Sucesos

Tocorón: la mafia de los carros robados

Desde Tocorón, su pran, “El Niño Guerrero”, gobierna, controla y manda a robar carros. Afuera, las bandas en contubernio cumplen con su cometido y los agraviados transan los rescates dentro de la cárcel. Toda una operación punible de riesgo y miedo. Cualquiera puede ser la próxima víctima Es frecuente, casi una costumbre para los aragüeños, ir a la cárcel de Tocorón —y no por una visita conyugal o besos tras barrotes. La mayoría no va a visitar a un recluso. No. Quienes entran lo hacen por una sola razón: ir a pagar el rescate de su vehículo. Las mafias carcelerías tienen más de dos años dedicadas a ganar dinero de esta manera. Ya la “causa” —monto semanal que deben cancelar todos los presos para garantizar su seguridad en el penal— no alcanza para cubrir las comodidades del líder. Por eso, controlan las bandas que hacen vida en los barrios del estado. Ergo, las comisionan, o sea: le dan la tareíta, de robar carros. No importa el modelo ni el año, lo que realmente importa es obtener la mayor cantidad de dinero posible. “Los delincuentes pueden apoderarse de una camioneta Wagoneer, año 1987, como también una Toyota Fortuner último modelo. Algo así como ‘en la variedad está el gusto’, y la ganancia”, suelta la perla un funcionario policial de la zona. La manera de robarse los vehículos varía.

Fotografía de portada: Oriana Lozada
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Llegó la hora

Una víctima, a quien llamaremos Ana, —exigió anonimato por miedo—, contó su pesadilla. El 18 de junio, la despojaron de su camioneta Toyota Terios. El horror, después de casi dos meses, la hace temblar. La estremece: no tiene la cantidad de dinero que le pidieron. cita5 Ana estaba en Cagua. Se estacionó frente a un comercio donde había una gran cola de clientes. Indignada, oreó algunas groserías al viento, pero respiró y se resignó. No habían pasado dos minutos cuando se le acercaron un par de chamitos que apenas rasguñaban los 20 años. El bigote a medias. Por la ventana del piloto, seguros con sus cañones, le dijeron que les diera la camioneta. Ella cumplía los requisitos del momento: una mujer joven, bonita y sola. Además tenía una Terios —que dentro de los cánones del negocio deja una buena ganancia. La entregó, también su cartera. No tuvo otra opción que colaborar y suplicar para que no le hicieran nada. Olía la pólvora sin encender. Los malandrines le devolvieron el celular. La frase de despedida fue: “Chao mamita, espera la llamada”.

No pasaron treinta minutos y el teléfono repicó. “Número desconocido». El interlocutor le dijo —Ya sabes que tenemos tu Terios y para recuperarla debes pagar 140 mil bolívares en Tocorón. Tienes 24 horas para eso. Te volveremos a llamar. No vayas a denunciar porque te matamos. Sabemos de tu familia.

La contundente orden la dejó en shock por segunda vez. La sola idea de franquear el infierno de Tocorón hizo que palideciera. Ni en delirios lo imaginó. Y menos para pagar el rescate de su camioneta. La segunda llamada que recibió fue exactamente 25 horas después. El sujeto le preguntó si tenía el dinero y le dio las especificaciones para ingresar al centro de reclusión al día siguiente. «Metes el dinero en efectivo en un bolso. Te vas a la plaza que está al frente y ahí te vas a parar al lado del kiosco. Cero policías y acompañantes. Ponte una franela blanca y espera que te van a buscar».

cita4 Ana pidió explicaciones, pero la orden era esa. Sin interrogantes ni jadeos. Silencio. Como no tenía el dinero completo, aceptaron que pagara la mitad. En paralelo, Gisela —también nombre falso— cumplía prácticamente la misma orden. A ella le habían robado su Dodge Caliber una semana antes en Turmero. Su cuota era mayor por el lujo a cuatro ruedas. En el bolso que colgaba en su espalda había 210 mil bolívares en efectivo.

