Hasta entonces, en muchas partes del mundo era confundido con el histrión, como en Tailandia donde “habré firmado ciento y pico de autógrafos”. Nunca conoció al intérprete de Patch Adams —aunque su tercer hijo fue novio de la hija de Williams. “Si se van a casar me avisas con tiempo para cambiarme el look”, le advirtió. Lo recuerda siempre, reflexiona, confronta esa doble cara de la moneda, literal, el dinero.“Era un hombre exitoso que se suicidó con la correa: no necesitas tener para ser feliz”. Con la partida del actor, el rostro de Dorado solo identifica a una persona: al millonario de chequera pero humilde de acción; al “chalequeador y populachero” que revelan sus conocidos, al del paladar común que puede pedir en todos los restaurantes que visita una discreta chuleta de cerdo con arroz blanco. “Es lo que me hacía mi madre”, justifica. Un plato de pobre en mesas por donde pasean blinis con caviar y crema y langostas al Thermidor. “Ha interpretado la rebeldía y el elitismo de quienes participan en la orgía del dinero. El atrevimiento, la osadía, el riesgo, el juego fuerte”, lo retrata el periodista Juan Carlos Zapata en su libro El dinero, el diablo y el buen dios, editado por Alfa, en 1991.
Otros relacionados con el empresario coinciden en que es un tipo hábil para fundirse allí donde los billetes verdes se queman a sorbos de champagne, y también para sentirse a gusto donde escasean los kilates. “Te hace creer que tiene la misma plata que tú”, dice desde el solicitado anonimato un habitual compañero de comidas y conversaciones financieras informales, pero no empresario. “¿Eso es bueno, no?”, se pregunta entre carcajadas Dorado, solo para responder con ese dejo que reposa en el desenfado: “nunca he medido a la gente por el dinero, yo tengo el mismo comportamiento con el señor Armani como el que puedo tener con cualquiera”. Cuenta que “puedo estar en Milán una noche cenando con Cavalli, con Domenico Dolce o con Stefano Gabbana y al día siguiente llego a mi pueblo en Galicia y ceno con alguno de mis hermanos. El mayor está siempre con las ovejas, no tiene celular ni carro sino que camina, y yo me pregunto quién es más feliz, Roberto Cavalli o mi hermano Manolo”.