Cultura

La nueva novela de Ibsen Martínez: 'Oil Story', un relato de zombis y grandes comedores de serpientes

Esta es una historia de cuatro amigos que, por causa de un rapto de nostalgia de uno de ellos, se transforma en un thriller de balas y dólares, que se desenvolverá de forma paralela y trepidante a las conmociones ocurridas dentro de Pdvsa (“la industria propiamente dicha”) ante el inminente y luego consumado triunfo electoral de Hugo Chávez. Una tragedia que para los involucrados directos durará “siete bíblicos años” y, para los indirectos, una infinitud | Por Wilfer Pulgarín

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Por estos días Ibsen Martínez camina con un bastón amarillo, de empuñadura curva que, sobre todo cuando se sienta, lo hace parecer como lo que es, un escritor, y muy justamente reconocido. Pero no es a causa de un problema delicado de salud que lleva bordón, sino por un accidente ocurrido al pisar una de las baldosas basculantes que son una amenaza para los peatones en Bogotá. Ocurrió que Martínez —de costumbre atento a esas losas inestables, que gente de buena voluntad marca con una equis roja —bajó la guardia, perdió el equilibrio y se lesionó un tobillo. Si a esa ayuda provisional para andar se le agrega el uso de boina italiana e impermeable de vinil, entonces la figura del escritor clásico queda completa.

Así lo volví a ver desde el segundo piso de la Librería María Mercedes Carranza, Fondo de Cultura Económica, en el sector Usaquén, en una tarde gris, como la mayoría de las que hacen en Bogotá y que entristecen con facilidad.

Diez horas demoró el viaje en bus desde Medellín a Bogotá y llegamos de primeros a la cita en la que Martínez haría la presentación en sociedad de Oil Story, su cuarta y reciente novela publicada por Tusquets Editores, del Grupo Planeta, que se promociona en su sobrecubierta como “una poderosa narración” sobre “la historia del oro negro” en Venezuela y “que le da una vuelta de tuerca a Petróleo sangriento”, que es a la vez “culta, popular, poética y gozosamente prosaica”. “Oil Story está llamada a hacer parte de los papeles póstumos del más fallido de los petroestados”, vaticina la presentación desprendible del libro.

En la contracarátula de la edición se cuenta la historia (hay varias) que jalonan el texto:

“Jerry Espinoza, alto ejecutivo de Petróleos de Venezuela, mata de un disparo a su asaltante al repeler un atraco en una noche de 1997, en vísperas de Chávez. Los bárbaros usos del país recomiendan arrojar sin más el cadáver a un baldío.

Mayimbe, su cómplice en la macabra empresa, amigo de juventud, malviviente y drogadicto, se torna contra él y comienza a extorsionarlo sin compasión. Entra entonces en escena un comando de exterminio, contratista externo de la Gerencia de Seguridad de la petrolera…

Son historias de vidas cruzadas que nos llevarán de Caracas a Londres y Praga; de Maracaibo a Tulsa, Oklahoma, y también a Golfo Triste, donde todo comenzó hace más de un siglo”.

II

Entre la noche en que Jerry Espinoza mató a tiros al atracador que quería las llaves de su auto y el hundimiento de Petróleos de Venezuela, en la que Jerry era alto ejecutivo, transcurrieron los bíblicos siete años.

Jerry protagoniza la versión jamás confirmada según la cual una treintena de altos ejecutivos petroleros se había suicidado en masa luego del masivo despido de veinte mil gerentes del siglo XXI que, con ideas zombis sobre la política, buscaron provocar el derrocamiento de un jefe militar del siglo XIX, con ideas zombis sobre la economía.

En realidad, salvo un ingeniero de yacimientos que saltó desde una pilastra del puente sobre el lago de Maracaibo, ninguno de los supergerentes llegó a suicidarse jamás. Tampoco Jerry. Su muerte inesperada y trágica, sin embargo, nos llenó a todos de desazón y vergüenza y alentó la leyenda piadosa de un Jerry suicida dentro de otra leyenda: la de la ola de suicidios entre los supergerentes petroleros, víctimas de un despido masivo.

Poner todo esto en claro no ha sido el único motivo que tuve para escribir esta historia —¿quién podría decir por qué se escriben estas cosas? —lo cierto es que no he hallado otro modo de echarla a andar que retroceder a la noche de un atraco a mano armada en Caracas, a fines del siglo pasado, cuando nuestra comarca “de grandes comedores de serpientes” atravesaba una temporada de precios bajos del crudo.

