Cine

Mujercitas, el largo camino hacia la libertad

La película dirigida por Greta Gerwig propone una mirada alternativa sobre la historia del libro original de Louisa May Alcott. Una historia ahora enfocada en descubrir lo femenino, la identidad, aprovechando el mapa de la escritora, pero dibujando más allá de las líneas

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En su autobiografía Memorias de una joven formal —publicada en 1958—, Simone de Beauvoir admitía que su primer gran impulso como escritora no llegó de la inspiración abstracta, alguna figura admirable e incluso el mero hecho de profundizar en una vocación desconocida que, ya por la niñez, era parte de su vida. En realidad, la primera vez que pensó en ser escritora fue gracias a Jo March, la hermana díscola, rebelde y talentosa imaginada por Louisa May Alcott en su ya clásica novela Mujercitas.

La Simone adolescente, obsesionada con las palabras pero sin norte sobre lo que podía lograr gracias a su devoción por la lectura y escritura, encontró en los personajes de Alcott algo más que un consuelo. También, un objetivo: “Me emocionó ver a Meg y a Joe ponerse unos pobres vestidos de poplin color avellana para ir a una fiesta donde todas las demás chicas estaban vestidas de seda; les enseñaban como a mí que la cultura y la moral son más importantes que la riqueza; su modesto hogar tenía como el mío un no sé qué excepcional. Me identifiqué apasionadamente con Jo, la intelectual. Brusca, angulosa, Jo se trepaba, para leer a la copa de los árboles; era mucho más varonil y más osada que yo; pero compartía su horror por la costura y los cuidados de la casa, también su amor por los libros. Escribía: para imitarla reanudé con mi pasado y compuse dos o tres relatos”, cuenta Beauvoir para describir el valor que el libro tuvo en momentos especialmente duros y significativos de su vida.

En Mujercitas de Greta Gerwig, el homenaje a esa noción sobre el símbolo y el poder que encarna la novela es más evidente que nunca. La Jo de Saoirse Ronan es una presencia colosal, vívida y profundamente emocional, pero quizás por el acento tan marcado sobre la necesidad de mostrar —celebrar— la identidad femenina, carece de la espontaneidad y el candoroso poder de varias de sus predecesoras más famosas, entre las que se encuentra Katharine Herpburn y Winona Ryder.

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El personaje se sostiene sobre un espíritu de poder femenino que Gerwig destaca como una formidable fuente de energía, poder y necesidad de reivindicación. Claro está, en esta ocasión la directora y guionista crea una adaptación que incorpora a la propia novela de Alcott como parte integral del argumento, con lo que logra que la sensación de asombro sobre el poder creativo de Jo sea un pilar fundamental para comprender a su familia y cuanto le rodea.

Se trata de un paso audaz, pero también una celebración brillante y sentida al legado del libro Mujercitas a varias generaciones de escritoras y libres pensadoras. Para Gerwig, el tránsito entre la novela, como una mirada sobre la naturaleza íntima femenina a una formidable epopeya sobre la libertad, está lleno de una asombrosa delicadeza, además de una notoria capacidad para crear una atmósfera fascinante sobre lo que ocurre más allá de las puertas cerradas.

De modo que, al igual que Simone de Beauvoir, la Josephine de Gerwig busca la identidad en la escritura y crea una extrañísima versión meta ficcional sobre la noción de Mujercitas, como vehículo de expresión del talento femenino. De nuevo, la hermana de temperamento salvaje y osado, es la protagonista, pero Gerwig toma la decisión no de seguir sus pasos como hilo conductor entre los dolores y pequeñas tragedias de sus hermanas, sino de contemplar desde una distancia muy cercana y cálida el nacimiento de una artista.

Para Louisa May Alcott, la idea de una niña que se inspiraba en sus obras para encontrar su camino habría resultado arrebatadora. Desde muy pequeña, la escritora aseguró “que sólo deseaba escribir” y que jamás contraería matrimonio, toda una rareza para la época que le tocó vivir y que trajo como consecuencia que toda su familia le considerara no sólo un motivo de vergüenza, sino incluso un problema del que solía debatirse con cierta frecuencia.

Pero la percepción de Alcott sobre el matrimonio no era casual: su padre, Bronson Alcott, era una combinación de un filósofo autodidacta y también, un soñador muy poco práctico que dedicó buena parte de su vida a experimentos más o menos exitosos que al final, llevaron a la familia a la ruina. Su esposa Abba, y madre de cuatro niñas de entre los ocho a los dieciséis, tuvo que valerse por sí misma la mayor parte del tiempo y no siempre, de la mejor manera. Alcott contaría después que su vida cotidiana estaba llena de estrecheces, pero que la pobreza era más una consecuencia del descuido que la falta de posibilidades.

