Crónica

Cerro El Morro: violaciones, asesinatos y apariciones

El cerro El Morro en Lechería, estado Anzoátegui, se ha convertido en un reducto o punto de encuentro del crimen. Violaciones y homicidios escoden sus parajes áridos. Pero también hechos paranormales como aparecimientos de fantasmas sin cabezas y otras malignas entidades. Incluso hay quienes hablan de extraterrestres

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El cerro El Morro, emplazado en la ciudad de Lechería, Estado Anzoátegui, es un atractivo turístico por excelencia al coronar una avenida de playas y locales que encienden la vida del municipio Diego Bautista Urbaneja. Deportistas propios y visitantes se congregan durante el día para subir y bajar a través de sus empinados caminos, además de aprovechar la solemne vista de la Bahía de Pozuelos y del horizonte azul vértigo entre el Mar Caribe y un cielo pulcro. El pequeño olimpo gratuito, como quien inventa una pausa a la anarquía cotidiana entre cortes eléctricos y tuberías de agua sospechosamente rotas. Ese es el cuento oficial. Pero quienes viven en la zona norte del estado alguna vez habrán recibido historias secretas sobre cómo trasciende el cerro en el imaginario local: apariciones, asesinatos, libertinaje y persecuciones han convertido su historia en otra cosa.

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Alejandro Soto, ex agente de la Policía de Urbaneja, laboró en la zona a mediados de los noventa mientras concluía su carrera universitaria. Afectado, moviendo las manos frenéticamente, recuerda una noche en particular. “Una madrugada, a eso de la una, subí por la zona oeste del cerro con un subalterno para hacer la ronda, a fin de chequear que no hubiese nadie instalado en los alrededores. Uno tenía que estar pendiente de las parejitas que iban a portarse mal. En el retorno, llegando al tanque, visualicé una luz que venía emergiendo del mar. Yo me sorprendí y le hice señas al agente para que mirara».

La luz venía acercándose más y más a la superficie, y después centelló con más intensidad. Mi colega se alteró y empezó a gritar pidiéndome instrucciones —incluso quiso disparar. La luz ascendió y desapareció en el cielo.

“Desde ese entonces yo quedé callado y la verdad es que con los años me han empezado a desagradar esos temas. A mí no me gusta ese lugar, no sé cómo será ahora pero en aquellos años era malísimo hacer la guardia en la casilla policial porque siempre se robaban el tendido eléctrico y nos dejaban sin luz”.

Por su lado, Ana María Lombardi, residente de uno de los complejos residenciales del cerro, cuenta algo similar: luces que emergen del agua y desparecen en el aire. Ella, de hecho, ha instalado cámaras pero estas no han registrado ninguna irregularidad. “Pero ya las he visto varias veces desde que me mudé. Mi esposo dice que estoy exagerando y que esas luces a lo mejor vienen de los buques petroleros que se mueven por la zona, pero si te pones a ver esos barcos están muy lejos y las luces yo las he visto prácticamente frente al cerro, que salen y brillan más en el aire. ¿Eso cómo se explica? Yo no sé, yo no voy a hablar de extraterrestres, pero esas luces se van derechitas para el cielo. Hay que tener la mente abierta. Además, ¿tú has visto el Museo Dimitrius Demu? Eso tiene forma de OVNI. Capaz que Lechería es un punto focal”.

Manuel Ortega, otro ex funcionario de la policía regional, relata una experiencia que lo marcó rotundamente y contribuyó a acelerar su retiro del cuerpo de seguridad. “Era media noche, yo estaba de turno en la caseta policial de la redoma que sube al cerro, mientras mi compañero dormía. Abrí las puertas para vigilar la subida cuando vi una especie de bolsa grande suspendida en el aire, no muy separada del piso. Yo te juro que pensé, así mismo, que era una bolsa suspendida por la brisa, tú sabes que la brisa de mar es caprichosa, pero me di cuenta de que la cosa era rara porque bajé la vista para mover el radio, y cuando miré de nuevo la supuesta bolsa estaba más cerca. Ahí me engrinché. Tiré a ver mi compañero y de nuevo, la bolsa estaba muy cerca, ahí fue cuando pegué un brinco y lo desperté para explicarle lo que estaba viendo. Por fin se paró y vio también la bolsa flotando, y más cerca, para más ñapa. Yo le dije para llamar a una unidad y él dijo que para qué, que él mismo iba a salir a ver de qué se trataba. Agarró la escopeta y cuando llegó a la mitad del camino se quedó paralizado. Bueno, ahí me terminé de asustar, porque empecé a llamarlo y el hombre no me respondía y tuve que salir corriendo y arrastrarlo hasta la caseta. Cerramos la puerta y le pusimos el escritorio».

Mauricio, Maurico Pino, así se llamaba el otro agente, estaba muerto del llanto diciendo que eso que venía ahí era una mujer sin pies y con el pelo negro y sin cara.

«Nos arrinconamos en el piso y empezamos a rezar el Padre Nuestro, cuando algo ingresó y movió las ventanas y sonaba como un enjambre de abejas. Pero yo no abrí los ojos, quería abrir, pero algo me dijo que no lo hiciera, porque además hacía frío y me podía morir. Todo se calmó y llamamos a una unidad. Eso no pasa dos veces, el cuerpo no lo aguanta”.

