Cine

De Parásito a El hoyo: la mente y el horror de los espacios

Dos películas: Parásito y Snowpiercer (ambas de Bong Joon -ho), y ahora El hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia, exploran la estratificación de los espacios como una compleja metáfora de la naturaleza humana

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En el film Parasite, el director Bong joon-ho jugó con la idea de los niveles y los espacios para analizar la naturaleza humana. Algo que también hizo en varias de sus películas previas en las que la pobreza, el dolor, la angustia y los matices morales se mostraban a través de espacios impecables o bien a través de lugares restringidos en los que los personajes debían debatirse sobre la posibilidad del bien y el mal en condiciones insoportables o, en el mejor de los casos, extremas. En la película El hoyo se establece un paralelismo mucho más cercano a la violencia y su relación con los lugares de reclusión.

Este concepto ya había sido analizado en Snowpiercer, de 2014, en la que Bong medita la noción sobre los espacios que tienen una relación inmediata con los lugares oscuros y retorcidos de la mente humana, algo que no disimula en Parásito: una casa representa no solo la desigualdad social, sino también las condiciones en que la maldad y la bondad pueden prosperar, como ilusiones de una relación mucho más frágil entre el ser humano y su entorno.

El canibalismo y sus atrocidades no son el tema principal de esta distopía, que pudiera bien ser una gran reflexión acerca de la reclusión o sobre el hecho de la mente llevada a un límite desconocido que puede crear o construir sus propias pautas.

Un concepto parecido tocó la extrañísima El rascacielos, de Ben Wheatley (2016), en la que el actor Tom Hiddleston se enfrenta a una microcomunidad en la que se encara a todo tipo de relaciones de poder, en medio de una construcción vertical autosustentable. Curiosamente es el mismo concepto con que se define El hoyo en una de las escasísimas explicaciones que la película ofrece sobre el origen o la naturaleza de la estructura que muestra.

Tanto en El Rascacielos como en El hoyo, las estratificaciones de pisos y plataformas no solamente evaden una explicación sencilla, sino que además elaboran un concepto complicado sobre el hecho de las estructuras como símbolo de estatus y también como forma de elaborar metáforas sobre la condición humana.

El Hoyo

En ambas películas, la noción sobre el lugar no solamente compone una mirada sobre lo que es la riqueza o sobre cómo podría analizarse el concepto a través de los sitios que ocupan los más privilegiados. Sino la percepción sobre los espacios inferiores en los que se acumulan el horror, el miedo y en mayor o menor término los horrores inconclusos de oscuridades simbólicas, que los directores trataron de mostrar a través de lugares imprecisos y, sobre todo, sin una explicación plausible sobre su existencia.

Claro está que en Parásito la metáfora es mucho más sutil. Aun así juega con simbolismos más elaborados y tenebrosos acerca de lo que el ser humano puede hacer (o puede ser) en las condiciones adecuadas.

Mientras los Park disfrutan de una vida lujosa y radiante que el director muestra a través de brillantes primeros planos y planos secuencias, en los que la casa se muestra como un lugar de asombrosa belleza, el sótano en que viven los Kim es una mirada a la pobreza y la ruptura de las relaciones con un mundo más complejo y, sobre todo, a la comprensión de los dolores sociales y culturales que la familia debe atravesar.

El hoyo es una de torre de Babel en la que, al parecer, pueden estar recluidos tanto niños como ancianos, culpables o inocentes, hombres que solo quieren ser un libro e incluso enfermos cuyo último deseo es transitar las intrincadas entrañas de una superestructura carente de explicación

El hoyo no lo plantea de una forma tan directa: sus plataformas móviles, que en realidad son más bien formas de elaborar un concepto sobre la avaricia y el miedo que se entrecruzan para sostener una mirada sobre la violencia humana primitiva, tienen el mismo sentido que en Parásito, solo que su relación vincula al hambre a la necesidad de supervivencia y, al final, la individualidad como una forma de cacería y, fundamentalmente, de enfrentamiento entre enemigos invisibles, que en realidad no son otra cosa que versiones de sí mismos enlazadas con algo más complicado.

Encierro en el hoyo

Tanto Snowpiercer como Parasite suelen ser descritas como metáforas de horror socialmente consciente, o “thrillers sociales”, lo que indica que ambas películas vinculan los lugares y los espacios restringidos como formas de miedo.

