Viajes

La cara de la carretera

Atravesar la Autopista Caracas-Zulia en autobús es toda una odisea. En el paisaje se suceden huecos, sequía, chamusquina, olor a descomposición, escasa gasolina y vías que esperan una pronta y necesaria reparación. Camiones y carros habitan de a momentos el pavimento. Estas son las caras de un pueblo que parece hundirse en el olvido. Nadie logra darle vida a esta transitada senda

Fotografía: Oriana Lozada
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El tanque de gasolina vacío delata el largo camino recorrido. La primera parada de la Autopista Lara-Zulia es una bomba de servicio de turno. Quien surte y atiende con sus mangueras se acomoda su camisa con tal naturalidad, que parece no percatarse de la mugre que quedó en sus manos, como consecuencia de un arduo día de trabajo. Con el mismo trapo con que toca las engrasadas piezas de los carros, se seca el sudor. La inmundicia y el descuido se apoderaron de este tramo del camino. El kilometraje aumenta, el verdor de la montaña de Sorte queda a la zaga y se abren camino los puestos de artesanía raída y tostada por el sol. Las ventas de comida anuncian su presencia con humo y moscas.

La señalización se fue de vacaciones, pero el calor y el acento son el GPS más orgánico. Estamos en Barquisimeto. Las cachapas y las largas colas de camiones que esperan por litros de combustible, el mismo que hace temer por la amenaza de un aumento de precio, son el común denominador.

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Ante el triste escenario, ver las caras de los lugareños cobra cierto encanto. ¿Quiénes son esos rostros pasajeros? Son esos que se suman al deterioro de las vías. Se sumergen en el desperfecto para envejecer al mismo ritmo que su entorno y sobrevivir brindando servicio a los turistas, cada vez más escasos. Esas caras reflejan conformidad, pero no por eso felicidad. Se maquillan en breves de alegrías.

Los policías acostados se convirtieron en la excusa perfecta para que la economía informal haga de las suyas. A los pasajeros se les ofrece café, limones, plátanos o dulces caseros. La carretera sigue rogando a gritos recompensa y mantenimiento. Su gente también. El peso del trabajo encontró un espacio cómodo en las espaldas de los lugareños, así como en los huecos del pavimento.

Mientras más cerca se siente Maracaibo, más se acentúa la escasez. La idea de que en un país petrolero se dispense a cuentagotas la gasolina, pega como una bofetada. Una travesía que se convierte en la radiografía de una nación añeja, cansada y que encontró comodidad en el desidia y estrechez.

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