“¿Qué es un fantasma?” —interroga Guillermo del Toro en su película El espinazo del diablo (2001). “Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás, algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”. Al preguntarle de nuevo a Manuel Ortega si todo eso es cierto, se indigna. Insiste en el zumbido de esas repentinas abejas, en el frío, y en la bolsa blanca moviéndose con una voluntad precisa. Dos hombres asustados frente a un cerro de cara al mar no pueden ser un invento intrascendente.

“En ese cerro han violado y matado a muchas mujeres ―continúa Ortega―. Yo mismo, unos días después del asunto de la muerta, bien temprano en la mañanita, atendí a una señora que había sido ultrajada por un pescador de la zona.

“Dimos con el tipo al poco rato, porque andaba muy horondo caminando por playa Cangrejo. Se delató ahí mismo, con la carrera que pegó cuando nos acercamos para interrogarlo. Lo peor es que la señora luego de reconocerlo se quiso echar para atrás. Tenía miedo de que todo se hiciera público y quedara rayada. Yo le dije que nada de eso, que el daño ya estaba hecho y que lo mejor era buscarse un poquito de justicia”.

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“Mire, yo nunca he visto nada raro”, contraviene lo expuesto Jesús López, vigilante de Residencias Puinare y continúa: “pero no me sorprende que la gente tenga esas experiencias raras, porque los entendidos dicen que un lugar donde acontecen desgracias se convierte como en un portal, materia, que llaman. Aquí han pasado unas barbaridades que no siempre salen en el periódico y eso te viene desde la época en que construyeron el Fortín de la Magdalena, por ahí en los milsetecientos (sic). Suben a hacer brujería porque el mar dizque da fuerza o la gente que viene borracha y se va por los barrancos y se mata.

Este cerro es maluco, ya viste que por una falla topográfica es que tuvieron que cerrar el hotel Vista Real. O como aquella vez que un señor de por aquí, un señor bien, se fue por los lados del tanque, subiendo por el fortín, y allí tenía enyucada (sic) a la amante. Pero al parecer le entró la loquera porque le descubrió un cacho y entonces le aplastó la cabeza a la mujer con una piedra.

«Luego unos vecinos que salieron a trotar encontraron el cadáver… Imagínate eso”.

“Ahora, te puedo contar asimismo que una vez trabajé con un muchacho que dejó el pelero porque haciendo un recorrido por ahí cerca de la Virgen, dizque vio una mujer ahorcada que despareció en el aire. Y te pones a ver y esa estatua de la Virgen del Valle es asustante (sic), a la gente no le gusta ver a los santos porque parecen vivos pero a mí esa virgen sin cara me hace sentir malísimo. ¿La has visto bien? Vaina de locos”.

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Luna Párraga, santera de profesión asentada en Tronconal III, mujer de carnes generosas y risa fácil, acota: “En Lechería vive mucha gente con plata que paga para montarse un trabajo. ¡No creas tú que los sifrinos no tienen fe en estas cosas! Además que ahí tienen encumbrada a Yemayá. Del cerro he atendido a varios pero no te voy a dar más detalles por respeto. Lo que sí te voy a decir que ese cerro tiene una energía complicada. ¿No te has dado cuenta del silencio que pega a veces? Será porque los sifrinos no oyen vallenato y reguetón todo el día, pero la cosa es que hay partes del cerro donde todo está muy callado y eso no es bueno».

«Hay mucha energía mala. Mucha gente muerta amarrada a ese lugar, como el año pasado que se mató un señor árabe que se fue desbarrancado. Y el sexo llama a los espíritus. Tú sabes cómo es, a una sobrina mía se la llevaron para allá, andaba en el carro del novio, un carajito de la Santa María. A ese cerro hay que hacerle una limpieza”.

¿Qué intentan hacer la imaginación y el deseo cuando hablan más rápido que el sentido común? ¿Qué es el sentido común frente a sensaciones inexplicable que duplican las dudas y las convicciones? Carl Gustav Jung dejó dicho que las masas desarrollan mecanismos —tal como ver objetos en el cielo— para advertirse a sí mismas sobre la pérdida de la individualidad. Pero el mismo Jung relató encuentros inexplicables, fuerzas que la psicología no puede encerrar en un concepto.
“Por allá en 1993 hubo un caso muy sonado”, vuelve Alejandro Soto, ahora con las manos quietas en forma de puño: “un caso de un violador que asaltaba a la parejas que se encontraba por el tanque, le gustaba pegarse a los dos. Lo que hacía era que los amarraba y les aguantaba las cabezas con los vidrios en las ventanas del carro. O sea, los ponía frente a frente mientras los violaban. Ahí cayó mucha gente. Pero la gente no quería denunciar para no rayarse. Al bicho lo llamaban el ‘Pájaro Loco’, no preguntes porqué porque me da miedo”.

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¿Se propagan las tragedias como una infección en el alma de los territorios? ¿Acaso el dolor y el miedo se alinean para abrir regiones de la mente? ¿Patrañas, tal vez? Jung dijo que sería desesperante un mundo sin anomalías; mientras tanto cada quien explica los hechos como puede. Solo resta asumir que nadie está a salvo del asombro o del horror y que incluso los lugares terrestres y el alma tienen una cara oculta como la luna.

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