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Alberto Barrera Tyszka: “En Venezuela estamos condenados a negociar”

Cual amarga medicina, el escritor venezolano radicado en México insiste en sugerir el diálogo como única vía para superar la crisis del país. Repasando situaciones creadas para sus novelas se encuentra un espejo roto de la realidad

Fotografía: CORTESÍA VASCO SZINETAR
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Cuando faltan seis minutos para las 11:00 de la mañana del jueves 17 de octubre y los dedos se preparan para presionar el dibujo minúsculo de un teléfono, colocado en la parte superior del celular; entra un mensaje de Alberto Barrera Tyszka: “Voy a prepararme un café. Te aviso”.

Le recomiendo que se haga un tazón bien grande, para que le rinda durante toda la entrevista. Siento que es una manera sencilla de romper el hielo. Luego surge lo más simple de cualquier saludo: “¿Cómo estás?”

“¡Chévere! Acá vamos, poco a poco. Algo preocupado por eso del tazón de café. Yo soy preciso, breve y puntual”, responde el autor y sin querer, quizás, se le escapa una risa de niño tremendo. Me presento (por décimo séptima vez) y le confieso que fui reportera pero que cansada y triste de tantas cosas horribles que llegué a ver, me propuse contarle al mundo que no solo somos miseria y que acá hay gente que escribe y que escribe bien.

Alberto Barrera Tyszka, XXIV Premio Herralde de Novela 2006 por La Enfermedad y XI Premio Tusquets de Novela por Patria o Muerte me contesta con un: “¡No te preocupes, chica! Ahí vamos viendo”.

Para quienes solo deseen saber qué cree él respecto a las salidas de la crisis actual, pueden leer unos párrafos antes de que termine la conversación. A quienes tengan algo más de tiempo les adelanto que conversamos sobre cuatro de sus novelas, por orden de publicación: La Enfermedad (2006), Rating (2011), Patria o Muerte (2015), y la más reciente Mujeres que matan (2019).

¿Qué quisiste plantear en tu obra La enfermedad: ¿las secuelas del cáncer en el personaje de Javier Miranda y su hijo Andrés, junto al padecimiento poco claro de Ernesto Durán; la sociedad como espejo de seres huérfanos sedientos de diálogo, o la literatura como redención?

-Creo que uno nunca controla a los lectores, por lo tanto el libro puede ser leído en las tres opciones que tú estás diciendo. Tampoco creo que el escritor tenga una intencionalidad muy clara en lo que escribe. Es decir, el escritor no tiene una idea fija y perfecta y utiliza a la literatura como vehículo para expresarla. Porque la literatura y la escritura son tan poderosas que siempre transforman todo cuando se produce.

Quería escribir una historia íntima donde estuviera presente el tema de la enfermedad y las dificultades para vivirla y acompañarla, en el contexto de una familia pero también en cualquier contexto; y me interesaba muchísimo también trabajar el valor terapéutico clínico de la palabra en situaciones límites.

-¿Tuviste alguna experiencia personal, familiar o muy cercana con el cáncer que te llevara a escribir la novela?

-Fui enfermero en el Oncológico algunos meses, cuando era joven, y creo que eso me marcó. Después, por lo menos hasta el momento en que escribí la novela que fue en el año 2004-2005, no tenía experiencias cercanas con cáncer. Después, sí. A medida que uno va envejeciendo se va tropezando lamentablemente con eso, ya que es parte de la vida.

En el fondo, fíjate tú, hay algo que a mí me interesa mucho que es la relación que tenemos en Occidente con la enfermedad. Nos cuesta relacionarnos con ella, cuando la verdad es que vivimos en un cuerpo cuyo destino es corromperse. Es la ley de la vida. No hay otra: enfermarnos y desaparecer, morir. Por el contrario, vivimos en una cultura que ha convertido a la salud en una utopía e incluso la ha moralizado. Entonces, la enfermedad se ha satanizado y pareciera que si te enfermas es por culpa tuya.

Después de escribir el libro mis dos padres murieron de cáncer, pero no tiene nada que ver con la obra. Fueron experiencias posteriores, que más bien tuvieron que ver con la edad. Creo que le damos demasiada importancia a eso cuando, por desgracia, es nuestro destino.

-En tu novela Rating hay una escena donde el libretista Manuel Izquierdo admite que quizás envidiaba a los estudiantes de letras pues quería ser como ellos. Pero se resistía porque creía “que la gran literatura ya estaba escrita”. ¿Piensas, como Izquierdo, que es un poco inútil y ridículo intentar escribir a estas alturas algo que valga la pena?

