Espectáculos

Luis Irán asume su adultez con el disco La Metamorfosis

El exvocalista de Los Paranoias publica su primer disco como solista, de letras personales y reflejo de su vida familiar y su entorno cambiante. Abrazando su nueva independencia artística a la vez que las responsabilidades de la vida adulta, Luis Irán entrega un álbum hecho por completo en Venezuela, de su propio bolsillo y con la mirada puesta en el momento actual.

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No hay vacación posible para Luis Irán. Con Los Paranoias en pausa indefinida desde hace dos años cuando lanzaron su último disco Que se activen las alarmas (2013), el compositor ha estado haciendo música por su cuenta, con amigos y en tributos. Mientras tanto, fue macerando ideas propias y plasmando en nuevas canciones no solo su vida cambiante, sino su entorno igual de variable.

Con La Metamorfosis, su nuevo larga duración y el primero como solista, Irán entrega ocho canciones personalísimas, humanas, con un cable a tierra evidente. Son piezas que relatan desde circunstancias domésticas, hasta el impacto emocional de ver partir a los afectos. El trabajo, que ya se vende en tiendas digitales en bolívares, es el producto de las intenciones de un autor con ganas de ser el juglar de sus propias circunstancias, a costa de su propio bolsillo.

-Desde el título hasta el contenido de las canciones, este trabajo luce muy confesional.

-Es completamente confesional desde el título, por cosas que se leen de buenas a primeras. El hecho de que esté mi hijo Lucas en la portada ya te habla de que hay un cambio en mí el hecho de comenzar a ser padre. Cuando se comienza una familia, ya uno no es el mismo. Además, el país está en un proceso constante de cambio, pero ahorita se siente con más efervescencia que esto va para algún lado distinto. Eso, y el hecho evidente de no tener a la banda sino trabajar con un nombre propio y no poder echarle la culpa a nadie de los errores ni de las cosas buenas. El título La Metamorfosis da todas las lecturas apropiadas.

-¿Había un deseo de no repetir el sonido de Los Paranoias, de sonar distinto?

-En algún momento sentí que tenía que evaluar lo que estaba haciendo como para que no se pareciera a Los Paranoias, pero creo que no respondía a una necesidad personal sino para que no dijeran que se parecía. Y eso no es lo que me interesa, sino cómo me sentía yo con lo que estaba pasando. Fue en ese momento cuando todo comenzó a fluir muchísimo mejor. Lo importante es que la canción sea completamente sincera y me divirtiera cantarla.

-¿En el estudio se acabó la democracia de una banda por la dictadura del solista?

-Yo suelo componer con una maqueta con arreglos de batería, bajo, teclado, voces, todo. Cuando comencé a armar la banda, creo que todos entendieron hacia dónde iba la cosa. Me ayudaron a llenar pequeños vacíos. No se sintió tanto como una dictadura porque ellos asumieron que ya había una dirección y que su papel era ser intérpretes de instrumentos específicos y aportar para atajar ciertas cosas. Pasaron cosas interesantes como que la línea de teclado de «La Metamorfosis» no la compuse yo sino Víctor Rodríguez (Los Humanoides) y creo que es uno de los ganchos importantes de la canción.

-¿Todas las canciones surgieron para este proyecto o hay algo del baúl?

-Hay de todo. «Laberinto» es una canción muy vieja y ahora me pareció oportuno terminarla de trabajar. Luego hay cosas como «La Metamorfosis» que es completamente nuevva e inspirada en cosas que me pasan actualmente.

-¿Hubo algún instrumento, intención o proceso nvedoso, nunca explorado antes?

-Sí, la percusión latina. En «Clavos» yo sentía que tenía un groove que no era rock cuadrado clásico, y le faltaba algo. Conversando con Ricardo Martínez (de Famasloop, productor) asomé meter unas congas. Nos daba temor porque pudeira terminar siendo fusón, pero la referencia para que esto quedara como queríamos fue algo tipo Marvin Gaye, el sonido de la Motown, con congas que no te ponían la cosa bailable, o latina. Llamamos a Marcel Dávila que lo entendió tal cual y llegó dándole una textura que no sonaba a salsa ni a merengue, y luego él le agregó un poquito más de percusiones menores que hicieron que la cosa se sintiera más sabrosa todavía. Otra de las novedades fue el piano clásico, un sonido que yo no había buscado antes, pero en «Laberinto» y «Dragones y ranas» quisimos que el instrumento predominante fuese ese. Yo no soy pianista, por lo que Ricardo en eso fue clave.

-La portada es una polaroid de tu hijo.

-Es una polaroid real. La hizo mi esposa que se metió de lleno con el film. Es del último día de Lucas con un año y la sorpresa fue que en el revelado se mostró ese halo rarísimo y difícil de emular en digital. Tenía pendiente hacer algo con esa foto que siempre me gustó y ahora tuve la oportunidad.

-En base a eso, ¿qué color le pondrías a este disco?

-Creo que es una paleta. Yo mismo hice el arte del disco. Fui buscando que las letras tuvieran los colores de esa foto, entre azules y naranjas, y ese naranja que se va en degradé hacia el rosado atardecer. El azul es como una calma, el fresco mañanero; y luego el naranja es más calor y un poco de diversión.

-El disco fue hecho por completo en Venezuela, en tiempos en que muchos trabajos, incluso los de Los Paranoias, se completan en otras fronteras. ¿Por qué?

-Lo que determinó todo fue que las cosas fluyeran. Con el último disco de Los Paranoias, en el que hubo una gran inversión, el mastering lo hizo Brian Lucey (The Black Keys), y en el anterior trabajó Fred Kekorvian (The White Stripes). Pero yo escuchaba trabajos de gente acá y, sin desmeritar lo que hacen esos que acabo de nombrar, pensé que no era para tanto. Creo que aquí hay con qué hacer cosas de calidad. No quería caer en la trampa de hacerlo afuera simplemente para decirlo o para que saliera en la ficha técnica y en la prensa. Yo quería hacer un disco cómodo con el nivel que merece y con el estandar que me gusta. El tema del dólar también hace que sea difícil pagar cosas afuera, y eso influyó. Pero a mí no me hizo falta, y el resultado me parece genial.

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