Barlin Olivares Campos: “La ciencia tiene sentido cuando mejora vidas”
Con menos de 40 años de edad, este joven científico aragüeño ha logrado importantes reconocimientos, incluyendo su inclusión en el ranking del 2% de mejores investigadores que hace la Universidad de Stanford
Barlin Olivares Campos es un destacado ingeniero agrónomo e investigador venezolano, reconocido por su contribución a la ecología y la conservación de la biodiversidad en Venezuela. Con una trayectoria marcada por el compromiso con la investigación científica, se ha especializado en el manejo de la inteligencia artificial, y constantemente participa en diversos proyectos que buscan proteger ecosistemas y especies amenazadas en Venezuela, su país y en otras partes del mundo.
Olivares ha recibido numerosos reconocimientos por su labor, lo que ha consolidado su posición como una figura influyente en el ámbito de la ciencia mundial. El último (hasta ahora, vendrán muchos más) fue el que le otorgó la Universidad de Stanford, que lo incluyó en la lista del 2% de los mejores científicos del mundo, ¡y no llega a 40 años! Su humildad destaca entre los rasgos más predominantes de su personalidad y eso lo llevará aún más lejos.
En esta entrevista, exploramos su trayectoria, los desafíos actuales en la conservación de la biodiversidad y su perspectiva sobre el futuro de la investigación científica en Venezuela.
– ¿Qué te llevó a estudiar ingeniería agrónoma y a especializarte en inteligencia artificial?
– Mi interés por la ingeniera agrónoma nació desde muy temprano. Crecí en Rosario de Paya, estado Aragua, una zona rural donde la agricultura forma parte de la vida cotidiana. Desde niño sentí una conexión muy especial con la tierra, pero fue en el liceo cuando descubrí realmente mi vocación científica. Mi proyecto final de Bachiller en Ciencias consistió en estudiar la propagación in vitro de la yuca en agua, un trabajo que hice en la Fundación IDEA. Esa experiencia marcó un antes y un después para mí. Fue una idea de mi tío político, el ingeniero agrónomo Juan Mateus, quien siempre ha sido una inspiración para mí.
«Con el tiempo, cuando llegué al Instituto de Agricultura sostenible del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España y en la Universidad de Córdoba para el doctorado, estudiaba el comportamiento del suelo y los cultivos, y me di cuenta de que muchos de los grandes retos agrícolas necesitaban herramientas más modernas para poder entenderlos a profundidad. Siempre me ha gustado la estadística, los análisis novedosos y la posibilidad de descubrir patrones ocultos en los datos. Y cuando vi por primera vez lo que se podía hacer en R y en Python, los modelos, los gráficos tan claros y visuales, y la capacidad de transformar miles de datos en algo comprensible, sentí que allí había un camino perfecto para mí. Eso me motivó a aprender por mi cuenta, a formarme en programación y a integrar esos conocimientos con mi formación agronómica».
– ¿Cuáles son los principales proyectos en los que has trabajado y qué impacto esperas que tengan en la conservación de la biodiversidad en Venezuela?
– A lo largo de mi carrera he participado en varios proyectos en Venezuela que tienen una relación directa con la conservación de la biodiversidad y la sostenibilidad agrícola. Uno de los más importantes fue el proyecto de fortalecimiento de la Red Agrometeorológica del INIA (Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas), donde trabajé como investigador principal. Este proyecto permitió modernizar y ampliar la infraestructura de monitoreo climático en distintas regiones del país. Gracias a esa red, agricultores y comunidades pudieron acceder a información clave para planificar cultivos, gestionar el agua y reducir riesgos asociados al clima, lo que contribuye a prácticas agrícolas más sostenibles y a disminuir la presión sobre los ecosistemas.
«En el Inameh trabajé como profesional asociado a la investigación, donde apoyé la generación y análisis de datos climáticos. Allí formé parte del equipo de Zonificación Agrícola y colaboré en la elaboración de mapas y análisis para cultivos como maíz, cebolla, papa y tomate. Ese trabajo permitió identificar las zonas más aptas para cada cultivo según su clima, suelos y condiciones ambientales. Esta información no solo ayuda a mejorar la productividad, sino que también evita la expansión agrícola hacia zonas ecológicamente frágiles, reduciendo la presión sobre los bosques y ecosistemas vulnerables.
Otro punto esencial en mi carrera fue mi trabajo en el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), donde participé en proyectos vinculados a la producción de semillas de raíces y tubérculos mediante herramientas biotecnológicas. Allí trabajamos en la generación de semillas sanas y resistentes, usando cultivo de tejidos. Ese tipo de iniciativas reduce la dependencia de agroquímicos, mejora la resiliencia de los cultivos y contribuye directamente a mantener la diversidad genética que sostiene nuestra seguridad alimentaria.
En los últimos años también he tenido la oportunidad de colaborar con la FAO en investigaciones vinculadas a metales pesados en suelos agrícolas cacaoteros y seguridad alimentaria. Este trabajo es especialmente importante para la conservación porque aborda cómo la degradación del suelo, la contaminación y los cambios en el uso de la tierra afectan la salud de los ecosistemas y de las personas. Diseñamos metodologías, analizamos datos y generamos recomendaciones para mejorar la gestión del suelo y proteger los sistemas productivos más vulnerables».
