Los 55 días que estuvo Armando Cabrera en un calabozo de un metro por cinco en la sede del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc) de El Llanito le sirvieron para reflexionar. Se analizó y arrepintió. Quiere ser un mejor ser humano. No duda en afirmar que, abrir los ojos cada día en esa celda, era como tener una nube negra encima. Sí, una lluvia de culpas le caía: desde reconocer los errores cometidos, hasta llevar la cruz de homicida sin serlo. “Créeme que no es fácil haber padecido esta pesadilla. Para mí es eso, una pesadilla. Me sentía indefenso, no dormía bien. Por un momento pensé que pasaría el resto de mi vida encerrado siendo inocente”. A este reconocido actor, los chismes en las redes sociales lo implicaron en el homicidio de un transgénero, de nombre Keiduin Alexander Suárez, el pasado 14 de mayo, horas después del hecho en la avenida Tamanaco de El Rosal.
Aunque Fiscalía probó su inocencia, o más bien lo exoneró por falta de pruebas, no es un santo. De lo que no es inocente, y lo admite, es de haber cometido excesos con el alcohol. Los grados etílicos lo volatizaron y llevaron a las calles de El Rosal donde desfogaba sus gustos carnales. Un secreto bien guardado que relampagueó hasta en la prensa. Se supo cuando la sangre y el cadáver de una prostituta lo hubieron señalado como presunto agresor. ¿Y por qué habría de contarlo si son sus orgasmos? ¿Su lecho es un silencio íntimo? Porque a su juicio a nadie le importaba. A nadie tenía que interesarle, más que a él y a sus compañeras de turno, la ambigüedad sexual de sus gustos. Que no lo niega, las prefiere transexuales. Además, en tres oportunidades fue víctima de ellas en su casa. “Todos tenemos un lado oscuro. Hasta la Madre Teresa de Calculta tuvo su lado oscuro. Muchas veces me quedé dormido en este sofá y se llevaron computadora, televisor y otras cosas. Hasta el carro me lo llevaron una vez. Eso sí lo denuncié, porque si pasaba algo con ese carro me jodía yo. La verdad es que ya no quiero hablar más de ese caso”.
Armando estuvo en la cúspide del señalamiento público por homicida. Asegura que no tuvo nada que ver con la muerte del joven —y así ha quedado registrado en el Ministerio Público. No hubo evidencias que lo incriminaran y por eso salió libre. Aunque condicionalmente, libre al fin. “Yo no maté a ese muchacho. Me puedo arrepentir de muchas cosas que hice en mi vida, de llevar una vida desordenada, de haber tomado mucho, de no tener una familia estable, de estar solo, pero de cometer un homicidio que no cometí, no. Quiero salir limpio, quiero que la madre de ese muchacho sepa que yo no fui. Sé que está sufriendo. Yo si hubiese tenido hijos y me pasara algo así, reaccionaría de la misma manera, pero yo no hice eso”.
Aun Armando está atado a la justicia, debe cumplir con un régimen de presentación cada semana durante ocho meses, y no puede salir del Área Metropolitana de Caracas. Pese a ello, siente que puede caminar tranquilo en las calles de Caracas, continuar con su rehabilitación médica de la mano derecha, la cual tiene afectada por una fractura y con problemas de movilidad. “No es fácil enfrentar estas cosas. He interpretado muchos asesinos en mi carrera, pero que en la vida real te acusen de serlo es duro, pega en la cabeza y en el corazón”.
Durante su estadía como reo hizo varios amigos y también tuvo diferencias. La convivencia en un espacio tan pequeño deja huellas. “Cuando me dejaron preso estuve con 11 personas, luego fuimos siete y, al final, en mis últimas tres semanas, quedamos cuatro: tres policías que se habían metido en problemas y yo. Hice buena amistad con ellos: Joel, Deion Sanders como el jugador de béisbol, y con Darwin. Este último fue el más amable conmigo. Me decía que me quedara tranquilo, que confiara en Dios, y que pronto saldría de eso. Me daba aliento y tranquilidad. Son unos buenos muchachos, sus historias son fuertes. Pero también tuve un pequeño roce con un detenido. Eso pasó porque yo siempre me levantaba temprano, a las siete de la mañana y llamaba a los funcionarios para que me dejaran ir al baño. Ese muchacho se molestó porque se levantaba al mediodía y no le gustaba la bulla. Le dije que no se preocupara, que yo cambiaba mi rutina. Yo no quería tener problemas con nadie allí, porque me estaban tratando bien. Al final lo que se impuso fue el entendimiento. Tenemos que cambiar como sociedad, entendernos para cambiar el país”.
Efectivamente la rutina de Amando cambió, al punto de que la lectura le permitió analizar mucho más su estilo de vida. “Confieso que yo nunca fui un gran lector, pero en estos días de encierro leí 16 libros. Me quedaron varios en la espera. Los que más me gustaron fueron: La sombra del viento, Riña de gatos y Los soldados de Salamina. No leí el de Leonardo Padrón porque no quería seguir pensando en situaciones difíciles del país, de las realidades. Ahí lo tengo pendiente. Pero lo que quiero decir es que fue difícil estar allí, uno se refugia en la lectura para que las horas pasen rápido y se piense poco. Me sentí el Conde de Monte Cristo, preso siendo inocente. Incluso perdí 12 kilos de peso. Llegué pesando 107 y salí con 95. Yo ahí no comía, o lo hacía poco. Mi sobrina me llevaba almuerzo. Le agradezco mucho a la Brigada A del Cicpc que llevó mi caso, todos me trataron bien. Creo que ellos tenían la certeza de mi inocencia”.
Más allá de lo sucedido, Armando asume las consecuencias de sus actos. En este momento tiene compañía en su casa, pues la comparte con su amigo el actor Marcos Moreno y su esposa, quienes lo cuidan y acompañan en el trance. “Agradezco mucho el apoyo que he tenido de mis amigos del gremio artístico. Puedo nombrar a varios que me visitaron en la celda: Tania Sarabia, Basilio Álvarez, Jorge Palacios, Patty Oliveros y Marcos Moreno. Otros que fueron y no pudieron entrar. Muchas personas que no son amigos cercanos también se solidarizaron conmigo. Todo lo que pasó ahora es consecuencia de haber estado en la calle. A lo mejor conocí a ese muchacho que murió, no lo puedo afirmar, porque realmente no niego que recogí gente allí, pero no recuerdo. Cosas que suceden”.
No cree que su caso sea retaliación por parte de un grupo de transexuales. Duda de ello, porque asegura que nunca les hizo mal. “De verdad no creo que se trate de una venganza hacia mí, porque yo nunca les hice daño. A lo mejor existe una conexión con redes delictivas. No me interesa saberlo ni investigarlo. La fama es lo más peligroso del mundo, te embriaga y eso dura poco. Solo digo que tenemos que vivir y quiero hacerlo tranquilo, porque no salí de allí con rabia u odio. Esto me ayudó a reconciliarme conmigo mismo, a creer en mí y a ser mejor”.