Venezuela

Abandono (en torno a la libertad justiciera)

Miren lo que pasó ayer. Dando vueltas por Facebook leí un encabezado de una noticia que decía que una mujer había lanzado a su bebé por la ventana de su apartamento. Empecé a leer la noticia, la mujer decía que su hijo estaba poseído, y por eso lo lanzó. Lo hizo para acabar con el mal.

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Foto: Andrea Hernández

Terrible, querido lector, realmente terrible la noticia. Y disculpa que te hable de esto, pero te voy a decir lo que me pareció más horroroso aún. De pronto me golpeó el descubrir que esa noticia ocurría en otro país. ¿Y sabes por qué me golpeó? Porque empecé a leerla, precisamente, asumiendo que había ocurrido en el mío, en Venezuela. Es duro, sí, es duro darse cuenta que últimamente espero lo peor, que, de entrada, esa sobrecogedora noticia me haya parecido propia de mi país, como si fuese normal, como si no me extrañase que alguien acá le hiciera tal cosa a un niño.

¿No es eso monstruoso?, ¿creer que cosas así son posibles en tu país? Hace años, hace muchos años, cuando yo no tenía barriga ni canas, nadie esperaba que una cosa así ocurriera en nuestras tierras. Veías Seven, por ejemplo, Seven de David Fincher y te decías, los locos están allá, en el norte, los asesinos en serie están allá. Estas cosas no ocurren aquí, puedo estar tranquilo. Hannibal Lecter apareció en el cine por primera vez en 1986, y se hizo muy famoso con Anthony Hopkins en 1991. Dorángel Vargas fue detenido en 1999, y se supone que cometió sus crímenes entre 1997 y 1998. Dorángel era un loco indigente. Comía gente, y una distorsión así es inexcusable, pero Hannibal es alguien que aparenta ser normal, alguien como tú y como yo, incluso alguien respetable. Y allí está el horror, en la oscuridad que se agazapa detrás de la gente que nos cruzamos día a día. No saber ya quién es quién en este país, esperar lo peor de todos.

En dos años hemos tenido cuatro personas descuartizadas. Dos hombres, dos mujeres. ¿Qué puede llevar a alguien a hacer algo así? ¿Por qué alguien transgrede esa frontera? ¿Qué clase de personas hacen esto? ¿Qué clase de personas descuartizan o torturan de maneras impensables a la gente en su casa antes de matarla? ¿Son realmente personas?

Nunca imaginamos que eso podría pasar acá, y yo me pregunto, ¿será que tal descalabro iba a suceder porque así son los tiempos que corren en el mundo? ¿O porque ya en el país somos demasiados y algún loco entre tanta gente debe haber? Es decir, en una familia con muchos hijos, alguno nace torcido, porque se le descuida, porque se le olvida, porque no hay tiempo de cuidarle. Ya este país no nos puede cuidar a todos.

Yo en verdad no sé si echarle la culpa al espíritu de los tiempos, a la densidad poblacional o al demonio. Yo sólo sé que a un montón de gente se le dijo que el país era un lugar por fin libre, por fin liberado, sin leyes (porque las leyes habían servido para hacer al hombre prisionero), y sin control, vigilancia ni fuerza policial (porque el control, la vigilancia y la fuerza policial habían sido cómplices de la esclavitud del pueblo).

Pero no es lo mismo un lugar liberado que un lugar abandonado.

Allá afuera es el abandono, y en los lugares desolados, el mal se confunde con la libertad. Se hace lo que se viene en gana porque en ese lugar no existe la ley ni el castigo. En los lugares abandonados no existe tampoco lo particular, lo individual, lo privado. Los lugares abandonados son de nadie y son de todos. Entonces es tuyo no sólo lo que el otro pueda portar, sino que también es tuya la vida del otro. Al fin y al cabo, puedes tomar todo y hacer tu propia ley. Ahora eres libre, y lo que haces está bien, porque te dijimos que esta libertad es justiciera. Tu libertad es justiciera. Has justicia libremente contra los que te hicieron daño. Son aquellos, los que están allá afuera.