– ¿Cómo ves la situación actual de la biodiversidad en Venezuela y cuáles consideras que son los mayores desafíos que enfrenta?
– Venezuela sigue siendo un país megadiverso, pero estamos en un punto crítico. La deforestación, la minería ilegal, los incendios, la expansión agrícola sin planificación y la falta de monitoreo científico están amenazando ecosistemas únicos. El mayor desafío es que estamos perdiendo biodiversidad sin darnos cuenta, sin datos actualizados y sin políticas públicas basadas en evidencia. A esto se suma la falta de financiamiento para investigación y la ausencia de capacidad institucional para proteger áreas vulnerables. La biodiversidad es una riqueza inmensa, pero necesita ser defendida con información, ciencia y voluntad.
– ¿Qué papel ha jugado la colaboración público-privada y cooperación internacional entre científicos en la protección de agroecosistemas?
– La colaboración público-privada y la cooperación internacional han sido fundamentales en mi carrera y en la protección de los agroecosistemas. En Venezuela, muchos de los proyectos en los que participé, como la zonificación agrícola, la red agrometeorológica o los estudios de suelos, solo fueron posibles gracias a la unión de instituciones públicas como el INIA, Inameh y el IDEA, junto con empresas agrícolas, productores y organizaciones comunitarias. Cuando el sector público y el sector privado se alinean, la información fluye mejor, se generan datos más completos y las soluciones llegan más rápido al campo. La conservación no puede hacerse desde un solo actor; necesita sinergia.
“La cooperación internacional ha sido igualmente decisiva. Mis investigaciones con Fontagro, Biodiversity International, Agrosavia en Colombia y ahora con la Universidad de Córdoba y la FAO han demostrado que los problemas agrícolas y ambientales de nuestra región son compartidos, y que solo trabajando juntos podemos enfrentarlos. En temas como suelos, cambio climático, Fusarium TR4 o manejo sostenible del territorio, la colaboración científica permite comparar datos, validar modelos, aplicar tecnologías avanzadas y generar soluciones que luego pueden adaptarse a las realidades de cada país. Cuando varios países y varias instituciones se sientan en la misma mesa, el impacto se multiplica.
Gracias a estas alianzas ha sido posible proteger agroecosistemas completos, anticipar riesgos, mejorar prácticas agrícolas y promover un uso del suelo más responsable. La ciencia avanza más rápido cuando se comparte, y en la agricultura, donde los ecosistemas son frágiles y el cambio climático nos exige respuestas inmediatas, esta colaboración no es un lujo: es una necesidad».
– ¿Qué lecciones has aprendido de tu trabajo en el campo que consideras importantes para futuros investigadores?
– La primera lección es escuchar. Los productores, las comunidades y los actores locales siempre saben más de su entorno de lo que creemos. La segunda es tener humildad científica: la naturaleza siempre nos sorprende y es más compleja de lo que cualquier modelo puede describir. Y la tercera es perseverar. En Venezuela investigar no es sencillo, pero el trabajo de campo te enseña a ser creativo, a adaptarte y a buscar soluciones aun en condiciones adversas. Esas experiencias marcan profundamente la manera en que uno investiga.
– Has sido reconocido en diversas ocasiones por tu trabajo, a pesar de tu juventud. ¿Cómo ha influido este reconocimiento en tu carrera y en tus proyectos de investigación?
– Cada premio o reconocimiento, ha sido un impulso enorme, pero también una responsabilidad. Haber sido incluido en el World’s Top 2% Scientists de la Universidad de Stanford, y hacerlo siendo uno de los investigadores venezolanos más jóvenes y el único ingeniero agrónomo del país y de la UCO en esa categoría, me confirmó que la investigación que he venido desarrollando, desde mis primeros trabajos en Venezuela hasta mis estudios doctorales, está generando un impacto real. Más allá del orgullo personal, lo veo como una validación del camino recorrido y del esfuerzo de muchos años.
«Estos reconocimientos también han abierto puertas importantes. Han fortalecido mis colaboraciones con instituciones internacionales, han dado mayor visibilidad a los proyectos que lidero y han permitido que iniciativas sobre suelos, sanidad vegetal, cambio climático e inteligencia artificial con proyectos como CITRIDATA (Espacio federado de datos, modelos y servicios en la cadena de valor de los cítricos en la Comunidad Autónoma de Andalucía), sean tomadas en cuenta en escenarios más amplios. Además, trabajar con la FAO, con universidades y centros de investigación de varios países ha sido posible, en parte, gracias a esa credibilidad que ofrecen estos logros.
Pero quizás lo más importante es el efecto personal. Venir de un entorno rural en Venezuela, formarme en instituciones públicas y hoy aparecer entre los investigadores más influyentes del mundo me recuerda que la ciencia puede transformar vidas y territorios. Estos reconocimientos no los veo como un punto de llegada, sino como una invitación a seguir investigando con más disciplina, más humildad y más compromiso. Y también como una oportunidad para motivar a otros jóvenes a creer que ellos también pueden alcanzar metas que parecen lejanas».