En el caso de El hoyo, la pesadilla social se multiplica y se hace, incluso, más agónica cuando todos los instintos y deseos de los personajes están firmemente vinculados no solo al hambre biológica, sino a la voracidad como expresión de la necesidad de supervivencia. Las diversas plataformas y la manera en que influyen en la posibilidad de sobrevivir a una experiencia que le sobrepasa son símbolos insistentes sobre el hecho de que la comida no es el principal recurso ni el apetito en una película en la que nada es lo que parece.

El Hoyo

Lo primero que sorprende en El hoyo es la ausencia de referencias temporales o espaciales sobre el lugar que muestra. En el caso de Parásito o de El rascacielos, el contexto que rodea los lugares es de considerable importancia, lo que permite analizar hasta qué punto la sociedad o la cultura que rodea y sostiene estructuras semejantes posee una importancia considerable al momento de analizar lo que ocurre dentro de las paredes o los lugares que muestra el argumento.

En El hoyo las respuestas no son sencillas: lo más probable es que se trate de una cárcel, pero también podría ser un manicomio o, incluso, algo mucho más retorcido, como un lugar de paso o de prueba en que los inquilinos — o cualquiera sea el nombre que reciben los reclusos — hacen despliegue de sus capacidades o debilidades, para probarse a sí mismos.

Y mientras en Parásito la casa, de lujosa precisión milimétrica, es una forma de comprender lo que ocurre tanto arriba como abajo, en El hoyo la plataforma con su centro móvil es una concepción sobre la forma en que se batalla por la supervivencia.

Para El hoyo la condición humana se pierde a medida que la plataforma resume las necesidades biológicas y mentales. Ya no se trata solo de la comida como medio para vivir,  sino además como forma de luchar para contrarrestar el dominio del otro.

El ambiente hostil, con su paleta de grises, que incluye una clara referencia hacia películas del género relacionadas con claustros o confinamientos, podría sugerir la idea de que lo que nos muestra el director es algo más que una mirada profunda a un tipo de alegoría sobre los lugares inexplorados de la mente humana, los matices de la moral y algo más semejante a un rasero misterioso, que se relaciona directamente con la forma en que se interpreta el espíritu humano puesto bajo presiones insoportables.

Pero la película, en realidad, es mucho más compleja que eso. Lo deja en claro desde la primera secuencia, en que la comida se muestra como el gran tesoro que, durante buena parte de la trama, se disputará con una crueldad inusitada. Pero también será la medida de las ambiciones de un filme obsesionado con la avaricia.

El director Galder Gaztelu-Urrutia reflexiona con acierto y una brutalidad en ocasiones insoportable sobre los espacios oscuros de la mente humana, pero también sobre su fragilidad en condiciones inexplicables e insoportables.

En El hoyo no hay nada sobre la condición humana que no esté emparentado directamente con lo animal

El argumento no se prodiga lo suficiente durante los primeros minutos: los fragmentos de información que recibimos a través de diálogos explicativos cortos entre los personajes no son lo suficientemente claros como para mostrar a qué peligro o contra qué amenaza nos enfrentamos.

Mientras uno de los personajes admite que se encuentra dentro del recinto por voluntad propia y el otro confiesa que lo hace para purgar un crimen tan improbable como ridículo, el filme parece más interesado en analizar las consecuencias de las acciones que en construir una percepción más clara sobre las condiciones en que se encuentran los reclusos o reos que están bajo la custodia de cuál sea la institución que mantiene la extraña, cruel y violenta estructura.

Quizás una de las características más curiosas de la trama sea su esfuerzo considerable por desconcertar al espectador.

La enorme plataforma, de la que no tenemos una connotación visual clara, puede comprenderse tanto desde arriba como desde abajo, lo que recuerda, en ocasiones, a la tecnología de la saga El cubo del 2001, del director Vincenzo Natali, y sus secuelas. En la película del 2001, la estructura inexplicable era el recinto donde se confinada a una serie de desconocidos que debían luchar por su supervivencia en medio de condiciones imposibles y también, en contra de la estructura convertida para la ocasión, en un enemigo incluso más peligroso que cualquier otro.

La simbología es muy parecida a la utilizada en El hoyo, en la que el gran mecanismo se enlaza con lo que parece ser un sistema de valores dentro del cual los personajes deben actuar, luchar, defenderse y, finalmente, sobrevivir. Lo mismo ocurría en Cube 2: Hypercube (2002) de Andrzej Sekuła, en la que el mecanismo y la fórmula se multiplican en tamaño y complejidad.

Espacios oscuros

Finalmente, en Cube Zero (2004) de Ernie Barbarash, la correlación  entre el poder y la forma de sobrevivir se convierte en un objetivo en mitad de la lucha contra otros personajes y un mecanismo desconocido que intenta probar, hasta el límite, cualquier tipo de percepción sobre la moral y la concepción del bien y del mal de los personajes, lo que convierte a la película en un juego macabro en el que al final resulta vencedor no el que tenga las mayores capacidades o el más cercano a la bondad, sino el que logra comprender el sentido último de una estructura tan inquietante como violenta.