Ambas hicieron cola para ingresar a la prisión. Fueron requisadas por los funcionarios de la Guarida Nacional Bolivariana y ellas sin poder decir ñe. Les preguntaron a quién iban a visitar. Dijeron un nombre —previa instrucción recibida— y no les revisaron la cartera. Entraron hasta un espacio donde fueron recibidas por un sujeto que ya sabía hasta sus números de cédulas. Las pasaron a una especie de oficina improvisada, por separado, donde otros dos contaron billete por billete la bicoca. Cuando las cuentas cuadraron, a Ana le dijeron que volviera una semana después. Gisela, por su parte, corrió con más suertes: le dieron las llaves de su Caliber —que estaba en un estacionamiento de Maracay.

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En Tocorón hay siete mil presos aproximadamente. Allí no existe control por parte del Ministerio de Servicios Penitenciarios. La ley la impone «el Niño Guerrero». Este hombre de 31 años, se fugó el 30 de agosto de 2012 y fue recapturado diez meses después. Lo encarcelaron en Santa Ana de Coro, modelo con régimen de convivencia, pero actualmente retomó el mando en Aragua. No hay quien explique por qué lo regresaron. Lo cierto es que, además de controlar a siete mil compañeros de rejas, tiene un ejército de hampones en todo el estado. Lo saben las autoridades, pero de ese tema no se habla.

De acuerdo a los informes, que maneja el Cuerpo de Investigaciones Científica, Penales y Criminalísticas (CICPC), la mega banda que genera terror en la región se llama «Tren de Aragua», liderada por Guerrero. “Las conexiones que tiene fuera son monstruosas”, dicen los funcionarios. Incluso, muchos policías son parte de los grupos armados que operan en connivencia. De acuerdo a las estadísticas que maneja la Policía de la entidad, semanalmente se recuperan 50 carros abandonados. A ese número le suman unas 20 motos. En total, son 70 vehículos localizados en distintos sectores.

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“Tenemos la certeza de que esas bandas organizadas dedicadas a llevarse vehículos son dirigidas directamente desde la cárcel de Tocorón. Ha sido muy difícil controlar este tipo de delitos. No tenemos la potestad de ingresar. Allí debe haber un control absoluto del Estado venezolano”, refirió el funcionario. Luego de tres semanas, Ana aún no ha logrado completar los 70 mil bolívares que le faltan para poder recuperar su Terios. Apeló a las redes sociales, Facebook, para vender algunas pertenencias y reunir el dinero.

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Aunque la exhortaron a no divulgar información y muchos menos poner delación —amenaza mediante—, Ana violó las reglas y acudió al CICPC para formalizar la denuncia. No le importó nada, pese a la espada de Damocles. Sin embargo, todavía espera completar la cantidad y entrar por segunda vez al infierno. Puertas adentro, hay dos automóviles de lujo: propiedad del mandamás.  A manera de trofeos o piezas de caza, son exhibidos en eventos especiales: su cumpleaños, Día de la Madre y del Padre, y hasta conciertos especiales —que son frecuentes. Allí, además, está una de las discotecas más famosas del nicho penitenciario: Disco Tokio.

Siempre ha sido un secreto a voces que esos espacios decorados con luces de neón, mobiliario de lujo, dos pisos y terraza han servido de escenario para grandes artistas nacionales e internacionales. Incluso para las más famosas chicas DJ del país. La fama de Tocorón, más allá de los holgorios intramuros, de compinches y lubricidad, se ha extendido a otros penales del país. Por ejemplo: Tocuyito, en Carabobo. Allí, el delito que gobierna invicto en la lista de lo más recurridos: es el secuestro y se paga dentro de las instalaciones.

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En noviembre del año pasado, una señora caminaba con su nieta por una urbanización de Valencia. Llegando a su casa fue interceptada por malandros que estaban dentro de un carro. Tras someterla se llevaron secuestrada a la niña de 9 años. Minutos después se comunicaron con ella y le exigieron una fuerte suma para liberarla. Además del dinero, los delincuentes le ordenaron ir a Tocuyito a pactar y zanjar el negocio. Le dijeron los pasos a seguir. La mujer pagó finalmente y la niña fue liberada en una iglesia.

Para el experto en materia de seguridad, comisario jubilado Luis Granados Huttchings, que los malandros tengan una gran organización para delinquir “deja en evidencia la debilidad del Estado. No existe el compromiso de disminuir los índices delictivos en el país”, asevera. Cree que en Aragua la red ilegal tiene más poder que los propios organismos de seguridad.

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