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"Rápidos y furiosos 10": el triunfo de la épica ridícula

Justo en la recta final de esta carrera de resistencia de más de veinte años, “Rápidos y furiosos” conecta con su esencia en toda su aparatosa, ridícula y adictiva identidad 

Rápidos y furiosos
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En al menos dos de las escenas de “Rápidos y furiosos 10” el villano encarnado por Jason Momoa se burla de la saga. No de manera directa, sino en una reconocible alusión a su extensión, tono disparatado y la posibilidad en que “ocurra cualquier cosa, por impensable que sea”. Para el fanático constante, la metarreferencia es mucho más que un guiño, es un reconocimiento a la extraña forma de entretenimiento que identifica a la franquicia protagonizada por Vin Diesel y que en esta ocasión dirige Louis Leterrier.

El conjunto de películas es algo más que un universo expandido. Que lo es y por derecho propio, luego de diez cintas, un spin-off, dos cortos y todo tipo de material añadido. Es casi un género en sí mismo, construido con sus propias reglas a las que se atiene con inesperada pulcritud.

Es una pérdida de tiempo -y un fracaso de la imaginación- intentar incluir al mundo de Dom Toretto y su familia, en el cine de acción usual. Ya sea por accidente, puro atrevimiento o ingenuidad, lo que comenzó como una clásica cinta de automovilismo, es ahora un proyecto que abarca una idea concreta. Cualquier cosa es posible en esta dimensión en la que dos coches pueden volar entre edificios por mero impulso de su motor, en la que un villano nacido de una venganza extravagante puede amenazar al Vaticano y que sigue apoyándose en un amor fraterno y cursi, marca registrada de la casa.

La saga no intenta competir con el cine de autor de alto calibre de “Misión imposible”, tampoco con la añeja elegancia de James Bond, ni con las exageraciones sofisticadas de la Serie “Kingsman”. Para bien o para mal, “Rápidos y furiosos” es netamente norteamericana, cine de diversión creado para las masas, pero –eso sí- consiguió su propia identidad. Mejor aún: logró establecer un estándar en el ridículo, lo estrafalario y el uso de recursos excesivos que ya se convirtió en su elemento más reconocido. Algo que “Rápidos y furiosos 10” lleva a un nuevo nivel, si eso es posible.

Una venganza, Roma y el absurdo

La más reciente entrega comienza explorando la mitología de la franquicia. Las primeras escenas muestran todo lo que el espectador necesita saber. En resumen: que una vez Dom (Vin Diesel) y Brian (el fallecido Paul Walker) lograron robar al narcotraficante Hernán Reyes (Joaquím de Almeida) en un suceso apoteósico. Como el seguidor fiel recordará, se trata del argumento de “Rápidos y furiosos: 5in control” en la que estos corredores clandestinos convertidos en héroes, lograron atravesar una ciudad con una bóveda repleta de dinero a cuestas.

Este estrafalario escenario tiene un final digno de una heist movie desvergonzada. En su nueva versión para “Rápidos y furiosos 10” añade algo más: Dante, el hijo del mafioso, estuvo presente en medio de la humillación pública de su progenitor, lo que provocó el juramento de una venganza y a una década en el futuro, el mejor personaje del argumento. Uno que, además, tiene la particularidad de nutrirse con las tramas anteriores hasta convertirse en una especie de centro de gravedad de maldad pura, a la que reaccionará el resto de los personajes.

Jason Momoa brinda quizás la más divertida actuación de su carrera y una, destinada a convertirse en icónica en la saga. En especial, por su mezcla de vanidad, burlona zalamería y violencia. Todo, en medio de trajes llamativos, uñas pintadas de negro y una necesidad, empecinada e imparable, de hacer daño a Dominick y a los que le acompañan. Lo que podría haber sido una interpretación bufonesca, se convierte en las manos de Momoa en la de una criatura perversa, carismática y dispuesta a todo. Un motor incombustible de artimañas, trampas y engañosos que teje alrededor de la célebre familia Toretto.

Es entonces, cuando la película demuestra la premisa de ser parte de un género creado a su medida. “Rápidos y furiosos 10” lleva todos los clichés, ridículos entuertos y giros de guion sin sentido que han hecho famosa a la saga, aunque no son tan disparatados como para que el desprecio a la lógica y a la ciencia sea ofensivo. En realidad, se trata de una dinámica interna que tiene mucha más relación en cómo funciona cualquiera de las “Rápidos y furiosos” como premisa. 

Dom, convertido en epítome del bien, jamás tiene miedo. Lo dicen su hijo, su hermano y su esposa. Se lo recuerda su abuela (una encantadora y desaprovechada Rita Moreno) y la memoria de Brian, que aunque en la ficción sigue vivo es poco menos que una aparición eventual. El hecho es que esta batalla de titanes entre Dante -despiadado e irrefrenable- y Dom -dispuesto al sacrificio- cruzará tres continentes, seis países y dejará a su paso cientos de coches destruidos. Pero también, llevará a un punto de inflexión.

Esta vez la lucha no es únicamente sobre el asfalto: Dante, como una versión retorcida del machacón concepto familiar de Dom, está dispuesto a todo por la suya. Y eso implica matar, morir o entre ambas cosas, hacer todo el daño posible a los Toretto o a los O’Conner. La historia llega entonces a la medida de una épica ridícula, con vehículos destrozados en formas siempre nuevas e imaginativas. Pero también apunta a un lugar: esto no termina aquí ni ahora. La vida de Dom no será jamás la misma.

Tendremos que esperar

Como primera de tres partes, “Rápidos y furiosos 10” falla en que su argumento simple se hace aún más trivial por encontrarse incompleto. Todavía habrá que esperar dos películas más para saber el destino de todos.

Lo que incluye las lealtades de Cipher (Charlize Theron), lo que sea que esté tramando Jakob Toretto (John Cena) y todas las pequeñas narraciones de un grupo de personajes que, a fuerza de ridículo, están muy cerca de integrar la historia del cine, si no lo han hecho ya. ¿El motivo? En palabras del perverso Dante, uno muy obvio: “Divertirse sobre cuatro ruedas nos une a todos” ¿Tiene razón el villano? Solo el tiempo lo dirá. 

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