(Así comienza Oil Story).

III

Por supuesto, hay que estar de acuerdo con Camilo Jiménez Estrada, exeditor de las revistas El Malpensante y Soho, y que hace de presentador y contertulio en la librería, quien designa el ritmo narrativo de Oil Story como “trepidante” y que compara su técnica narrativa con la de los maestros de la novela negra Mickey Spillane, Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Todo eso es cierto, a lo que se debe agregar que en su libro Martínez demuestra que conserva en buen estado su músculo de dramaturgo, libretista y guionista, además de la agudeza del periodista que ha criado fama de experto petrolero.

Ya puesto a hablar sobre la obra, Martínez, el autor venezolano centro de este evento cultural, cuenta como antecedente de Oil Story la tribulación espiritual que lo embargó hace diez años, una melancolía que lo llevó a pensar que había perdido el “don”, atizada por el extravío editorial de Simpatía por King Kong, narración que publicó en Caracas en 2013, con la que decidió que en adelante sería solo novelista. Diez años después, con maleta y depresión como equipaje, se instaló en Bogotá. Pasaron cinco años de lucha personal. Cuando se sintió con el suficiente “perrenque” —como llaman en Colombia a la adquisición de una fuerte voluntad —se arriesgó con una historia cuyo germen estaba en los Petroleros suicidas, una obra de teatro que había escrito dos lustros atrás y que, bajo la dirección de Héctor Manrique, congregó durante varias noches de 2011 un numeroso público en los espacios del Centro Cultural BOD, en Caracas.

Martínez se dispuso entonces a “escribir y sangrar”, como decía Hemingway, pero sabía qué terreno pisaba: el tema petrolero, sobre el cual gravita la novela, y que él domina con soltura (no en vano en su biografía figura una infancia y una adolescencia pasadas en campos petroleros de la Phillips Petroleum Co. y, por si fuera poco, su firma no deja de destacar en eruditos artículos de publicaciones como El País, The New York Times y Foreign Policy). Además, su pluma estaba ya suficientemente probada en las lides literarias y hay que convenir que la sequía de ideas es un fenómeno natural entre los escritores, no una superchería snob.

Hecha una pausa, intervinimos:

—Visto que Petroleros suicidas y Oil Story tienen un origen común, ¿qué elementos destaca como distintos entre ambas historias?

—De la pieza teatral me quedé solamente con los personajes Jerry, Natalia y, desde luego, Mayimbe. Pero las diferencias entre ambas son enormes, porque en el primer caso hablamos de una pieza de cámara, de máximo una hora y veinte minutos, así que el conflicto que deriva del asesinato del comienzo está muy comprimido. La novela es otra cosa. El desarrollo es autónomo, arbóreo y distinto.

IV

El Martínez periodista, transfundido en el personaje de Memo (Guillermo), se evidencia especialmente en el capítulo 12. En esta parte, el Chávez-candidato de 1998 aparece retratado con fidelidad en un desayuno al que invita un periódico de Caracas. En esa reunión matinal se cuela Jerry, personaje central de la novela, quien, ayudado por Memo, busca permanecer a toda costa dentro de la industria propiamente dicha (esta designación de Pdvsa será un leitmotiv a lo largo de todo el relato y siempre en letra cursiva).

Un extracto del capítulo, relata:

“—Me llamo Gerardo Espinoza, candidato. Soy ingeniero de yacimientos y trabajo en Petróleos de Venezuela —dijo a su turno Jerry, al fin, y por un momento pareció que era él quien se disponía a soltar un discurso. El candidato apuntó su nombre y sorbió mocos muy hondamente, en un tic que ya era famoso —la punta de la nariz terminaba apuntando a un costado —y que lo hacía parecer tosco, desdeñoso, desatento y lleno de designios malignos. Con el tiempo y la ayuda de una hipnotista llegó a dominar admirablemente el tic hasta extinguirlo por completo.

La pregunta de Jerry sobre las asechanzas del ‘Plan Husband’ me pareció larga y farragosa, llena de innecesarios tecnicismos.

¿A qué te dedicas en la industria Gerardo? —dijo de pronto Chávez, atajándolo.

