De Interés

Yo no mostré mi dedo morado (o mi chiquito morado, como quieran)

El domingo hice una pequeña prueba. Escribí en Facebook una frase donde preguntaba si me creían que había votado aunque no mostrara mi dedo morado. Algunos se tomaron mi comentario con humor, lo que era un poco la intención; otros, no obstante, no estuvieron tan contentos con mi pregunta. Cabe destacar —cabe destacar, cabe destacar—, que por ninguna parte —por ninguna parte, por ninguna parte— de esa pregunta, critiqué a los que mostraban su foto con su dedo morado. Es decir, NO estuve NI estoy en contra de las cientos de personas maravillosas que mostraron sus dedos. En ningún momento dije nada en contra de esa belleza cívica. (Y disculpen que repita una y otra vez, pero me he dado cuenta que a algunas personas suspicaces les hacen falta las repeticiones o las sobre explicaciones.)

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Yo no mostré mi dedo morado porque confío en que la persona que visita mi muro, que lee lo que escribo en distintas partes y me conoce, sabe que, por lo menos desde hace cuatro meses, estuve defendiendo el voto de estas elecciones, contra viento y marea, en mi batalla contra aquellos agoreros que decían que no había que salir a votar y que había que dejar en evidencia al «régimen» desconociendo el voto. ¡Muy audaces, sí!

Así como afirmé hace algún tiempo que no soy menos venezolano porque no nací en Catia, lo mismo digo hoy: no soy menos venezolano y menos opositor porque no mostré mi dedo en Facebook. Porque si bien estoy orgulloso de los que, con todo su derecho, mostraron el suyo —como se dijo jocosamente, su chiquito—, también respeto a todos aquellos que aunque votaron, no lo mostraron. Y sí, quizás hablo de una tontería, quizás me ahogo en un vaso de agua. «¡Por Dios, pendejo, estás hablando de un dedo!»
Pero acá voy a lo que me interesa.

¿Por qué votamos como votamos? Yo voté por empezar a vivir en un país donde se recupere el Estado de derecho, es decir, por un país donde quepa la diversidad dentro de la ley, por un país donde las ideas llevadas al fundamentalismo no se sobrepongan a la sensatez que es tan necesaria a la realidad (y cuidado con esa trampa, tan «democrática», de justificar extremismos arcaicos porque estamos, justamente, en democracia y porque «así es la libertad de expresión»).

Yo voté porque la palabra vuelva a ser palabra empeñada y cierta, y no simulacro de la realidad; yo voté porque no haya olvido político y sí mucha memoria política (qué rápido olvidamos, qué fácil nos volvemos en contra de alguien que ha demostrado ser consecuente con su lucha); yo voté para que sepamos leer bien la realidad, sin simplificarla con dos o tres palabras acomodaticias que pretenden clasificarte, ya saben: izquierda, derecha, capitalista, socialista, liberal o cualquier otra palabrita de manual.

Queda mucho, mucho por hacer, mucho camino por recorrer, mucha pelea por bregar. Las cosas no van a ser más fáciles. Comienza una Venezuela que se abre, pero esa apertura será atacada desde todos los flancos posibles. Nos golpearán y nos patearán, pero en la Asamblea los diputados harán lo que se supone se hace en todo cuerpo legislativo serio: defender sus ideas sin acomodos de última hora por causa de intereses personales, cosa que sí hicieron unos cuantos genios analistas para quedar como infalibles en caso de que la oposición perdiera estas elecciones; esos mostraron su dedo y celebraron el triunfo, pero nadie recuerda que recularon a última hora con sus «análisis».

No, yo no mostré mi dedo, pero en ningún momento dudé de la importancia de ir a votar, en ningún momento dejé de defender el voto de manera pública. Y sin triunfalismos, estoy muy feliz por el triunfo. Ahora, no esperemos milagros. Que lo que viene puede ser aprovechado por el gobierno para justificar cada vez más su caída en el abismo. Porque recuerde: no hemos cambiado de gobierno. La guerra económica podrá ser ahora «guerra legislativa» y dirán que no pueden hacer lo que quieren hacer para el pueblo porque la guerra de los diputados de oposición no los deja, y bla y bla y más bla. Hay gente que es capaz de todo, de cualquier cosa, y nuestra indignación es mucha, pero, paradójicamente, el terreno posible para drenar nuestra inmensa rabia y salir de esta gente, está en la ley. Ese dedo, el de la ley, nos apunta y nos recuerda que algo vamos logrando.

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