– ¿Qué importancia le das a la divulgación científica, y ahora con tu trabajo en la inteligencia artificial, en la concienciación sobre la conservación ambiental?
– Para mí, la divulgación científica es tan importante como la investigación en sí misma. De nada sirve producir estudios de alto nivel si ese conocimiento no llega a las personas, a las comunidades, a los agricultores o a quienes toman decisiones. La ciencia debe ser útil y comprensible. Y en temas ambientales, donde la pérdida de biodiversidad y la degradación de los suelos avanzan rápidamente, y la amenaza de enfermedades como Fusarium RT4, comunicar es fundamental para generar conciencia y motivar cambios reales.
«Con mi trabajo en inteligencia artificial, esa responsabilidad se ha hecho aún más evidente. La IA nos permite traducir miles de datos en información visual y clara: mapas, alertas, modelos predictivos, escenarios futuros. Eso facilita que la gente entienda lo que está ocurriendo en los ecosistemas y cómo sus decisiones pueden influir en su conservación. La tecnología, bien utilizada, acerca la ciencia a la sociedad y hace visibles problemas que antes eran abstractos.
Por eso, cada vez que desarrollo un modelo, publico un estudio o participo en un proyecto, pienso también en cómo comunicarlo: cómo explicarlo de forma sencilla, cómo llevarlo a la radio, a redes, a charlas o a los propios agricultores. La divulgación es un puente entre la ciencia y la acción. Y en un país tan diverso y tan frágil como Venezuela, necesitamos más voces que expliquen, que conecten y que inspiren. Creo profundamente que la conservación empieza con información clara y accesible».
– ¿Cuáles son tus perspectivas sobre el futuro de la investigación científica en Venezuela?
– A pesar de las dificultades que atraviesa el país, tengo una visión optimista sobre el futuro de la investigación científica en Venezuela. Tenemos un capital humano excepcional: jóvenes con talento, docentes comprometidos y una comunidad científica que, aun con pocos recursos, continúa produciendo conocimiento valioso. Creo firmemente que cuando se generen mejores condiciones, la ciencia venezolana va a resurgir con mucha fuerza, porque las bases están allí.
«Pero para que ese resurgimiento sea real, es fundamental apostar por la formación en ciencia de datos, programación e inteligencia artificial. Ese es el futuro de absolutamente todas las áreas: agricultura, salud, educación, biodiversidad, energía, economía… Si no preparamos a nuestros jóvenes y a nuestros profesionales en estas competencias, nos vamos a quedar atrás. Las universidades venezolanas necesitan actualizar sus planes de estudio, incorporar asignaturas modernas y, sobre todo, establecer convenios de cooperación con instituciones internacionales que permitan intercambios, proyectos conjuntos y acceso a tecnologías de punta.
También es clave que los estudiantes venezolanos puedan acceder a becas como las que yo tuve: programas como Fundación Carolina, AUIP u otras iniciativas internacionales transforman vidas y abren puertas que en nuestro contexto son difíciles de abrir solos. Y, por supuesto, es urgente actualizar y acompañar a los profesores, porque sin docentes formados en estas nuevas tecnologías, ninguna transformación académica es posible. Si combinamos talento, formación moderna, cooperación internacional y oportunidades reales, Venezuela puede tener una ciencia del siglo XXI, con impacto global y arraigo local».
– ¿Qué consejos les darías a los jóvenes científicos que desean seguir tus pasos y hacer una contribución significativa en sus campos?
– El primer consejo que les daría es que crean en su propio talento. Venezuela tiene jóvenes brillantes y muchas veces no se dan cuenta de su potencial porque las circunstancias son difíciles. Pero el punto de partida es confiar en uno mismo y en lo que uno puede aportar.
«El segundo consejo es que se formen en lo que viene: ciencia de datos, programación, inteligencia artificial, análisis estadístico. Esas herramientas abren puertas, multiplican oportunidades y permiten que cualquier investigación, desde suelos hasta salud, tenga un impacto mayor. Yo mismo comencé a aprender por iniciativa propia, porque entendí que esos lenguajes del futuro son los que están transformando la ciencia.
También les diría que busquen mentores, establezcan redes y no tengan miedo de pedir apoyo. Nada de lo que he logrado lo hice solo: tuve profesores, colegas y organizaciones que confiaron en mí. Acérquense a centros de investigación, participen en grupos de estudio, contacten profesionales de otros países.
Otro consejo es que se atrevan a aplicar a becas y programas internacionales. Yo llegué a España gracias a una beca, y esa oportunidad me cambió la vida. Muchas veces pensamos que esas becas no son para nosotros, pero sí lo son. Hay que intentarlo.
Y, por último, que no pierdan el vínculo con su país. Hagan ciencia donde estén, pero piensen siempre en cómo ese conocimiento puede ayudar a Venezuela. La ciencia tiene sentido cuando mejora vidas, protege ecosistemas y abre caminos. Si trabajan con disciplina, curiosidad y compromiso, estoy seguro de que podrán contribuir de manera significativa a su campo y al país».
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