-El personaje de Izquierdo es el de un escritor desencantado, que viene como de regreso. Hay algunas afirmaciones de él que a mí me gustan pero, obviamente, no estoy de acuerdo en todo. Ahora, hay algo que a veces sí me pasa cuando me siento a escribir poesía y recuerdo a otros poetas geniales y maravillosos. Me parece que ya lo han escrito tan bien… entonces regresa esta idea de que uno tiene que respetar lo que ya está escrito, conocerlo y leerlo. Pero creo que la necesidad de escribir va más allá de eso. Uno quiere tercamente escribir porque hay una necesidad de organizar un poco el mundo y la relación de uno con la realidad y los demás.

Yo podría decirte, para recordarte el caso de La Enfermedad, que hay cantidad de novelas inteligentes y extraordinarias sobre la enfermedad y aún así yo escribí una. Eso no me paralizó. ¿Por qué? Porque hay una vocación terca de tratar de escribir un relato. Unas ganas enormes de contar algo.

-¿Crees realmente que el escritor tenga algo que contar que cambie el rumbo de la historia?

-La literatura no tiene ningún poder frente a la realidad. La literatura no sirve para quitar a un gobierno. Es decir, no sustituye la experiencia del ciudadano. Pero sí tiene un enorme poder transformador en algo tan pequeño como un lector. Un libro puede encontrarse con alguien e incluso cambiarle la vida. Ahora, no puede tener la pretensión de transformar el mundo ni de cambiar el rumbo de nada. Tampoco la literatura tiene la obligación de ser de una o de otra manera. La literatura no tiene por qué tener el deber de ser optimista o esperanzadora, por ejemplo. La literatura solo es y ya.

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-¿Qué fue imprescindible en tu formación y qué crees tú que debe serlo para cualquiera que pretenda escribir?

-Recomiendo mucho leerle en voz alta a los niños. Creo que es una experiencia sensacional entender las palabras como una danza, como una música. Eso le da importancia al sentido lúdico y al sentido lírico de las palabras y para mí fue muy importante que mi padre leyera en voz alta en un patio, todos los sábados en la tarde. Eso transformó mi vida.

Creo que si alguien tiene el venenito de querer escribir, debe seguirlo y ser obstinado con eso. La idea de la profesionalización de la escritura que te da un taller: la experiencia de compartir tus textos, de ponerlos en la mitad de una mesa y distribuirlo entre todos, y luego volver a empezar, trabajarlos; creo que es muy buena.

-¿Hay autores imprescindibles?

-Para mí sí, pero no sé si para otros será igual. La lectura es un ejercicio personal. Para mí fueron imprescindibles algunos autores que leí de joven. Por ejemplo, Horacio Quiroga en el ámbito latinoamericano pero, por supuesto, en las novelas de aventuras, Alejandro Dumas. Después, Dostoyevski, Chéjov, Raymond Carver. Te estoy hablando incluso de cuentistas. También me cambió la vida, ya más adulto, Coetzee. Incluso te diría algo más… hay autores que tú tratas de leer porque alguien te dice que son imprescindibles. Llegas, los lees, y no te dicen nada. Quizás tiene que ver con el tiempo en el que lo leíste. Digamos que los libros también tienen sus tiempos, sus momentos. Y son experiencias que se dan entre ese libro y cada lector.

-En la novela Rating se ve claramente cómo la pobreza es utilizada para subir los niveles de audiencia de un canal de televisión, sin importar los problemas de ese ser humano cuya vida se está transmitiendo. ¿Quisiste señalar algo muy particular de Venezuela?

-En esa novela había, deliberadamente, un interés en plantear cómo desde los medios, desde el periodismo, desde la televisión, se puede mercadear cualquier tragedia social, incluso una descomunal, y convertirla en un gran espectáculo. No hay límites para ese apetito voraz que va buscando rating. Eso sí estaba clarísimo y por eso jugué con la idea del reality.

-¿Esto nos hablaría de lo que sucede en Venezuela?

-En la dinámica de los medios, lo quieras o no, los escándalos se sustituyen unos a otros, pero siempre necesitas de algo. Por eso la novela se llama así: el rating que termina convirtiéndose en un Dios. Emblema de la competencia y por tanto de la ganancia, la rentabilidad.

***

Antes de preguntarle sobre su novela Patria o Muerte, le confesé a Alberto que sentí un rechazo casi físico al leerla. Mientras avanzaba en su lectura la sentía cargada de demasiada realidad nacional sin que hubiera el más mínimo espacio para tomar aire. La pregunta puntual para el escritor sería cómo y cuándo se engendró tanta indolencia en el país, sin que nos diéramos cuenta.