Trabajo en la Gerencia de Comunicaciones y Asuntos Públicos, comandante. Me apresuro a decir que no estoy aquí representando a Petróleos de Venezuela sino a mí mismo como ciudadano, como elector.

Sonó afectado y redicho, sonó falso pero… funcionó. Aunque el candidato absorbió mocos, no reprimió una enérgica cabezada de aprobación y atacó otra de sus peroratas sobre soberanía energética. La respuesta estuvo afablemente dirigida a Jerry todo el tiempo.

Finalmente, Jerry tuvo su ocasión Fidel-Hemingway cuando, abriéndose paso con aplomo entre la tremolina de admiradoras que se formó al final, entregó a Chávez una copia encuadernada del documento interno por el que los vicepresidentes querían colgarlo”.

Preguntamos de nuevo:

—¿El título Oil Story se te ocurrió con facilidad o te dio brega?

—Yo no quería titular la novela “Petroleros suicidas”, como la obra de teatro, porque no es Petroleros suicidas, y fantaseé con llamarla “Historia de Mayimbe”, pero no es la historia de Mayimbe. Un día, conversando por Zoom con un querido amigo estadounidense de hace muchos años, que vive en Nuevo México, que se entiende muy bien con nuestro idioma, se nos unió su esposa a la charla, y él le hizo un resumen de la novela que yo estaba escribiendo. Y ella, que había entrado tarde, preguntó: “¿What´s it all about?”, ¿de qué trata?, y él respondió: “It´s an oil story”, es un relato petrolero. A mí se me quedó esa frase y dije: “Esta es la vaina”. No me arredró el que fuese en inglés, porque no es un título inaccesible, la industria editorial en nuestro idioma ya acepta e inclusive considera deseable un título que prefigure la traducción.

Yo no quería titular la novela “Petroleros Suicidas”, como la obra de teatro, porque no es “Petroleros Suicidas”, y fantaseé con llamarla “Historia de Mayimbe”, pero no es la historia de Mayimbe. Un día, conversando por Zoom con un querido amigo estadounidense de hace muchos años, que vive en Nuevo México, que se entiende muy bien con nuestro idioma, se nos unió su esposa a la charla, y él le hizo un resumen de la novela que yo estaba escribiendo. Y ella, que haba entrado tarde, preguntó: “¿What´s it all about?”, ¿de qué trata?, y él respondió: “It´s an oil story”, es un relato petrolero. A mí se me quedó esa frase y dije: “Esta es la vaina”.

Ibsen Martínez

Además, confiesa Martínez, él hizo valer sus influencias para que la primera edición, ahora en nuestras manos, tenga una portada bastante sugestiva sobre de qué trata la historia. (En un paisaje nocturno y desolado, tres personas —dos adultos y un niño— caminan por una calle polvorienta. Sobre ellos se derrama la luz de un par de mechurrios, que emergen de dos estructuras metálicas y amenazantes vistas a lo lejos).

V

La noche y el frío se meten juntos en la primera planta de la librería. Martínez, ante un público serio y heterogéneo, que puede ser mitad venezolano mitad colombiano, desglosa las hojas de vida mundanas de cada uno de los personajes de su novela y revela parte de lo que hay de suyo en Jerry, Altuna, Mayimbe y Memo, el cuarteto de amigos de la urbanización Prado de María (Caracas), a quienes el destino llevará por diferentes rumbos.

Martínez habla con asombro del diario que por casualidad encontró de Ralph Arnold, que le cambio la vida, por sus invalorables estudios geodésicos, por sus fotos testimoniales de la hambrienta Venezuela cafetera, así como por la fantasía de un mar en llamas y un islote fantasmal en Golfo Triste. Martínez recuerda a su padre (Luis Roberto Martínez) que adquirió el acento de James Cagney viendo películas de gangters. Martínez recuenta, en especial para sus oyentes colombianos, aquella fábula electoral de 1998 en la que Hugo Chávez aniquiló sin mucho esfuerzo a la “esperanza blanca” que el Establecimiento corporizó en la figura de una exreina mundial de belleza y alcaldesa del municipio Chacao.

