Los moradores de Loma Andina en El Junquito, hartos de tanto ultraje delincuencial, columbraron una idea: pagar 2000 mil bolívares a malhechores por su seguridad. Con el tiempo, lo que consideraron paliativo o cura contra la hemorragia sanguínea, salió paticojo: los delitos persisten y muchos se quejan por el dinero que no tienen y deben entregar. Una medida desesperada que demuestra el deterioro social
Aunque en la pila bautismal o en los registros tengan otros nombres, se hacen llamar "El Caimán", "Boca de Bagre", "Gandola", "El Zancudo" o "El Oriente", entre otros muchos. La intención no es otra más que sembrar temor en los oídos de la policía y de la población. La delincuencia sabe incluso cómo hacerse conocida con estos alias que, en el mejor de los casos, resaltan una perversa cualidad
La banda de “El Buitre” operaba en el vertedero ubicado en los Valles del Tuy, desde donde amasaba fortunas en dólares gracias a secuestros y extorsiones. Dos balaceras con la PNB diezmaron sus filas y la desactivó, por ahora
Un grupo de adolescentes, en la avenida Fuerzas Armadas, vive entre la miseria y la delincuencia. Es una pequeña pandilla que comete delitos menores: hurtos, destrozos, persecuciones. Los integrantes y también mendigos, que no pasan los 25 años, por sumirse en la indigencia, acometen contra la basura. La limpian sí, porque de ella comen
Aquí la primera entrevista, y quizá la última, no quiere hablar del caso, de Armando Cabrera después de la cárcel. El actor, en una íntima confesión, o más bien un acto de contrición, evalúa su tránsito en las rejas, el aprendizaje vivido después de bajar al infierno. Se arrepiente de su vida de fiesta, alcohol y otras licencias. Se sabe inocente al mismo tiempo que admite su gusto transexual
Es famoso en las tablas y otros escenarios: el de la justicia. Armando Cabrera nunca imaginó, ni en magines actorales, que encarnaría el rol de asesino. Fuera de la ficción, afronta una querella penal por el homicidio de un transexual. En recogimiento místico, no solo da la cara —porque se aferra a su inocencia— sino que también reconoce sus gustos de fuego macho y hembra. Este lunes 4 de julio, a falta de pruebas por parte de la Fiscalía, volvió a respirar aire fuera de la celda
Cuando la impunidad, el desamparo y el miedo arrinconan a la población, hay quienes se dejan interpretar el instinto más básico: sobrevivir. En algunas zonas urbanas la guerra contra la delincuencia es en su mismo terreno, el de la violencia y los disparos. La batalla por el control de las calles ya no solo incluye a policías y ladrones
Como la delincuencia no respeta nada, mucho menos el dolor, una nueva estratagema delictiva manosea: secuestrar desde y en los cementerios. Todo aquel que lleve flores, rosario o un recuerdo para un ser enterrado es mira de su perverso ojo impune
Su nombre encabezó diarios. Los medios de comunicación lo reseñaron por sus talentos gráficos. Él era el exconvito, pero también el dibujante y el productor de una serie que alcanzó miles de vistas en YouTube. Luidig Ochoa, el novio de “Rosita”, el "malandro", el asesinado, el mártir para sus amigos y familia
Los delincuentes del país, en su necesidad de mirar al cielo, cuando la muerte aún no hace la emboscada, buscan en homólogos de profesión patronos y mártires. Les rezan y elevan súplicas. El asunto es que no les paran y ponen en duda la credibilidad de sus portentos
Desde las esferas del poder, una orden se cumple a cabalidad: minimizar las estadísticas de homicidios para no asustar más al país. Artimaña, trampantojo premeditado en cuyo engaño reposa el llanto, luto y dolor de miles y miles que entierran a sus muertos en mentira y soledad
Para muchos estos velatorios son un espectáculo ramplón, vulgar. El dolor ante una pérdida se puede expresar de muchas maneras. Sin embargo, nadie duda de la peligrosidad que los envuelve. No hay párrocos ni salmos, sino ron y cantos. Y rogar a Dios o la corte malandra que un muerto no llame a otros muertos
No existe vergüenza ni miedo. Aflora el orgullo, el resteo, la autoridad. Ellas se saben las mandamases del barrio porque sus hijos les dejaron su legado: el cartel. En algunos barrios, el amor de madre, el de los biberones y los pañales, crece hasta convertirse en complicidad
Como si el llanto no fuera suficiente, lo mismo que la puñalada trapera de la delincuencia, enterrar un muerto, pompas incluidas, es un drama añadido. Hasta romper alcancías, endeudarse es parte de este ritual del adiós
