Espectáculos

¿Qué pasa en las rumbas de la Hacienda Santa Teresa?

Para correr con la suerte de salir caballo blanco en el Festival del 3er Tiempo Reservado, se debía desembolsar unos 30 mil bolívares para obtener el derecho a una entrada que incluía área VIP y dos tragos de ron. Sin embargo, quien no fuera demasiado exigente podía acomodarse con la entrada de 13 mil y un vaso de ron de cortesía.

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Texto de Romhy Cubas y Fabianny Crespo. Fotos de Carlos Mains

Cada año la hacienda Santa Teresa, en el estado Aragua, es el terreno elegido para que la adrenalina y las ganas de bailar se junten en un concierto vibrante de música y artistas internacionales. El ron es la excusa perfecta, combinado con las eternas ganas del venezolano de vacilar donde sea y como sea, y la emoción que genera el rugby. Así, el festival del 3er Tiempo Reservado se ha convertido en uno de los más codiciados de la temporada.

Desde las 9:30 de la mañana, un operativo de seguridad se planta en el Centro Banaven, el conocido Cubo Negro de Caracas, para recibir a quienes se dirigen al evento. Por lo menos tres autobuses ejecutivos, sin pretensiones de dejar puestos vacíos, viajan continuamente desde las 11:00 am hasta las 3:00 pm hacia el estado Aragua -y de regreso. En ese destino, un cartel con enormes letras moldeadas y oxidadas anuncia lo anhelado a quienes aguantan la hora y fracción de recorrido rústico y continuo: has llegado a la Hacienda Santa Teresa.

Una vez adentro, la música comienza a mover los pies de varios desenfadados y unos guardias de seguridad, con cara de que no los invitaron a la rumba, revisan de talones a cabeza a todo el que atraviesa las puertas.

El imponente sol del mediodía no parece influir en el ánimo de los invitados quienes, una vez recorrido largos caminos empedrados y trenes eternamente estacionados en los alrededores del lugar, se instalan en sus mejores butacas a disfrutar del espectáculo y de un servicio que, para los más exclusivos, incluye comida y bebida prepagada hasta que el cuerpo aguante.

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Pero no todos tienen la suerte de salir caballo blanco en el Festival del 3er Tiempo. Las entradas, vendidas por Internet, costaron un mínimo de 13 mil bolívares, con transporte y un trago de ron incluido. Para los más exigentes, y de bolsillos más profundos, la compra de los tickets VIP con área preferencial y derecho a dos tragos de ron requirió desembolsar más del doble: unos 30 mil bolívares.

Si el sol no desanima a los asistentes, mucho menos hace mella en los jugadores del torneo de rugby, el verdadero motivo de la “celebración”. Una competencia en la que 570 atletas se enfrentan en medio del lodo y la tierra a lo largo de un día para coronarse ganadores. Este año incluso participaron dos equipos internacionales, representantes de  Colombia.

El rugby no se toma a la ligera. La Fundación actúa como brazo de acción social de Ron Santa Teresa, que promueve este deporte como una herramienta de prevención y erradicación de la violencia y la delincuencia en el Municipio Revenga del estado Aragua y en centros penitenciarios de Venezuela. En su edición XXII, el partido coronó a los Caballeros de Mérida como triunfadores.

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Ni el cansancio, ni el dinero -por tenerlo o por extrañarlo-, ni el clima desaniman a los presentes cuando a las tres de la tarde el grupo Los Lázaros inaugura la tarima para dar inicio al concierto, el verdadero bonche. Jugadores, invitados especiales, asistentes VIP  y alguno que otro coleado, se agrupan en el centro del terreno junto a sus respectivos tragos tatuados con la marca patrocinante, con un costo que osciló entre los 500 y los 1.800 bolívares para los que quisieron beber de etiqueta.

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Después de que los primeros artistas se bajaron de la tarima, el público se olvidó de la comida y de los vasos coleccionados luego de varios tragos de ron. Así empezaron a corear el “1, 2, 3” de Víctor Drija y a calentar motores para los próximos músicos mientras que la noche caía y el clima se refrescaba con el paso de las horas.

Con un interludio muy corto pero lleno de energía del Dj Marco Detroit, la hacienda se mantuvo con los ánimos en alto gracias a las visuales y las luces de colores que vistieron el set de música electrónica. La tarima se convirtió en pasadizo de alquiler. Uno tras otro, los artistas invitados la pisaron para entretener a quienes bailaron y brincaron, llenos de energía, y de ron. No importaba estar cerca o lejos de los andamios, el «vacile» se mantuvo activo también alrededor de los stands de la marca que proveía el licor.

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El evento continuó con Joey Montana, un show que empezó en terreno romántico con la canción “Tus ojos no me ven” y terminó con toda la Hacienda Santa Teresa coreando el “Picky”. La complicidad se evidencio a ritmo de pasitos, a la derecha, a la izquierda, siguiendo el coro de la pegajosa pieza y lanzando a todo pulmón que “te gusta el picky picky picky picky picky”, más allá de preferencias particulares. Con ron en las venas, humo en la tarima, luces coloreando el ambiente y música a todo volumen, el reggaetón convence.

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El panameño dio la antesala a Juan Magan que, sin despegarse de su discplay, puso a bailar a la gente con clásicos como “Mariah” y nuevos lanzamientos como el pegajoso “Si no te quisiera”, en la que colabora con Belinda. El español estaba programado para ser el último en presentarse, pero el retraso en la llegada de Sixto Rein hizo que el intérprete de “Ojitos” y “Vive la vida” cerrara el concierto. A cambio, sus fanáticas pudieron admirar la tonificada musculatura del intérprete cuando se quitó la camisa. Más de una quedó soñando con tal cuerpo, aunque con la tentación de compararlo con el de los participantes del deporte rey de la hacienda, el rugby.

Con los tragos de ron inundando torrentes sanguíneos, celular grabando sin parar, música estridente, ánimos enaltecidos y cuerpos en constante movimiento, culminó el Festival del 3er Tiempo Reservado, que también hizo las veces de  fiesta de fin de año para los empleados de la empresa Ron Santa Teresa.

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Posterior al evento, en el último autobús que regresaba a la capital, al filo de la medianoche, reunió en sus butacas a personas cansadas, gargantas exhaustas y conciencias tambaleantes de tanto beber, caldo de cultivo para un silencio abrumador. Cada oído con su pitido interno y personalísimo.

En la Hacienda Santa Teresa se hace ron y se juegan reñidos partidos de rugby, pero también es terreno fértil para celebrar rumbas dignas de repetir. Aunque la inflación y la estrechez de los bolsillos atente contra el deseo de un próximo disfrute.

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