Crónicas

Un día en la Panarosa: llevando atención ginecológica sobre ruedas

Seguridad, privacidad y confianza son tres valores que viajan con la Panarosa desde que salió a las calles. En una comunidad de La Urbina se asentó por unas horas para demostrar que el servicio dado con cariño puede mejorar vidas

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Fotos: Daniel Hernández

En La Urbina, muy cerca de El Ávila, la casa de Carmen Díaz se convirtió en un consultorio médico. Limpió su comedor y ahí dispuso papel, lápiz y una lista con los nombres de las primeras cinco vecinas que serían atendidas por la Panarosa, una unidad móvil de atención ginecológica gratuita.

Carmen llegó hace cinco años a «Corazón del pueblo», la comunidad donde vive. En ese momento todavía era un barrio en desarrollo: empezaba a crecer con tablas, láminas de zinc y material reciclable. Sus habitantes ni siquiera contaban con servicios básicos mínimos y luego, por decisión y esfuerzo personal, fueron instalando tuberías. Ahora, de lunes a miércoles, tienen agua de chorro. El resto de la semana les toca aplicar la clásica: bañarse con tobito.

María, la hija de Carmen, ha sido muy activa desde que se asentaron en este lugar. Juntas fueron aportando su grano de arena hasta que varios vecinos las empezaron a considerar unas mujeres líderes porque resolvían sin excusas. Esa vocación no la verbalizan, la demuestran y hasta su casa lo expresa: en una tabla ubicada en un sitio alto de la sala, hay un cuadrito en el que se lee «Todas nuestras cosas son hechas con amor».

Luis tomando los datos personales de las pacientes de la Panarosa en la casa de Carmen Díaz. Foto: Daniel Hernández.

Ser buenas mediadoras les hizo entender algo: solas no podían hacer mucho más.

A sus planes y actividades se unían otras organizaciones, pero a veces las dejaban en el aire, esperando lo prometido. Bajo ese contexto de incertidumbre y desconfianza, llegó un día Luis Salazar, trabajador social y coordinador de la Fundación Santa en Las Calles, para presentar el Panabus.

El cuadro en la casa de Carmen Díaz. Foto: María José Dugarte.

Luis les dio detalles: que era un bus que podía llegar a «Corazón del pueblo» y hacer una evaluación médica gratis a niños, niñas, adolescentes y adultos. Que podían darles medicinas y ropa. Y que dependiendo del caso, también ofrecían guía de integración laboral o educativa con su proyecto de reinserción «Familia Panabus».

Sonaba bien, pero había que ver para creer. Por eso María le repetía a Luis: «¿De verdad nos vas a ayudar? ¿No te vas a ir?».

Luis conversando con vecinas de la comunidad «Corazón del pueblo». Foto: Daniel Hernández.

«Generamos empatía con ellos porque tenían el deseo de ser ayudados. Que viniera alguien a ayudarlos era importante para ellos porque están aislados. Muchos desconocen que esta comunidad existe y el tipo de trabajo que hacen para mantenerse», cuenta Luis, quien demostró sus palabras con hechos.

En noviembre de 2024, llegó Luis montado en un autobús azul con un logo que decía «Panabus» al portón tricolor de la comunidad. Atendieron a más de 100 personas en su primera jornada y el vínculo se estrechó casi de inmediato.

En sus rostros, Luis lo vio: esas personas se sintieron comprendidas, tratadas con dignidad. Así se convirtieron en aliados y para muchos vecinos, en el único servicio médico de cabecera.

Ginecología en la puerta de tu casa

Neyis Venales, una de las vecinas que puso su nombre en la lista de Carmen, recuerda la primera vez del Panabus en la comunidad. Sus hijos recibieron atención y le gustó cómo los trataron. Fue diferente: no solo estaban cerca, sino que veía más amabilidad. Le explicaron todo con tanto detalle que eso la marcó.

Cuando le llegó la información de que la Panarosa llegaba a la comunidad con atención ginecológica, aceptó de inmediato. Tenía dos años sin practicarse este tipo de evaluación y además necesitaba cambiar el dispositivo anticonceptivo vencido.