El gran mecanismo se enlaza con lo que parece ser un sistema de valores dentro del cual los personajes deben actuar, luchar, defenderse y, finalmente, sobrevivir

Incluso la fallida Escape Room de Adam Robitel (2018) reflexiona sobre la cualidad de los espacios y, en ella, la lucha y el debate por la supervivencia controlan la estructura. En El hoyo los personajes tienen un peso de considerable importancia, porque son sus decisiones las que iluminan una nueva forma de comprender al enemigo real: la estructura caníbal, metálica y feroz que se enfrenta de manera misteriosa no solamente al grupo confinado en su interior, sino también a sus peores defectos y restricciones morales.

El hoyo también juega con las condiciones y las aseveraciones del espacio como lugar de confinamiento. Por supuesto, también hay una evidente referencia a la película El ángel exterminador, de Luis Buñuel, con la que comparte no solo la abstracción sobre el lugar en que se encuentra, sino también las pocas y muy poco claras explicaciones sobre el motivo por el cual existe, o el mismo hecho de la concepción de la extraña estructura que controla y sujeta a los reos o reclusos bajo unas mismas y barbáricas condiciones.

Hay un elemento definitivamente primitivo en la idea de lucha de valores y la idealización de la moral en medio de condiciones indescriptibles e infrahumanas en medio de las cuales deben sobrevivir los personajes.

Resulta aterrador el clima inquietante en que se desarrolla la narración, mezclada con una fábula siniestra sobre las motivaciones y los deseos, más allá de la cuestión sobre el ser humano y sus relaciones entre lo que considera correcto y lo que no lo es: el bien y el mal.

El director vincula la condición sobre la plusvalía de lo que somos o lo que deseamos ser con las decisiones y reacciones de la mayoría de los reclusos. Todos los personajes están dispuestos no solo a matar, sino además a comerse a sus compañeros de celda, aun cuando la mayoría debe convivir con ellos el suficiente tiempo como para conocerse y llegar a intimar en más de una manera.

Es abrumador el hecho de que durante gran parte del metraje, el argumento se concentra en mucho más que la construcción de una dinámica frágil que se sostiene sobre las relaciones de los deseos y la capacidad de supervivencia de los recluidos en las plataformas, en contra de una monstruosa maquinaria que no solo carece de nombre, sino incluso de dirección.

Sobrevivir

Lo único que los espectadores llegamos a conocer sobre la gran estructura de la plataforma es el hecho de que la comida es servida y preparada ex profeso, con toda la intención de tentar y ser repartida a través de las interminables plataformas que, al final, carecen de número e incluso significado.

Los reos, reclusos, inquilinos o cual sea la condición de los personajes atrapados en cada uno de los pisos, solo es una forma de deshumanización con reglas abstractas y el director no está dispuesto explicarlo de manera sencilla.

La necesidad de supervivencia que Galder Gaztelu-Urrutia logra plasmar con una elegancia que sorprende por su inteligencia ─a pesar de las imágenes crueles y las grotescas condiciones que la atmósfera cada vez más retorcida de la película muestra─, recuerda también a El discreto encanto de la burguesía, en la que Luis Buñuel juega con el recurso del espacio que despoja de humanidad: un grupo de desconocidos permanece confinado en un ámbito restringido y debe luchar no solamente contra sus propios prejuicios, sino también contra la condición humana que se impone y se mezcla con los dolores y las angustias existenciales.

El director Galder Gaztelu-Urrutia reflexiona con acierto y una brutalidad en ocasiones insoportable sobre los espacios oscuros de la mente humana, pero también sobre su fragilidad en condiciones inexplicables e insoportables

En El hoyo no hay nada sobre la condición humana que no esté emparentado directamente con lo animal, mientras los personajes luchan entre sí no solamente para mantenerse con vida sino también para vencer un orden casi natural de convivencia forzada, que cada vez se hace más insoportable.

Escalera a la perversión

La alegoría de una comida opulenta también es referencia directa a la filmografía de Buñuel, que en más de una ocasión utilizó escenarios semejantes para mostrar la capacidad y cualidad caníbal de la naturaleza humana y, también, la codiciosa necesidad de posesión, que es parte del discurso de la mayoría de sus películas.