No sólo se trató del hecho que Louisa lograra encontrar a los veinte años de edad, un editor que confió en la calidad sus cuentos, relatos y textos tanto como para publicarlos en prensa, sino que además, pudo hacerlo con la regularidad suficiente como para convertirse en sustento de su familia. La Louisa real — que dedicaba buena parte de su vida a escribir, corregir y publicar — es muy semejante a los sueños de Jo sobre sí misma y es tal vez esa correspondencia, la que brinda al libro su capacidad para elaborar un discurso de profunda belleza vinculado con las aspiraciones reales de una mujer que conocía el valor del trabajo duro. En realidad y mucho antes que Mujercitas fuera publicado, ya Alcott se ganaba la vida con emocionantes relatos de aventuras y terror, firmamos bajo diversos seudónimos en un buen número de seminarios. No sólo era una buena escritora, sino que además, una talentosa negociante sobre el valor en el mercado de sus textos y colaboraciones. Después de Edgar Allan Poe, se le considera de los escritores norteamericanos que pudieron subsistir gracias a escribir durante la segunda mitad del siglo XIX.

Además, Alcott logró un hito dentro del mundo literario norteamericano: su novela se convirtió no sólo en un inmediato éxito de ventas sino que, de hecho, nunca ha dejado de serlo. Mujercitas tiene el curioso honor de ser uno de los libros más vendidos de la historia editorial norteamericana, además de ser parte de una tradición de clásicos que se consideran imprescindibles para analizar el papel de la mujer —y lo femenino— dentro de la historia del país. Alcott, que soñaba con ser escritora desde la niñez y llegó a escribir en sus diarios que “sólo desearía ser hombre para escribir sin parar cada día de su vida” quizás jamás imaginó que su esfuerzo por cumplir su objetivo intelectual, incluso con el peso de su género y las rígidas convenciones sociales de su época, le convirtieron en un símbolo de la mujer creativa, de una poderosa voluntad de expresión literaria.

De modo que la versión de Gerwig sobre Mujercitas en realidad es una reflexión en paralelo sobre la vida de un espíritu libre, en búsqueda de una identidad que no logra definir del todo. Las March de Gerwig (interpretadas por las magníficas Emma Watson como Meg y Florence Pugh como la vital Amy) son apenas un delicado contexto para narrar la travesía de una personalidad poderosa que debe batallar por su lugar sobre el mundo.

No obstante, la Jo de Ronan no es todo lo que podríamos esperar sobre el personaje: a diferencia de las anteriores adaptaciones e incluso, de su versión literaria, Ronan parece contener el fuego y la ira que suelen atribuirse a la hermana March dotada para la escritura, para convertir todo el impulso creativo en algo más nebuloso, singular y por momentos, desconcertante. Por supuesto, no se trata en sí de un problema que pueda opacar la brillante interpretación de la actriz, sino de un matiz por completo nuevo de un figura de la literatura que ha llegado a convertirse en un estereotipo muy claro sobre el poder de la voluntad y el impulso constructor de las ideas. Entre ambas cosas, Josephine no parece encontrar un punto medio, un equilibrio que le permita decidir si su temprana vocación por la escritura, es una forma de expresión o un modo de vida. Ambas percepciones sobre la cualidad de Jo como artista se conjugan para elaborar un discurso complejo sobre el motivo por el cual el arte puede ser un vehículo para la voz interior, pero también, una forma de libertad.

Como es obvio, Gerwig —que fue una actriz extraordinaria y ahora es una directora espléndida— parece plasmar en la historia parte de su vivencia como artista en busca de voz y lenguaje. Pero en medio del tránsito, olvida que Mujercitas también es una obra coral que se basa en los delicados e invisibles hilos familiares que sostienen la intimidad. Porque no se trata únicamente de que las hermanas March fueran un tipo de arquetipo femenino sino que, además, el talento de Alcott para mostrar el mundo de las mujeres de su época deslumbró y conmovió a generaciones enteras. Gerwig toma la osada decisión de no sólo ignorar esa parte de la historia, sino plantear la percepción sobre la familia March como un contexto que define a Jo y no al contrario, lo cual en algunos momentos conspira contra el equilibrio y la solidez de la película.

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No obstante, Gerwig no desaprovecha la oportunidad de crear un mosaico sobre el mundo femenino a gran escala en Mujercitas, incluye una complejidad que se agradece pero que, por momentos, parece traicionar el espíritu de la novela original, que justamente analiza la concepción de lo artístico y de lo emocional desde la intimidad. Para Gerwig, la percepción caleidoscópica de la vida femenina en una época especialmente hostil con la identidad femenina, es mucho más importante que los pequeños dolores inquietos que se anudan y se entremezclan para elaborar un discurso complicado sobre la mujer.

Claro está, Gerwig es una directora experimentada y saca provecho a este nuevo diálogo, para crear un mapa de ruta por completo distinto a lo que hasta ahora, se había hecho sobre el material original de Alcott. Para ella, el núcleo del poder de Mujercitas se trata de una búsqueda esencial de la identidad, que antes o después, siempre ha sido un proceso complicado para las mujeres.

Hay algo elocuente, sincero y directo en la forma en que la realizadora asumió lo femenino. De modo que no solo narra una historia en apariencia sencilla y modesta, sino que se toma el atrevimiento de deconstruir a la mujer tal y como la imaginaban los hombres e, incluso, las pioneras de la escritura. El resultado, es una curiosa mezcla entre una mirada moderna a la mujer y sus dolores en medio de un contexto en el que el esfuerzo también conlleva replantearse su propio rol dentro de la sociedad, la noción del futuro e, incluso, la propia supervivencia del mundo personal.

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