Yenis esperando para pasar a hacer el registro con Luis. Foto: Daniel Hernández.

—Tengo más de cinco años con este método. Fui al Hospital Materno Infantil la última vez, me atendieron, pero después no fui más porque si no tengo plata, no puedo hacerme la citología. Todo es muy caro— cuenta Neyis, quien fue la primera paciente de la jornada de esa lluviosa mañana del miércoles 26 de noviembre.

Neyis es trabajadora pública en el área de limpieza. Ese día estaba en la comunidad porque estaba de vacaciones y casualmente su esposo se encargó de llevar al niño al colegio.

«Aquí estos servicios hacen falta. Aquí paren mucho, pero no tienen cómo cuidarse o ir al médico», cuenta Neyis con un tono sabio y sin una pizca de juicio. Sus palabras vienen de la experiencia: su primer hijo nació cuando tenía 17 y a sus 42, cinco aún viven con ella. A su conciencia le suma algo más y es que es una abuela joven.

La Panarosa en su interior. Foto: Daniel Hernández.

—Hablamos más tarde que ya me llamaron—dice Neyis, siguiendo a Oscar, el coordinador médico del Panabus, para empezar el proceso de observación.

La Panarosa llega

Cuando la Panarosa o el Panabus llegan a una comunidad, el primero que se baja del autobús es Luis Salazar. Su presencia es como una llave que sirve para abrir las puertas de estos lugares. No lo hacen esperar y usualmente todo está casi listo para iniciar la jornada.

Corazón del Pueblo es solo un ejemplo entre muchos. Días antes de la visita, María y Carmen anuncian por WhatsApp, a viva voz y hasta con carteles, que vendrán los médicos. La emergencia de todos pasa a ser una sola: que los vecinos que necesitan atención, la reciban.

Entonces, el porche de tierra lo despejan. Los pocos carros que hay los estacionan frente a una cancha de básquet improvisada y las motos, que producen el pan de cada día en casi todas las familias, se mueven menos o salen muy temprano.

Evelyn Brazón, vecina y un apoyo para María y Carmen en esta jornada, explica que es un pacto de buena convivencia. La mayoría de los vecinos cumple y el que no, se adapta. O si no ella misma se las canta: «Te irás a quedar con las ganas. Te dijimos que hicieras el favor de sacar la camioneta temprano». Al escuchar esas palabras, nadie reclama y hasta el vecino con más edad asiente.

Evelyn Brazón se ofreció a colaborar con sus vecinas por vocación. Ella también aceptó la atención de la Panarosa. Foto: Daniel Hernández.

Pensar en el cuidado

La atención de la Panarosa empieza por los detalles. El autobús se estaciona donde no hay tantos charcos para que las pacientes no se mojen sus pies o se llenen los zapatos de barro por la lluvia intensa. Antes de sentarse en la camilla plegable, que va acorde a los colores del bus, la doctora de guardia recibe a cada mujer con una sonrisa y unas palabras: «Este es un espacio seguro. Puedes estar tranquila».

Escuchar esa afirmación las hace perder el miedo y la vergüenza se disipa. Sus hombros se relajan o sueltan una risita nerviosa. Justo después de que abordan, porque comienza un viaje de autoconocimiento de su cuerpo, la puerta de la Panarosa se cierra.

La lluvia no para las jornadas. Las mujeres se acercan porque es un servicio que necesitan y aprendieron a concientizarlo. Foto: Daniel Hernández.

Como en toda cita ginecológica, es un espacio de confianza, confidencialidad y asepsia. Las ventanas están polarizadas para que no se vea hacia adentro, las camillas tienen cortinas y cada instrumento usado por la médico es nuevo o pasa por un proceso de desinfección total.

Pareciera que todo esto es obvio, pero no. María Eugenia Rodríguez, gerente general de Santa en las Calles, confiesa que el diseño de la Panarosa requirió de mucha mirada y sensibilidad femenina. En el equipo había más hombres que mujeres en la etapa de construcción y ellos no tenían claridad sobre cómo hacer la distribución correcta del espacio.