En El hoyo, el hecho del hambre es mucho más que una reacción orgánica. También implica una batalla por delimitar espacios de posesión, que permitan un juego de jerarquía de la que dependen la vida y la muerte de los personajes.

La visión grotesca de los prisioneros decidiendo quién morirá o quién vivirá, quién será comido o quién comerá, es una de las imágenes más desconcertantes de una película en la que estas abundan.

Además, para El hoyo la condición humana se pierde a medida que la plataforma resume las necesidades biológicas y mentales, en una versión simplificada de la pirámide de Maslow. Ya no se trata solo de la comida como medio para vivir, sino además como forma de luchar para contrarrestar el dominio del otro.

Como en El rascacielos, en la que los pisos representan las diferentes formas de degradación de la naturaleza humana, las plataformas que suben y bajan en El hoyo convierten a la estructura en una gran escalera hacia las condiciones humanas más perversas y crueles.

En El hoyo las respuestas no son sencillas: lo más probable es que se trate de una cárcel, pero también podría ser un manicomio o, incluso, algo mucho más retorcido, como un lugar de paso o de prueba

Hay una contundente revelación sobre la forma en que las condiciones extremas pueden transformarnos, tanto en nuestra mejor versión como en algo tan grotesco como un monstruo capaz de devorar trozo a trozo a su compañero de celda.

Por supuesto, como eje central de la película, la comida y las relaciones que se establecen entre los personajes a partir del apetito forman parte de una reflexión muy cuidada sobre lo humano y lo animal, más precisamente en cuanto a la forma en que pueden confundirse hasta crear una criatura inexplicable e irreconocible de un hombre o una mujer corriente.

El horror del vacío

Como la trilogía de El cubo, El hoyo es una de torre de Babel en la que, al parecer, pueden estar recluidos tanto niños como ancianos, culpables o inocentes, hombres que solo quieren ser un libro e incluso enfermos cuyo último deseo es transitar las intrincadas entrañas de una superestructura carente de explicación.

El asesinato es expresión cotidiana de una dinámica de convivencia entre los personajes. A medida que desciende hacia el interior de la tierra, las plataformas se transforman en pequeños ejemplos de los horrores escondidos dentro de la mente de los reclusos.

La pesadilla social se multiplica y se hace, incluso, más agónica cuando todos los instintos y deseos de los personajes están firmemente vinculados no solo al hambre biológica, sino a la voracidad como expresión de la necesidad de supervivencia

Nivel tras nivel, El hoyo muestra no solo la sofisticada capacidad para el sadismo de sus anónimos e invisibles creadores, sino también la conmoción de las formas como la mente puede crear sus propias pautas morales y espirituales para soportar el horror del vacío.

Hay algo inquietante en el hecho de que no exista una regla fija, más allá de la capacidad para comer y el hecho de que el número de la plataforma puede indicar la capacidad de supervivencia de los confinados en su interior.

Cada plataforma tiene la extraña capacidad de explorar los temores y miserias de los personajes que las ocupan. A medida que el número se hace más alto, es mayor la incapacidad de los personajes para mantener la cordura, extraño híbrido entre la lucidez de la crueldad asumida y la batalla contra el otro por sobrevivir en condiciones inexplicables.

De modo que esta gran estructura que se eleva y desciende podría ser tanto una torre como un agujero interminable, imagen que recuerda a la inquietante versión de la realidad que muestra la película Aniquilación, de Alex Garland, basada en el libro de Jeff Vandermeer: en ambas visiones sobre el horror, la contraposición del arriba y el abajo, la irrealidad y la realidad, lo absurdo y lo caótico se contraponen unas a otras, para crear un ambiente inexplicable que termina por ser no solo sofocante sino definitivamente enloquecedor.

El Hoyo

La alegoría de Gaztelu-Urrutia es contundente, aunque su metáfora resulta por momentos demasiado directa como para acondicionar una idea que pueda analizarse desde el plano onírico. Los guionistas David Desola y Pedro Rivera reflexionan con una crueldad inusitada sobre el hecho que podría llevar a cualquiera a tener impulsos caníbales.

Sin embargo, el canibalismo y sus atrocidades no son el tema principal de esta distopía, que pudiera bien ser una gran reflexión acerca de la reclusión o sobre el hecho de la mente llevada a un límite desconocido que puede crear o construir sus propias pautas.

El sentido último de El hoyo es evidente: que el simbolismo la emparenta con películas tan complicadas como para relacionar los espacios con la forma en que comprendemos la realidad. Una manera de comprender hasta qué punto la mano del hombre es capaz de transformar sus propias pulsiones y obsesiones en un mecanismo de horror que puede contener el mal en su estado puro.

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