Martínez vuelve sobre el intento de golpe de Estado del 11 de abril de 2002 y del fracaso del paro petrolero que terminó con la botazón de veinte mil empleados de Pdvsa, luego sustituidos por ciento setenta mil. Martínez explica por qué llama comarca a Venezuela y por qué los altos gerentes venezolanos, a diferencia de los surcoreanos o japoneses, jamás hubieran pensado en suicidarse: ellos y Chávez eran igualmente zombis. Pero Martínez tiene cuidado de no contar el estremecedor final de su novela, porque ¿para qué vinimos a este evento sino fue para tentarnos, con suficientes argumentos, a leer esta extraordinaria novela, dedicada a su hijo, Iván Martínez Calcaño?

Martínez explica por qué llama comarca a Venezuela, por qué los altos gerentes venezolanos, a diferencia de los surcoreanos o japoneses, no se suicidan: ellos y Chávez eran igualmente zombis.

VI

Sí, Martínez ha escrito una novela tremenda, pensamos mientras el bus abandona la sabana de Bogotá. Pocos días después, leemos en dos sentadas sus 278 páginas.

La vida son varios turnos al bate”, dice un personaje en la página 238, y, en silencio asentimos, porque nos entusiasma la recuperación del Martínez escritor de ficción, con este relato que tiene tanto de petrolero venezolano como de tragedia latinoamericana y que él ha parido con dignidad y maestría, como bien se describe en la hoja atrapalectores.

Y entusiasma aún más porque Oil Story preanuncia que Ibsen Martínez está listo para darle otra vez de lleno a la bola con otra historia, esta vez de amor entre dos mujeres, una venezolana y una cubana: Teresa de la Parra y Lydia Cabrera. Se llamará “El leño y la llama”.

Coda

Y así llegamos con Martínez a esto:

—¿Por qué decidiste instalarte en Colombia?

—La decisión fue una cosa muy bien pensada porque yo tengo un vínculo con este país, afectivo y emocional, desde los años noventa, cuando empecé a frecuentarlo. Por ahí en 2010 me harté de la locura venezolana y decidí que podía hacer vida bicapitalina. Me dije, bueno, vas a Bogotá que tanto te gusta, donde lo pasas tan bien y cada cierto tiempo vuelves a Caracas. Yo lo podía pensar así en ese momento, porque lo hacía con frecuencia. En el año 2013 ya vivía en Bogotá, y entonces escribí un artículo satírico sobre El pollo Carvajal y el tipo, a mí y a otros periodistas, nos clavó una demanda por difamación, y como me agarró aquí de este lado y tan a gusto, no me resultó difícil darme cuenta de que era mejor quedarme que enfrentar la justicia bolivariana. Desde entonces estoy en Colombia, sin mayores sobresaltos.

La decisión fue una cosa muy bien pensada porque yo tengo un vínculo con este país afectivo y emocional desde los años noventa, cuando empecé a frecuentarlo. Por ahí en 2010 me harté de la locura venezolana y decidí que podía hacer vida bicapitalina

Ibsen Martínez

—¿Cuáles son tus sentimientos por Venezuela en este momento?

Venezuela es un tema delicado para mí, porque no siento ninguna nostalgia. Siento nostalgia por los años de mi juventud vividos allí, pero, a diferencia de muchos venezolanos, no idealizo el territorio.

Y sobre los compatriotas, remata:

No tienen el menor sentido trágico y por eso viven en esa euforia infundada, por eso pueden apoyar a Irene Sáez y después a Hugo Chávez, y después enamorarse de un empleado de oficina de la familia López. A mí eso me revienta; lo lamento, pero es así.

Ibsen Martínez Pimentel nació en Caracas, el 20 de octubre de 1951. Periodista, novelista, ensayista, columnista, guionista y reconocido intelectual latinoamericano. El petróleo ha nutrido su obra teatral (La hora Texaco, 1984; Petroleros suicidas, 2011) y buena parte de sus artículos de prensa y ensayos, publicados en el curso de tres décadas en los diarios El Nacional, El Universal y TalCual, de Caracas, y en medios escritos fuera de Venezuela como como El País, The New York Times, Foreign Policy y revistas de ideas y literatura, como Letras Libres (México, Madrid) y El Malpensante (Bogotá). Ha publicado cuatro novelas: El Mono Aullador de los Manglares (2000), El señor Marx no está en casa (2009), Simpatía por King Kong (2013) y Oil story (2023)

Por Wilfer Pulgarín, periodista y escritor.

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