De Interés

Fin de año con David Lynch (en torno a la vida, el error y al aprendizaje)

Hace algunas noches estaban dando Terciopelo azul de David Lynch en la tele. La empecé a ver en una escena en la que Kyle MacLachlan a Laura Dern hablan en un carro, estacionados en una calle tranquila y solitaria en la noche inmensa del universo.

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Ella tan inocente contando un sueño con petirrojos.

Él tan fascinado con ella, tan enamorado.

Tan inocentes ambos, tan cursis.

Un poco más adelante en la película, Isabella Rossellini cantaba en un bar.

Cantaba «Blue Velvet».

Y era también tan joven, tan hermosa y estaba tan llena de dolor.

Entre el público, estaba Dennis Hopper.

Dennis Hopper absorto, tanto como lo estuvo el joven MacLachlan en el carro.

Su rostro relucía, blanquísimo, sin herida de los años y a pesar de todo. Porque ya sabemos, Hopper tuvo una vida que para qué les cuento.

Ninguno de ellos ha envejecido.

Quiero decir, no han envejecido Jeffrey ni Sandy.

Ni Dorothy Vallens ni Frank Booth.

Ellos, los personajes, siguen siendo los mismos.

Una y otra vez siguen siendo jóvenes en la película.

Y es que los personajes son una suerte de inmortales.

Por un momento, los envidié. Pensé en mí, en mis años.

En mis canas, en mi cansancio, en mis dolores de cabeza, en todo lo que ha quedado atrás y en todo lo bueno, lo grandioso, lo hermoso que ya no será.

Y sí, por un instante, me dije que uno debería ser un personaje de una película, y ser joven e inmortal.

Pero luego pensé. Pensé que 29 años después, los personajes de Terciopelo azul siguen allí, atrapados en la misma historia, cometiendo siempre los mismos errores.

Atrapados, encerrados.

(Recuerdo al gran Bill Murray en Groundhog day.)

Y ya no quise más ser un personaje.

Y ya no los envidié.

Porque aunque podría pensarse que no cambiar con los años no es un mal negocio y quizás hasta éticamente deseable, muy socrático, el rizo de tal cosa, sin embargo, nos lleva al hastío.

Lo decía, en alguna parte, Cioran:

«El único argumento contra la inmortalidad es el aburrimiento.»

Y así es: más vale ser humano que personaje de un clásico del cine.

El humano envejece (y muere).

Pero también va viviendo, y por el camino, algo intenta.

Lo bueno, lo malo, lo excelente, lo trágico.

Vivir consciente del aprendizaje es vivir consciente del error.

Somos humanos, cometemos errores, pero hacemos el intento de aprender, porque ansiamos salir del círculo.

Tenemos esa posibilidad, está en nosotros.

La potencia está allí. Podemos tomar otra ruta.

El necio, en cambio, es como un personaje.

Pero el necio, que es humano, tiene dentro de él esa posibilidad de cambio.

Y eso lo diferencia de un personaje: el personaje está condenado por la historia.

El necio, en cambio, se condena a sí mismo.

Podemos aprender porque somos libres.

El necio no se entera que es libre.

Y, si lo sabe, es más necio aún, porque no ejerce su libertad.

Hoy me encuentro en Internet con una opinión sobre David Lynch.

Quien escribía la opinión decía que Lynch era un estafador.

Que no entendía por qué lo llamaban genio.

Creo que por lo general se asume que un genio no se equivoca.

Pero no, el genio es quien más se equivoca.

Porque el genio, como el artista, está en una búsqueda constante.

El artista, como el genio, se arriesga, se busca porque quiere aprender.

Artistas clasificados de genios, como David Lynch, se mueven mucho, buscan otras rutas, y en ocasiones aciertan. En otras, hacen cosas cursis, monstruosas, ridículas, tontas, incluso mediocres. Esa es la estafa de un artista honesto.

Yo estoy lejos de ser un genio. No sé si soy artista.

Pero sí me he buscado, sí me he arriesgado, sí me he equivocado.

Estoy consciente de mi imperfección y creo que algo he aprendido.

Usted es libre de equivocarse, pero también libre para aprender. Para crecer.

Sólo los personajes de las películas, y los necios, se quedan en lo mismo.

Tenemos mucho que aprender. En Venezuela tenemos mucho que aprender.

En Venezuela demasiada gente cree que tiene la razón.

Que el año que comienza, sea provechoso, en aprendizaje, en cambio, en vida.

Feliz año, muchas gracias. Y gracias también a David Lynch.

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