Él cita el libro El caso Venezuela: una ilusión de la armonía, de Moisés Naim y Ramón Piñango, y recuerda cómo allí se muestra la dificultad que tendríamos los venezolanos para vernos a nosotros mismos. Cree que todo esto que vivimos es un proceso muy complejo y por suerte es así.

“En Patria o Muerte yo quería, y ahí sí fue deliberado, tener un relato complejo. Poner una señora de la clase media, absolutamente antichavista, y también tratar de entrar en la piel de la gente que creyó y que cree, todavía, en Chávez. ¿Por qué eso funcionó?

A mí me interesa mucho analizar el carisma y comprender el ‘problema Chávez’. A final, no es sólo él. No es que él tenía un talento y un carisma absoluto y nos engañó. Aquí había una sociedad que se enganchó con Chávez, a favor y en contra. Es nuestro trabajo entender qué pasó aquí. Preguntarnos por qué este hombre militar, simpático pero agresivo, que ha vivido toda su vida del Estado, y que cree que el Estado le debe todo, produjo ese hechizo en este país.

Esto tiene que ver también con la forma como los venezolanos nos veíamos a nosotros mismos, que nunca pensamos que teníamos niveles de clasismo y de racismo. Es decir, creernos ricos pero al mismo tiempo tener unas cifras y unas estadísticas terribles de pobreza. Ver cómo ese Estado petrolero que modernizó al país, a partir de 1958, se fue corrompiendo. Cómo hubo algunas élites que jamás entendieron que la pobreza era también su problema y que lo que se estaba gestando allí podría ser algo terrible. Todo eso está expuesto en la novela.

El problema de Venezuela no se resuelve con una frase que diga: “Esto es por culpa del socialismo y de Chávez”. Acá no hay posibilidad de apagar la luz y volver a 1998. Hay como una especie de tentación restauradora que de repente piensa que acá se puede mágicamente regresar a la década de los 90 del siglo pasado. Eso no es verdad. Ese país ya no existe ni existirá. Nuestra realidad y nosotros mismos, los venezolanos, somos mucho más complejos que esas recetas simples”.

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Volvemos a la literatura para buscar algunas claves ante el extravío. Le comento sobre un ensayo de Orlando Araujo que presenta a Salvador Garmendia como novelista de los marginados y de cómo este autor, incluso en la Caracas de los años cincuenta, ya escribía sobre una ciudad avasallante, congestionada, medio en ruinas, sin espacio para el amor y cuyos personajes “tratan con desesperación naufragante de agarrarse de lo único que les pertenece, su pasado”.

Le pregunto a Barrera Tyszka si él continúa la línea narrativa de Garmendia y si tiene idea de cuál es ese pasado idílico que todos ahora evocan. “Es muy difícil porque creo que uno de los problemas del chavismo es que habla desde la eternidad. Y esto tiene que ver con el éxito que produce la palabra revolución en nuestro continente. Lo primero que simbólicamente hizo Chávez el país es cancelar la idea de la alternancia política.

Cuando Chávez dio su discurso en el Ateneo de Caracas, luego de ganar las elecciones, lo primero que dijo fue: ‘¡Por fin la revolución se hizo gobierno!’ y ahí mismo inauguró un espacio simbólico donde no habrá otros gobiernos. No es legítimo, a su entender, que haya otros gobiernos que no sean la revolución, porque sería una traición y en ese cuento estamos desde hace 20 años.

En ese mismo proceso, el primer gobierno de Chávez despoja de cualquier legitimidad al pasado por lo tanto la gente que nació, que se crió, que se estaba educando, vive una especie de ruido respecto a la tradición y no se le reconoce al pasado nada sino el espanto. Entonces desde allí hay una distorsión en nuestra percepción de la historia que es muy complicada pero que se convirtió en un programa de gobierno.

Digamos entonces que la idea que tenemos que hacer nosotros los venezolanos de la reconstrucción es enorme, porque tiene que ver con restaurar el sentido de la historia y ponderarlo sin esta especie de locura polarizada. En el fondo la pregunta es cómo recuperar la complejidad y es muy difícil en momentos donde la polarización todavía funciona de esta manera y eso lo puedes ver cotidianamente en Venezuela.

Por ejemplo, el tema de cómo salimos de esto que tanto me han preguntado porque yo he defendido la negociación como única posibilidad y que todo lo demás es muy tentador pero irreal.

-¿Pero cómo creer en el diálogo cuando los actores involucrados están deslegitimados?

-Estoy de acuerdo con esa percepción y con esa desazón, pero aún así estamos condenados a negociar. Si a mí me convencen de que hay alguna otra alternativa la tomo pero no hay otra alternativa real, viable.

