalo era perfecto para obsequiarle a los niños y a las visitas. El buen humor siempre lo acompañaba.
15 especiales panes de jamón
En la navidad de 1982, Miro Popic, periodista, escritor e investigador de la historia de la gastronomía venezolana, pasaba por una situación económica «apretada» y le dijo a su esposa Yolanda: «Voy a hacer pan de jamón para vender, si no los vendo, al menos tenemos comida».
Como buen conocedor de la publicidad y la promoción, Miro se convirtió en una personalidad mediática. Comenzó a aparecer en revistas, en los diarios de mayor circulación y posteriormente en múltiples entrevistas de radio y televisión. Su primer tema gastronómico estuvo vinculado a la historia del pan de jamón y esas investigaciones y conocimientos que adquiría, le permitió elaborar un pan que fue todo un éxito en el mercado.
Un día, entre el afán de la compra de jamón, aceitunas y pasitas, y amasar varios kilos de harina junto a Yolanda, recibió una llamada del edecán del Presidente de la República solicitándole la venta de 15 panes de jamón.
El novel panadero pensó que era una broma de algún amigo, no hizo caso y colgó el teléfono. De inmediato, la llamada volvió a repetirse y al otro lado del hilo telefónico ya no estaba el edecán, sino la inconfundible voz ronca del presidente Luis Herrera Campíns, que Miro Popic, como buen periodista, reconoció de inmediato: “Hola, tú eres el periodista que hace panes de jamón, quiero encargarte 15”, a lo que Miro respondió “con sumo gusto, mañana a las 3:00 de la tarde se los tengo listos, señor Presidente”.
Al día siguiente, a la hora convenida se presentó un emisario de la presidencia con el pago en efectivo por el encargo de los 15 panes de jamón.
En el hogar Popic-Quintana se abrió una botella de vino para celebrar esta abultada venta que tenía como comprador al propio jefe de Estado.
Luis Herrera Campíns, el hombre
Una de sus características de hombre sencillo, muy a lo venezolano, era su refranero. Tenía un gran repertorio de refranes, citas y dichos populares, casi que uno para cada situación, rasgo propio del hombre llanero. Uno que tuvo repercusión y no ha perdido vigencia es: “A comprar alpargatas que lo que viene es joropo”.
Otro de sus rasgos fundamentales como hombre, estadista y político, fue la amplia cultura que adquirió a través de sus estudios, siempre fue un alumno brillante, entre los sobresalientes de su clase. También tuvo la oportunidad de adquirir nuevos conocimientos en los viajes y especialmente su avidez insaciable por la lectura.
Cuando se movilizaba en automóvil con su conductor, quien también se sumó a la jerga popular con aquella frase de “arranca Berroterán…”, no perdía tiempo, varios libros eran devorados, al igual que en los largos viajes en avión. La lectura de la prensa diaria era una obligación, por eso siempre se mantenía informado.
Pilarica Iribarren, quien fuera ministra de la Juventud, dio una muy buena definición que retrata a la perfección su manera de ser y de actuar: “El ser humano, Luis Herrera Campíns, fue muy atípico como político porque nunca permitió que el poder político se le fuera por encima de lo que él era”.
Nota de la directora. Todos los jueves sale un nuevo capítulo del seriado «Buen apetito, señor presidente», que el investigador y cronista gastronómico Alberto Veloz escribe sobre los gustos culinarios de los expresidentes. Para leer los anteriores capítulos puede hacer clic aquí, o en la nota de abajo, del episodio anterior, dedicado a Carlos Andrés Pérez.
Bibliografía general de la serie «Buen apetito, señor presidente»
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El doctor Ramón J. Velásquez era considerado "excelente diente", y le gustaba comer en su casa y en la calle, tanto en ventorrillos de carretera como en restaurantes de lujo
A Jaime Lusinchi le gustaba cocinar y los domingos hacía competencia con su hermano Pancho a ver quién preparaba el mejor plato. También era asiduo a restaurantes y más de una vez los puso en aprietos
A Carlos Andrés Pérez le gustaba comer bien, pero cuidaba mucho su alimentación, aunque los domingos se permitía un sustancioso cruzado que cocinaba él mismo en su casa