María Eugenia lo explica: «Por ejemplo, la camilla no puede dar a la puerta y no debe verse hacia adentro desde afuera. La higiene es esencial. Hay que pensar como pensaría una mujer. Pensar en cómo se sentiría una mujer que jamás ha estado en un espacio así».

Porque eso es el objetivo de la Panarosa: llegar a las mujeres que viven en las calles, o en condiciones vulnerables, y acompañarlas en el cuidado de su cuerpo.

No es solo un acto de servicio, los datos hablan de necesidades: a lo largo de la historia del Panabus, 40% de las pacientes fueron mujeres que viven en avenidas, bajo puentes, callejones o plazas por razones multifactoriales. Además, 55% se encuentran en edades reproductivas, entre 18 y 55 años. Ese es el motivo de rodar hasta donde haya que rodar.

No es solo un historial médico

La Panarosa se mueve por Caracas casi siempre en compañía del Panabus. Si conoces el proyecto, en algún momento te vas a topar con esos buses azul y rosa por la autopista o una avenida. Será inevitable obviarlos porque, ciertamente, son llamativos. Curiosos.

Como van de un lado a otro juntos, es normal que en una jornada no solo atiendan a las mujeres de la Panarosa, sino a cualquiera que necesite una observación médica integral y lo notifique.

Fue el caso de Joe Marcano, un vecino fundador de Corazón del Pueblo: «Me acabo de enterar de que me tengo que revisar algo de la tensión. Yo nunca he sufrido de eso, pero bueno… me acabo de enterar. En otro lugar para que me atiendan tiene que ser emergencia y si me da un beriberi ahí… no es así como ustedes, que traen los carros y te atienden. Ojalá todo el tiempo fueran así, que si hay una emergencia, puedan atender a cualquier persona».

Los niños de «Corazón del pueblo» hablan con los doctores como si fueran sus amigos. Ellos también aprenden, recreativamente, a cuidar su salud. Foto: Daniel Hernández.

El compromiso de Joe fue volver al Panabus en la próxima visita: «Claro que voy a estar aquí cuando regresen».

La inmersión en comunidades permite a los voluntarios del Panabus y la Panarosa conocer formas de vida, caras y subculturas. María Eugenia y Luis han terminado en barriadas cuyos nombres jamás habían escuchado y son testigos de que su trabajo representa a la calle en sí misma: nunca sabes con qué te vas a encontrar, pero siempre hay algo bueno para la memoria personal.

En el caso institucional, la mirada se expande porque hacer el trabajo social permite registrar datos que no llegan por canales regulares y así pueden elaborar estrategias de incidencia mejores. Lo han logrado y la existencia de la Panarosa es la prueba de eso: sin datos, no hubiera llegado la idea ni se habría materializado.

También profundiza el valor del seguimiento médico. En Corazón del Pueblo, por ejemplo, hay vecinas cuyo historial clínico ginecológico inició con el equipo del Panabus en jornadas pasadas y ahora solo se hacen el chequeo anual, sobre todo cuando son mujeres jóvenes.

O como Neyis, que vivió su primera experiencia con la Panarosa y con una sonrisa dice: «Listo, pues, ahora con mi nuevo aparato sí estoy tranquila».

Dar el máximo

En un año, la Panarosa y el Panabus detienen sus operaciones solo durante la época de Navidad. Aun así, Luis y María Eugenia son testigos de que los celulares continúan sonando cuando los pacientes tienen dudas o presentan algún inconveniente de salud. La llamada para ellos se traduce en algo sencillo: este servicio, a veces, los convierte en confidentes.

No solo es movilizarse, la Panarosa y el Panabus son una muestra del compromiso de escuchar y acompañar. Foto: Daniel Hernández.

«Hay días donde amaneces mal, pero vienes a una jornada y sales con una sensación gratificante. Se vuelve adictivo, pero también hay que aprender a ver el ‘hasta aquí puedes llegar’«, dice María Eugenia.

Es algo que le explican a sus colaboradores, como Carmen y María, quienes lo reconocen y valoran porque lo ven como un intercambio honesto. Eso es lo que les ha permitido volver. Lo que mantiene las puertas abiertas porque en la Panarosa y el Panabus también se hacen las cosas con amor.

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