El progreso prometido sobre vías férreas para los Valles del Tuy no llegó, pero el tren sí impulsó el crecimiento poblacional de esa zona de la periferia de la capital. Vecinos antiguos o nuevos que, sin distingo, se convirtieron en carnada para el hampa, los verdaderos jeques de las ciudades aún dormitorio donde abunda la sangre y la muerte. El miedo viaja en “ferro”, en autobús, en carro. Los agresores, en moto
Después que policías y militares sitiaran la Cota 905, las cabecillas de los grupos delincuenciales mantienen en vela y vilo a los vecinos. La orden es clara: perseguir y acaso exterminar a los soplones. Mientras tanto, el mito corre: paramilitares colombianos. Guerra adentro lo desmienten. “Es cuento chimbo del gobierno para esconder sus errores”
Desde Tocorón, su pran, “El Niño Guerrero”, gobierna, controla y manda a robar carros. Afuera, las bandas en contubernio cumplen con su cometido y los agraviados transan los rescates dentro de la cárcel. Toda una operación punible de riesgo y miedo. Cualquiera puede ser la próxima víctima Es frecuente, casi una costumbre para los aragüeños, ir a la cárcel de Tocorón —y no por una visita conyugal o besos tras barrotes. La mayoría no va a visitar a un recluso. No. Quienes entran lo hacen por una sola razón: ir a pagar el rescate de su vehículo. Las mafias carcelerías tienen más de dos años dedicadas a ganar dinero de esta manera. Ya la “causa” —monto semanal que deben cancelar todos los presos para garantizar su seguridad en el penal— no alcanza para cubrir las comodidades del líder. Por eso, controlan las bandas que hacen vida en los barrios del estado. Ergo, las comisionan, o sea: le dan la tareíta, de robar carros. No importa el modelo ni el año, lo que realmente importa es obtener la mayor cantidad de dinero posible. “Los delincuentes pueden apoderarse de una camioneta Wagoneer, año 1987, como también una Toyota Fortuner último modelo. Algo así como ‘en la variedad está el gusto’, y la ganancia”, suelta la perla un funcionario policial de la zona. La manera de robarse los vehículos varía.
Está tras la rejas —pese al eufemismo “privado de libertad—, es chavista porque así se reconoce y está involucrado en un crimen de sangre: el asesinato de Robert Serra. Se llama Leiver y, aunque Nicolás Maduro ya lo sentenció, es convicto pero no confeso Mapa del hecho
Los funcionarios policiales encargados de las labores de inteligencia se las ven negras, muy negras. No solo por la criminalidad, de la que también son víctimas, sino también porque les toca lidiar con las necesidades básicas de cada organismo donde trabajan. Esos que urden los ardides de operaciones a lo FBI
A un año del asesinato de Robert Serra, Leiver Padilla sobrevive encerrado en un calabozo del Sebin, mientras denuncia estar siendo envenenado. Aislado, ratifica su inocencia y señala a otro de los imputados como verdadero homicida. En tanto el poder lo acusa sin vacilar, él hace lo imposible por decirle a su madre que más que pena máxima, pareciera que alguien lo quiere muerto La justicia aún no toca la puerta de la familia de Robert Serra. Hace un año, el 1 de octubre de 2014, los asesinos no necesitaron hacerlo en la casa del diputado, cuando acabaron con su vida. 12 meses, mil declaraciones y anuncios y varias marchas después, lo que hay es vacío. Zulay Aguirre, madre del fallecido y candidata a heredar su curul en la Asamblea Nacional, cruzó palabras con quien fue señalado como el autor material del crimen, Leiver Padilla Mendoza, alias "El Colombia". Fue justo al momento en que lo llevaban a juicio, el 19 de agosto de este año. Ella dijo, mirándolo a la cara, “quiero la pena máxima para el asesino de mi hijo”. El acusado apenas pudo atinar una respuesta, formulada sin premeditación: “señora, yo no soy el culpable de esa muerte, algún día saldrán a relucir los nombres de los verdaderos asesinos”. La frase, más que una defensa, es un juramento que Leiver está convencido se cumplirá, aunque no dependa de él. Detenido en los calabozos del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) en Caracas, ha tenido poco contacto, o casi nulo, con sus familiares. Una y otra vez han intentado verlo, sin éxito. Solo a través de mensajes compartidos por visitantes de otros detenidos, quienes comparten sangre en las venas con Padilla, han logrado saber sobre su estado y cotidianidad dentro del calabozo. Así también formula denuncias “El Colombia”. “Cree que lo están envenenando poco a poco, porque todo lo que le dan de comida lo vomita enseguida. No lo sacan al baño y está en una celda sucia, llena de excrementos y vómito”, refieren, entristecidos, los parientes de quien, según Nicolás Maduro, actuó bajo las órdenes de “Julito Vélez”.