-¿Y la petición de la colaboración internacional?

-¿Para qué, para una invasión? Todo eso está tomado con alfileres. Qué significa pedir una ayuda internacional. La cooperación internacional la tenemos. La cantidad de países que han apoyado a Guaidó, que no reconocen a Maduro. Ahora, eso tiene un límite. De allí para adelante es una invasión militar. Esa invasión militar no está planteada ni siquiera por los países que pudieran hacerla. Y en segundo lugar, la veo muy peligrosa. En términos que nadie puede saber las consecuencias que en términos militares tendría.

Hay que tener mucha audacia para decir: “Sí, que vengan los marines y que entren en ese país”, porque además se pueden quedar una cantidad de años y no sabemos a quién podrán matar y a quién no. ¿Qué eso lo aprovecha el chavismo y lo sabe jugar? ¡Por supuesto que lo aprovecha y lo sabe jugar! No estoy diciendo que yo quiera negociar. ¡Por supuesto que no quiero, que no me gustaría y que sé que tendría una cantidad de inconvenientes y dificultades! Pero no hay otra salida y eso lamentablemente no los ha dicho la historia.

Añado algo más, los otros escenarios de salida tampoco están claros: la implosión popular no se ha dado. La represión ha sido terrible y la crisis económica paraliza cualquier cosa. Y si hablamos de la rebelión militar, el gobierno ha aplastado todos los intentos de manera salvaje y feroz.

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En su más reciente novela, Mujeres que matan,un grupo de damas se reúne en un círculo de lectura para hallar un espacio de relax pero pareciera que los libros actuaron como desencadenantes de la locura que cada una de ellas portaba.

-¿Qué nos intentas decir cuando las mujeres de tu novela se reúnen para leer y terminan siendo asesinas, ¿que acá, en este país, no hay hueso sano?

-Yo no trato de decir nada. Yo echo un cuento que a mí mismo puede resultarme aterrador. Cuando yo llegué al momento donde el personaje de Inés dice: “Aprendimos a matar y nos gustó”, yo me espanté. Incluso yo mismo, que lo estaba escribiendo. Ahí vi algo aterrador y me pregunté: “¿En qué momento cruzamos una línea y empezamos a pensar que asesinar era fácil y no da remordimiento; que hace que alguna gente se reúna buscando oxigenarse y termine regresando a la realidad de otra manera?

-¿Cómo llegaste a escribir eso?

-Bueno, el mismo relato te va llevando y yo mismo me quedo impresionado frente a eso. Podría haberlo borrado después pero decidí seguirlo trabajando. En el fondo, creo que es una novela que tiene un dilema moral muy grande: ¿En sociedades donde reina la impunidad, las víctimas tienen derecho a defenderse y tratar de hacer justicia por su propia mano? ¿Eso es legítimo? ¿Y si eso significa matar qué pasa? ¿Y qué ocurre cuando cruzas ese límite? Creo que esas son las preguntas que están gravitando detrás de la novela.

¿Eso sí te lo preguntaste?

-Me hice algunas preguntas mientras escribía. A veces tienes unas ideas preconcebidas y la misma escritura te las destruye, te las manda para otro lado y eso es lo maravilloso de esto.

-¿Cómo nos ves desde México?

-Yo voy con mucha frecuencia a Caracas y cada vez que voy siento que la vida cotidiana está cada vez más precaria. Eso me golpea. Me preocupa que la desesperanza esté aumentando, que haya un distanciamiento ante la idea de cualquier salida política, que haya una desazón generalizada. Es una combinación terrible, la peor de todas: una crisis económica galopante, vertiginosa, y una crisis política paralizada.

Entonces se te hace que la política es cada vez más inútil frente al desastre económico. Eso crea una especie de abismo donde tú sientes que tu vida cotidiana es cada vez más precaria, y no encuentras en la realidad posibilidad alguna de salida.

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Consultado sobre si está contento con sus novelas, Alberto Barrera Tyszka baja la voz a un nivel casi inaudible y dice que una vez que han sido publicadas prefiere no volverlas a mirar porque cree que siempre pudieron haber quedado mejor escritas.

Ahora, si se le pregunta en general por su vida de escritor admite sentirse contento de vivir de este oficio: “De las cosas que creo me dan más satisfacción en la vida es vivir de escribir. Esto lo digo viendo en retrospectiva a ese joven que a los 16 años quería ser autor y escribía versos y cuentos. Eso para mí sí es fundamental porque es algo que yo deseaba mucho. Que yo pueda despertarme todas las mañanas y saber que pago mi casa, mis alimentos y todo lo demás, de escribir, es de las cosas que más me alegra y satisface”.

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