Lo más básico que debe ofrecer todo Estado capitalista, democrático, liberal, socialista, como a usted le guste, es la seguridad de los individuos. Pero el Estado dijo, hágase la libertad «absoluta», y en la «libertad» se hizo mal. Privó la libertad justiciera que nos ha sido dada.

¿Por qué ha ocurrido esto?

Quizás no sea una sola la respuesta. Allí usted puede encontrar un trasfondo de frustración personal muy íntimo, mezclado malamente con sensiblería humanista montada sobre parapetos mal pegados de filosofía política (Laclau, Negri, Schmitt…); un nosotros y un ellos, un enemigo y un amigo llevados al extremo; un amor de «nosotros» que sirve para odiarlos a «ellos»; una idea de «pueblo en constante construcción» que pretendió incluso los intereses de aquellos que, según esta visión, también son pueblo pero que la «burguesía» los llama malandros…

Si bien es cierto que no hay libertad sin una sociedad dinámica que someta a conflicto sus ideas y sus intereses —en eso creo—, no es dable, sin embargo, aceptar que tanto humanismo barato degenere en odio. El hampa organizada tiene sus intereses, por supuesto, pero no son precisamente ciudadanos, y allí quizás está uno de los más grandes errores de los amantes de las bellas ideas políticas revolucionarias. El error estuvo en pensar que la facción del malandraje tendría alguna conciencia política. Así lo creyeron Chávez y sus ideólogos, o así lo hicieron creer. En el fondo, la apertura de la voz del delincuente marginado terminó siendo la apertura de la agenda de los pranes y su violencia. ¡Qué error tan grande fue creer que ese brazo de la violencia podía aliarse al Estado en la buena lid humanista! ¡Qué error fue pensar que parte de la seguridad del Estado podía entregársele a ese «pueblo» llamado delincuencia! El chavismo creyó en un inicio, sólo en un inicio, que las buenas intenciones ideológicas —y no la política— podían hacer hombres buenos —y nuevos. En eso, el chavismo fue totalmente derrotado. Ellos mismos se han vuelto hombres malos, ese es su mayor fracaso. Los progres de las universidades norteamericanas y europeas deberían mirar esto muy de cerca. Y pensar, ellos, académicos que tanto piensan, pensar por sí mismos un poco.

Y no lo dudo: alguna vez Chávez tuvo buenas intenciones, e incluso inocentes intenciones. Pobre hombre que escuchó hermosas ideas aquí y allá, pero nunca entendió que la prudencia es más importante que la ideología. Pobre hombre, que al final ya ni buenas intenciones tenía, sino puras ganas de permanecer en el poder para algún día retomar las buenas intenciones.

Ahora estamos pagando las consecuencias de ello. Ahora todo ha sido sobrepasado. Al abandono consciente de amplios sectores del territorio para dejar espacio al supuesto debate político del pueblo (incluidos los malandros), se ha sumado la incapacidad del nuevo «gobernante», del heredero del corazón. Ahora ya no hay buenas intenciones, sino perversos manejos políticos por el poder y por el dinero, como suma máxima de felicidad. Ya lo dije, Chávez, al final, sólo dejó eso: el perverso manejo del poder.

Todo se deja hacer porque no se sabe cómo manejarlo, apenas algunos intentos magros que suenan a organizaciones palestinas. Ya somos las peores noticias del crimen, lo peor que pueda pensar Frank Miller para sus comics, la peor película de terror de Hollywood, ya somos lo peor de Estados Unidos. Sí, lo peor de Estados Unidos, pero no por pitiyanquis, no por imperialistas, no porque nos fascina Mickey Mouse, no porque queremos ir a Disney o hablamos inglés batiendo la mandíbula. Somos iguales a Estados Unidos y las peores cosas que allá pasan. Porque, querido lector, la noticia de la mujer que lanzó a su hijo ocurrió en Estados Unidos. Pero acá, en nuestro país, con niños o sin ellos, ocurren cosas esas. Allí lo tienen, hace poco fue encontrada una mujer desmembrada en el interior de un carro.

Me imagino que será culpa de los paramilitares, del cine violento de los yanquis, de la guerra económica y todo lo demás. Porque pensar que quizás haya sido por algo de lo que arriba dije, ¡jamás!

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